La espiritualidad de la Hija de la Caridad

La espiritualidad de la Hija de la Caridad

Sor Anne Prevost, H.C.

Directora del Seminario de Francia

Se me ha pedido que presente la espiritualidad de la Hija de la Caridad y cómo vivir hoy la espiritualidad en la Compañía. No pretendo hacer una exposición magistral sobre la espiritualidad de la Hija de la Caridad. Voy sencillamente a comunicarles mi manera de presentar nuestra espiritualidad a las Hermanas jóvenes del Seminario. Cuento con su experiencia personal para completar y matizar en función del contexto que viven ustedes.

Unas ideas preliminares a modo de introducción

Para comenzar, me ha parecido conveniente que volvamos a recordar juntos -como lo hago con las Hermanas del Seminario- qué se entiende por espiritualidad cristiana. Para esto, podemos inspirarnos en un extracto de la carta a los Romanos, en la que San Pablo habla de una vida según el Espíritu.

Para el cristiano, la espiritualidad es la «vida según el Espíritu de Jesús», este Espíritu que le hace creer en Jesucristo, que le lleva a amar como Jesucristo, a comprometerse a la manera de Jesucristo. En efecto, el Espíritu Santo conduce progresivamente al cristiano a reproducir la manera de vivir y de obrar de Jesús, a hacer suyo su estilo de vida, su calidad de existencia, a vivir cada vez más en coherencia con la lógica del Amor Trinitario. Vivir según el Espíritu significa, pues, dejarse trabajar, inspirar, conducir por el mismo Espíritu que trabajó, inspiró y condujo a Jesucristo. Esta acción del Espíritu Santo invade a toda la persona: corazón, cuerpo, espíritu, con su afectividad, su psicología, su comportamiento, sus relaciones, etc. …

Como escribe Juan Pablo II en la Exhortación postsinodal «Vida Consagrada» (1996, n° 93) : “la vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia. Todos estos elementos, calando hondo…, generan una espiritualidad peculiar, esto es, un proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, caracterizado por peculiares dinamismos espirituales y por opciones operativas que resaltan y representan uno u otro aspecto del único misterio de Cristo» (V.C. 93).

La referencia central para una espiritualidad cristiana, es pues Cristo tal como lo presentan los cuatro Evangelios. Y cuando hablamos de espiritualidad en plural, queremos subrayar maneras singulares de seguir a Cristo. Todos los cristianos no tienen las mismas intuiciones para la misión ni los mismos carismas. Todos no tienen, por tanto, los mismos interrogantes ni los mismos desafíos que afrontar. Los cristianos tienen sensibilidades distintas, caracterizadas por espiritualidades que manifiestan enfoques diferentes del mundo y del hombre. Es la riqueza de la Iglesia.

En la exposición que va a seguir, me propongo abordar nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad a partir de la dimensión del Misterio de la Encarnación Redentora. Esta manera de amar a Jesucristo marcó profundamente a nuestros Fundadores y hoy sigue siendo un desafío para nuestro mundo contemporáneo.

Mi intervención se hará en dos tiempos :

  • En un primer momento, me detendré en la espiritualidad de la Hija de la Caridad a la luz de la de los Fundadores;

  • En un segundo tiempo, veremos cómo nuestra espiritualidad permite afrontar desafíos todavía hoy.

I. La espiritualidad de la Hija de la Caridad

Todo fundador tiene su manera propia de leer y de descubrir el Evangelio, de asimilar, de actualizar y de vivir ciertos rasgos característicos de Cristo. Las líneas fuerza de nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad se desprenden de esta manera particular como los Fundadores se sintieron interpelados por Jesucristo e invitados a participar en su vida y en su misión.

A. Una espiritualidad bautismal

Como todo bautizado, las Hijas de la Caridad están llamadas a la plenitud de la vida cristiana. Toda nuestra vida de Hijas de la Caridad se enraiza en nuestro bautismo. Por el bautismo, las Hijas de la Caridad son incorporadas a Cristo y consagradas a Dios: «Como hijas de Dios por el Bautismo y miembros del Cuerpo Místico, las Hijas de la Caridad se dirigen al Padre, por el Hijo, en el Espíritu. Aspiran a vivir en diálogo continuo con Dios, poniéndose en sus manos en una actitud de confianza filial y de sumisión a su Providencia…» (C. 2,2)

Los Fundadores nos recuerdan con insistencia que ser «buenas Hijas de la Caridad» es ser buenas cristianas (SV IX, 127 / ES IX, 132).

En la línea de la consagración bautismal, nos comprometemos a vivir y actuar con el espíritu de Jesucristo. «Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y éstas le hacen obrar, no digo que con la misma perfección, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu» (SV XII, 108 / ES XI, 411).

Por tanto, no es posible hacer lo que Cristo hizo sino a condición de ser lo que Él fue. “… el que viese la vida de Jesucristo vería sin comparación algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad” (SV IX, 592 / ES IX, 534).

Según la experiencia de fe de los Fundadores, el espíritu de humildad, de sencillez y de caridad es la expresión concreta del Espíritu de Jesucristo que debe animar nuestra vida de Hijas de la Caridad. «Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen particularmente a la práctica de la humildad, la sencillez y la caridad» (SV IX, 596 / ES IX, 537).

Revestidas del Espíritu de Jesús Servidor, nos arriesgamos a vivir con Él, como Él, a seguirlo, a reproducir su manera de vivir y de obrar, a imitarlo.

B. Una espiritualidad cristocéntrica

Todo cristiano está llamado a seguir a Cristo y a imitarlo, pero se le ofrecen varios caminos para llevar esto a la vida. Como Hijas de la Caridad, estamos llamadas a seguir a Cristo como los Fundadores lo descubrieron a través de su experiencia espiritual: «La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo, al que se proponen imitar bajo los rasgos con que la Escritura lo revela y los Fundadores lo descubren : Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los Pobres». (C. 1.5)

1. Seguir a Cristo tal como los Fundadores lo descubrieron

Contemplamos a Cristo como Adorador del Padre, totalmente orientado hacia el Padre, y como Servidor del designio de amor del Padre, de la obra de redención para la que fue enviado. Nos unimos a Él en su manera de dirigirnos, particularmente a los pequeños y a los pobres, como Evangelizador de los Pobres.

Estos tres rasgos de la fisionomía de Cristo deben ser leídos en su profunda unidad: si Jesús es Evangelizador de los Pobres, es que es Servidor del Designio de amor de su Padre sobre la Humanidad. Y si es ese perfecto Servidor, es porque su personalidad está toda entera centrada en el Padre.

2. Y continuar su misión

No nos basta con contemplar los rasgos característicos descubiertos por los Fundadores, se trata también de actualizarlos en nuestra vida, a través de nuestra vida de siervas de los Pobres. Para esto, escogemos vivir total y radicalmente los Consejos Evangélicos de castidad, de pobreza y de obediencia que nos hacen disponibles para el servicio a Cristo en los Pobres. Toda nuestra vida está marcada por el don total a Dios. Esto implica un continuo desprendimiento de nosotras mismas : «¿Qué dice una Hija de la Caridad al hacer el voto de pobreza, castidad y obediencia? Dice que renuncia al mundo, que desprecia todas sus hermosas promesas y que se entrega a Dios sin reserva alguna» (SV X, 215 / ES IX, 821)

C. Una espiritualidad en referencia al misterio de la encarnaciόn redentora

Según nuestros Fundadores, el centro de nuestra vida es la persona de Cristo, el Dios encarnado en la historia de los hombres para salvarlos. Durante toda su vida, contemplaron este Misterio de la Encarnación atravesado por el misterio de la Cruz: «Contemplan a Cristo en el anonadamiento de su Encarnación Redentora, maravillándose de que `… Dios, en cierto modo, no pueda o no quiera estar nunca separado del hombre'” (Sta. Luisa) C 2.2.

Nuestros Fundadores honraron a Jesucristo:

- en su Encarnación, viviendo y actuando en medio de los hombres para salvarlos;

- en su Redención, dando su vida por ellos.

1. El misterio de la Encarnación o Cristo encarnado

Toda nuestra vida está fundada en la fe en el misterio de la Encarnación que es la mayor expresión de la Misericordia de Dios para con los hombres. «Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único” (Jn 3,16). La Encarnación manifiesta a los hombres la profundidad del misterio de Dios. Revela definitivamente quién y cómo es Dios.

Cristo se encarna para que Dios esté cercano a los hombres hasta el punto de hacerse realmente uno de ellos. «Se hizo en todo semejante a los hombres menos en el pecado», nos dice San Pablo.

