Adviento 1999

Adviento 1999

A los miembros de la Congregación de la Misión

Mis queridos hermanos:

¡Que la gracia de nuestro Señor esté siempre con vosotros!

El año pasado seguimos a los Magos de Mateo mientras iban a adorar al rey recién nacido. En la escena de Lucas, no aparecen los Magos. Los viajeros que llegan al pesebre en la Navidad son los pastores. Su historia se despliega en tres actos que prefiguran importantes acontecimientos futuros.

En el primer acto (2,8-12), un ángel, en quien resplandece la gloria de Dios, aparece repentinamente y recita lo que parecen ser las palabras de una proclamación regia: "Os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor". Ésta es la primera mención, en Lucas, de la buena noticia, un tema muy querido para él. Pero la proclamación está llena de ironía. El mundo entero está en movimiento porque César Augusto ha decretado que se haga un censo. Sin embargo, Lucas proclama que Jesús, y no Augusto, es el salvador del mundo y la fuente de la paz. Aún más irónicamente, el ángel no anuncia su mensaje al poderoso Augusto, ni tampoco a Quirino, gobernador de Siria, sino a los pastores que pasan la noche vigilando su rebaño. Lucas volverá sobre este tema una y otra vez: a los pobres se les anuncia la buena noticia (4,18; 7,22).

El segundo acto (2,13-14) presenta un fino contraste en la música, la luz y la puesta en escena. De repente, innumerables ángeles aparecen cantando una sonora canción de alabanza: "¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!". La ironía en esta ocasión es trágica. El lector de Lucas sin duda habrá reconocido la similitud entre el estribillo del coro angélico de las narraciones de la infancia y la alabanza de la voluble multitud cuando daba la bienvenida a Jesús en Jerusalén, donde morirá (19,38): "Bendito el Rey que viene en nombre del Señor. ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!". Desde el principio del relato de Lucas, la sombra de la muerte violenta se proyecta sobre el Príncipe de la Paz.

En el tercer acto (2,15-19) los pastores marchan deprisa y encuentran a María, José y Jesús, y comienzan a contar a todos el mensaje del ángel. Lucas está subrayando, ciertamente, que los mismos pobres ahora están proclamando la buena noticia. Pero también aquí se sospecha la ironía de Lucas. La reacción de la gente al sobrecogedor mensaje de los pastores es de asombro (2,18): "Todos los que lo oyeron se asombraban", pero ¿no eran inconstantes y su alegría pasajera?. Lucas menciona únicamente a María como aquella que "guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón" (2,19).

Finalmente, en el epílogo de Lucas (2,20), los pastores, que fueron los primeros oyentes y luego los mensajeros, se convierten en orantes. Regresan a casa alabando y glorificando a Dios por todo lo que han visto y oído. Pocos temas son tan queridos a Lucas como el de la oración agradecida. De hecho, concluye su evangelio con un estribillo similar: "Se volvieron a Jerusalén rebosantes de alegría. Y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios" (24,53).

Permítanme, mientras celebramos este último Adviento del segundo milenio, proponerles tres reflexiones vicencianas.

  • El ángel deja muy claro que la noticia que él proclama es gozosa. Para subrayar este punto, Lucas trae a escena todo un coro angélico que glorifica a Dios. Como evangelizadores, ¿somos nosotros portadores de alegría? ¿Nuestra presencia en medio de los pobres es "buena noticia"? ¿Sabemos cómo celebrar al Señor que se acerca? ¿Es evidente que, como los pastores, estamos contentos de dar a conocer el mensaje que se nos "ha anunciado de este niño"? (2,17). El Adviento y la Navidad son momentos de profunda alegría. ¿Sabemos compartir en estos días la alegría de los pobres y añadir la nuestra a la suya?

  • El coro de los ángeles reza por la paz. El siglo que termina ha conseguido un pésimo record a este respecto. Ha sido testigo de dos guerras mundiales y de la invención de armas capaces de destruir el género humano. La última década del milenio ha visto nuevos genocidios en varios continentes, culminando este año con las tragedias de Kósovo y Timor Este. Por supuesto que son los pobres quienes más sufren a causa de la guerra. Como Familia Vicenciana, seguramente estaremos rezando por la paz al alba del nuevo milenio. ¿Puedo pedirles que enseñen y prediquen de la paz? La reconciliación jugó un papel clave en la misión de San Vicente para con los pobres. Ésta tomó no sólo la forma del sacramento de la penitencia, sino también la de la curación de las divisiones entre las familias o los pueblos. Al saber el precio que los pobres pagaban en Francia por la guerra, Vicente se presentó ante la reina, Richelieu y después ante Mazarino para reclamar la paz. Espero que nosotros, sus seguidores, tengamos el coraje para hacer semejantes llamamientos mientras la proliferación de las armas continúa robando a los pobres muchos de los recursos necesarios y pone sus vidas y las nuestras en peligro.

  • Los pastores, habiendo cumplido su importante función, desaparecen. Como los Magos, nunca vuelven a aparecer en los evangelios. De manera sutil, Lucas nos dice en el relato de los pastores que sólo una figura hace de puente en el vacío existente entre las narraciones de la infancia y las del ministerio público de Jesús, María, su madre. Es ella quien "guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón" (2,19). Para que no olvidemos este punto (!), Lucas lo repite casi literalmente poco después en el mismo capítulo: "Su madre guardaba todos estos recuerdos en su corazón" (2,51). Una de mis esperanzas más profundas respecto a la Familia Vicenciana, al alborear el tercer milenio, es que nosotros, como María, seamos personas de profunda meditación. De este modo es como Lucas describe a la madre de Jesús, no sólo en este relato de los pastores sino también en los restantes lugares. San Vicente habla una y otra vez de la importancia de meditar, de escuchar la Palabra de Dios, de ponderar el significado de los acontecimientos, de discernir lo que Dios nos pide a través del grito de los pobres. Mi sincera oración de Adviento es que nosotros, -pues nuestro carisma subraya muy claramente el servicio activo, efectivo y práctico a los pobres- seamos también personas llenas de fe que meditan, hombres y mujeres que siempre tratan de conocer lo que Dios dice a través de las palabras, los acontecimientos y las personas.

Estos son mis pensamientos en este Adviento. Con ustedes, y con el coro de los ángeles, canto: "Gloria a Dios….", y me uno a ustedes orando por la paz en favor de los todos hombres del mundo.

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

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