Adviento 1996

Adviento 1996

A los miembros de la Congregación de la Misión

Mis muy queridos Cohermanos:

La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.

En los últimos años, durante el Adviento, hemos meditado en el maravilloso elenco de personajes que Mateo y Lucas sitúan en el escenario del Adviento: María, madre de Jesús, modelo de oyente, que responde obedeciendo: “Hágase en mi según tu palabra” (Lc 1, 38); Juan Bautista, recto y austero, cuya voz precursora proclama, “Preparad el camino del Señor” (Lc 3, 4); el profeta Isaías que aparece como telón de fondo proclamando: “Pues bien, he aquí que yo lo renuevo: ya está en marcha”(Is 43, 19); José, silencioso, justo, que contempla maravillado el misterio trascendente de Dios y lo acepta en la fe (Mt. 1,18-25).

En el Nuevo Testamento hay también otros relatos bastante sutiles de la venida de Jesús al mundo. Tienen su propia fascinación y belleza, aunque sean muy diferentes de las maravillosas historias relatadas por Mateo y Lucas. Permítanme este Adviento fijarme en uno de estos. Probablemente es la primera descripción de la venida del Señor en el Nuevo Testamento, anticipándose en varias décadas a las narraciones de la infancia. Al escribir a los Filipenses, Pablo toma un himno usado por los primeros cristianos, que contiene varios movimientos que van aumentando in crescendo hacia su cenit. Lo modifica ligeramente para obtener sus propios fines, y, a modo de prefacio, hace una llamada directa a sus lectores: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Flp. 2, 5).

EL HIMNOSUS MOVIMIENTOS

El cual, siendo de condición divina,Su condición y actitud

no retuvo ávidamente

el ser igual a Dios.

Sino que se despojó de sí mismoHumillación 1

tomando condición de siervo

haciéndose semejante a los hombres

y apareciendo en su porte como hombre,Humillación 2

y se humilló a sí mismo,

obedeciendo hasta la muerte

y muerte de cruz.

“Por lo cual Dios le exaltóExaltación

y le otorgó el Nombre,

que está sobre todo nombre.

Para que al nombre de JesúsHomenaje 1

toda rodilla se doble

en los cielos, en la tierra y en los abismos,

y toda lengua confieseHomenaje 2

que Cristo Jesús es Señor

para gloria de Dios Padre.


Es un himno maravilloso. Innumerables cristianos han meditado en él a través de los siglos. A San Vicente le gustaba citarlo (CEME II, 281, XII, 487, 639, 688). Nosotros lo proclamamos como cántico, todos los sábados, en nuestra oración de la tarde.

Permítanme sugerirles este Adviento dos temas Vicencianos que resuenan en este cántico.

1.El primer tema, vaciarse de sí mismo, ha dado lugar a toda una escuela de pensamiento cristiano, escuela que tuvo una profunda influencia en San Vicente. Recuerdan Vds. el consejo a Antoine Durand, recién nombrado superior del seminario de Agde. “Por consiguiente, Padre, debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo (CEME XI, 236). Influenciado por las palabras de Pablo, Vicente incluye la mortificación entre las cinco virtudes de la Compañía; nos exhorta a vaciarnos de nosotros mismos para que el Señor pueda llenarnos. Pero el significado de Pablo es aún más profundo. Él dice que Jesús libremente se anonadó a sí mismo, tomando la condición humana que inevitablemente finaliza con la muerte, incluso la muerte espantosa impuesta a los esclavos en el mundo romano, la cruz.

Ciertamente San Juan Gabriel Perboyre, en quién hemos meditado con frecuencia durante este año, se identificó profundamente con el mensaje de este himno. También lo hacen todos los que dan sus vidas sin reserva a los pobres, permaneciendo con ellos en su carencia de poder. Las narraciones de la infancia nos enseñan la misma verdad de un modo más pintoresco. Jesús nació entre los pobres de Israel. No hay sitio para él en la posada, por lo que su primera morada es un pesebre. Los primeros que vienen a adorarle son humildes pastores (Lc. 2, 7-16).

2. Un segundo tema Vicenciano de este pasaje, la proclamación del Señor encarnado y resucitado, es fundamental en nuestra vocación. Este es el cenit del himno. Pero la proclamación que canta es no sólo la de los apóstoles o misioneros o maestros; sino que, en una explosión de entusiasmo, el himno grita que toda lengua (¡en el cielo, en la tierra, y en los abismos!) proclama: Jesucristo es el Señor. La Iglesia primitiva profesaba su fe, precisamente, con este sencillo credo de una sola frase (cf. 1 Cor 12, 3; Rom 19, 9). Es la buena noticia: Jesús, que se identificó con los anonadados, fue exaltado por Dios, su Padre, para ser Señor del universo. Este es precisamente el mismo mensaje que el ángel proclama en el evangelio de Lucas: “No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc. 2,10-11).

Es crucial que este sencillo credo tenga un lugar prominente en nuestras vidas. No hay casi nada que San Vicente repitiera con más frecuencia a su familia que esto: el Verbo Encarnado, ahora el Señor Resucitado, es el centro. En toda nuestra obra de evangelización, en todo nuestro servicio, Jesús debe ser el centro. Ya sea en Addis Abeba o en Nueva York, en un hospital del SIDA o en el púlpito de una iglesia, nuestra persona o el don que portamos o las palabras que pronunciamos deben proclamar: “Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre”. En la tradición Vicenciana proclamamos esta buena noticia:

1) por medio del lenguaje de las obras (cf. CEME II, 9): haciendo obras de justicia y misericordia que son signos de que el reino de Dios está realmente vivo entre nosotros: dando de comer a los hambrientos, de beber a los sedientos, ayudando a descubrir las causas de su hambre y de su sed y los medios para aliviarlos;

2) por el lenguaje de la palabra: anunciando con profunda convicción la presencia del Señor, su amor, su ofrecimiento de perdón y aceptación de todos;

3) por medio del lenguaje de las relaciones interpersonales: estando con los pobres, trabajando con ellos, formando una comunidad que muestre el amor del Señor a todos.

El Adviento es un tiempo de serena reflexión. Hermanos, les exhorto a hacer de él un momento para aceptar más plenamente la condición humana que compartimos con Jesús, con sus alegrías y penas, con sus momentos de aceptación y rechazo, salud y enfermedad, e incluso muerte. Espero también que este Adviento sea un tiempo en el que toda la Congregación pueda estar más plenamente identificada con los pobres en su falta de poder, como lo estuvo Jesús, la Palabra hecha carne. Entonces podremos ciertamente proclamarle más auténticamente como Señor, ya que —como nos dice Pablo— en su anonadamiento fue exaltado y en su muerte resucitado.

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General