La formación de los nuestros en el pensamiento de San Vicente. Elementos de Espiritualidad

LA FORMACIÓN DE LOS NUESTROS EN EL PENSAMIENTO DE

SAN VICENTE

ELEMENTOS DE ESPIRITUALIDAD

P. Luigi Nuovo, C. M.

San Vicente, que no dejaba pasar ocasión para presentarse como *un pobre alumno de segundo año", tenía, sin embargo una sólida formación teológica, espiritual y también en Derecho canónico. De hecho sabía responder con una cierta competencia a las cuestiones que le eran presentadas.

Ciertamente no era un hombre que consideraba la ciencia por la ciencia, o en su dimensión académica, contra lo que ponía en guardia. La veía a la luz del servicio eclesial, pastoral y de los fines de la Congregación; es decir en orden a la formación de buenos sacerdotes y a la evangelización de los pobres.

Lo que le movía, consiguientemente, por encima de todo, era una fuerte sensibilidad y preocupación apostólica. Sus consejos y avisos con respecto a la formación de los sacerdotes y en particular de un futuro Sacerdote de la Misión pueden reducirse a tres criterios principales:

1. Tratar de practicar las virtudes cristianas y "las propias de nuestro estado", como Cristo que "primero practicó y después enseñó" (R.C. de la CM.). El misionero está llamado a configurarse con Cristo, a adherirse a Cristo, a identificarse con Él; a poner la mira en la santidad de vida de una manera primordial.

2. El empeño para adquirir una sólida y seria formación teológica, moral, espiritual -como quería la Iglesia a la luz del Concilio de Trento-, para ser anunciador, profesor, catequista, confesor (Cf. SV M 48, pp. 150-152).

3.Un buen Sacerdote de la Misión debía, finalmente, saber unir, en su vida, cultura teológica y sólidas virtudes: "los misioneros instruidos y humildes son el tesoro de la Compañía, como los buenos y piadosos doctores son el tesoro de la Iglesia". (SV XI, p. 50).

Para San Vicente el estudio de la teología debía conducir al Señor: "Si cada vez que iluminamos nuestro entendimiento, procuramos también calentar la voluntad, podemos estar seguros de que el estudio nos servirá de medio para ir a Dios. Hemos de tener como un principio indudable que, en la medida en que trabajemos por adquirir la perfección de nuestro interior, iremos haciéndonos más capaces de producir fruto para con el prójimo" (SV XI, p. 722). Se trataba, por lo tanto de "estudiar para servir a las almas".

El ideal para San Vicente era "un hombre verdaderamente sabio y verdaderamente humilde" (SV XI, p. 51). Esta era la razón de su estima por Andrés Duval, que era "muy culto y al mismo tiempo humilde y muy sencillo" (id., p. 74), por el Cardenal Pedro de Berulle, que unía cultura y santidad de vida, y todavía más por Francisco de Sales, que anunciaba el Evangelio sirviéndose también de sus escritos.


La humildad, la santidad de vida debían ser virtudes propias de quienes estaban llamados a la formación del clero: "Si Dios quisiera hacernos muy espirituales y recogidos, podríamos esperar que Él se sirviera de nosotros para hacer algún bien, no sólo con el pueblo, sino también y especialmente a los eclesiásticos" (SV XI, p. 334).

En este sentido exhortaba a quienes se preparaban al sacerdocio a no perder de vista que un sacerdote, en lo que es y tiene, pertenece a Dios: "y sobre todo de creer que, si tenéis algo en vosotros mismos que os haga dignos de un poco de estima-ción, es porque Dios os lo ha dado y lo habéis re-cibido de él. Vivid, hermanos míos, con este espíritu; procu-rad, hermanos míos, conservarlo, si es que ya lo tenéis; y si no lo tenéis, pedídselo insistentemente a nuestro Señor. (SV XI, 373) Y todavía: "y que al mismo tiempo que estudiáis la ciencia y la filosofía de Aris-tóteles y aprendéis todas esas divisiones, aprendáis también la de nuestro Señor y sus máximas, y las pongáis en práctica. (SV XI, 373).

La formación, no obstante, debía ser lo más completa posible: la teología dogmática, así como el ejercicio para predicar bien y dar bien el catecismo; la teología moral, así como la solución de los "casos" de conciencia.

La formación incidía esencialmente en tres aspectos estrechamente unidos entre sí:

a)La formación espiritual

b)La formación intelectual

c)La formación litúrgico-pastoral (ésta era la que de manera especial distinguía al

seminario "vicenciano" de los otros).

a) La formación espiritual era la más querida por San Vicente, de modo que los seminaristas se orientaran decididamente a la vida interior, a la oración, al recogimiento y a la unión con Dios.

