Mi visión de la fe cristiana como musulmán creyente y practicante

MI VISIÓN DE LA FE CRISTIANA

COMO MUSULMÁN CREYENTE Y PRACTICANTE

Por Hisham Nashabé

Permítanme en primer lugar ofrecerles, en forma de testimonio, mi experiencia como libanés musulmán con los cristianos que he conocido y con los que convivido y trabajado. Doy este testimonio porque deseo subrayar que la actitud de los musulmanes hacia los cristianos, y, supongo, de los cristianos hacia los musulmanes, no está determinada únicamente por los textos sagrados y por las actitudes oficiales entre cristianos y musulmanes, sino también por la experiencia de vida que puedan haber tenido como compatriotas y creyentes que comparten la tradición de Abraham.

Les presentaré brevemente la actitud doctrinal del Islam hacia la fe cristiana. Y finalmente haré algunas sugerencias sencillas que creo llevarán a crear una mejor comprensión y cooperación entre los creyentes de ambos grupos.

Desde muy temprana edad tuve ocasión de mantener contacto con los cristianos, tanto en Siria como en el Líbano. Mi padre, graduado en Derecho por la Escuela Otomana de Estambul y miembro de una familia que se proclama descendiente de la familia del Profeta (la paz sea con Él), se unió a Amir Faisal Ibn al Hussain quien en 1918, se proclamó rey de Siria. Ése fue el primer estado árabe que fue creado después del desmembramiento del Imperio Otomano. Mi padre fue uno de los primeros jueces en el naciente estado árabe que en aquel tiempo incluía los actuales Siria y Líbano.

Cuando las esperanzas árabes de establecer un estado independiente árabe fueron brutalmente demolidas, y Siria y Líbano cayeron bajo el dominio francés, mi padre, aunque era natural de Trípoli (Líbano), optó por seguir en el sistema judicial sirio, porque creía, como otras muchas personas, que Siria era un estado más grande y más seguro que el Gran estado del Líbano recién creado. Por ello, mis primeros años de escuela comenzaron en Latakié (Siria). En 1935 fui a una guardería del Colegio de los Hermanos, una escuela misionera francesa en Latakié. ¿Por qué mi padre, un devoto musulmán, de noble descendencia, entre cuyos antepasados se incluyen ilustres ulemas, eligió enviar a sus hijos a una escuela misionera cristiana?. Porque en aquel tiempo las escuelas del gobierno estaban muy pobremente equipadas, la preparación del personal era insuficiente y los edificios escolares en muy malas condiciones.

Tanto él como mi madre sabían muy bien el riesgo que tomaban enviando a sus hijos a escuelas misioneras cristianas, sabían que a sus hijos se les enseñaría el Cristianismo, no el Islam, y que podrían ser alejados de su fe y de su tradición. Pero ellos estaban preparados a aceptar ese riesgo porque deseaban dar a sus hijos "una buena educación", es decir, una educación occidental y un buen conocimiento del francés. Por supuesto, hubieran preferido darles también una buena educación islámica, pero, pensaron que esto se lo proporcionarían en casa... y es lo que realmente hicieron.

Este conocimiento por parte de mis padres no les impidió escandalizarse y ofenderse profundamente cuando yo regresé un día a casa -sólo tenía cuatro años- y recité a mi madre lo que había aprendido en el colegio: era una oración cristiana que empezaba con "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" y después un corto texto que aprendí de memoria y que decía, "Mi querida mamá, el niño Jesús me ha dado un gran corazón para amarte mucho...".

Para mí este fue el comienzo de una sistemática exposición a lo que me parecían dos credos extraños y antagónicos: el Islam, mi fe ancestral en casa, a la que mis padres tuvieron gran interés en desarrollar en mí un sentido de pertenencia, y el Cristianismo que era la fe del opresor francés que yo iba a aceptar con una mezcla de sentimientos de admiración y temor.

Es extraordinario, sin embargo, ver que en casa nunca discutimos ni comparamos el Islam y el Cristianismo. Aceptamos sencillamente que eran diferentes, pero que el Islam era superior, sin saber realmente por qué, y que el Islam era "nuestra religión" y el Cristianismo era "la de ellos".

