El impacto del Sínodo africano sobre los vicancianos en África

EL IMPACTO DEL SÍNODO AFRICANO

SOBRE LOS VICENCIANOS EN ÁFRICA

Por Jean-Baptiste Nsambi e Mbula, C.M.

La célebre invitación del papa Pablo VI pronunciada en Kampala en Uganda en 1967: “Vosotros, Africanos, vosotros podéis y debéis tener vuestro propio cristianismo” llevaba los gérmenes de un nuevo impulso evangélico y de una esperanza para la Iglesia de África. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos celebrada en Roma, en el corazón de la catolicidad, es una ilustración de ello por doble título. En primer lugar por el reconocimiento de la existencia de una verdadera Iglesia en África. Después por la verificación de que no existe, en principio, Iglesia periférica pues todas las Iglesias particulares constituyen, por partes iguales, la única Iglesia de Jesucristo.

La Congregación de la Misión, cuyo sentido de pertenencia a la Iglesia forma parte de la herencia recibida de su fundador, se siente interpelada por este sínodo. Ella quiere discernir lo que puede esperar de él para su trabajo en África y para realizar su inserción en todo lo que está en juego en este continente.

La celebración del Sínodo Africano habrá sido la ocasión de ratificar, si todavía era necesario, el final de un cristianismo misionero y la entrada de un cristianismo africano o, según 1a expresión del Cardenal Tumi en la clausura del sínodo, la transición progresiva “del estaturo de Iglesia de misión al de Iglesia en misión.”

En esta nueva lógica, que es la lógica misma de la encarnación, es donde se inscribe el trabajo de los Vicencianos en África.

1. EL SÍNODO AFRICANO Y LA VOCACIÓN DE LA C.M. EN ÁFRICA

El encargo de evangelizar es, para la C.M. su gracia, su vocación propia y la expresión de su identidad más profunda (cfr C. 10). El artículo 13 de nuestras Constituciones da una respuesta en principio sobre lo que los Vicencianos en general y la C.M. en particular pueden esperar del Sínodo Africano:

“Fieles al espíritu y al ejemplo de San Vicente, las Provincias decidirán por sí mismas sobre las formas de apostolado que deben adoptar de forma que se asegure la inserción de su actividad apostólica en la acción pastoral de la Iglesia, según las directrices y las enseñanzas que emanan de la Santa Sede, de las Conferencias episcopales y de los Obispos diocesanos”

El Sínodo Africano pide a las congregaciones presentes en África que recuperen la dinámica evangelizadora propia de este continente y que se sitúen en él como comunidades que viven de los mismos carismas particulares”. La C.M. por su parte, está llamada a operar en África por doble título: primero por su vocación específica luego por su colaboración con las Iglesias locales.

El paso de una Iglesia de misión a una Iglesia en misión implica, por parte de las congregaciones religiosas, una redefinición de sus carismas o al menos de una reorientación de su presencia en la Iglesia de África. Para que la Iglesia de África alcance la madurez actual, ha sido necesario el valor de los misioneros, valor que ha reconocido el sínodo. Será preciso también este mismo valor inicial para que nosotros los misioneros volvamos a encontrar nuestro puesto en esta Iglesia en misión.

En este orden de ideas, la C.M. tiene un futuro cierto en África. Ya que no se tratará de que ella tenga que redefinir su vocación, sino de reencontar una vocación propia que se despliega maravillosamente en una Iglesia en misión. A partir de este sínodo, e incluso en atención a lo que vive ya la Iglesia en África, el cambio que debe operar la C.M. en África tiene que ver con el redescubrimiento de su identidad propia: la evangelización de los pobres, que suena hoy con tal actualidad en África que uno llega a extrañarse de que en este continente, el más mísero del mundo, la C.M. no esté en prioridad. Quizás sea una forma un poco ingenua de ver las cosas, pero que querría subrayar el papel hermoso que la C.M. podría desempeñar en la evangelización de la Iglesia en África. Es asimismo urgente que, partiendo de la naturaleza misma de su vocación, la C.M. en África recoja algunos desafíos.

1.1. El desafío de la inculturación de la vocación vicenciana

Una congregación no está llamada a trasplantar la vida de la Iglesia de su lugar de origen a un contexto nuevo. Ella tratará de vivir su espíritu (evangélico) que es la vocación que la Iglesia le reconoce. El éxito no se mide con relación a sus logros en otros continentes o lugares, sino más bien con respecto a la realización de su fin particular. El Sínodo Africano ha renovado el compromiso con la inculturación. La C.M. debe en esta misma línea inculturarse con el interior de África. Lo que le permitiría recoger el desafío de la actividad apostólica y lograr su inserción como comunidad en una Iglesia particular. Y si para el Sínodo Africano, como consecuencia de la enseñanza conciliar y de los papas, este trabajo no es en primer lugar un trabajo para mí con los Africanos, sino un trabajo de los Africanos en estrecho lazo con todas las Iglesias del mundo en señal de comunión, dígase lo mismo para la C.M. en Africa. Ha pasado pues el tiempo en que se decía que hay que “tener en cuenta" a los Africanos que están en nuestras comunidades. No se trata de la lógica del Sínodo, ni de la de la encarnación y de la inculturación. Y no es una simple cuestión de personal, (que, por lo demás, no hay que descartar tampoco), sino que es una cuestión de espíritu.