El acto de despojamiento y de anonadamiento de Cristo revela la manera humilde de Dios de hacerse cercano a los hombres, haciéndose uno de entre ellos, pequeño y dependiente. Jesús es no solamente «Dios entre nosotros», sino también «Dios para nosotros»

A ejemplo de nuestros Fundadores y aprendiendo de ellos, contemplamos a Jesús Encarnado:

- que está presente y actúa en una época y un lugar determinados;

- que da su vida para salvar a los hombres.

a. Jesús Encarnado, un hombre que está presente en una época y en un lugar determinados

Meditando el misterio de la Encarnación, nuestros Fundadores contemplan la inserción humilde de Jesús en un medio familiar, profesional y social.

* Su humanidad

Su infancia: Los Fundadores contemplaron la pobreza del Niño en el Pesebre. ¿Y no vemos también cómo el Padre eterno, al enviar a su Hijo a la tierra para que fuera la luz del mundo, no quiso sin embargo que apareciera más que como un niño pequeño, como uno de esos pobrecillos que vienen a pedir limosna …?» (SV XI, 377 / ES XI, 263).

Para Santa Luisa, el estado de infancia del Hijo de Dios “da más libre acceso” para ir a Él. «… de su Infancia alcanzarán cuanto necesiten para llegar a ser verdaderas cristianas y perfectas Hijas de la Caridad si le piden su Espíritu” (Santa Luisa, Correnpondencia y Escritos: C. 712).

Su vida en Nazaret: Nuestros Fundadores se admiran ante el hecho de que el Verbo eterno hecho hombre pase la mayor parte de su vida en la oscuridad y dedicado a las tareas más ordinarias de la vida. La vida en Nazaret representa lo esencial de la vida de Jesús, es el lugar del trabajo silencioso, anónimo. “honrar el estado desconocido, la vida oculta del Hijo de Dios” (SV I, 87 / ES I , 149). «… el Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso llevar una vida común para conformarse a los hombres… Tenía también la misma forma de obrar, caminaba como nosotros, trabajaba como nosotros… quiso injertarse en nuestra naturaleza para unirnos a él; se hizo hombre para hacernos ver, por su forma de vivir, cómo hemos de vivir nosotros… (SV XII, 250, 251 / ES XI, 543).

A una Hermana que comienza una nueva implantación, Santa Luisa le aconseja que contemple la vida oculta de Jesús en medio de su pueblo. “honrar el `no hacer' del Hijo de Dios” (S.L. Corr. y Escr. C. 704 a Sor Ana Hardemont); “importa no despreciar el ` no hacer' de la vida oculta del Hijo de Dios....”  (SV IX, 18 ; 27 / ES IX, 37, 44).

Para los Fundadores, se trata de amar en la vida cotidiana, de hacer bien las cosas ordinarias de la vida, incluidas las tareas aparentemente pequeñas y oscuras.

* Su vida de Fe: “Jesús, Adorador del Padre”

San Vicente está marcado por la actitud de familiaridad que Jesús tiene con Dios y por su intimidad inigualable entre Él y su Padre. Jesús es “religión con relación a su Padre y caridad con relación a los hombres” (SV VI, 393 / ES VI, 370). Totalmente orientado hacia el Padre, Jesús está también totalmente orientado hacia los hombres.

Para nuestros Fundadores, se trata de vivir en unión constante con Dios para reconocer su presencia operante, no solamente en la oración, sino también en el corazón y en la vida de los hombres.

* Su combate espiritual : "Jesús, Servidor del Designio de Amor del Padre"

Nuestros Fundadores meditaron detenidamente en los gestos de humildad de Jesús a lo largo de su vida pública, tanto al principio de su ministerio cuando se inclina ante su precursor, como ante sus apóstoles cuando se abaja para lavarles los pies. “Debo recordar que la humildad que Nuestro Señor practicó en su Bautismo, es para servirme de ejemplo que debo imitar...”, dice Santa Luisa.

Para nuestros Fundadores, Jesús no busca más que la voluntad de su Padre. Su norma (de Nuestro Señor) era cumplir la voluntad de su Padre en todo, y dice que para ello bajó a la tierra, no para hacer su voluntad, sino la del Padre» (SV XII, 154 / ES XI, 449)

En el desierto, el Diablo trata de ponerlo en peligro. Lo tienta no solamente en su misión, sino sobre todo en la manera de realizarla. Jesús rehusa todo poder terrestre, todo éxito mundano, toda riqueza, para proclamar la primacía de Dios. Escogió libremente entrar en la vía oculta y sencilla del deber cotidiano. “El Hijo de Dios quiso ser pobre !...” (SV X, 205 / ES IX, 813); “Nuestro Señor quiso hacer todas las acciones de su vida por obediencia» (SV XII, 426 / ES XI, 688).

Para nuestros Fundadores, se trata de seguir a Cristo pobre, casto, obediente, llevando el combate contra el espíritu de poder, de dominio, de popularidad, de dimisión, etc.

b. Jesús Encarnado, un hombre que actúa para salvar a los hombres

Para San Vicente, Jesús es no solamente Adorador del Padre y Servidor de su designio de Amor, sino también Evangelizador de los Pobres. Jesús se encarnó para evangelizar y servir a los Pobres.

* Jesús Evangelizador “de los Pobres” (Lc 4,18-19)

A través de su lectura del Evangelio de la Samaritana, Santa Luisa contempla todo el amor de Cristo hacia la humanidad pecadora y entrevé su misión de reconciliación. (S.L. Corr. y Escr., E. 10, p. 675). Pero, ante la pobreza y la ignorancia del pueblo campesino, San Vicente contempla muy particularmente la prioridad que Jesús concede a los pobres para expresar el amor de Dios hacia todos los hombres: “… el Hijo de Dios vino a evangelizar a los pobres» (SV XI, 315 / ES XI, 209). “Nuestro Señor Jesucristo,… al parecer, había escogido como tarea, al venir al mundo, asistir a los pobres y cuidar de ellos...” (SV XI, 108 / ES XI, 33).

Para nuestros Fundadores, se trata de poner a los pobres en el centro de nuestra vida y de nuestras preocupaciones, de pensar y organizar nuestra vida en función de ellos.

* Jesús, Evangelizador, por la Caridad

Nuestros Fundadores meditaron detenidamente sobre la manera de evangelizar a los pobres, principalmente a través de su ser de “Caridad perfecta” que le hace arrodillarse ante los suyos para servirlos con un espíritu de humildad. “Nuestro Señor consumió sus fuerzas y su vida para el servicio del prójimo», dice Santa Luisa a las Hermanas de Nantes (S.L. 10.02.1657 - C. 571). Lleno de compasión hacia todos los que sufren, Jesús curó a los enfermos, expulsó a los malos espíritus, reintegró en la vida social a todos los excluídos, para manifestarles la ternura de Dios: “Tenemos que imitar la vida y manera de obrar de Nuestro Señor que… pudo decir que había venido a la tierra no para hacer su voluntad, para servir y no para ser servido» (Ibid. 27.06.1645 - C. 129).

Para los Fundadores, lo que caracteriza la actitud evangelizadora de Jesús, es aquella que lo pone en actitud de servidor ante los hombres, incluso ante aquel que se opone a Él, Judas: “El Hijo de Dios se consumió por amor al Padre en el servicio a los Pobres”. Para San Vicente y Santa Luisa, se trata de ponerse al servicio de la curación de todos los que sufren, a través de un servicio corporal y espiritual a fin de permitirles realizar su vocación de hijos del Padre y hacerse “amigos de Dios».

2. El misterio de la redención o Cristo Servidor

Nuestros Fundadores honraron a Cristo no solamente en su Encarnación, sino también en ese gran misterio de la Redención como el acto de Amor por excelencia. Contemplaron a Cristo bajo los dos siguientes rasgos :

- Cristo humillado, doliente;

- Cristo Servidor que da su vida hasta el extremo por los hombres.

a. Jesús humillado, el " Pobre ", por excelencia

“Nuestro Señor, cuando estaba en la Cruz, ¡en qué sufrimiento estaba! Aunque sabía muy bien que era para la salvación de los hombres y para la gloria de Dios su Padre, sin embargo, fue atravesado de dolores y lleno de penas interiores hasta exclamar : `Padre, ¿por qué me has abandonado?'”

