P. James W. Richardson, C.M. Perfil Humano

P. James W. Richardson - Perfil Humano

Por Rafael Sáinz, C.M.

El P. James W. Richardson nació en Dallas, Texas USA, el 5 de febrero de 1909, en el seno de una familia numerosa, profundamente cristiana, de la que salieron una Hija de la Caridad, una Ursulina y dos Misioneros Paúles, los PP. James W. y John T., Canciller, éste, de la Universidad de DePaul en Chicago, catorce años más joven que su hermano James. Ingresó en la Congregación de la Misión en el Seminario Interno de Perryville, Missouri, el 30 de septiembre de 1925. Fue ordenado sacerdote el día 10 de octubre de 1933. Se doctoró en Derecho Canónico en Roma, dedicándose posteriormente a la docencia y formación de los candidatos a la Congregación.

Creada la Viceprovincia del Oeste o Los Angeles, el P. James W. Richardson fue su primer Vicevisitador, cargo que ejercía cuando el 1 de octubre de 1968 fue elegido Superior General, siendo el XXI sucesor de San Vicente. Fue reelegido en la Asamblea de 1974, permaneciendo en el cargo hasta el verano de 1980.

¡Ese mismo año, a los 71 de edad, impulsado por su amor a los pobres y a las Misiones "ad Gentes", se ofreció y fue enviado al Seminario Mayor del Buen Pastor, en Maralal, norte de Kenia, región de las más pobres de África, habitada por un pueblo seminómada de pastores.

El que la Congregación de la Misión fuera a Maralal se debió, de manera especial, al P. Richardson. Estaba terminando su segundo mandato como Superior General cuando recibió la visita de un sacerdote de la Diócesis de Treviso, en el Véneto, que trabajaba como misionero "donum fidei" con los Padres de la Consolata de Turín. A este sacerdote, Mons. Cavallera, misionero de la Consolata y obispo en Maralal, le había dicho: "No vuelvas de Italia sin haber comprometido a los Padres de la Congregación de la Misión a que vengan a Maralal y se hagan cargo de la formación de nuestros seminaristas. Los Padres de la Misión tienen desde su Fundador el carisma de la formación de los sacerdotes, no sólo intelectualmente, sino espiritual y pastoralmente, especialmente para los pobres, y eso es lo que aquí necesitamos". Mons. Cavallera había enviado hasta entonces sus seminaristas al Seminario Nacional de Nairobi, moderno y con profesorado internacional, al que, al parecer, nada faltaba. Pero a los seminaristas de Maralal, cuando volvían ya sacerdotes, con muchas ideas en la cabeza sin duda, se les hacía muy dificil adaptarse a las condiciones de vida y pastorales de su pueblo. El P. Richardson vio en las palabras de Mons. Cavallera, como lo hubiera hecho San Vicente, la voz de Dios, y puso manos a la obra para que un grupo de Misioneros Paúles fuera a Maralal.

Allí fue él como profesor y formador del pequeño grupo de seminaristas, saliendo los fines de semana a algunas de las aldeas circundantes para la celebración de la Eucaristía. Permaneció en Maralal hasta 1987, año en el que volvió a Estados Unidos siendo destinado al Seminario Mayor de Denver, Colarado. Estando allí fue perdiendo la memoria, y en 1992 se trasladó a la Casa Enfermería de Perryville, donde pasó de este mundo al Padre el día 8 de Julio del presente año de 1996.

El funeral se celebró en la iglesia de San Vicente de Paúl en San Louis, Missouri, el viernes, día 12 por la tarde, con asistencia de gran número de Misioneros -entre ellos el P. Robert P. Maloney, Superior General y el P. Richard McCullen, Superior General Emérito-, e Hijas de la Caridad, entre ellas Sor Juana Elizondo, Superiora General. El cuerpo del P. J.W.Richardson fue Ilevado a la iglesia de San Vicente desde Perryville, a 80 kms de distancia. Al anochecer de ese día fue llevado de nuevo a Perryville, donde fue inhumado el sábado por la mañana, en el cementerio de la comunidad donde descansan los cuerpos de un grupo de los primeros misioneros que llegaron a Estados Unidos en el siglo XIX.

Presidió la Eucaristía el P. Robert P. Maloney, que predicó la homilía; rezó el responso de despedida el P. Richard McCullen; y en la breve ceremonia de la inhumación dirigió la oración el P. John T. Richardson. Todo se hizo con gran sencillez y devoción.

Conviví con el P. Richardson doce años en Roma, desde 1968 a 1980. En 1968 él fue elegido Superior General de la Congregación de la Misión y yo Vicario General.

Fueron años de gran amistad y de leal colaboración. Sin duda que otros relatarán lo que él hizo y también lo que dijo durante los años de su mandato, años no fáciles por las circunstancias de los cambios, experiencias y puesta al día de la Congregación, partiendo de las Asambleas Generales, que podrían llamarse "constituyentes" y que tenían por fin la adaptación del carisma originario a las condiciones actuales del Mundo de hoy y de la Iglesia en ese Mundo. Podría decirse que todo el mandato del P. Richardson se desarrolló bajo el signo de la renovación en una fidelidad a San Vicente sin fisura.

