Ratio Missionum - Appendix 1

Apéndice I

Palabras de San Vicente acerca de las Misiones

1.A propósito de lo que acaba de decirse del don de lenguas, creo que será conveniente que le pidamos hoy a Dios la gracia de aprender bien las lenguas extranjeras, para los que sean enviados a países lejanos; pues, desde que quiso su divina Majestad suscitar a esta pequeña compañía para realizar en el mundo algo de lo que hicieron los apóstoles, tenemos necesidad de participar con ellos de ese don de lenguas, tan necesario para enseñar al pueblo la doctrina de la fe; pues, si la fe entra por el oído, como dice san Pablo, fides ex auditu, es preciso que quienes la anuncian se hagan escuchar por aquellos entre quienes desean difundir esa divina luz. Pues bien, es muy grande la diversidad de lenguas, no sólo en Europa, Asia y África, sino incluso en el Canadá; pues vemos en las relaciones de los padres jesuitas que hay allí tantas clases de lenguas como de países. Los hurones no hablan como los iroqueses, ni estos como sus vecinos; y el que entiende a unos, no entiende a los otros.

Así pues, ¿cómo podrían los misioneros, en medio de estas diferencias de lenguaje, ir por todo el mundo a anunciar el evangelio, si no supiesen más que su propia lengua? ¿Y cómo podrían saber otras, sin pedírselo a Dios y dedicarse a su estudio? ¿Qué quiere decir misionero? Quiere decir enviado. Sí, hermanos míos, misionero quiere decir enviado de Dios; a vosotros es a quienes ha dicho el Señor: Euntes in mundum universum, praedicate evangelium omni creaturae. Para ello, quiere que entendáis las lenguas necesarias. Nunca llama Dios a un hombre para un destino, si no ve en él las cualidades necesarias, o no tenga el designio de dárselas. Según esto, hermanos míos, esperemos que, si quiere llamaros a países lejanos, os dará la gracia de aprender su lengua. Confiad en él, Dios no quiere el fin sin los medios; si os pide lo uno, os dará lo otro.

(SV XII, 26-27 / ES XI, 342-343)

2.¡Ay, padres y hermanos míos, qué gozo sentirá Dios si, en la ruina de su iglesia, en medio de esos trastornos que ha causado la herejía, en el incendio que la concupiscencia ha provocado por todas partes, se encuentra con algunas personas que se le ofrecen para trasladar a otro sitio, si se puede hablar así, los restos de su iglesia, o para defender y conservar aquí lo poco que quede! ¡Oh Salvador, qué gozo sientes al ver a estos servidores y este fervor para defender y mantener lo que aquí te queda, mientras que van otros a conquistar para ti nuevas tierras! ¡Ay, padres, qué motivo de alegría! Veis cómo los conquistadores dejan una parte de sus tropas para guardar lo que poseen, y envían a los demás a conquistar nuevas plazas y extender su imperio. Así es como debemos obrar nosotros: mantener aquí animosamente las posesiones de la iglesia y los intereses de Jesucristo, y entretanto trabajar incesantemente por realizar nuevas conquistas y hacer que le reconozcan los pueblos más lejanos.

(SV XI, 354-355 / ES XI, 245)

3.¿Es ésa nuestra disposición, padres y hermanos míos? ¿Estamos dispuestos a padecer las penas que Dios nos envíe, y a ahogar los movimientos de la naturaleza para no vivir más que la vida de Jesucristo? ¿Estamos preparados para ir a Polonia, a Berbería, a las Indias, para sacrificar allí nuestros gustos y nuestra vida? Si así es, bendigamos a Dios. Pero si, por el contrario, hay algunos que tienen miedo de abandonar sus comodidades, que son tan blandos que se quejan de la más pequeña cosa que les falta, tan delicados que quieren cambiar de casa y de ocupación, porque el aire no es bueno y el alimento pobre, o porque no tienen suficiente libertad para ir y para venir; en una palabra, padres, si hay alguno entre nosotros que siga siendo esclavo de la naturaleza, entregado a los placeres de los sentidos, como lo es este miserable pecador que os está hablando y que a la edad de setenta [y siete] años sigue siendo totalmente mundano, que se consideren indignos de la condición apostólica a la que Dios los ha llamado y que acepten la confusión de ver cómo sus hermanos trabajan tan dignamente, mientras que ellos están tan lejos de su espíritu y de su coraje.