Nuestros Fundadores contemplaron a Jesucristo humillado, escarnecido, despreciado, golpeado, flagelado, tomando sobre Él las violencias, las crueldades, las injusticias, las mentiras, para expiar todos los pecados y llevar al hombre al amor del Padre. Reconocieron el rostro de Dios a través de la humillación, del sufrimiento, de la incomprensión y la crucifixión. Para nuestros Fundadores, se trata de no dejarse desalentar por las contradicciones sino de ponerse en una actitud de espíritu de pobreza tal que Dios pueda amar y perdonar a través de nosotros.

b. Jesús Servidor da su vida hasta el extremo por los hombres

“¿Podía dar testimonio de un amor mayor que muriendo… de la forma en que lo hizo?” (SV XII, 109 / ES XI, 411). “Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor!… Viniste a exponerte a todas nuestras miserias,… a llevar una vida de sufrimiento y a padecer por nosotros una muerte ignominiosa; ¿hay amor semejante? ¿Quién podría amar de una forma tan supereminente? Sólo nuestro Señor ha podido dejarse arrastrar por el amor a las criaturas hasta dejar el trono de su Padre para venir a tomar un cuerpo sujeto a las debilidades. ¿Y para qué? Para establecer entre nosotros por su ejemplo y su palabra la caridad con el prójimo. Este amor fue el que lo crucificó y el que hizo esta obra admirable de nuestra Redención.» (SV XII, 264-265 / ES XI, 555).

Jesús Servidor vive su misión con un amor tal que lo lleva a una desposesión de sí mismo para ser todo para los demás. Va hasta el extremo de su ofrenda y ya que ésa es rechazada, ir hasta el extremo lleva consigo la muerte.

Nuestros Fundadores contemplaron en la Cruz la señal del amor infinito del Servidor que no se venga ni castiga, sino que perdona a sus verdugos y acepta el anonadamiento de sí. Es amando, sirviendo, salvando a los hombres en el anonadamiento y el don total de sí mismo en la cruz como Jesús asume el Designio de amor del Padre. Con ello nos aparece como “la fuente de amor humillado hasta nosotros» (SV XII, 264 / ES XI, 555). Para nuestros Fundadores, se trata de entregarse sin reservas, sin restricción y sin retorno para el servicio de los pobres. La reflexión sobre el Misterio de la Encarnación Redentora de Cristo se prosigue naturalmente con el Misterio de la Resurrección. Si Cristo resucitado no tiene ya nada que hacer con el espacio y está fuera del tiempo, está sin embargo con nosotros para siempre hasta el fin del mundo (Mt 28,20). La vida del Resucitado abraza todos los lugares y todos los tiempos. Continúa amando este mundo, queriendo su bien y su salvación. Cristo Resucitado nos invita a estar con Él y en Él, a ver en su vida terrena el modelo de la misión entre los pobres para continuarla.

D. Una espiritualidad de sierva encarnada en el hoy de los hombres

Cristo resucitado continúa encarnándose hoy en el corazón y en la vida de los hombres. Según la espiritualidad de los Fundadores, continuamos la misión de Jesucristo. Como ellos, experimentamos a Cristo encarnado y redentor, que continúa estando presente y operante en nuestra vida personal y en el corazón del mundo. Como ellos, respondemos a la llamada de Cristo que nos invita a continuar su misión entre los Pobres, ofreciéndole todo lo que somos y todo lo que hacemos, con una confianza continua en su divina Providencia (C 1,9).

Para nosotras, Hijas de la Caridad, la actualización de la espiritualidad de los Fundadores se autentifica en una espiritualidad del servicio, enraizada en la Caridad. La Constitución 2,1 (último §) dice que nuestra espiritualidad del servicio en el sentido amplio nos conduce progresivamente a una identificación con Cristo Servidor. “La imitación de Jesús Servidor es el fundamento que San Vicente y Santa Luisa proponen a las Hermanas para vivir como buenas cristianas, para ser buenas Hijas de la Caridad”. La Constitución 1,10 indica que la vía según la cual debemos dejarnos conducir por el Espíritu de Cristo Servidor es la de las tres virtudes evangélicas de humildad, sencillez y caridad.

Para los Fundadores, hay un vínculo profundo entre las tres actitudes de Cristo Servidor tal como lo describe la Constitución 1,5 (Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los Pobres) y las tres virtudes evangélicas que nos recomiendan.

Las tres virtudes evangélicas caracterizan nuestra espiritualidad de sierva :

1 - La humildad a ejemplo de Cristo Adorador del Padre:

- la acogida del Espíritu de Jesucristo;

- una mirada de fe sobre las personas y los acontecimientos.

2 - La sencillez, a ejemplo de Cristo, Servidor del Designio de Amor del Padre:

- una actitud de sierva para continuar a Cristo Servidor

3 - La caridad, a ejemplo de Cristo Evangelizador de los Pobres:

- un servicio de todo el hombre y de todos los hombres

1. La humildad a ejemplo de Cristo, Adorador del Padre

Nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad se caracteriza ante todo por una actitud profunda de acogida de la presencia de Cristo Resucitado antes de ser un obrar. Se enraíza en una fe viva en su presencia, ya que continúa encarnándose en la historia de los hombres, en la realidad sencilla de las alegrías y penas cotidianas, así como en las Sagradas Escrituras y en los Sacramentos.

a. La acogida del Espíritu de Jesucristo

Lo esencial de nuestra espiritualidad está en esta actitud de “vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Dios” y “revestirnos del espíritu de Jesucristo” (SV XII, 107 / ES XI, 236).En nuestra vida cotidiana, nos entregamos a Dios, nos disponemos a acoger su Espíritu para vivir en comunión profunda con Él a fin de servirle en los Pobres.Depender del Espíritu Santo es dejarle crear en nosotras la semejanza con Cristo humilde, sencillo y caritativo. (cf. C 1,10 ; 2,3). “Mis queridas Hermanas, entregaos a Dios para hacer bien lo que vais a hacer. Pedidle el espíritu de su Hijo, para que podáis ejecutar vuestras acciones, lo mismo que él ejecutó las suyas…” (SV IX, 534 / ES IX, 498). “Dios quiere que las Hijas de la Caridad se dediquen especial-mente a la práctica de tres virtudes, la humildad, la caridad y la sencillez” (SV IX, 596 / ES IX, 537).

Los tiempos de oración personal y comunitaria son tiempos privilegiados para contemplar a Cristo encarnado y acogerlo tal como se revela en el Evangelio y en la vida de hoy, especialmente en la vida de los Pobres. Con un espíritu de humildad, reconocemos el Amor del Padre que no cesa de salir a nuestro encuentro, de unirnos a Él. Nos dejamos encontrar por Cristo Servidor, aprendemos con Él a mirar el mundo como Él y a entrar más en su humildad y su caridad.

b. Una mirada de fe sobre las personas y los acontecimientos

La humildad es esta actitud de corazón que nos orienta hacia Dios, hacia los demás. Desarrolla en nosotros una capacidad de dirigir una mirada de fe que conduce a descentrarnos de nosotros mismos con una dinámica positiva ya que nos ayuda a reconocer la presencia operante del Padre en la persona y en la vida de los Pobres.

A ejemplo de los Fundadores, vivimos un auténtico encuentro con Dios al encontrar y servir a los Pobres. “Sirviendo a los Pobres, se sirve a Jesucristo” (SV IX, 252 / ES IX, 240). Cuando acogemos a los Pobres, acogemos al Señor tal como se deja ver hoy en nuestro mundo. Nutridas por la oración y por la Eucaristía, en la que descubrimos el cuerpo del Señor en los signos de los Pobres y sencillos de la Palabra, del pan y del vino bajo los que Él se presenta, aprendemos a reconocerlo más en el cuerpo y el espíritu de los más pobres así como en la opacidad de tantas situaciones difíciles en que vivimos: En una mirada de fe ven a Cristo en los Pobres y a los Pobres en Cristo, y se esfuerzan por servirle en sus miembros dolientes `con dulzura, compasión, cordialidad, respeto y devoción” (C 1,7). “Dadle la vuelta a la medalla y veréis con las luces de la fe que son esos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre...” (SV XI, 32 / ES XI, 725).

En la Fe, cualquiera que sea su tipo de pobreza, estamos invitadas a contemplar en el rostro de los Pobres humillados y desfigurados el rostro del Crucificado: Jesucristo pobre, humillado y desfigurado por su Pasión. Creemos que Jesús Resucitado continúa dejándose ver en todo hombre herido por la vida (heridas físicas, psicológicas, afectivas, morales, espirituales). ¡Habiendo acogido su Espíritu, podemos, como Tomás, reconocerlo como “Mi Señor y mi Dios” y decir con San Vicente : “Ellos son nuestros Amos y Señores”.

Al vivir esta actitud de fe que consiste en reconocer y acoger a Cristo encarnado en la oración, en los acontecimientos y la vida de los hombres, nos convertimos en “Adoradoras del Padre” y hacemos de toda nuestra vida un lugar de unión con Dios.

2. La sencillez, siguiendo a Cristo Servidor del Designio de Amor del Padre

La C 2,1 dice: “La imitación de Jesús Servidor es el fundamento que San Vicente y Santa Luisa proponen a las Hermanas para vivir como buenas cristianas, para ser buenas Hijas de la Caridad”. La C. 2,2 insiste: “Contemplan a Cristo en el anonadamiento de su Encarnación Redentora, maravillándose de que `Dios, en cierto modo, no pueda o no quiera estar nunca separado del hombre'». «Del Hijo del Hombre aprenden a revelar a sus hermanos el Amor de Dios por el mundo».

