Hombre y mujer los creó

“Hombre y mujer los creó”

por Jeanne Signard

De la Congregación de las Hijas del Espíritu Santo

17.VII.2001

Observaciones preliminares

1. Una doble polaridad 

Cada ser humano posee un polo masculino y un polo femenino: dualidad del yin y del yang, animus et anima. Esta dualidad está significada en Dios mismo, como vemos ya desde el principio del Génesis: “Y creó Dios el hombre a imagen suya: A imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27).

La unicidad no va sin la distinción. ¿No significa esto que cada uno de nosotros, a imagen de Dios, es a la vez masculino y femenino? Numerosos textos bíblicos y de los Padres de la Iglesia recuerdan que Dios tiene entrañas de madre y que el Dios de Jesucristo es “patermaternal”.

Hablar de psicología femenina a hombres es, por tanto, hablar de una parte de ellos mismos. Se dice también: “la mujer, mitad del hombre», no en el sentido en que ella no es más que la mitad del hombre, sino en que el hombre posee también su parte femenina. Según se es hombre o mujer, se trata de una dominante y no de caracteres exclusivos. Por eso, hablaré a menudo de masculino y feminino más bien que de hombre y de mujer.

2. Naturaleza y cultura son indisociables

Confesemos que es difícil distinguir lo que es específicamente femenino, que se debe a la naturaleza misma de la mujer, de lo que es propio de la cultura, de la historia de las civilizaciones y de los roles sociales con sus aspectos simbólicos, incluyendo la relación dominación-sumisión. El polo femenino, habitualmente considerado como inferior, se encontraba tradicionalmente infravalorado en favor del polo masculino, con algunas excepciones, por ejemplo entre los aztecas y los celtas.

La novedad del Evangelio, el ejemplo de Jesús mismo y la práctica de las primeras comunidades cristianas hubieran debido provocar una conversión radical en ese aspecto entre los cristianos. Ahora bien, la Iglesia ha ido siguiendo los pasos de las sociedades patriarcales. Digamos a su favor que es el rescate de su encarnación, hoy diríamos de su inculturación.

En un contexto multicultural, es imposible, en unas horas, evocar todos los matices de la situación femenina según los continentes y los países. Nos limitaremos pues a señalar algunas características generales de la psicología femenina, dejando a cada uno la tarea de hacer la aplicación en su terreno particular.

Hay, sin embargo, un aspecto en el que la distinción es clara, se trata de la diferenciación sexual y biológica: ningún hombre ha llevado un bebé en su seno. Como lo psicológico se enraíza en lo biológico, hay forzosamente diferencia entre el hombre y la mujer en la manera de abordar lo real, en la relación consigo mismo, con los demás y con Dios y, por tanto, en la manera de vivir la vida religiosa.

3. Igual no significa idéntico

Voy a emplear aquí el término “idéntico” no como sinónimo de igual, sino en el contexto de la identidad de una persona. Cada persona humana se identifica diferenciándose del prójimo. Estamos de acuerdo para decir que la mujer es igual al hombre, pero en una relación de complementariedad, que respeta y valora las diferencias. Sin ello corremos el riesgo de una lucha sin fin, en la que el que pierde tendrá que tomar la revancha. En este momento es la mujer la que trata de tomar la revancha. Sería una lástima que se perdiera por querer imitar al hombre. Dejemos al hombre los campos en los que es inigualable y que la mujer se distinga en los que se destaca. Y si hoy los puestos que hace poco ocupaban los hombres le son accesibles, los ocupará mejor en la medida en que les aporte la nota femenina que les faltaba. Si son escritores, el hombre y la mujer no escribirán la misma pieza; si filósofos, no darán la misma explicación del bien; si teólogos no emplearán el mismo lenguaje para hablar de Dios. La “presencia real” resuena de diferente manera para un hombre y para una mujer que tiene la capacidad de llevar otro ser en el fondo de ella misma.

Cuando un hombre y una mujer contemplan el rostro de Jesús que escogió hacerse hombre y nacer de una mujer, tienen una manera propia de dirigir su mirada a Cristo. Antes de discutir, como en política, sobre la cuestión de saber si hay bastantes mujeres en puestos de responsabilidad de la Iglesia, necesitamos, más fundamentalmente, reflexionar sobre la manera de vivir la fe (y la vida religiosa) en masculino y en femenino.

Lo que tenemos en común es ese poder creador a imagen de Dios, que no es el poder de hacer las mismas cosas de la misma manera, sino el poder de hacer cosas diferentes de manera diferente. El poder creador de Dios queda así reflejado, compartido y particularizado.

4. Opción por un enfoque, teniendo en cuenta el comportamiento: el Análisis transaccional

Vamos a dejar de lado el análisis psicoanalítico freudiano que se apoya en los complejos de Edipo y de castración (leer a este respecto: “los hijos de Yocasta” ), así como los enfoques cultural, teológico, histórico, para atenernos a uno que tenga más en cuenta el comportamiento, y para esto me inspiro en el análisis transaccional, una metodología, entre otras. Este esquema de análisis nos permitirá ver cómo la psicología femenina da una coloración a lo que vive la mujer en general y la religiosa en particular. Esto no se puede hacer sin establecer una comparación entre la mujer religiosa y el hombre religioso en sus maneras propias de vivir las mismas realidades.