¿Y qué es lo que han sufrido en aquel país? ¿El hambre? Reina allí por doquier. ¿La peste? La han contraído los dos, y uno de ellos dos veces. ¿La guerra? Se encuentran en medio de los ejércitos y han pasado por manos de los soldados enemigos. En fin, Dios los ha probado de todas las formas. ¡Y nosotros estamos aquí tan tranquilos, sin corazón y sin celo! ¡Vemos cómo los demás se exponen a los peligros por amor a Dios y nosotros somos tan tímidos como pollos mojados! ¡Qué miseria! ¡Qué ruindad! Allá van dos mil soldados a la guerra a soportar toda clase de males, donde uno perderá un brazo, otro la pierna, y muchos la vida, por un poco de viento y por esperanzas muy inciertas; sin embargo, no tienen miedo alguno y no dejan de correr allá como tras un tesoro. Pero para ganar el cielo, padres, no hay casi nadie que se mueva; muchas veces, los que han acometido la empresa de conquistarlo llevan una vida tan cobarde y tan sensual, que es indigna no solamente de un sacerdote y de un cristiano, sino hasta de un hombre razonable; y si hubiese entre nosotros personas semejantes, no serían más que cadáveres de misioneros. Bien, Dios mío; ¡bendito seas y glorificado para siempre por las gracias que concedes a los que se abandonan a ti! ¡Sé tú mismo tu propia alabanza por haber concedido a la compañía estos dos hombres tan maravillosos!

(SV XI, 411-412 / ES XI, 288-289)

4.¿Sabéis qué es lo que pienso cuando oigo hablar de esas necesidades tan lejanas de las misiones extranjeras? Todos hemos oído hablar y sentimos cierto deseo de ir allá; juzgamos felices al padre Nacquart, al padre Gondrée, a todos los demás misioneros que han muerto como hombres apostólicos por la fundación de una nueva Iglesia. Y efectivamente, son felices porque han salvado sus almas al entregarlas por la fe y por la caridad cristiana. Todo esto es muy hermoso, muy santo: todos alaban su celo y su entusiasmo; y ahí se queda todo. Pero si tuviésemos esa indiferencia, si no nos apegásemos a esa tontería y estuviésemos dispuestos a todo, ¿quién no se ofrecería para ir a Madagascar, a Berbería, a Polonia o a cualquier otro sitio donde Dios desea que le sirva la compañía?

(SV XII, 241 / ES XI, 535-536)

5.Bien, pidámosle a Dios que dé a la compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, el corazón de nuestro Señor, que nos dispone a ir como él iría y como él habría ido si hubiera creído conveniente su sabiduría eterna marchar a predicar la conversión a las naciones pobres. Para eso envió él a sus apóstoles; y nos envía a nosotros como a ellos, para llevar a todas partes su fuego, a todas partes. Ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur; llevar a todas partes ese fuego divino, ese fuego de amor y temor de Dios, por todo el mundo: la Berbería, las Indias, el Japón.

(SV XI, 291 / ES XI, 190)

6.Pidámosle todos a Dios este espíritu para toda la compañía, que nos lleve a todas partes, de forma que cuando se vea a uno o dos misioneros se pueda decir: «He aquí unos hombres apostólicos dispuestos a ir por los cuatro rincones del mundo a llevar la palabra de Dios». Pidámosle a Dios que nos conceda este corazón; ya hay algunos, gracias a Dios, que lo tienen y todos son siervos de Dios. ¡Pero marcharse allá oh Salvador, sin que haya nada que los detenga, qué gran cosa es! Es menester que todos tengamos ese corazón, todos con un mismo corazón, desprendido de todo, con una perfecta confianza en la misericordia de Dios, sin preocuparnos ni inquietarnos ni perder los ánimos. «¿Seguiré con este espíritu en aquel país? ¿Qué medios tendré Para ello?». ¡Oh Salvador, Dios no nos fallará jamás! Padres, cuando oigamos hablar de la muerte gloriosa de los que están allí, ¿quién no deseará estar en su lugar? ¿Quién no tendrá ganas de morir como ellos, con la seguridad de la recompensa eterna? ¡Oh Salvador! ¡No hay nada tan apetecible! Así pues, no os atéis a cosa alguna; ánimo, vayamos donde Dios nos llama; él mirará por nosotros y nada tendremos que temer. ¡Bendito sea Dios! Pidámosle por esta intención.