Una actitud de sierva para continuar la misión Cristo Servidor

Nuestro ser de Hijas de la Caridad debe traducir, prolongar en nuestro tiempo, el ser de Servidor de Cristo. Por eso nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad no se expresa solamente por una acogida, sino también por una actitud, un ser de sierva.

Al contemplar la actitud de Cristo, Servidor del designio de Amor del Padre, aprendemos progresivamente a tratar de no hacer más que lo que le agrada y desear hacer su voluntad a la manera del servidor. Esta virtud de la sencillez nos conduce a ser cada vez más Siervas del Designio de Amor del Padre, tratando de ir rectas a Dios con un comportamiento que sea legible por todos. La C 2,2 dice: “Se esfuerzan por ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, convencidas de que llegarán a ser instrumentos de sus obras sólo en la medida en que le sean fieles. Luisa de Marillac… deseaba que la Compañía fuese dependiente del Espíritu Santo, para que pudiera realizar el designio de Amor del Padre y dar testimonio del Hijo Resucitado”.

Esta actitud del corazón que nos hace buscar la voluntad de Dios nos ayuda a descubrir más profundamente el misterio de la Cruz de Cristo y nos lleva a seguirle en sus combates, en sus sufrimientos, a través de resoluciones concretas y de la práctica de los Consejos Evangélicos. Nos esforzamos por tender hacia el gesto de Jesús que se entrega totalmente al Padre para salvar a los hombres. La virtud de la sencillez nos recuerda que lavar los pies de los Pobres con humildad no es posible más que si vivimos en comunión constante con Jesús Servidor.

3. La Caridad a ejemplo de Cristo Evangelizador de los Pobres

Nuestra misión de Hijas de la Caridad prolonga, en nuestro tiempo, el misterio de la Encarnación redentora, es decir, el compromiso de Dios en la historia de los hombres. Por eso nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad no se expresa solamente por una acogida y un ser de siervas, sino también por un actuar. Enraizadas en Cristo Servidor que es “la fuente y el modelo de toda caridad” (C 2,1 - último §; C 1,4), al tratar de dejarle crear en nosotras su semejanza, podemos servirle en la persona de los Pobres.

Toda nuestra vida expresa “el estado de caridad” de la que Cristo es la fuente y el modelo. El amor inseparable a Dios y al prójimo que se expresa en nuestro servicio a los Pobres, da todo su sentido a nuestra vocación. Ser “siervas de los pobres” no es el acto de un momento, sino que nos introduce en un “estado de Caridad” (C 2,9 §1) que engloba toda nuestra vida. No hay que confundir caridad con generosidad o incluso con solidaridad. La caridad es a la vez visión de fe y puesta en práctica del amor de Dios.

Servir a todo el hombre y a todos los hombres

“Apóstoles de la Caridad”, somos enviadas por Cristo junto a los pobres para prolongar su obra de liberación y manifestarles con ello su rostro de amor. La caridad de Cristo crucificado nos apremia a amar a todo hombre y a “ayudarle a realizar su vocación de hijo de Dios” como dice la Constitución 2,3.

  • el servicio a todo el hombre

Cuando Jesús Resucitado se apreció a los Apóstoles, “les mostró sus manos y su costado” (Jn 20,20). Después dijo a Tomás : “Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo sino creyente;…» (Jn 20,27).

Como Tomás, estamos llamados a acercarnos a Cristo acercando nuestras manos a las heridas de los hombres, a tener en cuenta sus sufrimientos y a socorrerlos poniéndonos a su servicio en la actitud de Cristo Servidor. Animadas por la Caridad derramada en nuestro corazón por el Espíritu Santo, unimos el servicio corporal y espiritual.

  • el servicio a todos los pobres

La Caridad de Jesús crucificado nos apremia a servir a todos los Pobres sin excepción, ni de personas, ni de lugares, dando “la prioridad... a los verdaderamente pobres” (C 1,8 § 2). Tenéis una vocación que os obliga a asistir indiferentemente a toda clase de personas, hombres, mujeres, niños y en general a todos los pobres que os necesiten» (SV X, 452 / ES IX, 1010). Este servicio se vive en la reciprocidad del intercambio: nos evangelizamos mutuamente. Los Pobres nos evangelizan, nos interpelan, nos dinamizan.

E. María, maestra de vida espiritual

María, primera cristiana, Consagrada por excelencia, se sitúa en el punto de partida y en el centro mismo del Misterio de la Salvación. Su misión fue hacer entrar a Cristo en la historia humana. Y naturalmente, nuestras Constituciones nos recuerdan el lugar que Ella ocupa en nuestra vida de Hijas de la Caridad : “Quien quiere seguir a Jesucristo, encuentra a la que lo recibió del Padre. María, la primera cristiana, la consagrada por excelencia, está presente en la vida de la Compañía desde sus comienzos” (C 1,12).

Nuestros Fundadores descubrieron y contemplaron el lugar que María ocupaba en el corazón de Dios, especialmente a través de los textos de la Anunciación y de la Visitación. Al ver en María la sierva por excelencia del Señor, ven en su persona a la que podía indicarnos mejor cómo realizar nuestra vocación, puesto que su presencia es totalmente evangélica. «…que actúen como se imaginarán que podía actuar la santa Virgen; que consideren su caridad y su humildad, y que sean muy humildes ante Dios y cordiales consigo mismas, bienhechoras para con todos…”… (SV I, 514 / ES I, 509).

La Constitución 2,16 nos invita a tomar a María como maestra de vida espiritual. María es maestra de vida espiritual no solamente en el aprendizaje de una vida de unión con Dios sino también en el de un compromiso total de sierva. Por eso, la Constitución 1,12 podría parafrasearse de la manera siguiente: “quien quiere seguir a Jesucristo, Adorador del Padre, Servidor de su Designio de Amor y Evangelizador de los Pobres, encuentra a María, Inmaculada, Adoradora del Padre, Sierva de su Designio de Amor y ... Madre de misericordia y Esperanza de los pequeños, o Evangelizadora de los pobres”.

María Inmaculada, Adoradora del Padre

El texto de la Anunciación nos confirma la relación de María con el Señor: “llena de gracia”, “el Señor está contigo”. Vacía de todo lo que no es Dios, María nos muestra lo que el Espíritu puede hacer en una creatura. Totalmente abierta al Espíritu, sabe que ella sólo existe en segundo plano, en respuesta a una llamada. Su corazón está libre, vacío, para acoger en Ella sin restricción, con alegría y gratitud, el Don mismo de Dios.

El texto de la Anunciación nos revela también la manera de estar de María ante el Padre: profundamente atenta a Dios, escucha, ajusta sus latidos a los del corazón de Dios y se une a su presencia operante en el corazón y en la vida de los hombres. Totalmente orientada hacia Dios, está también como su hijo, totalmente orientada hacia los hombres, sus hijos. Profundamente recogida y totalmente abierta a los demás, María tiene esa mirada que está a la vez orientada hacia dentro y hacia afuera. Su encuentro con Isabel nos deja entrever su manera de vivir relaciones humanas auténticas y profundas, hechas de reciprocidad.

Igualmente, en la Natividad, María deja transparentar un sentido ilimitado de la acogida con relación a los pastores y a los magos. En Caná, su disponibilidad atenta y discreta le permite ver lo que nadie en realidad había visto: que la reserva de vino se había agotado. María es sensible al momento humano de la existencia, atenta a las situaciones concretas, a las personas y a las cosas.

María, Adoradora del Padre, es modelo de cercanía a Dios, de unión con Él. Nos enseña a darnos a Dios para servirle en la persona de los Pobres, a escuchar su Palabra a través de la palabra de los Pobres y a través de los acontecimientos.

María, Sierva del Designio de Amor del Padre

El texto de la Anunciación nos muestra que después de haber escuchado y reflexionado, María decide : “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. A través de esta palabra, María pone a la luz su identidad de sierva obediente del Padre.

Acogiendo libremente en su corazón el Designio de Amor del Padre, se entrega totalmente a Él manifestando su total disponibilidad. Deja que el Amor de Dios obre en su vida. No se trata de un “actuar” cualquiera, sino de una obediencia llena de amor a la Voluntad de Dios, de una respuesta a su petición, de una adhesión a su Designio de Amor. Su viaje a Aïn Karim expresa, a su manera, que una vida según la caridad supone siempre dejarse a sí mismo, salir de sus costumbres, deshacerse de todo lo que impide la marcha. No hay unión con Dios sin una renuncia a sí mismo.