I. El desarrollo de la persona según el Análisis Transaccional

El análisis transaccional nos enseña que nuestra personalidad se construye en tres etapas y nos da tres niveles de expresión y de acción. Estos tres niveles son comunes (al hombre y a la mujer); lo que nos distingue es la manera de comportarnos.

  1. Nuestro “Estado padre”, variable según las culturas y la educación, ha integrado los principios, los valores y las normas, fruto de la educación; estructura nuestro juicio, nos da puntos de referencia para nuestros discernimientos y nuestras opciones. Todos nuestros: “es necesario…”, “debemos…”, “lo importante en la vida…”, “es normal, o no normal”, son expresión de este estado.

El “estado padre” puede manifestarse de dos maneras. Si está más bien centrado en la ley, en las normas y las reglas que hay que recordar y respetar, se le llama “padre normativo”; es más bien masculino, favorece la socialización.

Si está centrado en la ayuda, el apoyo, los consejos, se le llama “padre nutritivo”: proveerá los medios, los consejos y los estímulos para “ser como hay que ser”, lo que habitualmente se considera como propio del polo femenino.

2. Nuestro “Estado adulto” busca la objetividad, apela a la razón, haciendo abstracción de las emociones; se aplica al análisis de las situaciones, con realismo; le gusta la claridad y la lógica, corriendo el riesgo de ser frío e impersonal.

3. Nuestro “Estado niño” es la sede de nuestras pulsiones, de nuestras emociones y sentimientos; de nuestro placer y de nuestro sufrimiento, de nuestro entusiasmo. Es él también el que nos hace soñar, desear, imaginar. Es la fuente de nuestra intuición y de nuestra creatividad, de nuestra capacidad de adaptación. Ante un “padre normativo” se puede ser sumiso o rebelde.

Imaginemos un equipo reunido para buscar solución a un problema. El “niño creativo” tendrá muy pronto una idea genial: “Creo, dirá, que si hacemos tal o cual cosa, saldremos adelante!”. Los demás que están en torno a la mesa lo miran con un aire escéptico, tanto más cuanto que es bien conocido por sus ideas extravagantes, peregrinas. Habrá un “estado adulto” razonable para preguntarle en seguida: “explica cómo ves eso” - “no puedo explicar, pero intuyo…» - “entonces cuando veas más claro, ya volveremos sobre ello!”. Habrá también en torno a la mesa un “padre normativo” que recordará “que no tenemos derecho, que eso no se aceptará nunca, que es contrario a las costumbres”; y un “padre nutritivo” para encontrar los medios de arreglárselas sin mover nada. “El niño sumiso” estará de acuerdo con el “normativo”, el “rebelde” automáticamente en “contra”. Y así el “niño creativo” queda pronto asfixiado por el deber y la razón. Si el grupo es mixto, habrán pensado ustedes, sin duda, que según se trate de un hombre o de una mujer tendrá tendencia a recurrir a ciertos “estados” más bien que a otros. Observemos que una personalidad es tanto más rica cuanto más vivos están todos sus “estados” y recurre al “estado” que conviene según la circunstancia.

Veamos ahora cómo nuestra manera de ser y de actuar en cada uno de esos “estados” está marcada por el hecho de ser hombre o mujer. Señalaremos de paso las incidencias sobre la vida religiosa femenina.

Esta distinción no tiene como finalidad valorar a uno en detrimento del otro. Se trata de explorar posibilidades subdesarrolladas en cada uno y cada una, que, si se dejan en su movimiento, corren el riesgo de hacerse unilaterales y desequilibrantes.

II. Vivir “el estado padre” en masculino y en femenino

Si miramos a un hombre y a una mujer en su “estado padre”, es decir, recordando los principios, los valores, las normas, reconocemos un estilo masculino y un estilo femenino.

  1. El polo masculino

Centrado en la ley, acude ante todo a nuestro “estado padre normativo”. Es el padre que representa la ley, es el padre, que “castra”, que separa, diferencia, ayuda a salir de la fusión y de la confusión; que prohibe o permite, que estructura, que señaliza el camino; mantiene la coherencia tanto en el plano personal como en el plano institucional. Es el masculino el que define y hace respetar los estatutos, los roles y las funciones. La dimensión “política” del poder le resulta más familiar.

En el ejercicio de la autoridad, el hombre apreciará más todo lo que está del lado de la exigencia, de la rectitud, de la claridad, de la precisión, de la justicia, de la ley para todos. Porque escucha a cada uno, le será difícil guardar la coherencia con lo instituido de lo cual se siente responsable.

Para no dejarse embriagar por el poder, no caer en la rigidez, en el autoritarismo, la impersonalidad, deberá acudir a su “padre nutritivo”, más femenino.

