Relación con los obispos

Relacion con los obispos

Francisco Sampedro N., C.M

Introduccion

Este tema es ciertamente complejo. A partir del Concilio Vaticano II se ha considerado a la Iglesia en una perspectiva nueva. También ha habido innovaciones culturales. Todo esto ha traído situaciones y problemas diferentes en nuestras relaciones con los obispos.

Sin duda que las realidades son muy diversas y es de suponer que habrá situaciones variadas. Por nuestra parte no hemos visto grandes diferencias en las relaciones con algunos obispos de Roma, del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), de algunas Conferencias Episcopales con las que nos hemos relacionado y trabajado y de las diócesis. Los obispos siempre son obispos que pertenecen a un grupo especial De todas formas puede haber experiencias diferentes.

El lugar que ocupan los religiosos, Institutos Seculares y Sociedades de Vida Apostólica en muchas partes y su aporte cuantitativo y cualitativo, también influyen en estas relaciones. Pensemos que en ciertas diócesis africanas o de América Latina más de la mitad del clero no es diocesano; su forma de ser y actuar también son diferentes. En otras partes el clero secular es más fuerte y hay más cercanía de los obispos con sus sacerdotes; muchas veces esto exige humildad.

El Concilio Vaticano II sentó una serie de principios normativos acerca de las relaciones con los obispos diocesanos en el ejercicio del apostolado y otras actividades. Luego se desarrollaron dichos principios por el M. P. Ecclesiae Sanctae y el directorio Mutuae Relationes de 1978.

Además ha habido reuniones y asambleas en donde se ha preguntado:

a)¿qué esperan los obispos de nosotros?;

b)¿qué esperamos nosotros de los obispos?;

c)¿qué medios pueden ser utilizados para obtener una colaboración fecunda entre ambos a nivel diocesano y a nivel nacional e internacional?.

Teniendo en cuenta la respuesta a estas preguntas se elaboró el documento Mutuae Relationes, importante para el tema que vamos a tratar; aquí se tienen en cuenta y citan los documentos anteriores; se recogen los principios renovadores provenientes del Concilio Ecuménico Vaticano II y se hacen nuevas reflexiones.

Ultimamente ha habido reflexiones importantes en el Sínodo de los Obispos sobre "la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo" que se celebró en Roma del 2 al 29 de octubre de 1994.

Teniendo en cuenta todo lo dicho, vamos a hacer nuestra reflexión. Creemos que son importantes los fundamentos doctrinales, los criterios con los que se actúe y la práxis misionera propia de nuestro carisma.

I.Elementos doctrinales

1.Fidelidad al Plan de Dios

Según San Vicente de Paúl la Congregación de la Misión existe por voluntad de Dios. De no responder al deseo de Dios, debería desaparecer.

Es la divina Providencia quien llevó finalmente a San Vicente, a través de los acontecimientos de su vida, a dedicarse a la salvación de los necesitados. En esta perspectiva está el origen de su propia vocación y de la vocación de C.M.

Nuestro nacimiento es semejante al del "Pueblo nuevo que, vivificado por el Espíritu, se reúne en Cristo para llegarse hasta el Padre" (Cfr. Ef. 2,18). Los individuos que componen este Pueblo son convocados de entre todas las naciones y se funden entre sí en tan íntima unidad (L.G. 9). Ocurre que sólo en esta perspectiva transcendente pueden llegar a una interpretación exacta las relaciones mutuas entre los diversos miembros de la Iglesia..." (Mutuae Relationes, 1).

La visión de Cristo enviado por el Padre para evangelizar a los pobres se convirtió en el centro de la vida y trabajo apostólico de nuestro fundador. Pero es Cristo quien nos lleva a la unidad e intercomunión como Pueblo. Su Espíritu Santo vivifica y produce cohesión orgánica para dar mejores frutos (LG 4) y dar vigor y fuerza a la misión.

Nuestra relación y comunión con los obispos ha de tener como primera fuente y modelo la misma vida trinitaria de Dios. En la Trinidad tenemos la igualdad y la diversidad de personas; entre estas existen diferentes relaciones; cada una tiene su forma de actuar en la historia de la salvación: el Padre enviando al Hijo, este encarnándose, muriendo y resucitando y el Espíritu Santo santificándonos y animándonos.

Estamos llamados a tener unas relaciones con nuestros obispos, desde las diferentes circunstancias, no de uniformidad, sino de unidad en la diversidad. Cada uno tiene un lugar en el plan de Dios.

