Al alba del Tercer Milenio. Retos para la Congregación de la Misión en Europa

Al alba del Tercer Milenio

Retos para la Congregación de la Misión

en Europa

por Christian Sens, C.M.

Visitador de Tolosa

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).

En este año del Jubileo y al alba del tercer milenio, la profecía de Isaías, leída por Jesús en la sinagoga de Nazaret, continúa inscribiendo en la historia la esperanza de un tiempo de gracia para la humanidad. “Hoy se ha cumplido ante vosotros esta profecía” (Lc 4, 21). Es el “hoy” del año 2000, al alba del siglo XXI y del tercer milenio. Un “hoy” siempre portador de esperanza, también lugar de desafíos para la humanidad, para la Iglesia y para la Congregación de la Misión. La Asamblea General de 1998 precisó, por otro lado, los retos que debe aceptar junto con la Familia Vicenciana.

Al arriesgarme a trazar los desafíos que la C.M. está llamada a afrontar, soy consciente de los límites de mi punto de vista y de mi análisis. Europa es un continente demasiado complejo por la diversidad de lenguas, culturas y creencias religiosas como para autorizar una reflexión sin matices y una palabra única. La misma C.M., en Europa, presenta un rostro muy variado que, sin duda, configura su propia riqueza, pero que no siempre facilita la elaboración de proyectos comunes. No es menos cierto que, mientras la Europa política y económica se está construyendo, no sin dificultades, la C.M. en Europa debe aceptar, para ella misma, el desafío de estrechar lazos, de una solidaridad más fuerte y de unos compromisos concertados. El encuentro de los Visitadores de Europa y de la provincia de Oriente, en el Líbano, en 1999, da fe, además de un mejor conocimiento recíproco, de este deseo de una mayor colaboración.

Los retos para la C.M en Europa son numerosos e incluso diferentes según los países o las regiones. Aquí me limitaré a cuatro: el reto de la evangelización de los pobres, el reto de la lucha contra las pobrezas y las miserias, el reto del diálogo interreligioso y el reto de las vocaciones.

1. El desafío de la evangelización de los pobres

Este desafío interpela a toda la Iglesia y el Papa Juan Pablo II ha recordado con frecuencia la necesidad que tiene la vieja Europa reencontrar la memoria de sus raíces cristianas, en su doble tradición oriental y occidental. La Iglesia y Europa están para él íntimamente ligadas desde los orígenes, en su ser y en su destino. No obstante, creo que nosotros necesitamos despedirnos del concepto de una nueva cristiandad europea y no soñar con una Europa que volverá a ser cristiana como en los tiempos de la primera evangelización. Sin embargo, un objetivo se mantiene inalterado para la Iglesia: la misión de evangelizar. “La Iglesia existe para evangelizar” escribía el Papa Pablo VI, en 1975, en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”. De hecho, la Iglesia sólo puede pensarse como volcada a todos y abierta a todos, pues ella misma tiene su origen en una Buena Nueva, que cree Buena Nueva para toda la humanidad. Es así como ella verifica su catolicidad. Esta apertura a todos se concreta, para la C.M., en la apertura hacia los pobres.

El tema de la misión y la evangelización está lo suficientemente desarrollado en varias obras y revistas para que no sea necesario añadir ulteriores reflexiones o comentarios. Me gustaría solamente señalar, en relación con este desafío de la evangelización de los pobres, algunos de los objetivos para nosotros, en Europa.

a) En diálogo con la sociedad, en diálogo con los pobres

El desafío de la evangelización en Europa, e igualmente en todos los continentes, estimula inevitablemente a la Iglesia a entrar en diálogo con la sociedad. Nosotros mismos entramos en este diálogo, pero debido al fin último de la Congregación, que es seguir a Cristo Evangelizador de los pobres. Es también un diálogo con el mundo de los pobres el que nos viene impuesto. No se les puede anunciar el Evangelio sin tener, por nuestra parte, una actitud de escucha, un aprendizaje de su cultura, una atención especial a sus expectativas, a sus aspiraciones, a los valores que poseen, a las preguntas que albergan, así como a los contravalores, a los estancamientos, a todo lo que, hoy en día, continua desfigurando al hombre, esclavizándolo, oprimiéndolo, hiriéndolo, excluyéndolo y fragilizando o resquebrajando su vínculo social. Tal actitud implica fundamentalmente una elección, que es de orden espiritual, la de amar a nuestro mundo, este “mundo que Dios tanto amó que le entregó a su Hijo único...” (Jn. 3,16).