El “padre nutritivo” humaniza al “normativo”

El análisis transaccional menciona cinco condiciones para que una regla sea humana, y podríamos encontrar estas mismas condiciones en la Biblia y en el Evangelio. Debe ser:

Aplicable

El que está encargado de recordar la regla puede creerla aplicable, mientras que para el que debe aplicarla es inaplicable o la percibe como tal. La capacidad de escucha, la reticencia a exigir sin la adhesión del corazón, características de nuestro polo femenino, nos harán más aptos para el diálogo en la relación autoridad-obediencia: “Estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas ….” (Dt 30, 11-13; Mt 23, 4).

Útil para la vida

Nuestro polo femenino es el que se atreverá a poner en tela de juicio ciertas prácticas, mantenidas por costumbre o pereza; prácticas que han sido vitales en el pasado o en otros lugares, y que hoy obstaculizan o detienen la creatividad. Esta puesta en tela de juicio femenina se hace menos en nombre de la libertad que en nombre de la vida: para salvar lo que es vital, por amor, una mujer es capaz de plegarse a las exigencias más locas como también de contestarlas.

Observemos también que la mujer tiene un sentido de lo útil que coexiste muy bien con lo gratuito y lo gracioso: “Es útil porque es bonito” (Saint-Exupéry). La mujer adorna el vestido con adornos inútiles que constituyen su encanto; decora las paredes, los platos. ¿Por qué tantas mujeres en las iglesias y en torno a la liturgia, esos lugares donde las reglas de la eficacia no están reconocidas legalmente, allí donde lo masculino ve una pérdida de tiempo? Lo femenino cree que la paciencia de la lenta gestación forma parte de la verdadera vida y de toda relación.

Protectora

Alérgica a lo arbitrario, la mujer buscará el sentido de lo que es exigido, lo que hará decir al que está del lado de la evidencia, que a veces es complicada. Si la exigencia va en el sentido de la protección de la vida, obedecerá en los más pequeños detalles. Quizá ha aprendido a costa suya que lo prohibido es protector:

«Si comes de él (del árbol del conocimiento del bien y del mal) morirás sin remedio” (Gn 2,16).

Contractual

Las tres condiciones precedentes son indispensables para que se respete la cuarta, la más importante para la mujer: el “sí” del corazón. Es este “sí” de amor que hará el “yugo ligero” y hará a la mujer feliz aun en las mayores pruebas. La única ley para ella es: “tú amarás”, “Ama y haz lo que quieras”. Se trata de una moral muy femenina que hace decir a algunos que la mujer es naturalmente inmoral: “Siguiendo tus preceptos he encontrado la alegría” (Sal. 118 ).

Flexible

En Babel, donde todos fabricaban ladrillos (¡eficacia asegurada!) y soñaban con una lengua única, nuestro polo femenino prefiere la palabra de Pentecostés en que cada uno oye al otro hablar en su lengua materna. Las diferencias y las excepciones forman parte de la vida. El polo femenino de Jesús es el que le lleva a practicar esta justicia bien desconcertante que da a los obreros de la última hora tanto como a los de la primera, que le hace correr en busca de la única oveja descarriada, que festeja el retorno del pródigo, que autoriza a los apóstoles a arrancar espigas en sábado para calmar su hambre.

2. El polo femenino

El Estado “padre nutritivo está más desarrollado en la mujer. Los conflictos de poder entre mujeres son tan duros como entre los hombres, pero más difusos, inconfesados, a veces disfrazados de servicio. En el ejercicio de su responsabilidad, la mujer prefiere ayudar, aconsejar, buscar los medios concretos para obtener la adhesión sin apremiar demasiado. Esto la hará ingeniosa, astuta, pedagoga, para conseguir todo evitando desagradar.

Su don de mediadora, su alergia por la violencia, la hace especialmente hábil en la resolución de los conflictos entre las personas. Es la madre de familia que obtiene mediante la dulzura lo que el padre no ha obtenido por la fuerza. En un equipo pastoral, es la religiosa quien hará quizá aceptar una decisión mientras que el sacerdote no había conseguido más que despertar “al niño rebelde”. Pero ¡atención!: su poder de seducción puede a veces aparecer como una manipulación y corre el riesgo de suscitar la desconfianza del interlocutor.

El modo como Catalina de Siena aconseja e incluso amonesta al Papa Urbano VI es una maravilla del género:

Santísimo y muy dulce Padre en Cristo, el dulce Jesús; yo, Catalina, la sierva y esclava de los servidores de Jesucristo, le escribo con el deseo de ver al verdadero y legítimo pastor y jefe de vuestras ovejas. Sí, santísimo Padre, cuando tenéis que poner pastores en el jardín de la santa Iglesia, que sean personas que buscan a Dios, y no los honores; y que el camino que emprenden para llegar sea la verdad, y no la mentira. Santísimo Padre, sed paciente cuando se os dicen estas cosas, porque no son dichas más que por el honor de Dios y por vuestra salvación, como debe hacerlo un hijo que ama tiernamente a su padre: no puede sufrir que se haga una cosa que pudiera ser un error o una vergüenza para su padre, y vela siempre por ello, porque sabe que un padre que gobierna una gran familia no puede ver más que lo que ve un hombre, y que entonces, si sus hijos legítimos no velaran por su honor y por sus intereses, se vería engañado con mucha frecuencia. Es lo que ocurre con vos, santísimo Padre: vos sois el padre y el señor de toda la cristiandad. Nosotros estamos todos bajo las alas de vuestra Santidad. Vuestra autoridad se extiende a todo; pero vuestra vista está limitada como la del hombre, y es necesario que vuestros hijos vean y hagan, con la sinceridad de su corazón y sin ningún temor servil, todo lo que es útil para el honor de Dios, para el vuestro, y para la salvación de las ovejas que están bajo vuestro cayado. Yo sé que vuestra Santidad desea fervientemente tener auxiliares que puedan estar a su servicio, pero para esto es preciso escucharlos con paciencia.