(SV XI, 291-292 / ES XI, 190-191)

7.Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas. ¡Si supiéramos lo que es esta entrega tan santa! ¡Jamás lo comprenderemos bien en esta vida, pues si lo comprendiéramos, obraríamos de manera muy distinta, al menos yo, miserable de mí! Por tanto, nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia, ni sólo a una diócesis, sino por toda la tierra; ¿para qué? Para abrazar los corazones de todos los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios, que vino a traer fuego a la tierra para inflamarla de su amor. ¿Qué otra cosa hemos de desear, sino que arda y lo consuma todo? Mis queridos hermanos, pensemos un poco en ello, si os parece.

(SV XII, 262 / ES XI, 552-553)

8.Pues bien, si es cierto que hemos sido llamados a llevar a nuestro alrededor y por todo el mundo el amor de Dios, si hemos de inflamar con él a todas las naciones, si tenemos la vocación de ir a encender este fuego divino por toda la tierra, si esto es así, ¡cuánto he de arder yo mismo con este fuego divino!

(SV XII, 263 / ES XI, 555)

9.Es menester que nos pongamos totalmente al servicio de Dios y al servicio de la gente; hemos de entregarnos a Dios para esto, consumirnos por esto, dar nuestras vidas por esto, despojarnos, por así decirlo, para revestirnos de nuevo; al menos, querer estar en esta disposición si aún no estamos en ella; estar dispuestos y preparados para ir y para marchar adonde Dios quiera, bien sea a las Indias o a otra parte; en una palabra, exponernos voluntariamente en el servicio del prójimo, para dilatar el imperio de Jesucristo en las almas. Yo mismo, aunque ya soy viejo y de edad, no dejo de tener dentro de mí esta disposición y estoy dispuesto incluso a marchar a las Indias para ganar allí almas para Dios, aunque tenga que morir por el camino o en el barco. Pues ¿qué creéis que Dios pide de nosotros? ¿El cuerpo? ¡Ni mucho menos! ¿Qué es lo que pide entonces? Dios pide nuestra buena voluntad, una buena y verdadera disposición para abrazar todas las ocasiones de servirle, aunque sea con peligro de nuestra vida, de tener y avivar en nosotros ese deseo del martirio, que a veces le agrada a Dios lo mismo que si lo hubiéramos sufrido realmente.

(SV XI, 402-403 / ES XI, 281)

10.Después que yo me vaya, vendrán lobos rapaces, y de entre vosotros surgirán falsos hermanos que os anunciarán cosas perversas y os enseñarán lo contrario de lo que os he dicho; pero no los escuchéis, son falsos profetas. Llegará incluso a haber, hermanos míos, esqueletos de misioneros que intentarán insinuar falsas máximas para arruinar, si pudieran, estos fundamentos de la compañía; a ésos es a los que hay que resistir....

Si alguno llegara a proponer más tarde en la compañía que se quitase esta práctica, se abandonase este hospital, se retirase a los que trabajan en Berbería, se quedasen aquí, no fuesen allá, se dejase esta tarea y no se acudiese a las necesidades de lejos, que dijeseis con energía a esos falsos hermanos: «Señores, dejadnos con las leyes de nuestros padres, en la situación en que estamos; Dios nos ha puesto aquí y quiere que permanezcamos aquí». Manteneos firmes.

Pero la compañía, dirán algunos, se encuentra trabada con esa ocupación. ¡Ay! Si en su infancia ha sostenido este peso y ha llevado tantos otros, ¿por qué no va a poder llevarlos cuando sea más fuerte? «Dejadnos, habrá que decirles, dejadnos en la situación en que estaba nuestro Señor en la tierra; estamos haciendo lo que él hizo; no nos impidáis que le imitemos». Amonestadlos, hermanos míos, amonestadlos y no les escuchéis.

¿Y quiénes serán los que intenten disuadirnos de estos bienes que hemos comenzado? Serán espíritus libertinos, libertinos, libertinos, que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más. ¿Quiénes más? Serán... Más vale que no lo diga. Serán gentes comodonas (y decía esto cruzando los brazos, imitando a los perezosos), personas que no viven más que en un pequeño círculo, que limitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí; y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, enseguida se vuelven a su centro, lo mismo que los caracoles a su concha.