Otros hablarán de todo eso. Quiero yo acercarme al P. Richardson recordando algunas notas de su perfil humano.

Lo que más me impresionó siempre en el P. Richardson fue su hombría: era un hombre cabal, todo de una pieza, sin concesión alguna en su mente y espíritu a lo que no fuera la verdad, la lealtad, la responsabilidad, la entrega a lo que él pensaba que se debía hacer. Nunca buscaba quedar bien, ni hacer bella figura. Buscaba en todo la eficacia. Esto último podía hacerlo, en alguna ocasión, un tanto exigente, pero lo era en primer lugar para sí mismo.

En lo profundo de su corazón era humilde y había puesto su persona bajo sus pies. No buscaba para ella ningún pedestal. Al poco de su elección, en una de las recreaciones de la comunidad de la Curia se comentó la supresión por el Papa de algunos títulos honoríficos, que la Santa Sede solía conceder. Enseguida vimos que del nombre suyo, sobre la puerta de su habitaclón, había desaparecido el "Onoratissimo", quedando solamente "P. James W.Richardson".

Después de una concelebraclón en la iglesia del Leoniano, a las pocas semanas de su elección, ante público selecto de Padres y Hermanas, pronunció en italiano la homilía que él personalmente había escrito. Como puede suponerse la homilía no fue un modelo de perfección lingüística; fue, en todo caso, un acto de valiente humildad. Al terminar, le di mi enhorabuena por su valentía. Me respondió: "¿Qué quiere usted? Uno se presenta ante los demás como un niño balbuciente".

Amaba la verdad, la buscaba siempre. Era un hombre que reflexionaba mucho sobre los temas de estudio y decisión. Y era tenaz en no ceder en lo que él consideraba era lo justo y recto. Pero cuando él llegaba a convencerse de que la verdad estaba en lo que otros proponían, la aceptaba plenamente, viniera de quien viniera. Recuerdo muchas ocasiones en las que el P. Richardson me llamó a su cuarto para exponerme lo que él pensaba y ver mi reacción. En una de ellas, después de haber ido él respondiendo a todas mis observaciones, y hasta objeciones, a una decisión que él proponía, le dije: "Mire, P. Richardson, usted me ha pedido mi opinión, que yo le he dado con toda honradez y no tengo más que añadir. A usted le toca ahora decidir. Quiero que sepa que yo acepto desde ahora lo que usted decida y que en ello tendrá toda mi colaboración" Así terminamos muy amigablemente nuestro largo diálogo, porque fue verdaderamente largo. Al día siguiente me dijo: "He pensado en todo lo que usted me dijo y veo que tiene usted razón, que es mejor no pensar en ello de momento". De la misma manera, en reuniones y conversaciones con este o el otro Visitador o grupo de cohermanos, hacía suyas con toda sencillez, las observaciones que procedían de alguno de los Asistentes, aún estando estos presentes.

Era un gran trabajador. No le importaban ni las reuniones ni los viajes. Más aún, parecía gozar en las largas reuniones, de horas y horas, del Consejo General, reuniones que él preparaba con todo detalle. ¡Cuántos cuadernos escritos con su característica letra!

¡Y su austeridad! Era un hombre muy austero en todo. Nunca se le conoció afición especial por esta o la otra comida. Me hallaba yo visitando una Provincia de Latinoamérica, y el P. Richardson, de paso hacia Cuba, quiso hacer una escala de dos días en esa Provincia para saludar a los Misioneros y a las Hijas de la Caridad. Mientras esperábamos la llegada del avión que traía al P. Richardson, la Visitadora de las Hermanas me dijo que se le había presentado un señor que trabajaba en Air France en Roma, muy amigo del P. Richardson, tanto que con frecuencia visitaba su casa y cenaba con él y con su esposa, y que ésta preparaba un plato que hacía las delicias del P. Richardson. La Hermana debió descubrir en mí señales de un total escepticismo hasta el punto que me preguntó: ",Qué le parece de todo esto? - Pues me parece, Hermana, -le respondí- que usted está hablando de otro Superior General, pero no del nuestro". En efecto, ningún plato especial hacía las delicias del P. Richardson. Comía todo y cualquier cosa. Y tampoco salía a cenar fuera, a no ser con algún condiscípulo llegado de América, y esto unas pocas veces durante los doce años de su estancia en Roma. El tal señor, que se decía amigo del P. Richardson, resultó ser un innominado y vulgar timador.

Amaba mucho a la Pequeña Compañía, a las Hijas de la Caridad, a toda la Familia Vicenciana. A ellas consagraba largas horas de trabajo de todos los días. En ellas pensaba continuamente y en nada más.

Era un hombre sobria, pero profundamente piadoso, fiel a todas las prácticas aprendidas e íntimamente asimiladas desde los años de su formación.

Resumiendo: fue un hombre fiel a Dios, a sus Hermanos y Hermanas, a los pobres. Ahora, como siervo bueno y fiel, descansa en la paz del Señor.