Comentario a las lecturas del IV Domingo de Adviento.

En tiempos del rey Ajaz, justo cuando se encontraba en peligro el reino de Judá, y con ello, toda la dinastía davídica, el Señor anuncia por medio de su profeta la llegada de un signo que contundente y que será más grande que todos los riesgos: “el Señor mismo les dará por eso una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros” (Is 7, 14). Así, se pone en evidencia que la historia de la Salvación se sostiene sobre la fidelidad del Dios de Israel para con su pueblo, y no tanto en la falsa “fe ciega” del monarca que evita tentar a Dios.

De algún modo, el texto de la primera lectura de hoy nos conecta con un elemento centrales del carisma vicentino: el Cristo-centrismo; tema de gran valor para vivir un adviento más profundo y que podemos ilustrar con el Evangelio de Mateo.

La escena de Mateo 1,18-24 nos ilustra un pasaje rico en personajes e interacciones, pero, en definitiva, la razón de ser de la actuación de María, José, y hasta del Ángel están al servicio del anuncio de la llegada de Jesús y de la misión salvífica por la cuál va a nacer.

En efecto, la entrada en escena del niño-Dios le da el sentido más hondo al “noviazgo” de José y María, “autentica” al sueño profético de José y justifica la relajación de la norma de acusación con la que debía proceder el justo José según Dt. 22, 20 -21.

Más aun, la llegada milagrosa de Jesús empuja el matrimonio de sus padres hacia la segunda y definitiva etapa (“no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa”) y los inserta en la novedad del Evangelio que rompe con los límites del egoísmo para extender la misión hasta los confines del mundo.

Esto es lo que sucede cuando se pone a Cristo en el centro de nuestra historia: se desvanecen las reacciones defensivas de autojustificarnos como el rey Ajaz, se escucha la voz de ese Dios que siempre está cercano a nosotros, y los pobres dejan de ser un peso para convertirse en los hermanos que se aman con un corazón sincero, a ejemplo de María y José. En este sentido, el adviento nos invita a ser auténticos místicos de la misión, hombres que contagian la alegría de tener a Cristo en el centro de su ser y quehacer.

P. Rolando Gutiérrez CM.

 

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