Adviento 2000

Adviento 2000

A los miembros de la Congregación de la Misión

Mis queridos hermanos:

¡La gracia de nuestro Señor esté siempre con vosotros!

En los años pasados, hemos meditado juntos en el llamativo elenco de personajes que cruzan el escenario del Adviento: María, la madre de Jesús, que escucha atentamente y responde a la palabra de Dios; José, su esposo, que escruta con fe la impenetrable transcendencia; Juan el Bautista, que grita con la voz de un heraldo y prepara el camino del Señor; los Magos, que buscan el significado último de la vida y siguen la estrella; los pastores, símbolo de los pobres, que reciben y proclaman la buena noticia de la llegada del Señor. Pero, como en todas las grandes obras de teatro, junto al reparto, existen otros elementos que llenan de vida la escena. Este año, pondré de relieve dos: la canción y el silencio.

1.Los cánticos de Adviento

Lucas nos ofrece cuatro cánticos que se han convertido en parte cotidiana de la oración litúrgica cristiana: el Magnificat (1, 39-56), el Benedictus (1, 67-79), el Gloria in excelsis (2, 13-14) y el Nunc dimittis (2, 28-32). Cantamos tan a menudo estos cánticos de las narraciones de la infancia que es fácil olvidar su origen. Son cánticos de Adviento, proclamas de liberación, himnos de alabanza por las maravillosas obras de Dios.

Por falta de espacio, permitidme comentar solamente y con brevedad el primero de los cánticos, el Magnificat. En realidad, se trata de un dúo. En una escena luminosa y colorista, Lucas presenta juntas a María y a Isabel en el momento que conocemos como “la Visitación”. Rebosantes del lenguaje y de la fe de los profetas y conscientes de la aurora de una nueva era, ocupan el centro del escenario como las sopranos de una ópera de Verdi y cantan las alabanzas de Dios, mientras Juan el Bautista salta de gozo en el vientre de su madre (Lucas usa el mismo verbo con el que se describe a las ovejas brincando por el campo). El evangelista nos dice que las dos cantantes están llenas del Espíritu Santo y ¡así cantan!

El cántico de María es mucho más famoso que el de su prima, pero el cántico de Isabel es también de gran importancia porque pone de relieve un tema fundamental del evangelio de Lucas, que éste repite una y otra vez: “¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Lucas repite este mismo tema en otros lugares: María, el discípulo ideal, escucha la palabra de Dios, medita en ella y la pone en práctica (cf. 1, 38; 8, 21; 11, 27-28).

El Magnificat es un mosaico de pasajes del Antiguo Testamento. Proclama la grandeza de Dios con exuberante alegría y confianza y, en un lenguaje poético, sintetiza el pensamiento de Lucas. Manifiesta su fe profunda en que Dios pone el mundo del revés. Este cántico, tan popular entre los oprimidos de hoy día, es un grito de libertad. Es el eco de la piedad de los pobres de Israel, los humildes, los enfermos, los oprimidos, las viudas, los huérfanos y de todos aquellos que no pueden confiar en sus propias fuerzas y se abandonan en Dios con total confianza. El cántico de María es como una obertura que, con lenguaje musical, introduce desde el inicio mismo del evangelio los temas fundamentales que son el cimiento de la fe de los humildes, ahora centrados en Jesús. Para Lucas, Jesús viene a bendecir a los excluidos, a los hambrientos, a los marginados y perseguidos (6, 20-22); él mismo es perseguido y asesinado (23, 32-49). Sin embargo, se pone a sí mismo en manos de Dios (23, 46) y Dios, fiel a su siervo, lo resucita y lo exalta como salvador (Hch 5, 31), que proviene, como estaba prometido, de la descendencia de David (Hch 13, 23). Podemos imaginarnos a los abandonados, los refugiados, los cautivos, los esclavos, los hambrientos del tiempo de Lucas - y seguramente también de nuestros días - identificando sus sufrimientos con los de su Señor muerto y resucitado y cantando un cántico de liberación esperanzada: “Dios derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada”.