Con el correr de los años mis hermanos mayores y yo cambiamos de una escuela misionera a otra, de las Hermanas Franciscanas en Aleppo a los Hermanos Maristas en Aleppo, después a la escuela de los Jesuitas en Homs, y luego al Colegio de los Hermanos en Trípoli (Líbano). Mientras tanto, mi padre pensó que yo debía tener alguna educación en inglés, y así fui al Colegio Americano en Aleppo, una escuela misionera protestante, después a una escuela no misionera en Trípoli (Líbano) y finalmente a la Universidad Americana en Beirut. Después de mi graduación en AUB, fui a la Universidad McGill en Montreal (Canadá) y después a la Universidad de Harvard en Cambridge Massachussettes (USA).

Hasta mis años de estudio en la Universidad McGill nunca tuve una educación sistemática en mi propia fe. Tampoco tuve un conocimiento sistemático del cristianismo. Pero aprendí mucho del cristianismo indirectamente y mediante el contacto diario con él en las clases de religión, en las reuniones de oración y en diversas influencias sutiles durante las clases en el colegio y fuera de él. Debo decir, que esta circunstancia no desarrolló en mí el aprecio de la fe cristiana y de sus valores. Esta apreciación vino por una fuente diversa y que puede parecer extraña. Procedió de mi propio padre, que, mediante su profundo compromiso y conocimiento del Islam, sus contactos sociales y sus numerosos amigos cristianos, ejerció una notable influencia en mi actitud hacia los cristianos, especialmente los árabes cristianos, tanto católicos y ortodoxos.

De una forma muy sutil mi padre nos enseñaba -a mis hermanos y a mí- que ese compromiso con el Islam no era incompatible con un auténtico respeto por el cristianismo y el amor y amistad que hemos de sentir hacia los cristianos. Cuando estábamos en Siria recibíamos visitas frecuentes de dignatarios cristianos y obispos de diversas denominaciones. Estas visitas eran con frecuencia de tipo informal. Recuerdo que la atmósfera de estas visitas era realmente afectuosa y, siendo niño y luego joven, yo disfrutaba con la conversación, con frecuencia sencilla y a veces de alto nivel intelectual, que tenía lugar en ellas. Las diferencias y afinidades entre el Islam y el Cristianismo eran con frecuencia temas de conversación, pero nunca hubo ninguna tensión ni malicia... Mi padre sentía una gran amistad hacia sus huéspedes.

Recuerdo con gran viveza que en los años cuarenta y cincuenta mi padre pasaba los veranos en Becharré, un pueblo maronita del Norte del Líbano. Un obispo de Dimaan, la residencia de verano del Patriarca Maronita, (creo que su nombre era Mons. Risha) venía de parte del Patriarca a dar la bienvenida a mi padre a Becharré y mi padre le devolvía la visita. Yo solía acompañar a mi padre en estas visitas. Nuestro anfitrión en aquel tiempo, el Patriarca Arida, era gran amigo de mi padre. Era una delicia seguir su conversación durante la visita; ambos eran expertos en el arte de la conversación. Cuando se trataba de temas de religión, ninguno de los dos sentía que debía ser reservado o diplomático; eran respetuosos, apreciaban y aceptaban las diferencias, y me atrevo a decir, con placer. Parecían estar contentos con las diferencias e incluso positivamente fascinados. Esto tuvo una tremenda influencia en mi mente juvenil y ha influenciado en mi actitud hacia el clero cristiano durante toda mi vida. Cuando, más adelante, tuve algunos encuentros infelices con el clero cristiano, tal como sucedió con Monseñor Ignacio Maroun y el P. Boulos Nimán, tuve una gran desilusión ya que esto no era lo que yo había experimentado con el clero cristiano en compañía de mi padre, tanto en Siria como en Becharré y Dimaan.