La mujer responsable de comunidad

Más maternal, la mujer se sentirá responsable de cada una (para una madre, cada hijo es único), tenderá a considerar a cada una como un caso, a escuchar más, a ser más comprensiva. Intentará flexibilizar, personalizar, hacer evolucionar la regla. Visto desde el exterior se podría pensar en una falta de autoridad o en un dejar pasar.

Cuando se siente a gusto, practica de buen grado la corresponsabilidad, la concertación y la negociación hasta en los pequeños detalles. Este interés orientado a la vida personal puede llevar a las mujeres a otorgarse el derecho de fiscalización sobre los comportamientos de todas. Apoyo fraterno, sin ninguna duda, pero también a veces cotilleo, envidias. Los celos y la envidia juegan un papel más considerable en la vida de la mujer que en la del hombre.

El “normativo” protege al “nutritivo” de la tendencia fusional

El análisis transaccional atrae igualmente nuestra atención sobre cinco condiciones para que nuestro polo femenino, centrado en la ayuda y el apoyo, no resulte asfixiante a fuerza de querer ayudar demasiado. El padre normativo, representante del polo masculino, es el que en el momento de un discernimiento ayudará a plantearse algunas preguntas:

- ¿Es éste tu rol? El nutritivo está siempre dispuesto a ir en ayuda de toda miseria sin preocuparse de las instancias institucionales. Así por ejemplo, una religiosa, que consideraba que la maestra de novicias carecía de tacto con una novicia, se creyó obligada a suplirla;

- ¿Eres competente? No se improvisa al ayudar; el buen corazón no basta;

- ¿No estás haciendo demasiado? ¿es esa la mejor manera de ayudar? ¿Esperar a que el ángel pase para meter al enfermo en la piscina, o invitarlo como Jesús a coger su camilla y a marchar? (Jn 5, 8);

- ¿Estás respondiendo a una petición? “¿qué quieres que haga por ti”?; “Si quieres”. Imponer la propia ayuda, creerse indispensable, no saber retirarse, rehusar al otro el espacio necesario para levantarse y caminar solo: otras tantas desviaciones femeninas que pueden detener el crecimiento y asfixiar la vida;

- ¿Tienes ideas claras en cuanto a los movimientos de tu corazón? Si el corazón tiene razones que la razón no conoce, el corazón sin la razón puede conducir a derivas pasionales so capa de caridad.

El masculino, más preocupado por la ley; y el femenino, más preocupado por la vida, deben ir juntos. Una ley, una moral que tuviese la pureza y la rigidez del cristal tendrá también la fragilidad del cristal. Nuestro polo femenino, recordando que “el sábado está hecho para el hombre”, impide que la vida sea asfixiada por las normas, hasta cambiarlas si ello es vital. Pero es conveniente también que nuestro polo masculino nos recuerde que hay un Sábado que respetar y que una vida sin ley llevaría a la jungla.

En las Bienaventuranzas encontramos la invitación más apremiante a la mansedumbre, la humildad, la pobreza espiritual, la paz, la misericordia…; virtudes habitualmente reconocidas como femeninas. ¡Pero es el Hombre Jesús quien las proclamó!

Vicente de Paúl y Luisa de Marillac aprendieron, uno a través del otro, no a hacer visitas a los pobres y a los enfermos, sino a cuidar su cuerpo y su alma. Fue Vicente de Paúl quien liberó a Luisa de sus tormentos y le abrió la vía real de la caridad, pero sin Luisa de Marillac ¿hubiera tenido San Vicente la irradiación que ha tenido? La Iglesia hoy tiene que llevar también los dolores y las angustias de nuestros contemporáneos, como una mujer lleva a un niño que sufre y lo mece. Sin duda, en la manera de abordar algunas cuestiones relativas a los derechos en materia de ética, la Iglesia necesita oir más la palabra de las mujeres que, sin olvidar la ley, están con frecuencia, ante todo, del lado de la comprensión y de la compasión.