b) Como testigos de la fe

Nuestras sociedades y, sin duda aún más, las sociedades secularizadas nos invitan a manifestar la vitalidad de la fe en el corazón mismo de la historia. La fe no pertenece solamente al ámbito de lo privado y de las conciencias individuales, pues el Evangelio no es ajeno al devenir de la humanidad y al de los pobres. La Iglesia tiene una palabra original que decir al hombre de hoy en día. La Congregación tiene una palabra original que decir a los pobres y tiene que decirla con ellos. Europa necesita testigos de la fe, testigos de la esperanza. Las palabras o los discursos que pretendan imponer de manera casi definitiva la verdad son rechazados por muchos de nuestros contemporáneos. En 1975, en la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, el Papa Pablo VI escribía ya “nuestros contemporáneos escuchan mejor a los testigos que a los maestros o si escuchan a los maestros es porque son testigos”. Esta afirmación, sin duda, es todavía adecuada. Para nosotros, la C.M en Europa, el lugar privilegiado del testimonio de la fe y del testimonio evangélico sigue siendo el de los desprotegidos, el de los que sufren, los heridos y los excluidos. Una presencia más intensa en su mundo, a su lado, es verdaderamente un desafío que debemos afrontar con coraje y audacia, en colaboración con toda la Familia Vicenciana. Sin renegar de los caminos de misión tradicionales para nosotros, como las misiones populares ya renovadas o todavía por repensar, nosotros necesitamos, sin duda, inventar con los pobres, nuevos caminos de evangelización, nuevas formas de presencia y de inserción. Ya hemos abierto algunos, otros están aún por inventar. Pero son, sin duda, urgencias que necesitarían, a nivel de la C. M en Europa, una colaboración para que obtuviéramos respuestas. Esto se subrayó durante el encuentro de Visitadores, en el Líbano, con respecto a la formación vicenciana. Se decidió realizar un encuentro, en el año 2000, de todos los formadores vicencianos de las provincias de Europa. Ciertamente no es el único campo donde sería posible y deseable una colaboración. También podría ser proyectada para las misiones o los compromisos de ayuda a los refugiados e inmigrantes... ¡Quizás aquí tenemos un desafío para la C.M en Europa!.

c) Renovando el lenguaje de la fe

El término de “inculturación” entró en el lenguaje de la Iglesia ya hace unas décadas, pero la realidad de tal trabajo es una tarea constante de la Iglesia, siempre y en todo lugar, en su encuentro con los pueblos, con el fin de que el Evangelio hable en todas las lenguas y en todas las culturas. Este trabajo es permanente y se impone, evidentemente, en nuestros tiempos. La humanidad se ha convertido, como Jesucristo, en el lugar de encuentro entre Dios y el hombre y por esto los senderos de los hombres, los senderos de los pobres, son el camino de Dios. Sabemos bien que el encuentro con los pobres no puede hacerse auténticamente sin una renovación del lenguaje de la fe y de las prácticas cristianas. Lo que está en juego es importante ya que afecta a la posibilidad que tienen los pobres de apropiarse del Evangelio. No nos basta con declarar que determinadas cuestiones están definitivamente cerradas para que dejen de plantearse. El Cardenal Martini lo subrayó en el último Sínodo de obispos en Roma, haciendo una llamada a una mayor práctica en la colegialidad “que permita deshacer ciertos nudos disciplinares y doctrinales... que reaparecen periódicamente como puntos calientes en el camino de las iglesias europeas y no solamente europeas”. Menciona la profundización y el desarrollo de la eclesiología de comunión del Vaticano II, la carencia, dramática en determinados lugares, de ministros ordenados, el lugar de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia, la participación de los laicos en algunas responsabilidades ministeriales, la sexualidad, la disciplina del matrimonio, la práctica penitencial, las relaciones con las iglesias ortodoxas hermanas, la necesidad de reanimar la esperanza ecuménica, la relación entre la democracia y los valores, entre las leyes civiles y la ley moral.