En particular los estudiantes debían completar la formación recibida durante el Seminario Interno, conservando y madurando el espíritu allí practicado, tratando de amalgamar, con la aplicación al estudio, fe y cultura, ciencia y piedad. En dos cartas dirigidas al P. Fermin Get, temporalmente en el Seminario de Montpellier, reafirma estas ideas: "La finalidad principal que debe buscar en la educación de los eclesiásticos es formarles en la vida interior, en la oración, en el recogimiento y en la unión con Dios... No se trata de la obra de un día, sino de muchos años" (SV VII, p. 503-504); "Lo que más le recomiendo en nombre de Nuestro Señor es que forme a sus pensionistas en la vida interior. No carecerán de ciencia si tienen virtud, ni de virtud si se entregan a la oración; si esta se hace bien y con fidelidad, los introducirá sin duda en la práctica de la mortificación, del despego de los bienes, del amor a la obediencia, del celo por las almas y en todas las demás obligaciones" (SV VIII, p. 8). Y todavía a otro Superior de Seminario: "No os faltarán nunca (seminaristas) si tenéis cuidado de formarlos en el verdadero espíritu de su estado, que esencialmente consiste en la vida interior y en la práctica de la oración y de las virtudes. Porque no basta enseñarles el canto, las ceremonias y un poco de moral; la cosa principal es formarlos en la sólida piedad y santidad" (SV IV, p. 555).


Los distintos momentos, como: la oración personal la oración mental -" según el método de nuestro bienaventurado Padre Francisco de Sales"-, la celebración y adoración de la Eucaristía, la práctica del sacramento de la Penitencia, la lectura del Nuevo Testamento, de la Imitación de Cristo y de otros libros espirituales, constituían la estructura fundamental del edificio espiritual.

b) La formación intelectual se regulaba por principios y normas a los que el Superior de la casa, los profesores y los estudiantes debían prestar mucha atención. Se daban a los estudiantes una serie de preciosos consejos:

En primer lugar, que pidieran a la Sabiduría Divina que los instruyese; que leyeran libros -escogiéndolos con cuidado y discernimiento-, y, sobre todo, que reflexionaran sobre lo leído; que estudiaran sistemáticamente con un cierto método; que previeran y prepararan globalmente la lección que se iba a dar en la clase; finalmente que conjugaran el ejercicio de la memoria con el juicio crítico.

Estas eran las disposiciones que se debían tener en el estudio para sacar el máximo provecho, de modo que se tradujera en un estilo de vida.

c) La formación litúrgico-pastoral, que formaba una unidad en el curriculum de los estudios del tiempo, era para San Vicente un punto importante. Sus sacerdotes, sea que se dedicaran a las Misiones, sea que fueran destinados a la enseñanza en los Seminarios, debían recibir una formación al respecto lo más completa posible; en particular en las ceremonias sagradas, rúbricas, canto, predicación, catequesis, celebración de los Sacramentos, ejercicios y prácticas piadosas.

San Vicente intentaba poner remedio a los abusos y a la falta de dignidad y decoro que tantas veces había visto y que recordó en la conferencia a los Misioneros del 23 de mayo de 1659: "Si hubiérais visto, no digo ya la fealdad, sino la diversidad de las ceremonias de la misa hace cuarenta años, os hubiera dado vergüenza; creo que no había en el mundo nada tan feo como las diversas formas con que se celebraba; unos empezaban la misa por el Paternoster, otros tomaban en el brazo la casulla y decían el Introibo, para ponérsela luego. Estaba una vez en Saint-Germain -en-Laye y me fijé en siete u ocho sacerdotes, que decían cada uno la misa a su manera; uno hacía unas ceremonias, y otros otras; era una variedad digna de lástima" (SV XI, p. 550).

Por el mismo motivo quería que en los Seminarios se preparara a los futuros sacerdotes a mantener con la debida decencia los lugares de culto, de manera que en todo resplandeciera una gran dignidad y decoro. A este propósito, en una carta del 1 de marzo de 1652 a Lamberto aux Couteaux en Polonia, escribe: "Me he sentido lleno de confusión, lo mismo que usted, al ver lo que le han dicho de la suciedad y del desorden de las iglesias en Francia y de las irreverencias que se cometen en ellas; no dudo de que, al ver lo contrario en las de Polonia, pensará de todo lo de aquí de otra forma distinta de cuando estaba entre nosotros... He hecho el propósito de trabajar en este punto, comenzando por nosotros mismos y recomendándoselo a todas nuestras casas, empezando por los ordenandos, por los ejercitantes y en nuestras reuniones con los eclasiásticos externos; en resumen, de todas las maneras que me sea posible" (SV IV, p. 312-313).


Todos estos aspectos debían armonizarse de modo que la vida espiritual, la cultura teológica, la práctica litúrgico-pastoral configuraran a un sacerdote completo y equilibrado, coronándolo todo una auténtica y viva caridad pastoral hacia todos, muy especialmente hacia los más pobres.

Un hombre de Dios ardiendo en una caridad abrasadora y contagiosa.

Traducido por P. Rafael Sáinz, C.M.

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