Dios hizo surgir la Congregación en un momento de problemas y desorientación de la Iglesia para responder a necesidades urgentes imitando a Jesucristo (RC I, 1). Esta novedad querida por Dios es algo que debemos conservar; es un aporte a la Iglesia de nuestro carisma que aconteció por designio de Dios.

2.Con Comunión Eclesial

Todos somos miembros de la Iglesia, cuerpo de Cristo, Pueblo de Dios. Y "todos los miembros, pastores, laicos y religiosos, participan cada uno a su manera de la naturaleza sacramental de la Iglesia; igualmente cada uno desde su propio puesto, debe ser signo e instrumento tanto de la unión con Dios cuanto de la salvación del mundo" (Mutuae Relationes, 4). Y todos tenemos que cumplir con la doble vocación a la santidad (L.G. 39) y la apostolado (AG., 1; 2; 3; 4; 5).

En primer lugar la Iglesia es comunión a partir de la Trinidad. Como escribió San Cipriano ella "es pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG., 4; PL. 4, 553). Pero como nos dice la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano también es necesaria la participación en el sentido de contribuir desde lo que se es, al bien del todo (cf. Puebla, 211- 219). Desde este punto de vista, así como entre las personas de la Trinidad no puede haber subordinación, tampoco en la Iglesia. En nuestras relaciones con los obispos creemos es importante que nuestra comunión eclesial con ellos tenga en cuenta la comunión eclesial que emana de la Trinidad, se inspira en ella y tiende a ella.

La comunión jerárquica es importante para la continuidad histórica y visible con los apóstoles y a través de ellos con el Jesús histórico (sucesión apostólica). Pero también es importante la comunión con el pueblo de Dios y especialmente para nosotros con los pobres. Y toda comunión no puede perder de vista el bien mayor de la comunión con Dios. Jesús siempre nos quiere mostrar el camino hacia el Padre en la dinámica del Espíritu.

Nuestras relaciones con los obispos no pueden prescindir de lo que el teólogo Chenu llama verdadera "arquitectura de la Iglesia". En esta estructura los pobres han de ser importantes; a estos los hay que servir precisamente siguiendo a Jesús. En esta arquitectura el sacerdote tiene una orientación especial. San Vicente lo expresó audazmente así:

"Los sacerdotes de este tiempo tienen un gran motivo para temer los juicios de Dios... y El les impulsará a causa de los castigos que envía, porque no se oponen como deben a las plagas como .... la guerra, el hambre y las herejías".

Como seguidores de San Vicente estamos llamados a ser misioneros que trabajamos por liberar espiritual y materialmente a los necesitados. Esto es algo irrenunciable. Los laicos se unen a esta misma tarea por la exigencia de su bautismo; San Vicente los orientó magistralmente en este servicio.

Siempre hemos de tener presente que la comunión orgánica de la Iglesia, tanto en su aspecto espiritual, como en su dimensión jerárquica, deriva conjuntamente de Cristo y de su Espíritu" (Mutuae Relationes, 5). Cristo es la cabeza y el Espíritu prometido por el Padre es como el alma del cuerpo (LG. 5 y 7).

Los obispos en comunión jerárquica con el Romano Pontífice y rodeados de sus sacerdotes tienen la presencia de Jesús y están "en lugar del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, actuando en vez de El" (LG, 21; PO. 1; Ch. D.,2) y "en nombre de Cristo-Cabeza" (PO,2). Ejercen en forma unida en favor de la comunidad de fieles el triple servicio a enseñar, santificar y gobernar (Ch. D, 12-22; P O, 4-6).

Existe una comunión en sentido "descendente y ascendente". Pensamos que esta optica ha de estar presente en nuestras relaciones.

3.Desde el carisma propio

Ya dijimos que el alma del Cuerpo de la Iglesia es el Espíritu Santo. "Ningún miembro del Pueblo de Dios, sea cual sea el ministerio a que se dedica, posee aisladamente todos los dones, funciones y ministerios, sino que debe estar en comunión con los demás. Los diversos dones y funciones en el Pueblo de Dios convergen y se complementan recíprocamente en una única comunión y misión" (Mutuae Relationes, 9).