Tengo la experiencia personal - el Adviento siempre me lo recuerda - de que llevamos nuestra fe y nuestra esperanza “en vasijas de barro” (2 Cor 4, 7). Cantamos nuestros cánticos de liberación, a veces, con confianza; pero, frecuentemente, entre dudas y temores. San Agustín, en una estupenda lectura que la Iglesia ha colocado en la Liturgia de las Horas, nos alienta:

Cantemos aquí, en la tierra, el Aleluya, aún en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros... Las maravillas de Dios se cantan allá y aquí. Aquí, las cantamos en medio de la ansiedad; allá, en seguridad; aquí, las cantan los que han de morir; allá, los que han de vivir para siempre; aquí, se cantan en esperanza; allá, en el cumplimiento de la esperanza; aquí, las cantan los que están todavía en camino; allá, los que ya viven en su patria. Por tanto... cantemos ahora... cantemos tal como suelen cantar los caminantes: canta, pero camina... Canta y camina a la vez.

En este Adviento, os animo a cantar el Magnificat, el Benedictus, el Gloria in excelsis y el Nunc dimittis humildemente, con agradecimiento y exuberante esperanza. Cantad estos cánticos también en unión con los pobres.

2.El silencio

En las narraciones lucanas de la infancia, llama la atención lo poco que se habla aparte de los himnos. En el nacimiento del Señor, María y José están en silencio. Contemplan este gran misterio en silencioso sobrecogimiento, mientras los ángeles cantan las alabanzas de Dios.

El mundo actual es un mundo poco tranquilo. Sí, a menudo hay tanto ruido que es difícil oír. La radio, la televisión, los juegos de ordenador, los teléfonos celulares y los buscapersonas pueden fácilmente robarnos la paz que necesitamos para escuchar la palabra de Dios. Muchos cohermanos, especialmente los que viven en países del tercer mundo, me dicen que ansían tener, en vano muchas veces, momentos de tranquilidad en medio del ensordecedor barullo que diariamente les rodea.

El silencio es un medio ambiente creativo, una cualidad del corazón, un espacio interior donde puede producirse la escucha genuina y donde la Palabra puede echar raíces. La mayoría de los fundadores de comunidades trataron de crear oasis tranquilos donde sus miembros pudieran abrir sus corazones al misterio de Dios. San Vicente no fue una excepción. Nos urgió a reservar un tiempo de silencio, juntos cada mañana, para que, en oración meditativa, pudiéramos abrir nuestros oídos al latido del corazón de Dios y a los gemidos de los pobres, ambos con frecuencia apagados por el ruido de la vida diaria. Nos pidió que creásemos un espacio de silencio por las tardes - en la capilla, en nuestras habitaciones, en cualquier lugar - donde pudieran encontrar pacífica acogida las susurrantes urgencias de la palabra de Dios y el continuo aguijón interior de su presencia.

En una comunidad misionera, es fácil caer en la trampa de estar continuamente en movimiento, siempre atareados e intentando desesperadamente responder a las incontables necesidades de las personas a quienes servimos. Pero cuando tal es el ritmo habitual de nuestras vidas, fácilmente nos hacemos sordos a las voces más profundas de la realidad, a las demandas más radicales que los pobres plantean o a las ineludibles cuestiones que se debaten a nuestro alrededor. De hecho, a veces la actividad frenética es una escapatoria inconsciente ante tales desafíos.

En este Adviento, os animo a reinventar tiempos de silencio creativo. No temáis estar en soledad con Dios y con vosotros mismos. No dudéis en retiraros un poco del lado de los pobres, - quizás ésta es la tarea más difícil para un misionero - para escuchar sus peticiones implícitas, para contemplar la misteriosa entrada de Dios en la historia humana en favor especialmente de los más abandonados, y para volver a servirles renovados y enriquecidos. El Cristianismo, así como las otras grandes tradiciones religiosas, como el Hinduísmo y el Budismo, siempre han dado gran importancia a la práctica de la meditación silenciosa. Es uno de los elementos centrales de la espiritualidad que San Vicente nos ha transmitido. Os animo a que mutuamente os apoyéis para ser personas que oran con gran fe, como María y José en los relatos del nacimiento de Jesús.

En este Adviento rezo para que el silencio de los relatos de la infancia nos enseñen, en palabras de Pablo VI, “...la interioridad, la disposición a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros ... el valor de la formación, del estudio, de la meditación, de una vida intensa y de la oración personal que sólo Dios ve en lo secreto”.

Y, además de la riqueza del silencio meditativo, podemos cantar, como María, los cánticos de liberación al lado de los pobres.

Vuestro hermano en San Vicente,

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

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