Fernando Portal, C.M. Un pionero del diálogo ecuménico contemporáneo

Un pionero del diálogo ecuménico contemporáneo:

Fernando Portal

por Robert Gurtner C.M.

Provincia de París

1. Orígenes - vocación

Fernando Portal nació en Laroque (Francia) en 1855, al pie de las Cevenas, a orillas del Hérault, en país protestante. Su padre, Pedro Portal, era zapatero y trabajaba duramente porque la economía no era muy próspera. Pedro tenía una fe cristiana sólida y sincera, y participaba en numerosas pe-regrinaciones locales. No obstante, sabía leer y escribir. La madre se llamaba Luisa Lafabrie y la abuela, Rosa Albus, apellido que inspirará a Portal, llegado el momento, el pseudónimo de Fernando Dalbus para firmar ciertos artículos de revistas. Fernando tuvo dos hermanos, que murieron en tierna edad y una hermana, María.

Educado en un ambiente cristiano, fue enviado a estudiar a casa de un tío párroco, Juan Fran-cisco Portal, pero resultó un fracaso en 1867. Por consejo del tío párroco, el joven Fernando co-menzó sus estudios en el Seminario Menor de Beaucarie. Allí también fue un fracaso. Finalmente, se encontró una solución que le permitió proseguir sus estudios en el Seminario Menor de Montpellier. Pero Fernando no quiere ser sacerdote. Quiere abrazar una carrera militar, que parece pe-gar mejor con su temperamento vivo, amante de la acción. Es más, por aquel entonces, comenzaba a revelarse su espíritu de apertura. En efecto, acoge sin discusión la encíclica de León XIII que in-vita a los católicos de Francia a adherirse a la nueva República, que anteriormente había sido sometida a juicio por papas como Pío IX, por ejemplo. Fernando Portal se interesa por todas las cuestiones de su tiempo: está abierto al diálogo.

Sin embargo, Fernando Portal no parecía manifestar interés particular por el mundo protestante a pesar de sus orígenes cevenaleses. Por otra parte, en Laroque, los protestantes no eran numerosos (habría que precisar aquí que el protestantismo cevenalés es de tipo calvinista o reforma-do, fuertemente marcado todavía por la guerra de los “Camisards”. Los protestantes cenevaleses no han de confundirse, en absoluto, con sus correligionarios luteranos de Alsacia, por ejemplo).

Los estudios en Montpellier van a ser determinantes para el nacimiento de una vocación sacer-dotal. En efecto, los Lazaristas están presentes en el Seminario Menor desde 1845 y, a su testimonio, se debe el brote de una vocación misionera.

Mis gustos, mi carácter, todo me lleva hacia una congregación religiosa, y yo sólo tengo un deseo: ser un hijo de san Vicente de Paúl, escribía un día a sus padres. Pero no les decía que era necesario hacer su Seminario en París, en el 95 de la calle de Sèvres, lejos de su país natal. Él no tenía más que un deseo: irse de misionero a China, lo cual correspondía a su gusto por la aventura y a su espíritu de apertura al mundo. Guardó con esmero este proyecto de vida misionera hasta su ordenación sacerdotal.

Fernando Portal no era una excepción en este final del siglo XIX. La Iglesia en Francia vivía una verdadera renovación que se manifestaba, entre otras cosas, en un dilatado im-pulso misionero, sobre todo hacia países lejanos. El traumatismo de la Revolución Francesa que ha-bía marcado a los católicos de Francia se esfumaba progresivamente. La Iglesia recobraba confian-za en sí misma. Las congregaciones misioneras esclarecían, todavía mejor, la confianza re-encontrada, y el ejemplo de los mártires de China o del Vietnam fue un poderoso estímulo para suscitar numerosas vocaciones misioneras. Sería necesario simplemente evocar, aquí, a los mártires lazaristas de China o de Abisinia.