Nosotros también somos un don especial hecho a la Iglesia (LG, 43). Desde aquí hemos de dar nuestra colaboración, aportar nuestra vocación (PC, 1; 2). Nuestro carisma se revela como "experiencia del Espíritu" (EN, 11) que tiene que ser vivida, profundizada y desarrollada dentro de una Iglesia en cambio y crecimiento. Nuestra índole propia nos exige realizar un estilo de apostolado al que no debemos renunciar si no queremos perder nuestra identidad y seguir caminos de ambigüedad.

A nosotros nos corresponde entregar a los obispos nuestra genuina novedad desde la fidelidad al Señor y en docilidad al Espíritu. En esta perspectiva hemos de saber interpretar los signos de los tiempos y responder a necesidades nuevas.

En el mismo sentido de la índole propia nuestros superiores han de ejercer su función de servicio y guía. Su autoridad también proviene del Espíritu del Señor en conexión con la jerarquía. En unión con el magisterio tienen que cumplir las funciones de maestros que enseñan, de sacerdotes que santifican, de pastores que gobiernan la congregación en el orden interno. No se trata de independencia absoluta, sino de autonomía auténtica dentro de la propia identidad (cf. Ch. D, 35,3 y 4). Y para enriquecimiento de la Iglesia. Nacimos en la Iglesia y somos para ella desde nuestro propio carisma según las exigencias de los tiempos. (cf. P.C., 2,d; 14; 18).

Siempre debemos tener en cuenta que "el carisma de San Vicente es don particular que concedió el Espíritu Santo para bien de la Iglesia, consistente en un modo peculiar de descubrir y seguir a Cristo, y de continuar su misión de Evangelizador de los pobres".

También hoy nos corresponde seguir a Cristo Evangelizador y servidor de los pobres; como San Vicente nos hemos de entregar a Dios y a servir a los pobres material y espiritualmente. El espíritu para hacerlo es estar revestidos de las virtudes apostólicas de "la sencillez, la humildad, la mansedumbre, la mortificación y el celo por las almas" (RC, II, 14; Const. 7). La vida fraterna ayuda a vivir la misma vocación y misión. Los Consejos evangélicos de castidad, pobreza, obediencia y estabilidad son medios adecuados para nuestra entrega a Dios y para estar disponible para el servicio. Un verdadero servicio a la Iglesia y relación con los obispos se ha de realizar desde lo que es el núcleo de nuestro carisma.

4.Para la Misión

La misión tiene una especial importancia para la Congregación de la Misión. Pero hemos de tener en cuenta que "la misión del Pueblo de Dios es única y constituye, en cierta manera, el núcleo de todo el misterio eclesial.... Y la misión de la Iglesia por su misma naturaleza no es otra cosa que la misión del mismo Cristo prolongado en la historia del mundo" (Mutuae Relationes, 15).

Sin embargo, la misión se desarrolla en condiciones culturales diferentes. También es importante tener en cuenta a quienes se dirige, que para nosotros son los pobres. (AG, 6). Esto ciertamente influye en las relaciones con los obispos, que deben respetar nuestra misión específica.

El equilibrio entre los valores de universalidad y singularidad será importante; exigirá discernimiento. Para la unidad verdadera y el servicio específico es necesaria la variedad. Esto no se opone a la unidad. Según el Concilio Vaticano II la unidad "precede y funda toda distinción carismática y ministerial".

En el cumplimiento de la misión también tiene que darse coordinación con la Santa Sede, Conferencias Episcopales y Diócesis (Ch D, 11; 38). Así la misión será más efectiva. En esta coordinación son importantes el diálogo y discernimiento común de la voluntad de Dios.

El desconocimiento de nuestro carisma y misión puede producir problemas. Siempre será provechoso el conocimiento mutuo y el diálogo sincero.

Por nuestra parte debemos mirar a nuestro Fundador que fue hombre de Iglesia preocupado de las necesidades urgentes de su tiempo. Tuvo un compromiso con Jesucristo y su causa; actuó como hijo de la Iglesia. Se relacionó adecuadamente con los obispos para poder realizar de la mejor manera su misión con los necesitados. Sintió y actuó en comunión con la Iglesia.

Ii.Algunos principios

Los principios que han de regular nuestras relaciones con los obispos se encuentran implícitamente o nacen de los fundamentos doctrinales expuestos anteriormente. Explicitamos ahora algunos de ellos.

1.Principio de subordinación.