Mi experiencia fue mucho más feliz durante los años de guerra civil en el Líbano. Durante esos años terribles de dolor y angustia fue cuando conocí al P. Agustín Dupré La Tour, un jesuita, y al P. André Scrima, griego ortodoxo. A ambos les debo mucho: un conocimiento de primera mano del cristianismo en materias de mutuo interés y un profundo respeto por los nobles sentimientos que tenían hacia mí. Con ellos, yo y el profesor Yusuf Ibish, fundamos en 1978, cuando la guerra civil estaba en sus peores momentos, el Instituto de Estudios Musulmano-Cristianos en la Universidad de San José. Dos años más tarde, yo fundé el Instituto de Estudios Islámicos en la Asociación Filantrópica de Makassed y en 1994 se firmó un protocolo académico de cooperación entre la Universidad de San José y Makassed, estipulando modos de cooperación académica entre los dos Institutos. Esta cooperación es un ejemplo único de cooperación entre dos instituciones académicas, una cristiana y otra musulmana y necesita ser subrayado en la historia de las relaciones Cristiano-Musulmanas en el Líbano. Esta cooperación continúa hoy día y contiene en sí la semilla de una más profunda y amplia cooperación en el futuro.

Aparte de su experiencia de vida con el Cristianismo y los cristianos, el punto de vista de un musulmán proviene del mismo Islam y, más concretamente, del Corán y el Hadish. En la segunda parte de esta conferencia intentaré resumir esto.

Para un Musulmán, el Corán es la palabra revelada de Dios y la aceptación del Corán como tal es un prerequisito de la fe del Islam.

Dios ha revelado una religión. Esta religión es el Islam. Abraham el padre de todos los otros Profetas (la paz sea con Ellos) fue musulmán (hanif) y ellos lo fueron también. El mensaje es uno y el mismo, pero como resultado de circunstancias históricas la autenticidad de este mensaje no ha sido preservada adecuadamente. Sólo con Mahoma, que comunicó el mensaje de Abraham en el siglo VII de la era cristiana, es cuando "en la completa luz de la historia" este mensaje fue totalmente preservado en su totalidad en el Santo Corán, cuyos textos permanecen incuestionablemente auténticos a pesar de algunos intentos de ofrecer dudas sobre su autenticidad. Estos intentos, generalmente, han sido viciados por razones obvias, insuficientemente documentadas o han tomado forma, pero no tienen entidad.

La literatura hadith, que es la segunda fuente en importancia en el Islam, incluye una fuente inestimable de conocimientos sobre la fe y la práctica islámica. Sin embargo, desgraciadamente, la literatura hadith no fue recopilada hasta doscientos años después de la muerte del profeta Mahoma (la paz sea con Él) y fue suavizada, a veces con buena intención, a veces no, y por consiguiente debe ser juzgada según la base del Corán, de modo que sólo aquel "hadith" que concuerde con el Corán tenga carácter obligatorio para los musulmanes.

Digo esto porque no quiero atribuir al Islam lo que este o aquel musulmán digan sobre él en lo relativo a la postura del Islam hacia los cristianos. Las opiniones de los musulmanes particulares -sean intelectuales, poetas, sufíes o musulmanes ordinarios- son importantes en cuanto que representan la evolución de la sociedad musulmana, pero no son necesariamente verdaderas ni están más allá de la crítica de los musulmanes y de los no musulmanes.

Teniendo esto en cuenta, ¿cuál es el punto de vista del Corán sobre el Cristianismo y los cristianos?

El Corán se refiere a los cristianos como "al-Nasara" (el pueblo de Nazaret) y a Cristo como "al-masih" (el mesías) y como Isa b. Maryam. En el Islam es un artículo de fe creer en Isa y su mensaje que no puede ser esencialmente diferente del mensaje islámico. Realmente el Islam vino históricamente a reivindicar y completar anteriores mensajes divinos.