María es el modelo de la adhesión al Designio de Amor de Dios. Esta actitud fundamental es la que debe guiarnos y animarnos siempre. No podemos ser verdaderamente siervas de los pobres sino en la medida en que nos hagamos siervas del Señor, que es como acogemos desde la humildad las manifestaciones de los deseos de nuestro Maestro.

María, Madre de misericordia, Evangelizadora de los Pobres

Después de haber escuchado la Voluntad de Dios y de haber reflexionado, María actúa. Su decisión pasa inmediatamente a la obra. Su ser de sierva se expresa a través de los gestos concretos de servicio. La vida con el Espíritu la proyecta siempre al exterior de sí misma para realizar su tarea humana. Por eso, impulsada por el Espíritu, María se pone en camino y se va “de prisa” para ayudar a su prima de edad avanzada.

* Con Isabel, María pone de relieve dos aspectos importantes de nuestro servicio a los pobres:

  • Su saludo nos inicia a una calidad de presencia junto a los Pobres, a dejarlos hablar, a escucharlos, a considerarlos por lo que son, a intercambiar en profundidad con ellos;

  • Sus gestos concretos de servicio traducen un amor que no teme cansarse, repetir los gestos que gastan el cuerpo.

María nos enseña a vivir de manera extraordinaria la vida ordinaria, a vivir relaciones auténticas y profundas con los pobres, a ponernos concreta y valientemente a su servicio para revelarles la ternura que Dios les tiene.

* En Caná, María nos hace entrar en una conversión de la mirada para mirar a los pobres de otra manera y estar atentas a sus necesidades esenciales. Nos lleva también a pedir ayuda a las competencias de los demás, esto con delicadeza, sin buscar el interés personal.

* Al pie de la Cruz, lejos de huir del desprecio, del sufrimiento, María está presente, acompañando a Jesús condenado.

* En el Cenáculo, María está presente, al servicio de todos, signo visible de Cristo invisible. Es un lazo de unión entre los discípulos, un fermento de unidad.

* En Pentecostés, María cree que el Espíritu de su Hijo continúa comunicándose y actuando en el corazón de los hombres ayudándoles a reconocerse hijos de un mismo Padre y a vivir juntos como hermanos.

Conclusión

Así, descubrimos en María la actitud justa de la sierva. Ella, que se dejó modelar por el Espíritu, nos enseña a dejarnos modelar por el mismo Espíritu para continuar la misión de su Hijo entre los pobres, en este comienzo del tercer milenio. Por eso nos gusta meditar cotidianamente dos oraciones evangélicas que son el Rosario y el Ángelus, como una manera entre otras de ayudarnos, no solamente a ajustarnos al paso de Dios que se acerca a nuestra humanidad invitándose a casa de María, sino también a aprender de María Sierva.

II. La espiritualidad de la Hija de la Caridad y los desafíos para hoy

Introducción

Después de haber hecho un discernimiento, un poco más cerca, de nuestra espiritualidad a partir de la experiencia de los Fundadores, se trata ahora de abordar la segunda cuestión que es muy importante: ¿Cómo vivir hoy esta espiritualidad de HdlC?, ¿Cómo continuar la misión de Encarnación redentora en el mundo de hoy?, ¿Cómo honrar a Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los Pobres en el contexto cultural de nuestros diferentes países?

La espiritualidad cristiana tiene un carácter radicalmente histórico y concreto. Por eso, tenemos que luchar contra una imagen ideal de las modalidades concretas para vivir nuestra espiritualidad en el mundo de hoy. Las modalidades varían según los lugares, los contextos, las evoluciones en curso. Es imposible determinar, de una vez por todas, desde el exterior. Hay que inventarlas sobre el terreno de la historia, y reajustarlas sin cesar.

Voy a limitarme a dos realidades mundiales y eclesiales de hoy que nos interpelan muy directamente:

- la primera es el fenómeno de la mundialización;

- la segunda es la Nueva Evangelización de que habla Juan Pablo II.

Ante la mundialización, tenemos que inculturarnos cada vez más en el mundo de los pobres, lo que se va a traducir en un estilo de vida cercano a los pobres y una mirada positiva a la vida que puede extrañarnos y desconcertarnos, para descubrir la presencia actual del Resucitado que llama a seguirle y abre un camino de esperanza. Para comprometernos en la Nueva Evangelización, el servicio a los pobres vivido con un espíritu de humildad, de sencillez y de caridad es un camino auténtico de evangelización.

A. La Hija de la Caridad, sierva, encarna la presencia de Cristo en el mundo de los pobres

  1. Un contexto : la mundialización

La mundialización es un proceso de intercambio planetario que pone en relación los países, las economías, los grupos, las etnias, las religiones, las culturas, los valores con sus aspectos positivos y negativos. Podemos, sin duda, afirmar que jamás la humanidad ha tenido la posibilidad de estar tan unida como hoy y, en los próximos decenios, gracias a las nuevas tecnologías, con la entrada de los ordenadores en las casas, o en la facultad, cada uno de nosotros podremos acceder a informaciones y posibilidades de encuentros casi ilimitadas.

La mundialización con su capacidad de intercambio puede crear mejores posibilidades de vida para todos; pero favorece también la concentración del poder entre las manos de algunos y lleva a la adopción de una forma de pensamiento y de acción únicas, a nivel universal. Contribuye a la desaparición progresiva de puntos de referencia colectivos: sociales, políticos o espirituales. A través del mundo, la baja de los valores tradicionales y el incremento de una cultura centrada en los aspectos materialistas y económicos tienden a eliminar las diferencias culturales.

Aunque nos vemos inducidos a conocer lo que ocurre en otros lugares por la rapidez de la comunicación, no podemos olvidar la importancia de las raíces culturales, sociales, religiosas de todo hombre y de sus valores. Cada persona es capaz de mostrar sus valores viviéndolos, y por consiguiente de mostrarlos “vivos” para los demás.

En este mundo donde las técnicas de comunicación se desarrollan y se perfeccionan de día en día, el misterio de la Encarnación redentora y el misterio de la Resurrección nos lanzan desafíos: ¿cómo entramos en relación con los demás? ¿Qué comunicación favorecemos?

  • La Encarnación de Cristo nos remite a los límites de las relaciones humanas: Cristo vino a unirse a todo hombre en una dimensión universal para comunicar un mensaje de amor a través de una calidad de presencia y una relación de reciprocidad;

  • En la Cruz, Cristo es el despreciado por excelencia. Sin embargo, viviendo los valores supremos de la Verdad y de la Bondad en su situación de rechazado, nos abre un camino de Liberación y de Vida;

  • La Resurrección nos presenta el misterio del Espíritu presente en todo hombre; Éste se expresa por medio de las capacidades de vida y de participación en la construcción de una sociedad más fraterna.

Para nosotras, Hijas de la Caridad, en este mundo de comunicación mundial, el centro de nuestra preocupación y de nuestro compromiso es la persona del Pobre. No se trata primero de comprometernos en un gran proyecto humanitario de dimensión mundial, sino de lanzarnos a una aventura de relación y de servicio donde reinan disponibilidad y apertura al trabajo del Espíritu.

Nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad nos conduce a:

  • buscar, juntamente con otros, caminos concretos para vivir el hoy de la presencia de Cristo en todos, y particularmente en los pobres;

  • dirigir nuestra mirada a personas concretas, individualmente, ya que cada una posee una dignidad y vive una realidad propia en un lugar y un tiempo determinado, en una cultura determinada.

2. Un desafío: vivir cerca de los pobres

Por vocación, nos vemos llamadas a afrontar el desafío de acercarnos a “los que están destituidos de todo” a fin de hacer presente a Cristo en medio de los pobres.

a. Proximidad a los pobres

Siguiendo a Cristo, que eligió venir entre nosotros, estamos llamados a “ir hacia ellos” y vivir en proceso de “domesticación”: “Estar con, compartir las condiciones de vida de la gente, acoger, ir hacia, participar en la vida de la gente...”.

La Madre Guillemin en 1968 dijo: “El primer reflejo del amor es tender a asemejarse a los que se ama... Por eso nos sentimos apremiadas a hacernos cercanas a los pobres, a habitar en medio de ellos en una verdadera cercanía de vida y de preocupaciones.” Las palabras de nuestra Carta Magna dicen: “tienen por monasterio las casas de los enfermos”, etc... Los lugares donde estamos son las calles de la ciudad y las salas de los hospitales. Allí es donde encontramos a Dios. “Una Hermana irá diez veces al día a ver a los enfermos y diez veces al día encontrará a Dios en ellos” (SV IX, 252 / ES IX, 240). La habitación de alquiler requiere el estilo de vida en el que rehusamos instalarnos. (C. 1. 9).