2. El P. Portal, Lazarista

A su llegada a París, Fernando Portal fue recibido en el Seminario Interno, el 14 de agosto, día de su cumpleaños. Hizo los votos en 1876, recibió la tonsura, las órdenes menores y el subdiaconado en 1878. Fue ordenado diácono en 1879 y presbítero en 1880. Aparentemente, su cursus era completamente clásico. Pero, en París, conoce la vida difícil ya que los clérigos son mal aceptados por una po-blación marcada todavía por toda una tradición revolucionaria y los acontecimien-tos de la Comuna.

Hasta su ordenación sacerdotal, Fernando Portal creía que podía ir como misionero a China. Pero su salud era frágil desde 1878 y sus proyectos repentinamente cuestionados. Se abría así un nuevo camino ante él: el de profesor de Seminario Mayor, una obra querida por el corazón de san Vicente y en la que Fernando Portal se compromete con todo su entusiasmo.

Su primer puesto fue en Orán, donde se encuentra ante sí mismo. En 1881, nuevos problemas de salud le obligaron a irse hacia climas más cálidos como en Lisboa o el Seminario Mayor de Niza. En 1884, fue llamado al Seminario de Cahors donde enseña teología dogmática y moral.

A pesar de la decepción de no poder irse a China, como hijo de san Vicente adquiere la convicción de que los frutos de las misiones no podían mantenerse sin la participación de un clero local bien formado en el Seminario. Durante toda su vida nunca dejará de recordar la importancia de la formación de los futuros sacerdotes como una obra eminentemente vicenciana.

Su nueva misión de profesor de Seminario Mayor Diocesano le obligaba a sumergirse en la lectura de numerosas obras de moral y de dogmática. Hay que decir asimismo que la enfermedad le había dado el gusto por el estudio. Su gran apertura de espíritu le hizo igualmente descubrir nu-merosas obras. Progresivamente, siente toda la importancia de la historia en teología. Mis lec-turas estaban dirigidas del lado de la historia incluso en el punto de vista teológico, dirá más tarde, en 1909. La teología no es sino una historia de lo que Dios ha revelado a los hombres (extracto de una carta de 1887). En esta línea histórica, encuentra el Ensayo de Newman y la obra sobre La Unidad de la Iglesia, del alemán Mohler. En la tradición de la Escuela France-sa del siglo XVII, se dedica a leer directamente los Padres de la Iglesia para descubrir en ellos la lenta elaboración de los dogmas y, por consiguiente, el desarrollo en el tiempo de la doctri-na cristiana. Tuvo igualmente interés por la historia reciente del catolicismo francés: Yo ha-bía estado particularmente interesado por la historia de la Iglesia de Francia cuya fisonomía propia me atraía. En los últimos tiempos (los que precedieron a su encuentro con Halifax), yo ha-bía seguido con mucha atención las biografías y los estudios referentes a nuestro movimiento católico del siglo XIX. Estas últimas lecturas, sobre todo, habían contribuido a aumentar mi amor a la Iglesia: habían puesto también ante mis ojos ejemplos cuyo recuerdo, más tarde, no dejó de tener influencia sobré mi conducta en circunstancias difíciles (extracto de "La Unión de las Iglesias", texto manuscrito).

Ricas lecturas permiten así, al P. Portal, salir de un cierto fijismo en teología. Además, los nuevos datos de las ciencias y de las investigaciones orientadas por ciertos universitarios como Alfredo Loysy no perturban, en absoluto, su fe. Pero hay que decir ciertamente que la conducta de Portal era poco común entonces para un profesor de dogma y de moral, ¡que debía contentarse sim-plemente con comentar los manuales! Semejante profesor no podía sino sorprender a sus alumnos del Seminario de Cahors. Escuchemos el testimonio de uno de ellos, Mons. Juan Calvet: Las lecciones de moral eran ordinarias, pero entreveradas, sin que supiéramos bien por qué, de consideraciones sobre la historia de los sacramentos y de informaciones periodísticas acerca de los aconteci-mientos religiosos contemporáneos. Aquel profesor, que cumplía por deber su oficio, estaba poseído por una idea: vivía una idea que venía de él y de algunos de sus amigos. Soñaba con la u-nión de las Iglesias cristianas y trabajaba en la reunión de las Iglesias cristianas. (Jean Calvet, « Visages d'un demi-siècle », p. 10).