d) Con la exigencia de una formación continua

Estos “nudos disciplinares y doctrinales”, y también las nuevas cuestiones que se plantean hoy día en el campo ético o frente a tantas formas de pobreza y de miserias, hacen aún más evidente para nosotros la necesidad de una formación continua. En la explicación de San Vicente de Paúl del Reglamento de las Hijas de la Caridad está inscrita ya la exigencia de tal formación. “El tiempo que les sobre después del servicio a los enfermos deben emplearlo bien; no estén nunca sin hacer nada, estudien, aprendan a leer, no para su utilidad particular, sino para estar en condiciones de ser enviadas allí donde puedan enseñar. ¿Saben lo que la Divina Providencia quiere hacer con ustedes? Estén preparadas para ir cuando la santa obediencia decida enviarlas”. Creo que nosotros podemos entender como un desafío esta exigencia de aprender a leer. ¿No necesitamos aprender a leer los hechos sociales en su complejidad, las características de la modernidad, los fenómenos de pobreza y exclusión y sus causas, para entenderlos mejor? ¿No necesitamos aún aprender a leer el carisma vicenciano para profundizarlo y vivirlo? ¿No necesitamos aprender a leer la vida de los pobres para “dar la vuelta a la medalla” y descubrir así en su persona, el rostro de Jesucristo?. ¿No debemos, nosotros, aprender siempre a leer el Evangelio para vivir de él y anunciarlo en estos nuevos tiempos?. Los pobres tienen derecho a nuestra competencia y si la humildad nos conduce a ocupar el último lugar, el de servidor, es necesario, sin duda, ser competentes para conservarlo lo mejor posible.

e) Participando en la formación de los laicos

Vicente de Paúl se comprometió en la formación del clero y en la puesta en marcha de los seminarios, porque había percibido muy bien que la continuidad del trabajo de los misioneros exigía, in situ, la presencia de un clérigo formado y celoso. ¿No habría avistado, hoy, en esta misma perspectiva misionera, la necesidad de invertir también en la formación de los laicos? En el marco de esta formación, si existe un reto para nosotros, es el de la apertura de las comunidades y de los cristianos a los pobres y el reconocimiento de su dignidad. Aquí se encuentra la postura definitiva de la Iglesia de Cristo. Ella no puede contentarse con dirigirse hacia los pobres y obrar en su favor a través de sus organizaciones caritativas. Ella verifica que es la Iglesia de Cristo edificándose con ellos. Esto implica también que la formación debe ser pensada de tal manera que los más desfavorecidos encuentren aquí su lugar y puedan apropiarse de la confesión de fe, en su lengua y en su cultura.

2. El desafío del combate contra las pobrezas y miserias

Este reto no es, evidentemente, ajeno a la evangelización. Es incluso uno de los lugares privilegiados de arraigo del anuncio de la Buena Nueva. Interpela a toda la C.M en todos los continentes. La interpela en Europa. Las pobrezas cambian de rostro; aparecen nuevas pobrezas y los pobres continúan gritando y esperando justicia, ternura y solidaridad. No tengo ni la competencia, ni el conocimiento de todas las zonas de pobreza en Europa para poder presentarlas aquí. Es larga la lista de los desfavorecidos, heridos, excluidos, y también la lista de todos aquellos que no encuentran sentido a la vida, a la historia y al futuro de la humanidad. Es la dramática lista de los llamados “sin techo”, de los sin domicilio fijo, de los indocumentados, los parados, las personas afectadas por el SIDA, los dependientes de la drogas, los inmigrantes, las víctimas del conflicto de los Balcanes o de Chechenia, los refugiados en campamentos de transito o en otros países europeos, las víctimas de los terremotos en Turquía. La Europa que se está construyendo ¿será solamente una Europa de la economía, que abandona en la cuneta, en nombre de una lamentable pero necesaria fatalidad, a todos aquellos que no necesita para construir una economía competitiva? ¿Será una Europa social y generosa o más bien los egoísmos y los oscuros recovecos de la personalidad pondrán en peligro la generosidad y la solidaridad?. Durante el encuentro en Líbano, los Visitadores de Europa y de la provincia de Oriente tuvieron que reflexionar sobre una cuestión que les fue planteada por el Superior General. Hacía referencia a la manera en que “la voz europea” de la C.M podría hacerse oír en Bruselas, en el seno de la Unión Europea. A la AIC, que ya tiene un secretario permanente en Bruselas, le pareció preferible proyectar y luego solicitar una colaboración que implicara al conjunto de la Familia Vicenciana. Será una voz entre las demás, en el diálogo para Europa. Tendrá como misión recordar que los pobres, los desfavorecidos, las víctimas de todas las violencias y los excluidos están aquí y que no pueden ser olvidados jamás. Participará, incluso modestamente, en la elaboración de un proyecto europeo que sea portador de sentido. Tomo prestados de Jacques Delors, quien asumió la presidencia de la Comisión Europea durante diez años, estas palabras: “La construcción europea no puede pretender resolver la crisis de sentido, cuando ésta nos remite al destino del hombre, a su trascendencia aceptada, rechazada o ignorada, a la reinvención de una laicidad activa y portadora de valores reconocidos por todos (...) Pero aquí, como en otras partes, la rutina nos acecha, el viento del tiempo apenas nos es favorable, las rupturas nos amenazan. Es precisamente ahora más que nunca cuando Europa necesita un alma, esa fuerza espiritual que la fortalezca y estimule”.