Nuestro estilo de vida nos permite vivir una proximidad lo más verdadera posible con los pobres. “Ir hacia ellos, a sus casas” significa “dejar” nuestro estilo de vida, nuestras maneras de vivir, de pensar, para descubrir los de los pobres y acercar en la medida de lo posible nuestra manera de vivir a la “de nuestros amos”. No se trata solamente de efectuar un desplazamiento geográfico sino de experimentar una proximidad favorable con el fin de entrar progresivamente en una mayor comprensión de sus necesidades, su mentalidad, sus dificultades...

* La inculturación

La inculturación supone, en primer lugar, dedicar tiempo a vivir con los pobres, a crear vínculos y a durar en la fidelidad para descubrir progresivamente su historia. Podemos hablar de “vida oculta” como tiempo necesario para poder realizar nuestro servicio, para enraizarnos entre ellos, hacernos pobres con los pobres, vivir entre ellos y para ellos.

Ciertamente, no es la proximidad física lo que más importa. Podemos vivir todo el día fuera de nuestra comunidad, encontrar a muchos pobres; si mantenemos una mentalidad posesiva, maternalista o moralizante, no salimos de nosotros mismos, de nuestro medio mental. La verdadera proximidad con los pobres supone una actitud interior. En el corazón es donde reside la verdadera fraternidad. Sólo los conocemos bien si los amamos.

La actitud de la Encarnación de Cristo es la referencia fundamental donde toma raíces la razón de ser de nuestra cercanía a los pobres.

Nuestra calidad de presencia se da siempre con un ritmo pascual: se trata de salir de nuestro “universo” para unirnos al de los pobres, de vaciarnos de nosotras mismas para hacerles un lugar saliendo a su encuentro allá donde están, tal como son y no como nosotros los quisiéramos. Tenemos que convertir sin cesar nuestras maneras de ver, de pensar y de comprender para unirnos a las maneras de ver, de pensar y de comprender de Cristo. Al vivir nuestra espiritualidad en un mundo donde reinan lo efímero y lo superficial, respondemos al desafío de la duración y de la calidad en las relaciones.

b. Relaciones de reciprocidad

La convicción central de nuestra fe cristiana es que el Espíritu del Resucitado se da a todo ser humano. Él nos precede, está presente en la vida de cada hombre, le habla al corazón, está ya operante en él, y nosotros no hacemos sino unirnos a su acción. Vivir con los pobres, no es pues solamente hacer algo por ellos, sino entrar en diálogo con ellos estando atentas al misterio de la acción de Dios en ellos, reconociendo que lo esencial del mensaje cristiano puede encontrarse ya en ellos.

En primer lugar es necesaria la escucha que dispone a recibir lo que los pobres llevan en sí como gérmenes del Espíritu. La escucha nos ayuda a dejarnos transformar como Cristo se dejó conmover por la palabra de una mujer pagana, la Sirofenicia. Esta actitud nos hace respetar a los pobres y considerarlos en profundidad. Podemos entonces acogerlos y hacer nuestra su manera original de vivir. En efecto, no basta solamente con dialogar con ellos, sino que hace falta también acogerlos con respeto por lo que son y lo que hacen, por aquello a lo que aspiran, hasta el punto de aprender a ver la realidad a través de sus ojos.

Una disposición de fondo está en el corazón de esta manera de vivir con los pobres: hacerse “partenaire” (compañero), con una actitud de reciprocidad, donde cada uno da y recibe, y da para crecer en una comunicación mutua. Después, podemos realizar un real trabajo de discernimiento para recoger y seleccionar lo que va a favorecer y nutrir la vida, y denunciar juntamente con ellos lo que constituye un obstáculo a esta vida que quiere nacer y crecer. Al vivir nuestra espiritualidad en un mundo donde reinan el "cada uno para sí”, nosotras afrontamos el desafío de ser verdaderos “partenaires” (compañeros) donde cada uno da y recibe para avanzar juntos.

* Los pobres nos evangelizan mediante sus propios valores

La fe es un don de Dios que nos hace acoger a Dios en nuestras vidas: la verdadera religión, hermanos míos, la verdadera religión está entre los pobres. Dios los ha enriquecido con una fe viva: ellos creen, palpan, saborean las palabras de vida…. Lo ordinario es que sepan conservar la paz en medio de sus penas y calamidades. ¿Cuál es la causa de esto? La fe. ¿Por qué? Porque son sencillos y Dios hace abundar en ellos las gracias que les niega a los ricos y sabios del mundo» (SV XI, 201 / ES XI, 120).

La fe no está en acción solamente en la oración, sino que debe llegar a ser la guía de nuestros pensamientos, de nuestros juicios y de nuestras acciones. La mirada de fe nos conduce a “ver” y amar al Señor en todo lo que es humano, con una atención especial hacia todo lo que es pequeño e insignificante a los ojos del mundo. El espíritu de fe nos hace mirar verdaderamente a los pobres “como a nuestros amos y señores” que nos evangelizan y no como a personas hacia las que nos inclinamos. Los pobres nos evangelizan por sus cualidades y por los valores que viven en la vida cotidiana. En el mundo de los pobres, a pesar del egoísmo que puede manifestarse y de la tentación del “cada uno para sí”, se crean lazos de solidaridad, un clima de ayuda mutua y de compartir de manera muy sencilla. Con frecuencia los pobres que tienen la experiencia de la miseria se sienten interpelados por la miseria de los demás. Además de la solidaridad, los pobres tienen con frecuencia la sensibilidad para saber apreciar lo que se hace por ellos, de quedar contentos y mantener una verdadera gratitud. Podemos todavía profundizar más. El pobre es quizá el único que da haciendo de su don un acto de amor, pues para él, el don implica una privación. Además, cuando los pobres nos acogen tal como somos, con todas nuestras limitaciones, nos hacen descubrir la inmensa capacidad de acogida y de misericordia de Dios. Al vivir nuestra espiritualidad, respondemos al desafío de dejarnos evangelizar por los mismos pobres.

  • Los pobres nos evangelizan por medio de sus pobrezas

Los pobres nos evangelizan no solamente por medio de sus cualidades sino también porque nos zarandean y nos piden una profunda conversión. Solicitan lo mejor de nosotros y nos hacen pasar de lo instintivo a lo espiritual. Si nos evangelizan, no es porque ellos son ejemplos vivos de virtudes. Su corazón, en efecto, puede ser tan violento o mentiroso como cualquier otro corazón humano. Nos humanizan porque manifiestan lo que es el hombre. Nos revelan que el ser humano es pequeño, frágil, pecador, mortal.

Sin pedir explícitamente afecto, los pobres nos recuerdan que una necesidad primordial del hombre es el respeto, el reconocimiento y la estima. Lo que buscan por encima de todo es una mirada que les hable de atención, de consideración, una mirada que les dé una imagen positiva de ellos mismos.

Porque necesitan relaciones verdaderas, los pobres nos ayudan a centrarnos en lo esencial de la vida que es el intercambio, la gratuidad, el amor.. Si escuchamos sus llamadas, los pobres despiertan en nosotros la compasión y la bondad, liberan en nosotros capacidades de amor insospechadas.

Para perseverar en unas relaciones auténticas con los pobres, que a veces nos dan miedo, es preciso que reconozcamos que ellos nos revelan nuestra propia pobreza. Sin saberlo, ellos ponen el dedo en nuestras heridas y en nuestras limitaciones que nos impiden amar en plenitud. Se convierten para nosotros en un espejo y nos ayudan a reconocer que en definitiva, no somos tan diferentes unos de otros. A menos que nos endurezcamos, los pobres pueden ser para nosotros una gracia de reconciliación en profundidad, con nosotros mismos y con los otros.

Cuando somos capaces de ver a los pobres como aquellos que, en razón de sus debilidades, nos revelan una verdad fundamental sobre nuestra humanidad, a saber: nuestra propia fragilidad, ellos crecen y nosotros con ellos. En el pobre, Cristo nos interpela. No podemos encontrarnos con el pobre si nuestro corazón no está profundamente habitado por un impulso de fraternidad, deseoso de renunciar verdaderamente a querer estar por encima de ellos para estar sencillamente con ellos, incluso para ser el más pequeño entre ellos. Ante los pobres, nos sentimos invitadas a la solidaridad, a la justicia. Los pobres nos evangelizan así, de manera distinta, llevándonos a la Caridad, a la humildad en el servicio.

Ponernos al servicio de los pobres, en lugar de dominarlos queriéndoles imponer nuestro saber y nuestros proyectos, es también dejarnos evangelizar y abandonar la idea de que nosotros podemos “salvar” a alguien. Aceptando ser servidos por nosotras, tal como somos, los pobres nos ponen en situación de expresar, más allá de nuestras limitaciones, la fuente de amor que brota en nuestro corazón y la capacidad de dar la vida siguiendo a Cristo Servidor. Al vivir nuestra espiritualidad, respondemos al reto de una verdadera fraternidad en la que el más pequeño, el más débil, es el preferido.