3. Primera campaña anglo-romana 1889 - 1896

La vocación ecuménica del P. Portal comenzó fortuitamente, por un simple encuentro con un an-glicano, Lord Halifax. Estamos, pues, bien lejos de las altas esferas universitarias. Un poco como san Vicente, el P. Portal habría podido decir: ¡Nosotros no pensábamos en esto!

La aventura comenzó en la isla de Madera, adonde Halifax se había trasladado en diciembre de 1889 con su hijo mayor Carlos, atacado de tuberculosis. En el mismo momento, el P. Portal sustituía, desde septiembre, a uno de los capellanes enfermos del Hospicio de Funchal. Pero la enfermedad fue de corta duración y el P. Portal se encontró rápidamente desocupado. Recibió un día la visi-ta de Lord Halifax, enteramente desocupado como él. Buscaba compañía para sus largos paseos por la isla. Desde hacia mucho tiempo se interesaba también por la familia y las obras de san Vicen-te. Dieron muchos paseos discutiendo de problemas religiosos. Portal sintió el deseo de convertir al anglicano. Pero una profunda amistad mezclada de respeto comenzó a nacer entre ellos.

Antes de ir más lejos, conozcamos mejor a Lord Halifax. Por su verdadero nombre, Charles Lindley Wood, Lord Halifax formaba parte de los íntimos del Príncipe de Gales. Su familia participó en el gobierno del Reino Unido. Su abuelo fue Primer Ministro y su padre Canciller del Echiquier (ministro de Hacienda). A partir de 1868 quiso consagrarse al servicio de la Iglesia de Ingla-terra a pesar de una brillante carrera como secretario de su primo, el ministro del Interior.

En la Iglesia de Inglaterra su servicio estaba fuertemente ligado a una corriente llamada Movimiento de Oxford. Se trataba de un grupo de cristianos, laicos y sacerdotes que, en el inte-rior de la Iglesia de Inglaterra, volvía a descubrir la realidad de la Iglesia como institución fundada por Cristo y confirmada por la fe de los Padres de los primeros siglos (tiempo de la Iglesia indivisa), así como por los siete primeros Concilios Ecuménicos. Al mismo tiempo, estos cristianos habían vuelto a descubrir la herencia de los Apóstoles por la sucesión ininterrum-pida de los obispos (la Iglesia de Inglaterra fue siempre episcopaliana). El Movimiento de Ox-ford contaba con grandes teólogos como Newman (antes de su conversión al Catolicismo romano), Keble o Pusey.

Las ideas del Movimiento de Oxford tomaron también una forma más popular con el Movimiento llamado "ritualista". Se trataba así de hacer pasar las ideas de Oxford a una liturgia centra-da, sobre todo, en la Eucaristía, que recobra el primer lugar en la Iglesia de Inglaterra. Pero el Movimiento no fue sólo de orden litúrgico. Hubo también en él la puesta en marcha de organismos de caridad muy activos y de comunidades religiosas como la Sociedad de san Juan Evange-lista. Algunas de ellas se inspiraban en san Vicente de Paúl. El Movimiento “ritualista" se estructuró, sobre todo a partir de 1859, en torno a la English Church Union, de la que Lord Halifax llegó a ser presidente en 1868. Así, la Iglesia de Inglaterra conocía una ver-dadera renovación teológica, litúrgica y pastoral, un verdadero “despertar" (“revival” en inglés), que marca periódicamente a los países anglosajones. Era, pues, un hombre importante y animado de una fe profunda, aquel a quien el P. Portal encontró en la isla de Madera.