Las heridas que sufren tantas personas son, con gran evidencia, un reto para la C.M en Europa, en su misión de evangelizar a los pobres “de palabra y obra”. El Evangelio no puede ser Buena Nueva para los pobres sin justicia, sin solidaridad, sin la defensa de su dignidad y sin el testimonio de la ternura de Dios hacia ellos. En Châtillon, Vicente de Paúl tomó conciencia de que la respuesta al reto de las pobrezas sólo podía ser colectiva y comunitaria. Esta convicción nos conduce a colaborar hoy con todos los que rechazan la fatalidad de la pobreza, con toda la Familia Vicenciana, con los mismos pobres, primeros actores de su promoción y de su evangelización. Esa convicción nos llama también a pensar en las posibles colaboraciones entre nuestras provincias de Europa. Por otro lado, esta perspectiva fue señalada ya por los Visitadores en Líbano, después de una cuestión planteada por el Superior General sobre lo que la C.M. podría proyectar hacer frente al problema de los refugiados de Kosovo. En su reflexión, los Visitadores también hablaron de los refugiados, los emigrantes y los inmigrantes. En nuestras provincias varios cohermanos están ya comprometidos, pero sin duda necesitamos acentuar más el compromiso de los cohermanos y las comunidades. Nosotros sabemos muy bien que la amplitud del problema suscita, desgraciadamente, en algunos de nuestros contemporáneos actitudes de miedo, desconfianza, rechazo e incluso de xenofobia. Ayudar a una mejor comprensión del fenómeno de la inmigración y trabajar por una mejor “integración” es para nosotros un reto a afrontar. La importante cantidad de refugiados e inmigrantes en Europa, nos exige intensificar, todavía más, una colaboración ya existente. De cara a las situaciones de urgencia para los refugiados y los inmigrantes o de urgencia humanitaria, la llegada, por un tiempo, de cohermanos de otras provincias podría ser deseable. Sería solamente para ayudar a organizar una respuesta. Éste sería también el lugar de una colaboración de la Familia Vicenciana.

Este reto de la lucha contra las pobrezas y las miserias afecta a la Iglesia en los albores de un Año Jubilar. Atañe a la C.M en Europa y en todo el mundo. A través del grito de los pobres, Dios mismo nos lanza una llamada “El pobre grita y Dios lo escuha” leemos en la Biblia. Y si a veces podemos tener la impresión de que Dios no oye, quizás es porque nosotros permanecemos sordos.

3.El desafío del diálogo interreligioso

Este reto no afecta solamente a Europa, pero nosotros medimos bien su importancia en nuestro continente. Se nos impone y no es, en absoluto, facultativo. La constatación del arzobispo de Argel, Henri Teissier, de que el equilibrio de muchas de nuestras sociedades depende del éxito del diálogo cristiano-islámico se verifica en Europa. El diálogo interreligioso no se limita, evidentemente, al encuentro con el Islam, pero este encuentro es, sin duda, el que puede aparecer, hoy en día, como el más delicado. La sesión sobre el Islam que tuvo lugar en Líbano, en julio de 1999, responde a este desafío del diálogo y nos da elementos de comprensión y de respuesta a los que podemos referirnos.