III. Vivir el “estado adulto” en masculino y en femenino

Cuando acudimos a nuestro “estado adulto”, que es la parte de nosotros mismos centrada en la reflexión y la acción, encontramos esta misma diferencia y esta misma complementariedad. Veamos cómo Karl Rahner, teólogo alemán, expresaba las características habituales del temperamento masculino, en una reunión de hombres católicos en Colonia:

“El hombre está orientado hacia el mundo exterior. Se preocupa más por la realización que por la intención. Le gusta reconocerse en una obra. Está menos centrado en las personas que en las cosas. Busca con gusto los principios; teme el reproche de dejar que se introduzcan en su acción elementos “personales”. Quiere ser “justo”: reconocerle esta cualidad es otorgarle un elogio al que es casi más sensible que al de tener buen corazón. Le resulta más fácil que a la mujer distinguir entre la cosa y la persona (esto no es una ventaja en todos los aspectos). Soporta mejor la soledad. Es profeta, mientras que la mujer es mística. Organiza y hace planes, acomoda su modo de actuar a reglas y normas. Vive más con la cabeza que con el corazón. Se enfada consigo mismo más fácilmente que la mujer, la cual aceptará tranquilamente el misterio de su ser. Se abre a horizontes lejanos, mientras que la mujer encarna el pequeño rincón de tierra que forma el marco de su existencia. Quiere que se le reconozca en lo que hace: lo que ofrece, es su trabajo no su corazón. Él construye sistemas; la mujer ve las cosas de manera imaginativa [...]”.

1. Diferencia en la manera de estudiar una cuestión

La manera misma de estudiar una cuestión puede tener acentos masculinos o femeninos.

El pensamiento masculino gusta del caminar lógico, del desarrollo lineal de las ideas, de la visión a largo plazo, de la referencia a sistemas de pensamiento. El hombre se da por convencido en el momento en que ha comprendido.

El pensamiento femenino avanza en estrella o en espiral, a través de meandros, y de la complejidad de lo cotidiano, lo que hace decir que las mujeres son complicadas, intrincadas, inseguras, que no saben lo que quieren. Lo que ocurre es que, en ellas, la intuición precede con frecuencia a la comprensión. Al decirle: “explica, no veo qué es lo que quieres decir”, responderá: “no puedo explicar, lo intuyo”.

En resumen, el polo masculino piensa con la cabeza y se convencerá si ha comprendido; el femenino ve con el corazón y se convencerá si se ha sentido conmovido. Sus coherencias están lejos de ser las mismas, ya que cada uno tiene su lógica propia. ¿No tiene el corazón sus razones que la razón no conoce? Como decían unas novicias africanas: “no se ha explicado, puesto que esto no ha entrado en nuestro corazón”: “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19).

2. Diferencia en la manera de transmitir el mensaje

A los hombres, se dice, les gusta razonar, analizar, discutir, teorizar. De ellos son los grandes discursos políticos, los debates y, en el universo que nos concierne, de ellos es la predicación, la teología, la investigación fundamental (¿habría que matizar ya que estamos en plena evolución en cuanto a la igualdad?).

De las mujeres es propio sacar partido, explicar, vulgarizar, personalizar. Las encontraremos en la enseñanza, la catequesis, la animación de los diversos grupos. Por consiguiente, están mejor situadas para darse cuenta de las reticencias, dificultades, y encontrar las pedagogías que hagan los contenidos asimilables por todos. Seguramente que, si antes de publicar las encíclicas y los escritos episcopales, incluso las predicaciones, las conferencias, se pidiera a las mujeres que los tradujeran en un lenguaje más corriente y buscaran la pedagogía para transmitirlos, se evitarían muchos malentendidos.

¿No están ellas para dar “carne” a la palabra? En una institución bipolar como la de ustedes, ¿las Hermanas encuentran lugares para entregar la palabra hecha carne, cotidianamente, en contacto con los enfermos, niños, pobres, excluidos? A lo masculino le corresponde velar por la integridad del mensaje; pero cuando se trata de la actualización de un carisma de misericordia, ellas están bien situadas para oír las nuevas necesidades del mundo e inventar nuevas formas de presencia. ¿No es, en hebreo, el término “útero” la raíz de la palabra misericordia?

3. Diferencia en la manera de llevar a cabo una acción

El polo masculino en búsqueda de realización, de eficacia, se orienta más hacia el mundo exterior. Planifica, organiza, evitando confundir proyectos con problemas personales, “él quisiera que su vida estuviera de acuerdo con sus ideas, lo que explica que modelará, en caso de necesidad, su concepción del mundo con base en su manera de actuar, mientras que ella se acomoda más fácilmente a una contradicción entre teoría y práctica, en tanto que tiempo y teoría permanezcan en la zona de las ideas. Él se da fácilmente por convencido en cuanto ha comprendido”, dice también Karl Rahner.

El polo femenino “trabaja el pequeño rincón de tierra que forma su existencia” en connivencia con las cosas y los seres. Antes de lanzar un proyecto, las mujeres pensarán primero en las personas y en sus reacciones. Ellas van a privilegiar la recepción con relación a la emisión (diferencia biológica quizás). Es lo que hace más difícil la elaboración de un proyecto preciso, coherente, estructurado, eficaz: “¿A dónde quiere llegar?” Y, “¡qué pérdida de tiempo!”.

En comunidad, la posibilidad de vivir juntas, de entenderse, de compartir. En una palabra, de ser felices, contará tanto como el proyecto apostólico. La unidad se hará más por el ser que por el hacer.

En la acción, la mujer si está conmovida, emocionada, se entrega personal, total y afectivamente a la tarea, preferencialmente en contacto directo con las personas, lo que le da una fuerza y un aguante extraordinarios. Los actos que realiza y los sentimientos que experimenta están inextricablemente unidos, como atestigua esta anécdota referida por Watzlawick.