En 1890, a continuación de un viaje, Portal propone a Halifax la conversión al catolicismo ro-mano. El se negó netamente, pero la amistad, sin embargo, no se rompió. Tal vez había llegado el mo-mento de dialogar en pie de igualdad, haciendo posible, de un mismo golpe, un mejor conocimiento mutuo de ambas Iglesias. De este diálogo fraternal nació el deseo de trabajar en la unión entre la Iglesia Católica Romana y la Comunión Anglicana.

Era necesario, pues, a cualquier precio, continuar las conversaciones de Madera. Pero ¿cómo? Con estu-por de los seminaristas, Lord Halifax permaneció en el Seminario de Cahors del 2 al 7 de abril de 1892. Escuchemos el testimonio de Mons. Calvet: Nuestro estupor fue grande viendo (a Lord Halifax) en el refectorio, tomando su comida al lado del señor Superior, escuchando, como él, la lec-tura de `Monjes de Occidente', de Montalembert... Pero nuestro estupor fue mayor todavía cuando le vimos, en la capilla, en el sitial próximo al del P. Superior, siguiendo la ceremonia en un misal - evidentemente romano - arrodillándose y haciendo la señal de la cruz. Aquello alborotaba en gran manera nuestros cerebros. Al fin, ¡aquel hombre era un hereje!... Asistía a la misa con evidente fervor; ¡creía, por consiguiente, en la misa! Las discusiones continuaban su marcha (op. cit. pp. 11-12).

Entretanto, el P. Portal tuvo un proyecto que sometió a Lord Halifax: provocar un encuentro en-tre católicos y anglicanos cuyo tema sería un debate sobre las ordenaciones anglicanas. El deba-te sólo había de servir de simple pretexto para un nuevo encuentro, al más alto nivel, entre la jerarquía de ambas Iglesias. En este sentido, Portal no cesó desde 1891 de compilar notas sobre el sacerdocio en la Iglesia de Inglaterra. La cuestión de la validez de las ordenaciones anglicanas concernía, primeramente, a historiadores y canonistas, y debía, según la intención de Portal, permitir, a con-tinuación, un estudio de las divergencias doctrinales entre Roma y Canterbury.

A manera de incentivo para el debate teológico, Fernando Portal presentó a Lord Halifax un pe-queño folleto titulado muy simplemente: "Las ordenaciones anglicanas", que fue publicado por pri-mera vez en la revista "La ciencia católica" de diciembre de 1893. En su trabajo fue ayudado por Puller, monje anglicano, buen teólogo y conocedor de los Padres de la Iglesia. Del lado anglica-no y bajo el impulso de Halifax los teólogos Denny y Lacey publicaron, en el mismo momento, un ensayo en latín: "De Hierarchia Anglicana".

Con minuciosidad y diplomacia, el P. Portal demostró la nulidad de las ordenaciones anglicanas apoyándose principalmente en un punto de doctrina, por otra parte muy difícil de apreciar: el defecto de intención. Para esto, estudió en el plano histórico las ordenaciones episcopales del si-glo XVI bajo el reinado de Isabel I, así como el Ritual anglicano da las ordenaciones. Por otro lado, apoyándose en un decreto de los Armenios, emanado del Papa Eugenio IV durante el Concilio de Florencia (1439), demuestra la invalidez de las ordenaciones anglicanas por defecto de rito. En efecto, para la Iglesia Católica la validez de la ordenación descansa en el gesto de “contacto” con los “instrumentos”: la entrega de la Biblia para los diáco-nos, el cáliz y la patena para los presbíteros; (un rito muy secundario hoy, ya que la materia y la forma del sacramento del Orden son la imposición de las manos y la oración consecratoria).