No obstante lo dicho en la parte anterior, hay actividades concretas que están sometidas a la jurisdicción de los obispos en cada diócesis. En el C. 768 se habla de las actividades relativas a la cura de almas, al ejercicio del culto público y obras de apostolado. Otras actividades como la predicación sagrada, la educación religiosa, la instrucción catequética y la formación litúrgica de los fieles son reguladas por el Código de Derecho Canónico principalmente en el Libro III.

Creemos que hay que entender bien este aspecto. La sumisión y respeto a la potestad de los obispos no debe olvidar que también estamos sometidos a la autoridad de la Congregación (cf. Ch. D., 35, 2º, 3º y 4º).

Para San Vicente esta subordinación parte del ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo. A partir de aquí nos dice: "En primer lugar prestaremos reverencia y obediencia leal y sincera a nuestro padre el Papa. También prestaremos obediencia con humildad y constancia según lo exigen nuestras Reglas, a los reverendos señores obispos en cuyas diócesis está establecida la Congregación" (RC.,V, 1).

Lo ideal es llegar a un común acuerdo entre obispos y superiores. Es importante que estos acuerdos queden por escrito y estén bien determinados (C. 681. 2º y C. 682).

2.Principio de colaboración

Estamos llamados a cooperar con los obispos, pero también hemos de colaborar con otros Institutos y el clero secular (C. 680; cf. Ch. D, 35,5º).

Es importante tener siempre presente que "la Congregación de la Misión es una sociedad clerical de vida apostólica y derecho pontificio" (Const. 3,1º). Esto determina nuestras relaciones. Gozamos de "autonomía propia bien por la ley universal bien por exención". No obstante esto, nuestras Constituciones nos dicen: "La Congregación de la Misión, según una tradición que tiene su origen en San Vicente ejerce su apostolado en íntima cooperación con los obispos y con el clero diocesano" (Const. 3,2º).

En esta colaboración hay que integrar los demás aspectos y no se debe olvidar que estamos en función del servicio y bien común (cfr. Const. 96). Son las Provincias las que han de juzgar sobre las formas de apostolado que han de asumir siendo fieles al espíritu y ejemplo de San Vicente (cfr. Const. 13).

En las mutuas relaciones no hay que oponer lo carismático y lo institucional; "ambos elementos, es decir, los dones espirituales y las estructuras eclesiales, forman una sola, aunque compleja realidad (Mutuae Relationes, 34; cfr. L.G., 8).

Obispos y superiores como autoridades han de promover la participación en la Iglesia particular conforme a las normas y disposiciones eclesiásticas vigentes, las que deben conocer.

3.Principio de coordinación

En la misma línea anterior la coordinación bajo la dirección del obispo diocesano de las obras y actividades apostólicas ha de hacerse "respetando el carácter, fin y leyes fundacionales de cada instituto" (C.680, cfr. Ch D, 35, 5º).

Según la mente y el espíritu de San Vicente nuestra relación con los obispos ha de ser "a tenor del derecho universal y del propio del nuestro Instituto" (Const. 38, 2º). La misma Iglesia desea que alcancemos nuestro propio fin apostólico. En esta línea hemos de integrar nuestra actividad apostólica en la pastoral de la Iglesia local (cfr. Const.13).

Se han de enfrentar las múltiples relaciones poniéndose de acuerdo en los aspectos particulares. Respecto de la formación se nos pide: "Así, pues, obispos y superiores, cada cual según su propia competencia pero de común acuerdo y en perfecta concordia, den una verdadera precedencia a la responsabilidad de la formación" (Mutuae Relationes, cf. V). De común acuerdo se han de promover también aspectos de oración y vocación. Sería aconsejable realizar iniciativas conjuntas en el campo de documentos, formación y encuentros. Hay que prepararse desde las etapas de formación para las mutuas relaciones; el conocimiento mutuo ayudará después a la coordinación de estas relaciones que han de extenderse también al campo de las comunicaciones sociales, a las problemas de la cuestión social, económica y política y a otros campos.

Como se dijo al preparar el Sínodo de los obispos, el ejercicio del ministerio del obispo "se desarrolla según los principios de la unidad de fe y de gobierno, de la división de las tareas apostólicas y de los oficios, de la sincera ayuda recíproca y de la complementariedad" (Intrumentum Laboris, 75).

III.Orientacion de la praxis

Todos somos miembros de un mismo cuerpo y tenemos que cumplir la misión que nos corresponde dentro de la Iglesia. Esta vive por el Espíritu y está sobre el fundamento de Pedro y los apóstoles y de sus sucesores.