La comunidad vicenciana es el primer lugar de la inculturación del carisma vicenciano. Siendo el carisma vicenciano misión por esencia, ésta es pues la condición previa con la que la C.M. ha de afrontar su misión en el seno de la Iglesia de África.

1.2. El desafío de la actividad apostólica

Según nuestro derecho particular, es la vocación -es decir el fin, la naturaleza, el espíritu de la C.M.- la que debe orientar la vida de la congregación (cfr C.9). Como el carisma vicenciano es esencialmente misión, la C.M. puede, y debe incluso, disponer de obras propias que traduzcan su vocación particular que tan maravillosamente se ajusta a la misión de la Iglesia en África, tal como la siente el Sínodo Africano. La inteligencia del artículo 13 de las Constituciones ya citado permite comprender las características de la actividad apostólica de la C.M. definidas por el artículo 12. Los distintos puntos enumerados en este artículo tienen una complementariedad interna que se desnaturaliza cada vez que nos fijamos en uno con omisión voluntaria dc los otros. Esa misma cualidad se ha de extender hasta las condiciones de aplicabilidad descritas en los artículos de los Estatutos correspondientes a la actividad apostólica (EE.1-12). El lugar para el esclarecimiento de las opciones apostólicas es el proyecto provincial y comunitario.

Por lo que respecta a África, los trabajos del Sínodo han puesto de relieve orientaciones susceptibles de abrir nuevas vías para la C.M. en África y de mantener a nuestras comunidades en un perpetuo estado de renovación (cfr C.2). Dichas orientaciones tienen todas relación con la evangelización que, según nuestras Constituciones (sobre todo C.12 y 18) y aplicando la exhortación apostólica “Evangelli Nuntiandi” de Pablo VI, constituyen un todo con el trabajo de la promoción humana (cfr EN 31), como lo afirmaba ya el concilio Vaticano II: “Las tareas de desarrollo forman parte integrante de la misión de la Iglesia” (GS 14).

Para los Vicencianos en África, el impacto del sínodo consistirá en profundizar en estas orientaciones y aplicarlas según el espíritu vicenciano en nuestros medios de vida y de trabajo respectivos, siguiendo dos ejes fundamentales: la evangelización en profundidad y el cuidado por el desarrollo integral y la promoción humana, realizándose el todo en una comunidad para la misión que es nuestro signo distintivo (cfr C.21,§1). En una Iglesia que se cree Iglesia-Familia de Dios, ahí tienen los Vicencianos de África una baza que jugar de categoría. Nos encontramos así, en términos actuales quizás, el binomio tradicional vicenciano Misión-Caridad.

La C.M. no puede contentarse ya con tener por campo de apostolado un entorno pobre. La presencia efectiva de los pobres en nuestros medios de trabajo no nos sirve de consuelo. Es una interpelación constante que nos debe incitar a escrutar de continuo el designio de Dios y a obrar en conformidad con este designio salvífico. De aquí la necesidad de una planificación de las iniciativas con vistas a una acción permanente. Porque lo que constituye la opción de por vida, a saber el trabajo con y por los pobres, no podría reducirse a simples actos de generosidad, por laudables que sean.

De ahí se desprende la importancia de un trabajo realizado en comunidad. Lo que incluso constituye una oportunidad para el futuro de la C.M. en esta África de las pobrezas. En África, la comunidad para la misión presenta un triple valor para el vicenciano. En primer lugar, es una opción expresamente querida por el fundador y que la congregación quiere perpetuar como patrimonio que no se podría alterar sin desnaturalizar nuestra misión. En segundo lugar, la

comunidad es el medio vital del Africano, terruño que el Evangelio ennoblece purificándolo de toda estrechez debida menos a la esencia de la cultura africana que a un problema de horizonte. El sínodo lo ha comprendido bien sacando a la luz la noción de Iglesia-Familia. En tercer y último lugar, la comunidad para la misión es un seguro para la continuidad de la obra de la C.M. en África con Vicencianos africanos a su vez de origen pobre. Este último punto merece una breve explicación.