En el siglo XVI los reformadores ingleses habían conservado solamente el “contacto” con la Biblia, incluso para las ordenaciones presbiterales, lo que fue interpretado en la Iglesia Católica como una voluntad protestante de desnaturalización del sacerdocio. Por el contrario, conforme a los usos de la Iglesia primitiva, quisieron dar valor a la imposición de las manos y a la oración consecratoria al Espíritu Santo como materia y forma de la ordenación. Por el sesgo de un estudio histórico previo, la argumentación de Portal era demostrar que el rito ser tocado con los “instrumentos” había sido por mucho tiempo ignorado por la Iglesia latina y siempre por la Iglesia Ortodoxa, lo que no impedía, en absoluto, a la Iglesia Católica tener las ordenaciones de la Iglesia Ortodoxa por válidas. En el fondo, lo que la Iglesia Romana podía reconocer para la Iglesia de Oriente ¿por qué no lo iba a hacer para la Iglesia de Inglaterra? En efecto, la argumentación relativa al sacramento del Orden y la cuestión acerca de del “contacto” con los “instrumentos” no sería, según Portal, sino una cuestión disciplinar. Si la Iglesia ha tenido poder para determinar el signo -escribe él - la Iglesia puede cambiarlo (Las ordenaciones anglicanas, p. 34). El P. Portal tenía conciencia de la fragilidad de los argumentos a favor de la invalidez de las ordenaciones anglicanas, pero mantenía, en atención a la objetividad en el debate que pronto había de concertarse entre católicos y anglicanos, presentar las posiciones de la parte católica.

En el plano de investigación teológica, Portal quería asimismo demostrar que una posición, incluso la que ha sido objeto de una toma de decisión por el Magisterio, podía ser llevada a evolucionar gracias a las investigaciones nuevas, sobre todo en historia. Por eso, la cuestión de las ordenaciones anglicanas ¡seguía siendo una cuestión abierta!

Desde su publicación, el folleto suscitó vivas reacciones en la prensa, sobre todo al otro lado del Canal de la Mancha, lo que era una novedad. En efecto, era la primera vez que la prensa se hacía eco de un debate ecuménico. Fernando Portal y Lord Halifax habían visto con justeza que comenzaba a establecerse un diálogo. Por el lado francés, Portal creó la “Revue Anglo-Romaine”, cuyo fin era dar a conocer al público francés el tenor de los debates en torno a las ordenaciones anglicanas. Otro fin era también permitir a los católicos de Francia descubrir la Comunión Anglicana, presentando la Iglesia de Inglaterra en lo cotidiano o publicando artículos de teólogos como Puller, Lacey o Gore.

En un contexto animado, una comisión pontificia se reúne en Roma, impulsada por León XIII, a fin de estudiar de manera más profunda las ordenaciones anglicanas. El P. Portal se traslada personalmente al lugar para estar más cerca de la información. La comisión romana reunía, sobre todo, teólogos e historiadores, entre los que se distinguía un importante grupo de católicos ingleses. De entre ellos, algunos eran conocidos por su intransigencia frente a los anglicanos. Otros se harían célebres más tarde, como Mons. Merry Del Val durante la crisis modernista; el abate Dúchesne, célebre profesor de historia y liturgia en el Instituto Católico de París; o Mons. Gasparry, profesor de derecho canónico en París, que sería uno de los negociadores de los Acuerdos de Letrán, creando el Estado Vaticano en 1929. Dos anglicanos estaban igualmente presentes en Roma: los reverendos Puller y Lacey. Para ciertos diarios ingleses, como el Daily Chronicle, no había nada que esperar de tal comisión romana. Sin embargo, entre los anglicanos, como el arzobispo de York y Lord Halifax, el optimismo era claro y la confianza hacia León XIII era grande respecto al resultado feliz de los acontecimientos.

... Nos, de acuerdo con todos los decretos de Nuestros predecesores relativos a la misma causa, confirmándolos plenamente y renovándolos con Nuestra autoridad, por Nuestro propio impulso y por la ciencia cierta, Nos pronunciamos y declaramos que las ordenaciones conferidas según el rito anglicano, han sido y son absolutamente vanas y enteramente nulas. La sentencia cayó duramente con la publicación de la bula “Apostolicae Curae”, del 18 de septiembre de 1896.