En el Corán se hace referencia a los seguidores de Jesús (la paz sea con Él) como "ahl al-kitab" (pueblo del libro) y son descritos como el "pueblo más cercano" a los musulmanes. Por consiguiente, los musulmanes están obligados a respetar a los seguidores de Jesús, a sus autoridades religiosas y sus lugares de culto. Estos preceptos básicos fueron escrupulosamente observados durante la vida del profeta Mahoma y generalmente los musulmanes de todo el mundo se han adherido a los mismos a través de toda la historia islámica. Incluso en los peores períodos de guerras religiosas, principalmente durante el periodo de las Cruzadas, generalmente los historiadores musulmanes se abstuvieron de hacer observaciones injuriosas sobre la cristiandad. Cuando lucharon contra los cruzados no lucharon porque eran cristianos, sino porque habían invadido tierras musulmanas y se les denominaba "los extranjeros" (al-faranj).

Los juristas musulmanes, bajo la influencia de las circunstancias ambientales, fijaron reglas para el tratamiento de las minorías cristianas en tierras musulmanas, leyes que eran tolerantes y respetuosas según todos los sentidos. Incluso durante los períodos de decadencia y bajo el califato otomano (1517-1920) las leyes que regulaban el tratamiento de los cristianos eran extraordinariamente tolerantes. Las explosiones ocasionales de fanatismo fueron raras y, con frecuencia, resultado de una previa provocación.

Los musulmanes, sin embargo, rechazan la "divinidad de Jesús", y su crucifixión y también niegan el concepto de Trinidad. Los musulmanes no aceptan prácticas cristianas tales como la representación de Jesús y de los santos en estatuas, cuadros y otras formas semejantes. Lo mismo ocurre con el concepto de Purgatorio, las sacrosantas decisiones de las autoridades de la Iglesia, el comer cerdo, el beber vino y el concepto del pecado original. En el Islam, el celibato no es una virtud. La separación de la iglesia y el estado es ajenas al Islam y generalmente rechazada.

Los musulmanes son cada vez más conscientes de la diferencia entre cristianismo occidental y el cristianismo oriental. Se asocia el primero con una civilización materialista, mientras que el cristianismo oriental, generalmente, es considerado más cercano a la pureza originaria de los primeros cristianos.

Por otra parte, los musulmanes, en el ámbito académico y en el popular, han mostrado un gran interés por participar en el diálogo cristiano-musulmán y se han comprometido activamente en él. Esta nueva cultura del diálogo es un buen augurio para las futuras relaciones entre los dos grandes credos: Cristianismo e Islam. Esto es especialmente significativo con vistas al hecho de que el carácter religioso del siglo XX puede estar determinado principalmente por el porvenir del diálogo cristiano-musulmán y por la posible cooperación entre ellos para crear la "cultura de la paz" donde la ética y la moral proporcionen las guías necesarias para progreso científico y técnico.

En conclusión, permítanme presentar a su consideración unos cuantos principios que, a mi parecer, son esenciales para el éxito del diálogo cristiano-musulmán:

  1. Que la tolerancia, el mutuo respeto e incluso el aprecio de las diferencias puedan ser una cultura viva en los países musulmanes y cristianos y no únicamente consignas o emblemas.

  1. Que el vivir y trabajar juntos sea considerado más importante, al menos en este tiempo, que las disensiones teóricas y teológicas que pueden llevar a un callejón sin salida o, permítanme la expresión, a una "paralización del análisis".

  1. Que cristianos y musulmanes se abstengan del trabajo misionero en las tierras o comunidades del otro. El esfuerzo misionero, más bien, tendría que dirigirse hacia los ateos y hacia los grupos e individuos antireligiosos.

  1. Que cristianos y musulmanes se unan ante la utilización de la religión para fomentar conflictos o servir a fines políticos y materiales.

  1. Finalmente, como libanés y musulmán, me ayudaría enormemente si todos los cristianos del mundo unieran sus manos con los musulmanes para ayudarles a liberar el sur del Líbano de la ocupación de Israel y para evitar que Jerusalén se convierta en la capital de una religión a expensas de las otras. Se deben dirigir todos los esfuerzos a conseguir que la ciudad santa de Jerusalén esté, como siempre lo estuvo, en manos de los árabes de todas las creencias, un auténtico cielo de paz para las tres religiones abrahámicas: Judaísmo, Cristianismo e Islam.

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