Esta tarde es el cumpleaños de Juan, y María prepara, con amor, una tarta para la fiesta. Está un poco preocupada porque el bizcocho no sube.

En ese momento Juan pasa por la cocina.

Escuchemos el diálogo entre Juan y María:

María: Juan, ¡tengo miedo de que este bizcocho no suba!

Juan: Quizá no tiene bastante levadura; ¿qué dice la receta?

María: ¡Ya estamos! ¡Ese eres tú!

Juan: ¡Cómo! ¿qué quiere decir que ese soy yo?

María: ¡Tú sabes muy bien lo que quiero decir. Siempre haces lo mismo y ya sabes que eso me pone nerviosa!

Juan: Válgame Dios, ¿de qué estás hablando? Dices que el bizcocho no sube, yo digo que quizá no tiene bastante levadura y de repente, esto no tiene que ver nada con la levadura, se trata ahora de un defecto que yo debo tener o sabe Dios de qué…

María: ¡Pues claro! Para tí la levadura es más importante que yo. ¡Qué la causa pueda ser la levadura, ya puedo suponerlo yo misma! Pero para ti, no tiene importancia que yo quiera darte gusto con este bizcocho!

Juan: Yo no lo niego ni un sólo instante y te agradezco que me quieras dar gusto. Pero yo hablaba solamente de la levadura, no de ti.

María: Es curioso cómo vosotros, los hombres, llegáis a guardar las cosas bien separadas. ¡A nosotras las mujeres, eso nos pone malas !

Juan: No, el problema es que vosotras, las mujeres, mezcláis la levadura y el amor.

La mujer, ser de deseo ante todo, tratará de hacer que la realidad se pliegue a su sueño, sobre todo si se trata de una buena causa: “lo que la mujer quiere, Dios lo quiere”. Dinamizada por su deseo, sin relieve por otra parte, temerosa, con falta de seguridad, se hará imaginativa, creativa, audaz. La eventualidad de un fracaso no le da miedo; ante las reticencias de la autoridad, pide que se le permita solamente intentar, segura, en el fondo, de sí misma, segura de que va a triunfar. Esta actitud puede conducirla a situarse en los bordes de la institución o a ser fundadora cuando su carisma es demasiado personal como Madre Teresa o Sor Emmanuelle. El reverso de la medalla es que corre el riesgo de dejarse encerrar en sus problemas y sus deseos personales. Felizmente que el masculino está presente para contener y regular la fogosidad del deseo y recordar la ley que señaliza los caminos de la gracia.

En la evaluación, el masculino, que tiene tendencia a querer que la vida esté de acuerdo con las ideas, buscará más bien ver en qué la vida está en desfase con el proyecto. El femenino, en cambio, no le da a ello tanta importancia. A los “hay que” o “es preciso que”, la mujer prefiere los “cómo hacer”. Es lo que las Hijas de la Caridad supieron hacer con San Vicente cuando se las quiso conventualizar.

4. Ante los problemas que hay que resolver

En caso de dificultades, gracias a su intuición femenina, la mujer presiente, ve venir, adivina los signos, previene. En todos los tiempos y en todas las culturas ha habido mujeres profetas, echadoras de cartas, echadoras de la buenaventura.

En el Evangelio, las mujeres son las primeras en percibir el sentido de los acontecimientos. Así, María, la Madre de Jesús, es la primera en saber que los tiempos se han cumplido, que la hora de Jesús ha llegado en Caná. La anciana Isabel es la primera en reconocerlo. La Samaritana, Marta ante la tumba de Lázaro, María de Betania que unge con perfume el cuerpo de Jesús en vistas a su sepultura, la cananea, las mujeres en el sepulcro: todas son las primeras en haber creído sin haber visto.

Más centrada en las personas, allá donde el hombre ve problemas, la mujer ve rostros. Su solicitud se transforma en preocupación que invade su campo de conciencia y se vuelve sorda a todo argumento razonable; las colinas pueden entonces convertirse en montañas y el ambiente puede fácilmente hacerse trágico.

5. En la búsqueda de soluciones

Nuestro polo masculino irá hacia soluciones más conformes, más fieles a la tradición. Nuestro polo femenino, impulsado más por el principio de economía (Oikos: casa donde hay que vivir juntos), irá por instinto hacia soluciones vitales por el camino del diálogo.

En la familia, en los equipos, en el plano personal y comunitario, las mujeres encuentran soluciones, porque hay que vivir, incluso sobrevivir, evitar rupturas y callejones sin salida. Esta aptitud, en relación con la vida que hay que dar, preservar, renovar, explicaría que las congregaciones femeninas se hayan lanzado con pasión en el aggiornamento (quizá había algún retraso que recuperar). Más recientemente se ha visto a religiosas jóvenes reunirse, a nivel intercongregacional, para buscar soluciones nuevas a su situación minoritaria en congregaciones envejecidas; estas religiosas se han lamentado de que las congregaciones masculinas sólo hayan respondido tímidamente a su invitación.