Después de haber examinado el Ritual anglicano de las ordenaciones, la comisión fundó su decisión en un defecto de forma y de intención de las ordenaciones anglicanas. De hecho, detrás de la dureza de la decisión, el texto mantiene una posición tuciorista en materia de sacramento. El Magisterio toma partido por adoptar la doctrina más segura y la más probable. Se trata solamente de delimitar de alguna manera el terreno a fin de evitar toda confusión posible con los anglicanos, más particularmente con los provenientes del Movimiento de Oxford, que se sienten tan próximos a los católicos.

La decepción fue grande entre los anglicanos; Lord Halifax en particular. Los arzobispos anglicanos respondieron a la Bula con dignidad, el 19 de febrero de 1897. Unos meses más tarde, la Conferencia de Lambeth decidió dejar las puertas abiertas para todo diálogo. En cuanto al P. Portal, el golpe fue duro ciertamente, pero no fue vencido por la rebelión. El futuro es de los pacíficos, escribe a su amigo Halifax. Lo que ha hecho Vd. y los suyos por la reunión de la cristiandad será la eterna gloria de la Iglesia anglicana. Habéis sido de una lealtad y generosidad perfectas. No todos pueden decir lo mismo (Carta del 4 de octubre de 1896).

Portal quiere seguir confiando en el futuro con cierto sentido de profecía: Nada se pierde en la naturaleza, ¡mucho menos en el orden sobrenatural! Un acto de amor, más eficazmente que el desplazamiento de un átomo, debe producir conmociones infinitas. ¡Cuántos actos de amor hacia Nuestro Señor, hacia la Santa Iglesia, no han sido hechos por Vd. y los suyos! Pronto o tarde, la Iglesia toda entera se conmoverá con ellos. No nos desanimemos, mi querido amigo.

Pero las consecuencias inmediatas no se hicieron esperar. La aparición de la “Revue Anglo-Romaine” fue inmediatamente suspendida y el P. Portal debió partir para el Seminario Mayor de Chalons-sur-Marne por orden del Superior General.

4. Después de la campaña anglo-romana

Aparentemente la vida del misionero lazarista volvió a tomar su curso. Después de Chalons-Sur-Marne, el P. Portal fue durante dos años superior en el Seminario Mayor de Niza. Fue llamado a París por sus cualidades para dirigir jóvenes en la enseñanza universitaria. En efecto, el Seminario de los Carmelitas, dirigido por los Sulpicianos, no pudiendo dar cabida a todos sus alumnos, pidió a los Lazaristas que abrieran una nueva casa bajo la dirección de Portal. Fueron los comienzos del Seminario de san Vicente de Paúl en el 88 de la calle del Cherche-Midi (en la actual Casa Provincial de París).

Allí también el P. Portal no podía tener otro deseo que abrir el espíritu de los jóvenes y ponerles al corriente de las cuestiones de actualidad. Con este fin fundó un círculo de estudios que tenía por objeto los hechos y datos más diversos, a fin de poder pintar un cuadro de la vida intelectual y religiosa, dentro o fuera del catolicismo.

Decididamente el P. Portal no era hombre de dejarse encerrar en marcos estrechos. Era de creer que para él la Iglesia ¡no podía tener fronteras! Según su costumbre, no dejaba de invitar a gentes de opiniones tan diversas como variadas. Por eso, no era raro que los seminaristas pudieran codearse con anglicanos, protestantes o no creyentes. A fin de dar a conocer los trabajos de su círculo de estudios, fundó la: “Revue Catholique des Eglises”.

Pero la cuchilla cayó por segunda vez. En la primavera de 1908, el Cardenal Merry Del Val, hecho Secretario de Estado del Papa Pío XI, notificó al P. Fiat, Superior General, que el P. Portal debía dimitir de sus funciones con interdicción definitiva de publicar y de hablar en público. El capítulo de acusación era grave para la época. El P. Portal es sospechoso de “modernismo”. Dentro de un espíritu de obediencia y de amor hacia la Iglesia, abandonó su puesto de superior del Seminario de san Vicente de Paúl, echándose a pique la “Revue Catholique des Eglises”.