Cuando las iniciativas por la promoción de los pobres son consideradas en exceso como obras de cohermanos particulares, resisten hasta que estos cohermanos se encuentran allí, a riesgo de tener cohermanos inamovibles. Mas si ocurre que estos últimos se marchan o son llamados a otras funciones, estas hermosas iniciativas pueden vegetar antes de quedar ahogadas entre las manos de un sucesor pobre, con gran daño de los beneficiarios. Y, lo peor de todo; la mentalidad popular no llegará a comprender que el “maná” no cae ya de un cielo muy nórdico. Y achacará fácilmente la responsabilidad del fracaso al pobre sucesor. Si resulta que éste es un Africano, pobre también de origen, el paso siguiente será decir, o que los africanos no están todavía preparados para asumir grandes responsabilidades, o que no son capaces. De esta forma se perpetúa incluso en medios eclesiales la teoría según la cual el Africano es un eterno niño que necesita ser ayudado.

El sentido del espíritu comunitario evitaría a los cohermanos pobres tales sinsabores, sobretodo, si además del marco comunitario, se llega a imprimir a estas obras, no ya el carácter de asistencia, sino el de iniciativas de desarrollo autogestionado. Así la comunidad para la misión permite hacer avanzar las teorías de desarrollo en el tercer mundo evolucionando de la ayuda a la liberación. Resulta por consiguiente claro para el vicenciano, que la comunidad es el lugar de expansión de la misión, mientras que el blocaje de la comunidad (por motivos de conveniencia personal), es el peligro de la misión y el desprecio del pobre. En este último caso, nos vemos abocados a una negación flagrante de la identidad y de la especifldad de la vocación vicenciana. En este espíritu de comunidad, muy real en el alma africana, debe ser protegido, purificado y ensanchado haste el horizonte más amplio del evangelio desde el tiempo de la formación para la misión.

2. LOGRAR LA INSERCIÓN EN LA IGLESIA LOCAL

La participación más efectiva en la pastoral de conjunto de la Iglesia local forma parte de la experiencia de San Vicente de Paúl, quien ha creido siempre en la Iglesia y ha considerado siempre su trabajo como trabajo de Iglesia. Podemos decir que la inserción en la realidad local es para la C.M. una verificación de su fidelidad a su vocación específica. La C.M. que ha hecho evolucionar, como tantas otras congregaciones, territorios de misión a Iglesias locales que se creen adultas y capaces de asumir sus propias responsabilidades, debe vivir en adelante la situación del servidor inútil así como la espiritualidad del Bautista: dejar promocionarse la Iglesia local y ser en ella testigo de la universalidad de la Iglesia y de una vocación específica que, despojada ya de toda carga de la constitución eclesial, tiene más facilidad en manifestarse, cuanto más responde a las preocupaciones de los hombres de la Iglesia de África.

Si vamos a someter a África al ritmo de la “nueva evangelización”, parece que ésta no se ha de entender aquí como una “re-evangelización”, sino como una “evangelización en profundidad”. En efecto, aún cuando el primer anuncio sigue siendo actual, debemos reconocer que “el África cristiana” no ha perdido como tal su fe. Quiere profundizarla. La misión de la C.M. se inscribe en esta óptica. En la proclamación de la Buena Nueva, las misiones populares se podrían revisar en sus metodologías para que correspondan a las necesidades y aspiraciones de los pueblos de África, sin sacrificar por ello lo esencial del mensaje (cfr C.14). En el plano pastoral, el sínodo ha confirmado la opción de comunidades eclesiales que viven en una Iglesia-Familia de Dios. Allí donde la C.N. trabaja en las parroquias, que contribuya a la expansión de estas comunidades como lugar natural de la eclosión de la fe y de la transformación de la Ciudad.

Este marco pastoral, sólo es posible cuando se asegura una formación adecuada a los agentes de la evangelización. La ayuda al clero y a los laicos está inscrita en la definición misma del fin de la Congregación (cfr C.l). Existe ahí una espera que merece ser colmada. Habiéndose pronunciado el concilio Vaticano II por la opción preferencial an favor de los pobres, habiéndola renovado el sínodo extraordinario de 1985, así como la Iglesia de África en sínodo, los Vicencianos tienen ahí un testimonio secular que traer. Este testimonio pasa con toda la fuerza si, desde los primeros años de la formación sacerdotal, los futuros sacerdotes son inducidos a participar preferentemente en esta opción.

