Estadísticas de la Congregación de la Misión: 1997

Cuaresma 1998

A todos los cohermanos de la Congregación de la Misión

Mis muy queridos Cohermanos:

La gracia de Nuestro Señor esté siempre con vosotros.

El desierto desempeña un papel especial en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Es un lugar para andar errante y para la purificación, lugar de prueba y de tentación, de aridez y de muerte. Pero es también una escuela móvil donde el pueblo de Dios aprende a vivir en soledad, a meditar, a comprender lo que es esencial en la vida, a depender de Dios. Uno de los grandes temas del Exodo es la constante presencia de un Dios providente y amoroso durante el camino por el desierto: "Yahveh caminaba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrar su sendero" (Ex 13, 21). La presencia del Señor fue constante, atenta —proveyéndoles de comida en el desierto y nutriéndoles con su palabra, con su ley. El Señor les reprendió cuando pecaron y les perdonó cuando se arrepintieron. El Señor probó y fortaleció su fidelidad, después derrotó a sus enemigos, y finalmente les condujo a la tierra que manaba leche y miel. Oseas, en una preciosa imagen, ve el desierto como el lugar de cortejo en la relación continua, y a veces tumultuosa, de Dios con su pueblo: "Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón" (Os 2, 16).

Este año el evangelio del Primer Domingo de Cuaresma nos recuerda que el desierto es también un lugar de demonios. Allí fue conducido Jesús por el Espíritu, se encontró con el diablo, que pone ante él, de modo simbólico, las tentaciones del pan, del poder, de la fama. En nuestra Familia Vicenciana recordamos que Lucas usa precisamente como introducción a su entrada en la sinagoga de Nazaret la "experiencia de Jesús en el desierto", donde proclama, "El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva" (Lc 4, 18).

Como preparación para el tercer milenio, la Iglesia en 1998 nos pide que centremos nuestra atención en el Espíritu Santo. Les exhorto, pues, en esta Cuaresma, a permitir que el Espíritu les conduzca al desierto, como lo hizo con Jesús, que el Espíritu les capacite para una misión renovada. La tradición cristiana nos dice que el camino será agitado pero remunerador. Permítanme reflexionar con Vds. sobre tres aspectos de este camino.

1.Los evangelios nos llaman a incrementar la confianza en que el Espíritu nos acompaña por el desierto. El evangelio de Lucas, que leemos cada Domingo de Cuaresma, pone gran énfasis en la presencia del Espíritu en todos los momentos de la vida, en la luz y en las tinieblas. En Lucas, el Espíritu del Señor descendió sobre María en el momento de la Encarnación (1, 35). El Espíritu llena también a Jesús en el momento de su bautismo y le conduce al desierto durante cuarenta días (4, 18). Habiendo vencido a Satanás, Jesús vuelve a Galilea por la fuerza del Espíritu (4, 14) y comienza su ministerio (4, 18). Jesús se llenó de gozo en el Espíritu (10, 21). Él asegura a sus seguidores que su Padre celestial infundirá su Espíritu a todos los que se lo pidan (11, 13) y les dice que el Espíritu les enseñará en tiempos de persecución todas las cosas que han de decir (12, 12). El segundo libro de Lucas, los Hechos, acentúa la presencia del Espíritu en la vida de la Iglesia. Para Lucas, el Espíritu es la providencia de Dios, es su amor que nos acompaña. Lucas nos llama a confiar plenamente en el Espíritu del Señor.

Recuerden con cuanta elocuencia nos exhortaba San Vicente a confiarnos al cuidado providente de Dios: "debemos abandonarnos a Dios, `como un niño en manos de su nodriza'. Si ella pone al niño en el brazo derecho, a éste le parece bien; si lo pone en el izquierdo, se queda contento; con tal que le dé de mamar, se quedará satisfecho. Así pues, nosotros hemos de tener también esa confianza en la Divina Providencia, ya que ella se preocupa de todo lo que nos concierne, del mismo modo que lo hace una madre con su niño" (SV IX, 1050). Como evangelizadores nuestra misión es comunicar palabras de esperanza a los pobres. Si nuestra confianza en la Providencia es profunda, nuestras vidas testificarán, tanto si predicamos como si estamos en silencio, que el Espíritu mora en nosotros y emana de nosotros.

2.Les urjo a que reflexionen durante la Cuaresma sobre las tentaciones con que inevitablemente nos encontramos mientras el Espíritu nos guía por el desierto. Ninguno de nosotros está libre de ellas. El Espíritu es una columna de fuego para alumbrar nuestro camino durante el viaje, pero los acontecimientos diarios nos atraen a seguir otras columnas de fuego mientras caminamos errantes por el desierto. Para quienes tienen un puesto de autoridad, la tentación de poder es grande; para quienes trabajan en el mercado, la tentación es el dinero; para quienes predican, la tentación es la popularidad; para quienes están deseosos de relaciones, la tentación es una vida sexual fácil o irresponsable; para quienes sirven a los pobres, ante la terrible pobreza, la tentación es el desánimo; para quienes viven en medio de la violencia, la tentación es una respuesta violenta. Ninguna de estas nos satisface. Ninguna nos ofrece una respuesta esencial. Ninguna llega a sondear en la profundidad del misterio de la persona humana. Nosotros únicamente satisfacemos nuestra hambre, saciamos nuestra sed en la persona de un Dios amoroso, providente que camina siempre con nosotros. Esa fue la lección que los Israelitas aprendieron en el Exodo. Esta Cuaresma cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Cuál es la mayor tentación a la que me enfrento como misionero?

3.Finalmente, en esta Cuaresma, la palabra del Señor nos llama a predicar la presencia de este Dios providente con personal y total convencimiento. Las Escrituras nos plantean un reto: ¿Tú, evangelizador, sientes que Dios camina contigo cada día? ¿Cuando los demás te oyen hablar de Dios se sienten movidos a creer? ¿Ves a Dios, como el salmista, en la salida y la puesta del sol? Cómo sugiere el autor del Deuteronomio ¿está el nombre de Dios escrito en tu puerta de modo que, cuando entras y sales de tu casa, piensas en el Señor? ¿Ves también a Dios en la vida diaria de los pobres: en sus luchas, en sus búsquedas de justicia, en sus esperanzas contra toda esperanza, en sus sufrimientos, en su hospitalidad, en su gratitud? Cada uno de los que predicamos podemos hacernos estas preguntas. Nuestra misión se centra en la presencia amorosa y providente de Dios, en la presencia de su Espíritu. Esta es la buena noticia. ¿Somos capaces de decir a los demás con convicción, como lo dijo San Vicente (SV V, 511), que Dios es nuestro Padre, nuestra Madre, nuestro todo. Si somos capaces de hacerlo, las misiones populares que predicamos tendrán vida, los seminarios donde enseñamos serán centros donde Dios mora, nuestras misiones serán fuerzas vivas de evangelización.

"No hay mejor modo de asegurar nuestra felicidad eterna que vivir y morir al servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia, y en una renuncia real de nosotros mismos en el seguimiento de Jesucristo" (SV III, 359). Esto es, yo les sugiero, lo que el Espíritu quiere enseñarnos en esta Cuaresma.

Amen. Aleluya. Que el Espíritu del Señor Resucitado les colme de sus gracias.

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General