Después de seis meses de destierro forzoso en un pueblo de Seine-et Oise, volvió a París y se instaló en un apartamento, en el 14 de la calle de Grenelle. Durante toda esta segunda prueba fue sostenido siempre por el nuevo Superior General, su amigo el P. Verdier. Si Portal no podía ya publicar ni hablar en público, nada le impedía recibir a quien quisiera. Muy pronto la calle de Grenelle vino a ser un lugar de encuentros y de discusiones entre algunos alumnos de la Escuela Normal Superior, sacerdotes y protestantes.

Pero sería injusto ver en Fernando Portal al intelectual encerrado en su despacho, en medio de sus libros o atareado en “teorizar” con un grupo de estudiantes. Él tenía asimismo necesidad de ejercer su ministerio sacerdotal con el espíritu del señor Vicente; esa necesidad propia de todo vicenciano de tener los “pies en tierra”, a fin de adquirir una formación sólida y equilibrada. Él no dejaba de decir a sus amigos, incluso a los más dotados para una vocación intelectual: ¡Guardad siempre un poco de ministerio! Así, se presentaba fielmente en la casa de las Hijas de la Caridad de Reuilly. Pero su abnegación le impulsaba, sobre todo, hacia un barrio pobre de París: Javel. Para Fernando Portal la Iglesia no es primeramente ideas, sino más bien personas, a quienes hace amar y servir como lo ha hecho Cristo. El marco de este artículo no nos permite presentar la obra de Javel, donde el P. Portal manifestó el espíritu vicenciano que le animaba.

5. Las conversaciones de Malinas (1921-1925)

A pesar de las dificultades y de las condenas romanas, nada había podido alterar la amistad que unía al P. Portal y a Lord Halifax. El clima volvió a ser favorable para una reanudación del diálogo con los anglicanos. En efecto, la última conferencia anglicana de Lambeth había sido una llamada lanzada a todas las Iglesias y más especialmente a la Ortodoxa, a fin de crear la Unión de las Iglesias. ¿Iban los católicos a seguir sordos a tal llamada? Portal y Halifax estaban dispuestos a aprovechar todas las oportunidades a fin de proseguir el diálogo oficial, interrumpido desde 1896. Ambos conocieron a grandes figuras del Catolicismo, al arzobispo de Malinas, Cardenal Mercier. Después de pedir el consentimiento de Roma, se organizaron encuentros entre teólogos anglicanos y católicos por el impulso de Mercier, Halifax y Portal. Tuvieron lugar en Malinas. Sólo podía tratarse de simples intercambios de puntos de vista, pero el diálogo estaba restablecido. Era ya mucho, tras las heridas de la crisis modernista. Todas las esperanzas estaban permitidas. El Cardenal Mercier creía asimismo en la próxima convocatoria de ¡un concilio ecuménico! Habrá allí, espero, ocasión de trabajar en la unión de las Iglesias, escribía Portal, el 10 de enero de 1925.

Una vez más, la esperanza era prematura. El cardenal Mercier murió el 23 de enero de 1926, seguido, en junio, por el P. Portal. El diálogo ecuménico era reducido de nuevo a “lamparilla”. Habrá que esperar el formidable acontecimiento del Concilio Vaticano II, los encuentros entre el Papa Pablo VI y el arzobispo de Canterbury Michael Ramsay y, sobre todo, el viaje del Papa Juan Pablo II a Inglaterra, en 1982, para ver realizarse uno de los sueños de Halifax y Portal. Y, no obstante, ¡cuánto camino recorrido! Nada era ya como antes. Dando la palabra a un anglicano, el abate Hemmer pudo escribir en su libro `M. Portal y la unión de las Iglesias': El Cardenal Mercier ha cambiado la atmósfera religiosa de Inglaterra, y añade: del P. Portal, tal vez deberíamos decir que ha cambiado algo de la atmósfera religiosa del mundo.