(SV XII, 91-93 / ES XI, 396-397)

11.Habrá algunos que criticarán esas obras, no lo dudéis; otros dirán que es demasiado ambicioso enviar misioneros a países lejanos, a las Indias, a Berbería. Pero, Dios y Señor mío, ¿no enviaste tú a santo Tomás a las Indias y a los demás apóstoles por toda la tierra? ¿No quisiste que se encargaran del cuidado y dirección de todos los pueblos en general y de muchas personas y familias en particular? No importa; nuestra vocación es: Evangelizare pauperibus.

(SV XII, 90 / ES XI, 395)

12.El embarco a Madagascar ha vuelto a retrasarse hasta el mes de septiembre. Ya que hemos esperado hasta ahora, seguiremos esperando todavía otros cuatro o cinco meses; un bien tan grande vale la pena que lo deseemos tanto. Y como usted ha recibido de Dios tanta inclinación hacia esa misión y se ha ofrecido para ella, debe usted conservarse con los mismos ánimos tanto porque ésa será una señal de vocación, como porque la compañía le ha destinado a ello desde el principio y le sigue destinando todavía, que es una segunda señal de vocación. Y para decirle una tercera, le diré que no solamente le hemos presentado a usted en Roma, como le escribí anteriormente, sino que ya le han enviado las facultades que se suelen dar a los que van a trabajar por la conversión de los infieles, y se las guardamos aquí

Después de todo esto, padre, no cabe dudar de que Dios le está esperando a usted para una obra tan santa. Por tanto, hará usted bien en mantenerse en el propósito que tomó de no pensar ya más en los cartujos, pues usted mismo me ha dicho que, si Dios quisiera hacerle antes artesano que cartujo, usted seguiría respetando y adorando esa amorosa voluntad de Dios. Ofrézcase a él de nuevo, como un obrero al que ha llamado para una labor tan elevada, la más útil y santificadora que hay en la tierra, como es la de atraer a las almas al conocimiento de Jesucristo y marchar a extender su imperio en los lugares donde el demonio reina desde hace tanto tiempo. Los apóstoles y los mayores santos se han considerado muy felices en consumirse por esto. Y ahora vemos incluso cómo muchos religiosos salen de sus claustros, y muchos sacerdotes de su país, para ir a predicar el evangelio a los infieles. Y si llegaran a faltar, sería menester quitarles a los cartujos su soledad, para enviarles allá. Por tanto, padre, le ruego en nombre de Nuestro Señor que espere con paciencia a que llegue la hora que él ha señalado para su marcha. Entretanto está usted sirviendo a Dios muy útilmente en donde está.

(SV IV, 368-368 / ES IV, 347-348)

13.Lo principal es que, después de esforzarse en vivir con las personas que tenga que tratar en olor de suavidad y de buen ejemplo, procuren que aquellas pobres gentes, nacidas en las tinieblas de la ignorancia de su Creador, comprendan las verdades de nuestra fe, no ya por la sutiles razones de la teología, sino por razonamientos sacados de la naturaleza; pues hay que comenzar por ahí, intentando hacerles comprender que no hace usted más que desarrollar en ellos las señales que Dios les ha dejado de sí mismo y que había ido borrando la corrupción de la naturaleza, desde hace mucho tiempo habituada al mal. Por eso, padre, convendrá que se dirija con frecuencia al Padre de las luces, repitiendo lo que le decimos todos los días: Da mihi intellectum ut sciam testimonia tua. Ordene en la meditación las luces que él le dé, para demostrar la verdad del primer Ser soberano y las conveniencias del misterio de la Trinidad, la necesidad del misterio de la Encarnación, que hizo nacer un segundo hombre perfecto, después de la corrupción del primero, para reformarnos y asemejarnos a él. Me gustaría que les hiciera ver las debilidades de la naturaleza humana mediante los desórdenes que ellos mismos condenan, pues también ellos tienen leyes, reyes y castigos.