B. La Hija de la Caridad, sierva, encarna el actuar de Cristo Servidor en el mundo de los pobres

Estamos en el mundo no para acomodarnos en él ni asimilarnos a él, sino para continuar la misión de Jesucristo. El mundo es el lugar donde se verifica la autenticidad de nuestra fe y de nuestra caridad.

1. Un contexto: la Nueva Evangelización

La expresión “nueva evangelización” fue creada y lanzada por Juan Pablo II en su carta a los obispos europeos el 2 de enero de 1986, en la que escribía: “A las profundas y complejas transformaciones culturales, políticas, éticas y espirituales que han terminado por dar una nueva configuración a la sociedad europea, debe corresponder una `nueva calidad de evangelización' que sepa proponer al hombre de hoy el mensaje eterno de la salvación en términos nuevos y convincentes”. “Debemos dar testimonio con nuestras obras de que lo amamos”, decía San Vicente. El servicio a los pobres es camino de evangelización como manera de vivir auténticamente el Evangelio.

2. Un reto: servir a los pobres al estilo de Cristo Servidor

Nuestra espiritualidad de servicio procede de la forma como nuestros Fundadores comprendieron la Encarnación y la misión de Cristo: “Para ser verdaderas Hijas de la Caridad, hay que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra” (SV IX, 15 / ES IX, 34). Dios fundó la Compañía para “hacer lo que un Dios ha hecho en la tierra... para honrar la santa vida humana de Nuestro Señor” (SV IX, 60 / ES IX, 73).

Dios nos envía hacia los pobres para manifestarles su Amor. Lo que nos caracteriza, no es tanto el servicio como una espiritualidad de sierva. Y esta espiritualidad de sierva la manifestamos por el amor a Dios y el amor a los pobres que se traduce en el ejercicio de la Caridad. Nuestro amor afectivo a Dios nos conduce a un amor efectivo a los pobres. Es necesario que nos vaciemos de nosotras mismas para estar totalmente orientadas hacia el bien de los pobres. Para combatir la tentación de imitar a los “reyes de las naciones” (Lc. 22, 25) y de seguir la cultura-ambiente de la sociedad con todas sus formas de ayudar a los pobres “desde arriba”, nuestros Fundadores nos recuerdan, a tiempo y a destiempo, la necesidad de “imitar al Hijo de Dios que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios su Padre” (SV IX, 20 / ES IX, 38).

Estando revestidas del Espíritu de Cristo, podemos amar y servir a los pobres con:

  • “respeto y devoción” lo que revela un espíritu de humildad “viendo siempre a Dios en ellos” (C. 1.4);

  • “cordialidad” que expresa la sencillez del corazón;

  • “compasión y dulzura” que manifiesta un espíritu de caridad.

Nuestra vocación de Hijas de la Caridad equivale a reproducir la vocación de Jesucristo: “Miremos al Hijo de Dios: ¡qué corazón tan caritativo! ¡qué llama de amor!...(SV XII, 264-265 / ES XI, 555).

a. Con una actitud de sierva que consistirá en la práctica de las virtudes de su estado: humildad, sencillez, caridad.

Para llegar a ser verdaderamente “siervas de los pobres” y para que nuestro servicio a los pobres sea expresión de la misión de Cristo, es necesario entrar en la dinámica del Espíritu de Cristo. No hay verdadero servicio a los pobres sin una auténtica conversión del corazón. El servicio que debemos proponer a la sociedad hoy, debe estar impregnado y caracterizado por las virtudes necesarias que San Vicente pedía para su hijas.

  • La Humildad

Para hacer un servicio a los pobres con respeto, la primera virtud indispensable es la humildad. No hay que confundir la humildad con un complejo de inferioridad, o con tener una mala imagen de uno mismo o una falta de seguridad. La humildad no es ni debilidad, ni timidez, ni falta de personalidad, y consiste aún menos en ocultar los dones recibidos. La humildad nos lleva a volvernos más hacia Dios y hacia los pobres y a comprometernos en su favor, como Dios quiere que hagamos. Es un descentrarnos de nosotros mismos en una dinámica positiva que nos proyecta hacia los otros, y esto nos libera de muchas complicaciones inútiles así como de muchos complejos.

Servir a los pobres con humildad es, en primer lugar, escucharlos, en gratuidad, antes de buscar la manera de resolver sus problemas. Ponerse a su servicio exige un esfuerzo de atención para entrar en lo que constituye su universo, abriéndonos ante todo al misterio de la persona, intentando comprender sus sufrimientos y sus alegrías. Esto supone por nuestra parte una actitud de discreción y de modestia.

La humildad nos enseña, no solamente a estar atentas a la vida de los pobres, sino también a meditar en ella para captar su punto de vista. Nunca terminaremos de comprender el lenguaje de los pobres. Creemos, a veces demasiado de prisa, haber encontrado la buena fórmula para explicar o ayudar a la gente a levantarse. Sin cesar estamos llamadas a profundizar en nuestra calidad de apertura al diálogo para buscar con ellos caminos de comprensión mutua.

La humildad nos hace hablar oportunamente. Nos ayuda a pedir la palabra en el momento oportuno, con una actitud favorable “a priori”. La humildad nos lleva a creer que los pobres son portadores de un pensamiento único que no sospechábamos y del que podemos aprovechar. Tomando en serio su vida y su pensamiento, creemos en sus posibilidades y podemos confiar en ellos.

La convicción de que los pobres llevan en ellos mismos riquezas sin cultivar, nos impulsa a desarrollar una cualidad de presencia discreta y atenta a los menores signos de esperanza, a sus aspiraciones, a sus expectativas profundas. Los pobres necesitan un amplio espacio de confianza. Cuando se sienten comprendidos, es posible comenzar a hacer algo con ellos. La decisión la toman ellos y no nosotras. Sólo la humildad nos permite tener esta actitud capaz de reconocer que cada situación debe abordarse a partir de ella misma y no a partir de la nuestra. Revestidas de un espíritu de humildad, nuestras actitudes y nuestras palabras no serán suficientes, ni seguras de tener siempre razón. El riesgo de ponernos nosotras como punto de referencia o de hacer comparaciones que pueden herir a los demás, será menor. La humildad nos ayuda a dominar nuestros reflejos de poder y de afirmación de nosotras mismas; nosotras que sabemos, que podemos, que criticamos, aprendemos a dominar el poder que tenemos en nuestras manos.

La humildad nos ayuda a ir más allá de lo humano o de lo psicológico para entrar en el terreno del amor. Nos hace descubrir cosas nuevas, nos permite tener una mirada nueva hacia los pobres. La manera como los pobres se presentan ante nosotras depende en gran parte de nuestra actitud hacia ellos. La humildad nos permite acercarnos a los pobres desde la fe, a reconocer en ellos la presencia de Dios. Si nos falta la humildad, los privamos de su profundidad, los separamos de sus raíces y, de esta forma, los devaluamos. Los pobres necesitan ser considerados por ellos mismos antes de ser ayudados. No piden primero que los socorramos, sino que los miremos y los reconozcamos como personas. La humildad nos ayuda a mirarlos como a nuestros “maestros” que nos predican con su sola presencia.

La humildad es ante todo un acto de Fe en Cristo, especialmente en su Encarnación Redentora; esta Fe que no consiste solamente en hablar de la grandeza de todo hombre, sino que invita también a penetrar, a ver más allá de cada rostro para descubrir en él el icono de Cristo.

  • La Sencillez

No hay que confundir Sencillez con voluntad de afirmación de uno mismo o voluntad de poder; ni Sencillez con espontaneidad e ingenuidad. La ingenuidad es un exceso de confianza, con frecuencia fruto de la ignorancia, la inexperiencia o la falta de reflexión. La espontaneidad nos hace reaccionar inmediatamente, obedeciendo al primer impulso, sin discernimiento.

La condición humana es la del claro-oscuro; existen en todo hombre contradicciones, ambivalencias, debilidades y toda una zona de misterio. Sin embargo, la sencillez, que es ante todo una actitud del corazón, nos lleva a pasar del “yo” superficial al “yo” verdadero y profundo y a ajustar, lo más posible, nuestra voluntad con la Voluntad de Dios. La Sencillez nos permite tener una actitud de autenticidad que crea relaciones claras, sin ambigüedad y sin dar lugar a sospechar otra cosa más que lo que aparece. Gracias a nuestro corazón sencillo, sin disimulos de ninguna clase, sin complicaciones, sin buscarnos a nosotros mismos, nos manifestamos con toda sinceridad y actuamos sin duplicidad, sin afectación ni ostentación. Si no calculamos en nuestro interior, se aclararán nuestros sentimientos y los pobres se encontrarán a gusto entre nosotras; además, esto nos ayudará a pensar que los otros tampoco calculan.