En cuanto al laicado, se requiere el mismo esfuerzo por parte del vicenciano quien, fortalecido con la experiencia secular de la congregación en el marco de los movimientos de inspiración vicenciana, es llamado a abrir nuevas vías. Pero se impone una actualización, se empequeñece el espíritu vicenciano al no querer aplicarlo más que a los movimientos y asociaciones vicencianas. El carisma vicenciano es un patrimonio eclesial, y es ocioso decir que hasta los movimientos o tareas de los laicos nacidos en África, sin lazo umbilical con el laicado que se dice vicenciano, necesitan el espíritu vicenciano. No sería bueno que, bajo el pretexto de desarrollar el espíritu vicenciano en África, creáramos movimientos que de hecho están presentes o son imitaciones de cuanto conocen ya las Iglesias locales de África. El espíritu vicenciano nos invita más bien a ofrecer nuestra colaboración y nuestra experiencia para sostener estas iniciativas locales.

La C.M. podría reforzar también su inserción en la Iglesia local de África en el terreno del diálogo bajo todas sus formas: intraeclesial, teológica, ecuménica, interreligiosa y cultural. En este terreno el provecho proviene de que la práctica del diálogo es para nosotros un medio eficaz de compartir y profundizar en nuestra vocación común.

La C.M. y los medios y el cultivo de la comunicación (cfr EE.12). Se habla a menudo de un nuevo orden económico mundial y, después de la guerra fría, de un nuevo orden político mundial basado en el estado de derecho. Un nuevo orden mundial de la comunicación no es menos importante como premisa conducente a una nueva humanidad. En este asunto habría bastante que hacer en el seno de la Iglesia y de la congregación. Cuando se abren los órganos de información de la C.M., por ejemplo, se tiene la clara impresión de que los Vicencianos de África no hacen gran cosa. Lo que no es cierto en absoluto. La información no se trasmite. ¿Se trata acaso del cultivo de lo oral todavía dominante en África? Pero incluso lo oral necesita soportes. Además de participar en la pastoral eclesial en este terreno, la C.M. en África deberá establecer una estructura de comunicación, ante todo no para darse a conocer, (no es propio de la pequeña C.M. hacer ruido ni hacerse publicidad), sino para abrirse y compartir las experiencias mutuamente

CONCLUSIÓN

Hablar del impacto del Sínodo Africano sobre los Vicencianos en África, es en realidad echar un vistazo al carisma vicenciano, frente a los retos sociales y eclesiales en África. En efecto, el Sínodo Africano sintetiza hoy todos los retos de la misión evangelizadora de la Iglesia de África invita a una reciprocidad enriquecedora. Por una parte, el carisma vicenciano va al asalto de la vida africana para impregnarse y convertirse en un patrimonio africano tanto a nivel de su expresión como de su captación. Los teólogos hablan aquí de la dinámica de la inculturación que implica necesariamente una reinterpretación que tiende a recobrar de un modo nuevo y en un contexto nuevo el mismo mensaje evangélico. En la congregación, hablamos de la “conservación del espíritu primitivo” que se entiende en términos de “tradición viva”. Pues bien, África puede enriquecer el carisma vicenciano. Por otra parte, el carisma vicenciano enriquece a África, en el sentido de que va al encuentro de África para proponerle un espíritu capaz de ayudarla a profundizar su vida en Cristo. En este tiempo de evangelización en profundidad, nuestra reflexión viene al caso.

Los retos africanos estigmatizados por el Sínodo Africano y las exigencias aisgnadas a la Iglesia de África, ofrecen de esta forma a los Vicencianos de África un panorama de la misión pero también una lectura del acontecimiento hecha con un espíritu típicamente vicenciano. Verdaderamente es una gracia para la congregación. Es preciso recogerla para ofrecer a África una “terapéutica vicenciana” que, en cuanto salida de una lectura africana del acontecimiento, es una terapéutica africana sin más. Ese parece ser el leitmotiv del compromiso vicenciano en Africa.

Esa es el África que nos necesita, no porque nos encontramos allí, sino porque allí tenemos nuestro puesto y todo lo que vive África en su desgarro puede considerarse como una trascripción del carisma vicenciano. Y tampoco se nos permite distraernos en titubeos fastidiosos, tanto por los pueblos de África, como por la imagen de la familia de San Vicente de Paúl.

“Quien nada arriesga, sin nada se queda”, se dice. ¿Cuál podría ser el riesgo vicenciano que lleva consigo nuestra vocación?

Hay que volar hacia la miseria como se vuela hacia el fuego. ¿Se arriesgaría un vicenciano a esperar a que todo se arregle para actuar, sin por ello traicionar su vocación?

Debemos ser hombres de esperanza. Como el Sínodo Africano ha querido ser un sínodo de esperanza, la C.M. debe ser en África una comunidad de esperanza. Y la esperanza no nos hace cruzar de brazos, nos hace actuar. Tiene que resonar en nuestro corazón esta palabra de San Vicente de Paúl: “Esperemos con paciencia, pero actuemos...”

Traducción P. Máximo Agustín, C.M.