Aunque hay libros que tratan de estas materias, como el catecismo de Granada, o algún otro que procuraremos enviarle, no puedo menos de repetirle que lo mejor es la oración: Accedite ad eum et illuminamini; abandonarse en el espíritu de Dios, que habla en esas ocasiones. Si su divina bondad quiere darle la gracia de cultivar la semilla de cristianos que ya hay allí y que viven con aquellas buenas gentes en la caridad cristiana, no dudo, ni mucho menos, que Nuestro Señor se servirá de ustedes para prepararle allí a la Compañía una mies abundante. Vaya, pues, padre, y ya que le envía Dios por medio de sus representantes en la tierra, eche las redes con valentía.

(SV III, 281-282 / ES III, 257-258)

14.¡Dios les concede la gracia de estar siempre preparados y dispuestos a ir a los países lejanos para dar allí su vida por Jesucristo! La historia nos habla de muchos martirios de hombres sacrificados por Dios; y si vemos que, en el ejército, muchos hombres exponen su vida por un poco de honor o quizás con la esperanza de una pequeña recompensa temporal, con cuánta más razón debemos nosotros exponer nuestra vida por llevar el evangelio de Jesucristo a los países más alejados a los que nos llama la providencia.

(SV XII, 51 / ES XI, 362)

15.Nuestro misionero de Berbería y los que están en Madagascar, ¿qué no han emprendido? ¿qué no han ejecutado? ¿qué es lo que no han hecho? ¿qué es lo que no han sufrido? Un hombre solo se atreve con una galera donde hay a veces doscientos forzados: instrucciones, confesiones generales a los sanos, a los enfermos, día y noche, durante quince días; y al final los reúne, va personalmente a comprar para ellos carne de vaca; es un banquete para ellos; ¡un hombre solo hace todo esto! Otras veces se va a las fincas donde hay esclavos y busca a los dueños para rogarles que le permitan trabajar en la instrucción de sus pobres esclavos; emplea con ellos su tiempo y les da a conocer a Dios, los prepara para recibir los sacramentos, y al final los reúne y les da un pequeño banquete.

Habló también de los hermanos Guillermo y Duchesne que, después de haber sido esclavos, fueron redimidos con ayuda del cónsul, por el celo que les animaba en sus ocupaciones al lado de los pobres esclavos .

En Madagascar, los misioneros predican, confiesan, catequizan continuamente desde las cuatro de la mañana hasta las diez, y luego desde las dos de la tarde hasta la noche; el resto del tiempo lo dedican al oficio y a visitar a los enfermos. ¡Esos sí que son obreros! ¡Esos sí que son buenos misioneros! ¡Quiera la bondad de Dios darnos el espíritu, que los anima y un corazón grande, ancho, inmenso! Magnificat anima mea Dominum!

(SV XI, 203-204 / ES XI, 122)

16.Ya es hora de que esa semilla de la divina vocación produzca su efecto en usted. El señor nuncio, por orden de la sagrada Congregación de la Propagación de la fe, que tiene al Santo Padre por cabeza, ha escogido a la Compañía para ir a servir a Dios en la isla de San Lorenzo, llamada por otro nombre Madagascar; y la Compañía ha puesto sus ojos en usted, como la mejor hostia que tiene para rendir homenaje a nuestro soberano Creador, para hacerle este servicio, junto con otro buen sacerdote de la Compañía.

Mi más que querido padre, ¿qué dice su corazón ante esta noticia? ¿Siente la vergüenza y la confusión convenientes para recibir tan alta gracia del cielo? ¡Vocación tan grande y tan adorable como la de los mayores apóstoles y santos de la Iglesia de Dios! ¡Los designios eternos realizados en el tiempo sobre usted! Sólo la humildad es capaz de soportar esta gracia; el perfecto abandono de todo lo que usted es y puede ser, con la exuberante confianza en su soberano Creador. Necesita una fe tan grande como la de Abrahán, la caridad de san Pablo, el celo, la paciencia, la deferencia, la pobreza, la solicitud, la discreción, la integridad de costumbres y un gran deseo de consumirse totalmente por Dios; todo eso le será tan necesario como al gran san Francisco Javier.