Las modalidades pueden ser diferentes pero en todas las latitudes las mujeres encuentran soluciones inesperadas, hacen proezas con un gran ingenio para proteger y salvar la vida. Moisés fue salvado por la complicidad de tres mujeres: su madre, su hermana y la hija del Faraón. Todas las mujeres de la Biblia y del Evangelio, desde Eva hasta María, tienen algo que ver con la vida que hay que dar, hacer crecer, proteger, volver a dar indefinidamente.

María, la Madre de Jesús está siempre presente en los momentos importantes, en los comienzos: en el anuncio del ángel, en el nacimiento, en Caná, en la Cruz, cuando la Iglesia se prepara a nacer al soplo del Espíritu. La esperanza de María es una esperanza insistente, perseverante, obstinada. En Caná, no se deja desanimar por la negativa de Jesús: “Haced lo que Él os diga”. Igualmente insistente es la esperanza de la Cananea que introduce en cierta manera a Jesús en su ministerio entre los paganos. Es ella la que le hace oír sus gritos, sus llamadas de auxilio. Ella, se obstina también en su oración por su hija, hasta aceptar ser comparada a un perro: “Que se haga como tu quieres, como tu esperas”.

Ser madre es un carisma ofrecido a toda mujer y pertenece a su ser mismo. En la cultura africana, es el primer deber de la mujer. Una joven se hace adulta dando a luz a su primer hijo. Una religiosa africana decía: “Si por nuestro celibato no podemos ser madres, no somos creíbles”.

Dar la vida es también proteger la vida, preferir el amor al odio, la paz a la guerra, es salvar al niño y al pobre de las garras de los poderosos y de los fuertes. Son ellas, las mujeres, las últimas en permanecer al pie de la cruz y son también las primeras en el sepulcro, acompañantes obstinadas de la vida. El Ángel de la Resurrección aterroriza a los soldados, pero tranquiliza a las mujeres.

En resumen, el hombre está más del lado del mapa y la mujer del lado del territorio. Es propio del hombre la vista de avión que indica la dirección, de la mujer la búsqueda de los “itinerarios verdes” que permiten avanzar aun cuando surjan en el camino imprevistos y escollos. Quien mira el mapa no ve las pequeñas asperezas a las que es muy sensible quien está sobre el terreno. Es verdad que ella puede perderse en los detalles.

IV. Vivir “el Estado niño” en masculino y en femenino

1. La gestión de las emociones

Nuestro “estado niño” es la sede de nuestras pulsiones, de nuestras emociones, de nuestro potencial de gozo y de sufrimiento. Nuestro “estado padre”, encargado de hacernos sociables, y nuestro “estado adulto”, encargado de llevarnos a lo real, contribuyen a regular nuestras emociones, a dominar la expresión de nuestros sentimientos. Pero ¿qué queda de nuestro “niño espontáneo”?

El Análisis transaccional reconoce cuatro sentimientos fundamentales: la alegría, la tristeza, el miedo y la cólera. Con una preocupación por la distinción de identidades, la educación autoriza o prohibe la expresión de ciertos sentimientos, según que nazcamos niña o niño.

La expresión de la agresividad es más tolerada en un chico; de una chica agresiva se dirá que es mala. Esta agresividad reprimida puede transformarse, en la mujer, en una tristeza con tendencia depresiva. La obligación de dar gusto y de no mostrar su contrariedad, su deseo de seducir, la conducirán a dominar su “niño rebelde”. Pero esta energía reprimida deberá abrirse otro camino: somatizaciones, liberaciones bruscas e inesperadas, transferencias.

Por el contrario, las lágrimas, consideradas como signo de debilidad, pueden convertirse en la mujer en un arma temible para desactivar la agresividad masculina y obtener lo que desea. A la amenaza, preferirá el chantaje de las lágrimas.

Pero ¿no es esa capacidad de comprender las cosas y los seres desde el interior, de estar en contacto directo con los misterios de la vida lo que hace a la mujer más vulnerable? “Dios cuenta las lágrimas de las mujeres” dice la Kabbale. “Porque las mujeres comprenden el mundo mejor que los hombres, lloran mucho más a menudo”. Por el contrario un muchacho no debe llorar y no debe mostrar que tiene miedo. Ocultará su miedo jugando al duro y sus lágrimas mostrándose agresivo o retirándose.

El hecho de que la emoción expresada no corresponde al sentimiento normalmente sentido da lugar a malentendidos: por ejemplo, rechazar a alguien que intenta consolarles a ustedes en un momento de una prueba (más bien masculino) o ponerse a llorar cuando se es agredido en lugar de defenderse o de buscar explicarse (más bien femenino). La mejor manera de reaccionar es continuar la comunicación como si hubiera sido expresado el sentimiento normalmente esperado, por ejemplo, en lugar de inhibirse ante las lágrimas, reformular tranquilamente la dificultad y reanudar la conversación más tarde.

2. La expresión de los sentimientos

Abordamos aquí un campo personal si lo hay. Escuchemos lo que nos dice Rahner a este respecto hablándonos del hombre: El amor es una parte, no el todo de su vida. Tiene pudor y una actitud poco segura ante el mundo de sus sentimientos. Es capaz de despreciarse y considera fuera de lugar darse importancia. Hay contradicción entre los puntos de vista teóricos y sus propias inclinaciones, encuentra esto normal; desconfía de las ideas que concuerdan demasiado bien con sus sentimientos.