Este diálogo se establece entre creyentes, pero la historia nos enseña que la religión puede convertirse en un estandarte blandido contra los demás, que conduce al desprecio, al rechazo o a actitudes agresivas o incluso violentas. La defensa del “verdadero” Dios puede esconder deseos de conquista y la historia está desgraciadamente jalonada de intolerancias en nombre de la religión. Los mismos cristianos no pueden olvidar su propia historia. No hay un auténtico diálogo sin un profundo respeto al otro y a su fe y sin el deseo de una mejor comprensión de su tradición religiosa. ¡Cuántas incomprensiones engendradas por un desconocimiento o interpretaciones erróneas!. El diálogo sólo es posible si los participantes se respetan y rechazan que les impongan o imponer su verdad. Implica la aceptación de interpelaciones o de cuestionamientos, y esto, recíprocamente. Llama a los participantes a la humildad para situarse como “buscadores de Dios” con toda la riqueza de sus tradiciones respectivas y no como poseedores de Dios y de la verdad. Presentar su experiencia religiosa como la única posible para los demás sólo conduciría a un enfrentamiento estéril. El camino del diálogo sólo puede pasar por compartir la experiencia creyente, la experiencia de Dios y sus implicaciones en la existencia. Es un diálogo de creyentes en búsqueda del Absoluto a través de caminos diferentes. La adoración a Dios es el punto común de los creyentes, pero las concepciones de Dios divergen, y en consecuencia, también la visión del hombre, de la sociedad, de la historia y de la relación del hombre con Dios. El diálogo para ser auténtico, no puede dejar en silencio ni la adoración que tenemos en común, ni las diferencias. Exige una actitud de verdad, dicho de otro modo, la afirmación por parte de los participantes de su identidad creyente. Respetar al otro no consiste en callar su propia experiencia so pretexto de acogida y benevolencia.

El diálogo es difícil, sin lugar a dudas y, sin embargo, se impone porque ya responde a esta sospecha que nace hoy, en algunos de nuestros contemporáneos, frente a los integrismos religiosos. Estos consideran que la religión es una fuente de intolerancia e incluso de violencia. El diálogo interreligioso hoy día, es inseparable del anuncio mismo del Evangelio. He aquí uno de los mayores retos para la Iglesia y para la C.M en Europa.

4.El desafío de las vocaciones

No es, din duda, el menor para la C.M. en Europa y más en particular en el norte y oeste. Las estadísticas dadas en la Asamblea General de 1998 pusieron en evidencia la disminución y envejecimiento de nuestras provincias europeas. La invitación de Jesús a rogar al dueño de la mies para que envíe obreros a la siega porque ésta es abundante y los obreros son pocos, resuena con urgencia en nuestros países. La súplica por las vocaciones para que el Señor continúe suscitando “obreros evangélicos” según las palabras de Vicente de Paúl, no es en verdad la solución milagrosa. Nos mantiene en vigilia, evitando que nos resignemos demasiado rápidamente.

El hecho de plantear la constatación y de aceptar el reto no aporta, evidentemente, remedios milagrosos para resolver el problema. La cuestión nos atañe a todos, comunidades y cohermanos. Quizás nosotros no tenemos siempre la audacia de llamar y de proponer a los jóvenes la cuestión de la vocación como una posible elección de vida. Quizás necesitamos, más de lo que lo hacemos, invitar a los jóvenes a participar en las acciones con los pobres para que oigan su llamada. Quizás necesitamos que nuestras comunidades sean aún más acogedoras y abiertas al encuentro de los jóvenes. Quizás necesitamos que nuestros compromisos misioneros con los pobres sean más característicos del carisma vicenciano. Frente al problema de las vocaciones para la C.M en Europa, la cuestión no es tanto la de la actualidad del carisma vicenciano y su futuro en Europa, cuanto la de la actualización que nosotros hacemos de él, la presentación que hoy hacemos del mismo a través de nuestras instituciones, de nuestros compromisos, de nuestras comunidades. Quizás..., pero en todo esto y en toda la pastoral vocacional de nuestras provincias, el testimonio más llamativo, será siempre el de la felicidad de arriesgar la propia vida siguiendo a Cristo Evangelizador de los pobres.

De Europa han salido numerosos misioneros para América Latina, Africa, China. Mañana quizás, pero esto hoy mismo comienza en determinadas provincias, de esas tierras que fueron tierras de misión para Europa, vengan misioneros para participar con nosotros en la evangelización de los pobres en nuestro continente. Sin resignarnos, no obstante, a la disminución de las vocaciones, su acogida será para nosotros un nuevo reto.

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Muchos otros retos nos esperan, diferentes según los países o las regiones de Europa, porque nuestras sociedades presentan rasgos diferentes política, económica, social y culturalmente. Yo he destacado los cuatro que me parecen interpelan a toda la C.M en Europa. Los afrontamos de manera diferente, con la originalidad de la historia y de la tradición de nuestras provincias. Creo que estamos llamados a una mayor colaboración en Europa o, al menos, por regiones. No olvido tampoco la colaboración de la Familia Vicenciana. Éste es, sin duda, otro reto que debemos aceptar en la cita con el año 2000 y muy pronto con la del tercer milenio.

(Traducción: IRENE CREGO A.)