Por otra parte la Iglesia también es misterio, Pueblo de Dios en marcha. En el conjunto de esta perspectiva tenemos las exigencias que se nos presentan, las obligaciones y responsabilidades en el plan operativo y las coordinaciones adecuadas.

Partiendo de lo dicho queremos hacer referencia ahora a algunos aspectos de la praxis. Lo que vamos a decir no sólo tiene en cuenta los aspectos doctrinales y principios, sino que recoge la experiencia que hemos tenido en nuestras relaciones con los obispos a diferentes niveles.

Pensamos que dichas relaciones han de tener en cuenta especialmente estos aspectos:

1.No podemos dar respuesta solamente al hoy, a las necesidades inmediatas y olvidar la referencia específica al carisma. El carisma, el espíritu y el fin son permanentes. Su inculturación y renovación pueden ser nuevas. Los obispos y nosotros debemos responder a las actuales condiciones culturales que van evolucionando fuertemente, pero sin olvidar lo permanente de nuestro ser.

2.Tenemos que sentirnos verdaderamente miembros de la Iglesia, de la familia diocesana (Ch. D, 34) desde nuestro carisma y misión específica. Desde esta ha de darse nuestra colaboración con los obispos.

3.En consecuencia, de lo dicho, no nos corresponde atender todas las necesidades de los obispos, llenar todos sus vacíos, sino servirles dentro de nuestras posibilidades en la línea del fin de la Congregación de la Misión (Const. 1).

4.Por nuestro carisma tenemos una responsabilidad especial en darle importancia a todo aquello que favorezca la confianza recíproca, la solidaridad apostólica y la concordia fraterna entre el clero diocesano, las comunidades religiosas y los obispos (cfr. Ecclesiae Sanctae, I, 28). Pensamos que este aporte está en la línea del deseo de San Vicente, lleva a robustecer el sentido de Iglesia particular y es un servicio y cooperación necesaria hoy.

5.Muchas veces los obispos nos piden que le atendamos parroquias para las que no tienen sacerdotes diocesanos; ya sabemos que no fue uno de los apostolados más estimados por San Vicente. Hoy tomamos parroquias o zonas misioneras y con sentido misionero. Nuestra opinión es que este no debía ser el trabajo y colaboración predominante. El trabajo más directo de las misiones ha de primar sobre la parroquia.

6.Aunque las situaciones y necesidades son muy diferentes en los diversos lugares, creemos que es mucho lo que tenemos que hacer en la formación y atención al clero en su forma clásica y especialmente en modalidades nuevas. Hay muchas necesidades de formación y de apoyo espiritual. Esto es extensivo a los laicos.

La relación con los obispos y la renovación de estos, junto con la reforma del clero, fue algo importante para San Vicente. En algunos lugares sigue presente esta necesidad.

7.Especialmente en los países de misiones existen pobrezas en las que es muy importante colaborar con los obispos. No hay quienes estén preparados para estos trabajos que son importantes y pueden ser nuevas formas de misión directa o indirecta. Habrá que hacer un discernimiento en cada caso.

8.También hay apostolados nuevos de misión. Tal es el caso de la doctrina social de la Iglesia, los Medios de Comunicación Social, el Diálogo Interreligioso y ecuménico, las sectas. Estos y otros trabajos pueden ser nuevas formas de misión.

9.Un campo privilegiado de colaboración es la pastoral de vocaciones (cfr. PO, 11; PC, 24; OT, 2). Esto está muy unido a la misión. Por lo mismo, hemos de favorecer las vocaciones locales y las nuestras orientando en la libertad la vocación de los jóvenes. Así se da pluralidad, enriquecimiento y edificación de la Iglesia.

10.Los obispos y superiores, en diálogo, pueden discernir y buscar nuevos campos de apostolado que estén en la línea del propio carisma. También será importante renovar los existentes. Como nos dice Pablo hay que "examinarlo todo y retener lo que es bueno" (1 Tes. 5,12; 19-21; LG, 30). En esto será muy importante la continua evaluación y humildad para corregir, suspender o enderezar lo emprendido (cfr. EN, 58). Será muy positivo que exista confianza recíproca entre obispos y superiores para realizar bien estas tareas.

11.En todo tipo de relaciones siempre serán importantes las actitudes de benevolencia, de evitar conflictos y competencias, de superar las ambiguedades, de no caer en justificaciones y de ser firmes en lo que toca a la identidad y compromisos.