(SV III, 278-279 / ES III, 255-256)

17.Sea lo que fuere, padre, hemos sentido mucho la privación de esos buenos siervos de Dios y hemos tenido grandes motivos para admirar en esta última ocasión extraordinaria los recursos incomprensibles de su providencia. Bien sabe él que con todo corazón hemos besado la mano que nos hería, sometiéndonos humildemente a sus golpes tan sensibles, aunque no podíamos comprender las razones de una muerte tan repentina en hombres que prometían mucho, en medio de un pueblo que está pidiendo instrucción y después de tantas señales de vocación que se manifestaban en ellos para hacerse cristianos.

Sin embargo, esta pérdida, lo mismo que las anteriores y los sucesos que luego han tenido lugar, no han sido capaces de disminuir en lo más mínimo nuestra decisión de socorrerle ni la de exponer la vida de los cuatro sacerdotes y un hermano que enviamos, los cuales, sintiendo inclinación a su Misión, nos han insistido mucho en que los enviásemos...

No sé quién se sentirá más consolado por su llegada, usted, que los ha estado esperando tanto tiempo, o ellos, que tienen un grandísimo deseo de verse con usted. Mirarán en usted a Nuestro Señor y a usted en Nuestro Señor; le obedecerán como a mí mismo, con su gracia. Para ello le pido que tome su dirección. Espero que Dios bendecirá la autoridad de usted y la sumisión de ellos....

No habría estado tanto tiempo sin recibir socorros, si no hubieran fallado dos embarcos que se hicieron. Uno se perdió en las orillas del Nantes; iban en él dos de nuestros padres y un hermano, que se salvaron por una protección especial de Dios; murieron cerca de cien personas. El otro, que partió el año pasado, fue tomado por los españoles y tuvieron que volverse otros cuarto de nuestros padres y un hermano. De forma que no ha querido Dios que le llegase desde aquí ninguna ayuda ni consuelo, sino que ha querido que le llegara inmediatamente de él mismo; él ha querido ser su primero y su segundo en esta obra apostólica a la que le ha destinado para demostrar que el establecimiento de la fe es asunto suyo y no obra de los hombres. Así es como lo hizo también al comienzo de la fundación de la iglesia universal, escogiendo solamente a doce apóstoles, que marcharon por toda la tierra para anunciar la venida y doctrina de su divino Maestro. Pero cuando empezó a crecer esta santa semilla, su Providencia hizo que aumentase el número de obreros, y él hará también que su iglesia naciente, multiplicándose poco a poco, se vea provista finalmente de sacerdotes que vivan para cultivarla y extenderla.

(SV VIII, 158-159 / ES VIII, 146-147)

18.Id, hermanos míos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; él es el que os envía; para su servicio y su gloria es este viaje y esta misión que emprendéis. Será también él el que os conduzca, os asista y os proteja. Así lo esperamos de su bondad infinita. Manteneos siempre en una fiel dependencia de su fiel dirección; recurrid a él en todas partes y en todas las ocasiones; echaos en sus brazos, pues habéis de reconocerlo como vuestro mejor padre, con la firme confianza de que os asistirá y bendecirá vuestros trabajos.

(Abelly L. III, c. 3, p. 12 / ES XI, 765)

19.¿Hay algo más parecido a lo que hizo nuestro Señor, cuando bajó a la tierra para librar a los hombres de la cautividad del pecado e instruirlos con sus palabras y ejemplos? Ese es el ejemplo que deben seguir todos los misioneros; han de estar dispuestos a dejar su país, sus comodidades, su descanso, por este objeto, tal como han hecho nuestros hermanos que están en Túnez y en Argel, entregados por entero al servicio de Dios y del prójimo en esas tierra bárbaras e infieles.

(Abelly, L. II, c. 1, p. 142-143 / ES XI, 764)

20.Cuánto vale un buen misionero! Es Dios mismo el que tiene que suscitarlo y moldearlo; es obra de su omnipotencia y de su gran bondad. Por eso Nuestro Señor nos recomendó expresamente que pidiéramos a Dios que envíe buenos obreros a su viña; porque efectivamente, no serán buenos si Dios no los envía, y de éstos basta con unos pocos para hacer mucho: doce fueron suficientes para establecer la iglesia universal, a pesar de la sabiduría humana, el poder del mundo y la ira de los demonios. Pidamos a Nuestro Señor que comunique el espíritu apostólico a la compañía, puesto que la ha enviado a hacer ese mismo oficio.

(SV VII, 613 / ES VII, 519)

10