Adviento 1997

Adviento 1997

A los miembros de la Congregación de la Misión

Mis queridos cohermanos:

La gracia del Señor sea siempre con vosotros.

Después de haber meditado los pasados años sobre el papel de los principales personajes que Mateo y Lucas presentan en el escenario del Adviento, el año pasado reflexionamos sobre un relato bastante sutil del Nuevo Testamento acerca de la venida de Jesús al mundo, en un primitivo himno cristiano sobre Jesús "despojándose de sí mismo" que Pablo usó en su carta a los Filipenses. El Nuevo Testamento nos ofrece relatos, más sutiles todavía, del nacimiento de Jesús. Quizás el más impresionante de estos está en el comienzo del evangelio de Juan. Este es probablemente también una adaptación de un himno anterior. Es muy diferente de otras narraciones de la venida del Señor que nos ofrece el evangelio. La Cristología que encontramos en este pasaje es mucho más "exaltada", por decirlo así, que la de Mateo y Lucas en las narraciones de la infancia. Juan presenta a Jesús como la Palabra de Dios, que existía antes de crear todo el universo y actuaba desde el principio con su Padre al crear el mundo. El himno resume con pocas palabras y maravillosamente la pre-existencia de Jesús, su nacimiento, su historia, su misión, incluso su muerte.

En el principio existía la palabra,

y la Palabra estaba con Dios,

y la Palabra era Dios.

Ella estaba en el principio con Dios.

Todo se hizo por ella

y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.

En ella estaba la vida

y la vida era la luz de los hombres

y ella brilla en las tinieblas

y las tinieblas no la vencieron....

En el mundo estaba

y el mundo fue hecho por ella,

y el mundo no la conoció.

Vino a su casa,

y los suyos no la recibieron....

Y la palabra se hizo carne,

y puso su Morada entre nosotros,

y hemos contemplado su gloria,

gloria que recibe del Padre como Hijo único,

lleno de gracia y de verdad (1, 1-5; 10-11; 14).

Permítanme ofrecerles dos breves reflexiones sobre este maravilloso pasaje.

1.En la Cristología de Juan existe una extraordinaria tensión. Por una parte, se remonta a alturas transcendentes. Jesús, es la Palabra, está con el Padre, existía antes de crear el mundo; él y el Padre son una misma cosa. Por otra parte, la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros. Juan no tolerará la mínima duda sobre la total humanidad de Jesús. Él combate insistentemente la tendencia que atormentará a la cristiandad a través de los siglos: porque creemos que Jesús es más que totalmente humano, estaremos tentados de pensar en Él como menos que totalmente humano. No, dice Juan, cuando nos relacionamos con la persona de Jesús, nos encontramos realmente con Dios hecho carne. Jesús es uno de nosotros.

Fíjense en un aspecto especial sobre la perspectiva teológica de Juan. Lo mismo que nuestras vidas son un don creado, así la encarnación de Dios en Jesús es un don de amor gratuito. El Adviento simboliza la donación libre de Dios que abraza la humanidad — nada puede separarnos de Él.

San Vicente amaba este misterio de la encarnación. Volvía a él una y otra vez como la fuente teológica que sostenía nuestros votos y nuestras virtudes comunitarias. Él creía profundamente que Jesús fue la palabra suprema de Dios, su revelación, el ofrecimiento de sí mismo en la carne. Esta fe en la encarnación de Dios está también en el corazón del ministerio de Vicente a los pobres. Él creía que Jesús de un modo distinto, pero profundo, se identificaba con la persona del pobre. Conociendo el difícil, a veces desalentador, servicio al que nos dedicamos diariamente, donde las apariencias pueden a veces engañarnos, Vicente nos anima a: "Dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios... (SV XI, 725). ¿Tenemos una fe totalmente encarnada? ¿Vemos a Dios en Jesús hecho carne? ¿Estamos convencidos de su íntima unión con los pobres?