Por el contrario, si nos falta sencillez con los pobres, corremos el riesgo de cuestionar su sinceridad y de sospechar de ellos. Los pobres son muy sensibles a la falta de sencillez y las relaciones son entonces falsas. La sencillez nos ayuda a evitar toda ambigüedad en nuestra manera de hablar, en nuestra forma de ser, evitando así atraer la atención en todos los sentidos “buenamente y sencillamente”. Cuando caminamos con rectitud, no tenemos constantemente en nuestra boca la contestación o la crítica negativa o amarga. La sencillez no nos permite hacer un juicio negativo de los pobres. Aun cuando podamos achacar ciertas causas a algunas pobrezas, la sencillez nos ayuda a constatar las dificultades del momento vividas por los pobres.

Nuestra cualidad de siervas de los pobres nos exige esta sencillez en todas las cosas, en nuestro estilo de vida, si queremos que los pobres nos comprendan. La sencillez consiste también en buscar a Dios y su gloria en todo lo que hacemos.

  • La Caridad

La especificidad de nuestra espiritualidad es hacer del servicio a los pobres un acto de Caridad. Nuestro espíritu es la Caridad. No debemos confundir Caridad con generosidad ni tampoco con solidaridad. La caridad no consiste en “un impulso del corazón” ni en un sentimiento. No se puede limitar a “acciones”, aunque sean muy generosas. La Caridad es la expresión misma de la Caridad del Padre, de su Amor gratuito por el hombre. La Caridad nos hace participar del sentimiento más profundo del Corazón de Dios, de su misericordia y su fidelidad para con el hombre. La Caridad es amar hasta el extremo, cualesquiera que sean las dificultades que encontremos en el camino. La Caridad permanece en el tiempo.

Las dos expresiones “servicio” y “caridad ” no van naturalmente juntas. Servir a los pobres es reconocerlos como personas que dependen de otras, en una situación de necesidad y por lo tanto de inferioridad. Ahora bien, el servicio a los pobres no es solamente una ayuda humanitaria, es un lugar donde tenemos que dar testimonio de Jesucristo Servidor de una manera efectiva. Nuestro compromiso en el servicio a los pobres lo vivimos con el afecto de un corazón que ama.

El servicio a los pobres es la puesta en práctica del Amor de Dios a través del compromiso de toda nuestra persona en la fidelidad. Encuentra su energía y su expresión en el Amor de Dios.Puesto que la Caridad no existe sin humildad ni sencillez, nos esforzamos por manifestar la Caridad de Dios a través de un servicio humilde y sencillo. Sirviendo a los pobres con caridad, les mostramos las acciones de Dios, quién es y cómo ama “hasta el extremo”. Nuestros gestos en el servicio a los pobres no tienen sentido más que si los hacemos por amor y con amor... No se trata tanto de realizar acciones como de hacerlas “en caridad” (SV IX, 49 / ES IX, 64).

Lo importante es que la Caridad de Cristo penetre en nuestro corazón para amar sin medida, para ser compasivas, abiertas a los demás, sin juzgarlos. Por la caridad nos solidarizamos con los pobres hasta el punto de aceptar que nuestra vida se vea por ello totalmente perturbada. Al vivir nuestra espiritualidad respondemos al reto de optar por un espíritu de servicio que exprese la Ternura de Dios para con los Pobres.

b. Con una preocupación constante por la promoción del hombre en su totalidad y de todos los hombres

Nuestro amor a Dios no puede limitarse a una mera experiencia espiritual, debe plasmarse en un compromiso a favor de la dignidad, de la promoción del hombre. Se trata de servir a los pobres teniendo en cuenta todas sus pobrezas: física, económica, intelectual, moral, espiritual, y facilitándoles los medios para que recuperen su dignidad. Incluso si el punto de partida del servicio se encuentra en una dimensión particular de la persona: física, afectiva, intelectual, económica, espiritual... nuestro servicio debe abarcar a toda la persona.

  • Un servicio corporal de calidad

San Pablo dice: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios...?” (1 Co 6, 19-20). Si el cuerpo es verdaderamente el lugar donde Dios habita, una tierra santa, esto transforma profundamente la relación y el servicio. La vida de cada pobre es sagrada y por ello nosotros tocamos su cuerpo aún con más respeto. Al lavar los pies a sus discípulos y al decirnos que hagamos nosotros lo mismo, Jesús nos indica la importancia de acercarnos al cuerpo del otro con dulzura y ternura, pues este cuerpo es muy valioso: es la persona.

Nuestros Fundadores nos piden que sirvamos a nuestros hermanos que sufren con “compasión, dulzura, cordialidad, respeto y devoción” (SV X, 331 / ES IX, 915). Nuestros gestos, ya sea en el terreno de la enseñanza, de la educación o de la atención sanitaria y social, están llamados a ser gestos de caridad, es decir, que proceden del Amor de Dios. No deben reducirse a gestos puramente profesionales, aunque tienen que adaptarse a las normas profesionales y administrativas que los rigen y realizarse con la competencia necesaria.

Tenemos que acompañar a los pobres en su camino, despertando en ellos la conciencia para que puedan poco a poco, por ellos mismos, analizar y comprender su situación, evaluar las realidades en las que están implicados, discernir y buscar las soluciones para lograr un futuro mejor.

  • Un servicio espiritual de calidad

Acercarnos a los pobres, acogerlos, escucharlos, amarlos y servirlos son las condiciones necesarias para que nuestro servicio sea evangelizador. Efectivamente, por el servicio a los pobres, nos ponemos al servicio de la Buena Noticia de Jesucristo. Nos esforzamos por proclamar la Buena Noticia tanto a través de las obras como de las palabras y por “encarnar esta proclamación” de forma que cualquier persona de buena voluntad pueda oír esta Buena Noticia, presentada de la manera más auténtica y sencilla posible, y por tanto pueda profundizar en ella y, si lo decide, acogerla. Sin embargo, esto no quiere decir necesariamente, que vayamos a convertir a todos los hombres que no son cristianos, ni que podamos hacer que todos los bautizados vuelvan a la Iglesia.

Vivir el servicio espiritual consiste también en esforzarnos por ayudar a los demás a ponerse en situación de “dar”. La mayor alegría que podemos dar a los pobres es facilitarles que ellos puedan “dar”. Es también estar abiertas a los interrogantes de nuestros contemporáneos, buscando no tanto dar respuestas prefabricadas como profundizar en esos problemas.

* A todos los pobres

“Tenéis una vocación que os obliga a asistir indistintamente a toda suerte de personas: hombres, mujeres y niños y, en general, a todos los Pobres que os necesitan” (C 1.7). Al vivir nuestra espiritualidad, respondemos al reto de trabajar por el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres.

c. Con un espíritu de colaboración

El voto que hacemos de servir corporal y espiritualmente a los Pobres, exige el don de nuestra persona y de nuestro tiempo. Pero el servicio a los Pobres no se limita únicamente al servicio a la persona en dificultad, sino que tiene también en cuenta su medio ambiente y a las otras personas con las que estamos llamadas a colaborar.

El Espíritu Santo nos impulsa hoy, más que nunca, a compartir con los laicos nuestra espiritualidad a fin de que trabajemos juntos para un mejor servicio. Esta ayuda mutua en el servicio, esta colaboración no responden a una estrategia práctica como resultado de una disminución de los miembros de la Compañía. Se trata de un componente esencial de nuestra vocación.

* Colaboración en el interior de las Obras de la Compañía

Vivimos nuestra espiritualidad de servicio favoreciendo al máximo la colaboración con los laicos en nuestras propias obras apostólicas. Actualmente, muchas de nuestras obras se apoyan principalmente en ellos, y es así como podemos continuar la misión de la Compañía. Esta colaboración con los laicos extiende el campo de acción de nuestra misión y transforma nuestra manera de servir a los pobres. Igualmente, enriquece lo que hacemos y lo que vivimos, nos estimula a animar a los laicos a abrirse a la espiritualidad vicenciana, a acompañarlos, a apoyarlos y a formarlos. Esta colaboración requiere una actitud de disponibilidad, de escucha, un saber compartir.

* Colaboración con “los que trabajan en la promoción de los derechos de los pobres”

Nuestro servicio hoy día nos llama también a colaborar más estrechamente con instituciones, organizaciones y actividades que no dependen de la Compañía. Entre éstas se encuentran los centros sociales de desarrollo y asistencia, instituciones de educación, organizaciones internacionales, comunidades eclesiales, movimientos y servicios de Iglesia. Esta colaboración es un lugar privilegiado para vivir nuestra espiritualidad de Hijas de la Caridad en complementariedad con otras personas. Al vivir nuestra espiritualidad, respondemos al reto de poner en común nuestras riquezas respectivas para promover la dignidad de los Pobres.

(Traducción: Centro de Traducción - Hijas de la Caridad, París)

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