6. A manera de conclusión

La unión de las Iglesias fue el sueño y el motor de la vida del P. Portal. Consagró a esto toda su energía, a pesar de las dificultades y condenas. Pero, ¿de dónde podía sacar las fuerzas necesarias para poder superar las duras pruebas que no dejarían de seguir en su camino y creer en el futuro? Ciertamente de un gran amor a la Iglesia, de la que será sin cesar el fiel servidor. Este amor puede asimismo encontrar su origen en una percepción de la Iglesia. Fiel al pensamiento de los Padres, ve la Iglesia no sólo como una institución divina, sino también como el Cuerpo Místico de Cristo, un Cuerpo que está llamado a realizar incesantemente su catolicismo, es decir, su universalidad, enriqueciéndose del patrimonio espiritual de sus miembros. La Iglesia es asimismo el Cuerpo Místico de Cristo, animado por la fuerza del Espíritu Santo, Cuerpo que no puede tener fronteras fijas, sino más bien, linderos continuamente dilatados para acoger siempre nuevos miembros. La Iglesia vista por Portal sólo puede ser misionera. Tal misterio de la Iglesia podría acercarse a la eclesiología dinámica ilustrada, al comienzo del siglo XVII, por el Deán de Gloucester, Richard Field (1561-1616). En efecto, la definición que daba de la Iglesia podía haber sido recuperada por Portal. Para Field, la Iglesia es la multitud y el número de aquellos que Dios Todopoderoso ha cercenado del resto del mundo por la labor de su gracia y llamado a participar en la felicidad eterna... (Of. The Church, liv. I, ch. 3). Y la tal multitud es el número bendito de los cristianos que han sido, que son y que vendrán (Ibíd. liv. II, ch. 8). En Field y Portal, la Iglesia ¡no tiene frontera! Nada podría impedir a todos los hombres en búsqueda de la felicidad reunirse en una sola y misma Iglesia, cualquiera que sea su confesión.

Refiriéndose a San Vicente, el sulpiciano Joseph Grandet escribía en el siglo XVIII que el fundador de los sacerdotes de la Misión tenía el corazón más grande que el mundo. Casi se podría decir lo mismo del P. Portal, sin olvidar a Halifax. Para ellos la Iglesia no puede quedar confinada a unas fronteras estrechas instauradas a lo largo de la historia entre las diferentes confesiones. A sus ojos sólo cuenta la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica, ¡una manera de vivir en la Iglesia según el Espíritu del señor Vicente!

Pero, antes de terminar, dejemos una vez más al P. Portal que nos hable de la unidad de la Iglesia: La unión de las Iglesias no puede, en efecto, obtenerse sino por verdaderos apóstoles, por hombres de fe, empleando, sobre todo, los medios sobrenaturales: la oración, fuente de gracias; la caridad, que da la compresión hacía almas, incluso hacia aquellas de las que estamos separados; la humildad, que nos hace confesar nuestros defectos y nuestras faltas. Es un hecho cierto que debemos reconocer. He aquí, me parece, los elementos esenciales de toda acción a favor de la Unión (el papel de la amistad en la unión de las Iglesias).

Bibliografía

Mgr. CALVET. Visages d'un demi-siècle. Ed. Grasset, París, 1959.

Abate HEMMER. M. Portal, prêtre de ma Mission. Éd. Bloud et Gay, París, 1947.

Regis LADOUS. Monsieur Portal et les siens. Éd. Cerf, París 1985.

Fernando PORTAL. Refaire l'Église do toujours. Textos presentados por Régis Ladous. Éd. Nouvelle-Cité.

Fernando DALBUS (Portal). “Les ordinations anglicanes. 2ª édition Delhomme et Briguet, París-Lyon, 1894.

Revistas

Unités des Chrétiens: “Fernando Portal, Lazarista (1855-1926)”. No. 22, abril 1976;

Mission et Charité. No. 15, Julio 1964.

(Traducción: VÍCTOR LANDERAS, C.M.)

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