Vicente creyó al mismo tiempo que, para servir bien a los pobres, nosotros también debíamos estar "revestidos de Cristo" (Rom 13, 14), teniendo sus mismos pensamientos, amando con su corazón, viendo con sus ojos. Un gran desafío del Adviento es que el Señor pueda estar totalmente encarnado en nosotros.

2. Al escribir, Juan se fundó considerablemente en un importante tema del Antiguo Testamento. Nos presenta a Jesús como la Sabiduría de Dios. Recuerden Vds. el maravilloso pasaje del libro de los Proverbios:

Cuando asentó los cielos, allí estaba yo,

cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo,

cuando al mar dio su precepto

-y las aguas no rabasarán su orilla-

cuando asentó los cimientos de la tierra,

yo estaba allí, como arquitecto,

y era yo todos los días su delicia,

jugando en su presencia en todo tiempo,

jugando por el orbe de su tierra;

y mis delicias están con los hijos de los hombres.

Les exhorto este Adviento a pedir que la sabiduría de Dios pueda nacer de nuevo en su corazón. La Sabiduría es crucial en la vida, especialmente en nuestras vidas de anunciadores de la buena noticia. ¿Se han dado Vds. cuenta alguna vez cómo presenta el Libro de los Proverbios la sabiduría del misionero? Ella es un predicador que clama por las calles un mensaje de reproche y de promesa en la plaza del mercado y a las puertas de la ciudad (1, 20-33). Los primeros lectores del himno de Juan ciertamente eran muy conscientes de las apasionantes palabras de los Proverbios". El principio de la sabiduría es: adquiere la sabiduría....Aférrate a la instrucción, no la sueltes, guárdala, que es tu vida" (4, 7-13).

Jesús es la sabiduría de Dios, "lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos" (1 Jn 1,1). La Sabiduría que nos revela es, por supuesto, "locura" para algunos. Lleva consigo identificarse con los pobres, ser pacificadores, sufrir por la justicia, compartir lo que tenemos con los que tienen menos, ser fieles a nuestra palabra, dando con perseverancia incluso hasta la muerte. A veces nosotros también podemos estar tentados de cambiar la sabiduría encarnada en Jesús, por la sabiduría del "mundo", que hoy, con frecuencia, ensalza la libertad individual a expensas de la libertad de los demás y nos seduce con cosas materiales que, desgraciadamente, a veces nos apartan de valores más profundos. Les apremio, hermanos, a pedir al Señor durante este Adviento la sabiduría evangélica. San Vicente estaba convencido de que, los medios para obtenerla son dobles: 1) meditación sobre la humanidad de Jesús, Palabra de Dios, Sabiduría de Dios revelada en la carne y 2) contacto vivo con los sufrimientos de los pobres, lugar privilegiado para encontrar a Dios en el mundo.

Recientemente, me sentí muy animado cuando participé con un millón de jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud en París. Durante mi vuelo a Francia, los periódicos predecían que la reunión sería una gran decepción. Con el calor del verano y las vacaciones, decían, quizás irían sólo unos 250.000. Los que acudieron rebasaron el millón (incluidos 2.400 de nuestros grupos de Juventud Mariana Vicenciana); tuvieron que hacer retroceder a otros 200.000 ó 300.000. Ese día, al ver a todos aquellos jóvenes, sentí su hambre y sed. Buscaban un sentido a su vida, algo que les llevara más allá de las rutinas diarias que finalmente dejan insatisfacción. Ansiaban la sabiduría. ¿Podemos nosotros ofrecérsela? ¿Podemos presentarles una apasionante visión de la vida? Cuando se acercan a nosotros, ¿encuentran personas verdaderamente sabias?

Al acercarnos al adviento del tercer milenio y mientras nos preparamos en nuestra próxima Asamblea General para afrontar los desafíos de una nueva era, pido que el Señor enriquezca nuestra Familia Vicenciana con su sabiduría, a fin de que en toda la creación, y especialmente en la persona de los pobres, podamos ver "su gloria....plena de amor misericordioso y de fidelidad"

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General