Las mujeres gustan hablar de sus sentimientos, cosa más difícil para los hombres. Ellos quieren decir bien sus opiniones, pero sin tener en cuenta su sensibilidad. Vacilan en levantar el velo sobre sus impresiones por no saber cómo traducirlas y comunicarlas.

En las comunidades femeninas se hablara más fácilmente de experiencia personal. En la relectura de vida, se concederá más importancia a la manera como cada una ha sido interpelada por la situación. Si el clima es de confianza, los intercambios del Evangelio, las oraciones espontáneas serán más implicantes. Los hombres tienen cierto pudor para aventurarse en este terreno. Para el polo femenino, la fe es un asunto de gusto y no solamente de verdades que hay que creer.

Toda la vida religiosa se beneficiaría de una búsqueda en que hombres y mujeres dedicaran tiempo a decirse qué es lo que hay de común y de específico en su manera de vivir como hombre y como mujer, en su modo de vivir su relación con Dios, su amor a Jesús. Por el contrario, la desconfianza puede conducir a la mujer a un mutismo absoluto.

3. La religiosa, esposa de Cristo

La religiosa vive su respuesta a la llamada de Dios, como enamorada, como una esposa responde a su esposo. Juan Pablo II le da las gracias por ser el intermitente que recuerda a la Iglesia y a la humanidad que ha de orientarse hacia el Esposo.

“La vocación de la Iglesia, de toda la Iglesia, de hombres y mujeres, es celebrar las bodas místicas con su Salvador. ¿Y quién puede, mejor que la mujer, ayudar a la Iglesia a ser plenamente esposa? Fundada por hombres, los apóstoles, la Iglesia se convierte, en el último libro del Nuevo Testamento, en el Apocalipsis, en la esposa de Cristo”.

Lo mismo que en la Samaritana, el encuentro con Jesús hace surgir en el corazón de la mujer un agua viva que la hace correr para atraer a otros a la fuente. Como a la joven que esperaba la llegada del esposo, la intensidad de su deseo la mantendrá despierta, aun en la noche que se prolonga. Como la mujer que mete la levadura en la masa, sabrá poner la totalidad de su deeo en lo pequeño y en lo cotidiano.

Los impulsos místicos han conducido a algunas mujeres hasta los éxtasis de la relación amorosa, con frecuencia vividos como transferencias. Pero un sólido sentido evangélico y una piedad ilustrada y, a veces, un buen consejero, la llevarán al encuentro del Esposo allá donde Él quiere ser amado: en la persona del pobre, del pequeño, del enfermo.

Vicente de Paúl supo reconocer la iluminación interior de Luisa de Marillac: “¿Por qué no, si Dios le ha dado ese sentimiento?”. Y entonces se revelan las cualidades de organización de Luisa. Es ella quien dirige y anima, distribuye el trabajo y suscita el buen entendimiento en los hospitales. Pero en quien ellas (Luisa y las Hijas de la Caridad) soñaban era en el Esposo cuando San Vicente les pedía que recibieran a los niños abandonados. Es también en Él en quien piensan hoy al curar las llagas de una sociedad traumatizada, en ellas contemplan las llagas de Cristo.

Como conclusión

Los modelos de mujeres tradicionalmente propuestos a los hombres son ya anticuados. Las jóvenes que hoy entran en la vida religiosa se presentan poco como madres protectoras, y más bien como peligrosas seductoras o niñas sumisas. Como han vivido en ambientes mixtos antes de entrar en el convento, pueden hacerse amigas, cercanas y fraternales con los sacerdotes. Estas relaciones de fraternidad, al reemplazar poco a poco a las relaciones de dependencia, deberían provocar cambios profundos en el rostro de la Iglesia y de la vida religiosa. Y los institutos como el de ustedes, contribuyen a esta renovación, a condición de que la doble presencia masculina y femenina esté presente en todos los niveles. El problema está en que la ausencia de entradas en los últimos decenios hace más difícil las prácticas nuevas, en este campo como en muchos otros, y esto tanto del lado masculino como del femenino.

“En este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres, impregnadas del espíritu del Evangelio, ¡pueden tanto para ayudar a la humanidad a no ser inhumana!… Lo mismo que el hombre moderno ha liberado la energía que estaba encerrada en la materia, será preciso que un día se llegue a liberar la energía explosiva que está encerrada en el corazón de las mujeres…” (Pablo VI).

(Traducción: Centro de Traducción - Hijas de la Caridad, París)

Albert Samuel, Les femmes et les religions, Ed. de l'Atelier, 1995.

Daniel Marguerat, Le Dieu des premiers chrétiens C h. 7, Ed. Labor et Fides, 1993.

Christiane Olivier: Les enfants de Jocaste. Ed. Denoël-Gonthier, 1980.

Michel Scouarnec. Deux mille ans d'Eglise par les textes, Ed. Atelier, 2000.

Paul Watzlawick. Comment réussir à échoue, Ed. Seuil, 1986

Michel Scouarnec. La foi, une affaire de goût. Ed Atelier, 2000

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