12.Como propone el Sínodo de los Obispos toda práxis ha de tener en cuenta "la comunión orgánica de la Iglesia, caracterizada por la presencia común, diversidad y aspectos complementarios de las vocaciones y condiciones de vida de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades" (Lineamenta, 34).

Debemos estar disponibles, pero la disponibilidad hay que entenderla "en conformidad con el propio carisma, el propio fin y la justa autonomía de vida y de gobierno, para inscribirse en las necesidades pastorales de la Iglesia particular, en un espíritu de sincera colaboración con el clero local y los laicos" (Instrumentum Laboris, 74). Así estaremos viviendo en conformidad con nuestro fin.

Palabras finales

Al terminar queremos afirmar que este tema es amplio y tiene diferentes niveles de relación: diócesis, nacional y universal. Hay también muchos matices particulares; así las relaciones con los obispos son diferentes cuando la obra es propia, es de los obispos o es mixta. No hemos querido entrar en los detalles, sino destacar la orientación general y el espíritu de nuestras relaciones con los obispos.

Sin quitarle la importancia que tiene lo jurídico en dichas relaciones, pensamos que es más importante el énfasis moral, espiritual y pastoral. Las Conferencias Episcopales tienen poca fuerza jurídica, pero algunas tienen una gran fuerza e influencia moral. Ojalá que nuestro aporte esté en esta línea. Creemos que más importante que defendernos con normas, es ser una fuerza moral, espiritual y pastoral por lo que somos y por lo que hacemos y como lo hacemos.

En el último Sínodo también se hace referencia al tema de las relaciones con los obispos. Ya en el documento preparatorio Lineamenta y en el Intrumentum Laboris aparece que los obispos se quejan de la excesiva movilidad de los miembros de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, insertos en las diócesis. Por otra parte, estos temen la excesiva estabilidad que les imponen las instituciones diocesanas y el peligro de perder la propia identidad.

Ciertamente que el problema señalado y otras dificultades existen. Algunos piensan que estas radican principalmente en cómo nos insertamos en los planes pastorales de la Iglesia desde nuestra identidad y en cómo los obispos respetan lo que nosotros podemos aportar desde nuestra vocación y misión.

En lo concreto nos encontramos también con las cuestiones o problemas particulares originados por el modo de ser del obispo, Visitador y cohermanos que colaboran. A esto hay que darle simplemente una orientación práctica y realista para que se desarrollen de la mejor manera posible las relaciones jurídicas, humanas y ministeriales.

Tampoco faltan ocasiones en que los compromisos y contratos no se cumplen con fidelidad por parte de algunos obispos y hay que realizar esfuerzos extraordinarios para las relaciones mutuas. No obstante el panorama no hay que verlo en su conjunto en forma negativa.

Ciertamente existen diálogo y colaboraciones muy positivas en diversos grados. Hay que hacer crecer la relación para que también aumenten los frutos. La formación y convencimiento de la importancia de buenas relaciones, la valoración de la cooperación en la línea que ha quedado explicitada, la confianza recíproca, el respeto de las competencias, el espíritu de coherencia y fraternidad es el camino a seguir para ser conjuntamente Iglesia-Sacramento de salvación en el mundo y cultura de hoy.

Este es nuestro aporte. Queda abierto el diálogo y la posibilidad a complementaciones y enriquecimiento.

Cfr. ALVAREZ, J., La vida religiosa como respuesta a las necesidades de la Iglesia y del mundo, en Vida Religiosa, 50 (1983), 152.

Cfr. METZ, J.B., Las Ordenes Religiosas, Barcelona, 1988, p.12.

Cf. VV.AA., Vida y reflexión, CEP, Lima, p.16.

V 568 / V 541.

Cf. CORERA, J., El signo de los tiempos, Contribución a una teología vicenciana de la liberación, Madrid, pp. 90-93.

Cfr. CODINA, V., Eclesialidad de la Vida religiosa, en VV.AA., Retos de la vida religiosa hacia el año 2000, Bogotá, 1994, p. 257.

QUINTANO, F., El carisma a inculturar, en Ecos de la Compañía, nº 12 (1995), p. 401.

FORTE, B., Laicito e laicitá, Torino 1987, p.20.

Cfr. GONZALEZ, J.J., La Iglesia, en Diccionario de espiritualidad Vicentina, Salamanca, 1995, p. 301.