La identidad de la Hija de la Caridad: elementos característicos y distintivos. ¿Cómo puede vivirlos hoy la Hija de la Caridad?

La identidad de la Hija de la Caridad: Elementos característicos y distintivos

¿Cómo puede vivirlos hoy la Hija de la Caridad?

Sor Wivine Kisu, H.C.

Consejo General HC

Introducción

Hoy, las ideologías racionalistas y totalitarias han caído en parte y los grandes progresos científicos y técnicos ofrecen a nuestro mundo, sin duda alguna, inmensas posibilidades. Los progresos materiales logran mejorar las condiciones de vida de la humanidad en los diferentes campos de la salud, de la educación y de la alimentación, así como una mayor apertura de nuestro planeta a lo universal y a la solidaridad, especialmente en las situaciones de catástrofe… Sin embargo, somos testigos del abismo cada vez más ancho y profundo entre una parte de la humanidad, cada vez más rica, y otra, cada vez más pobre, en la que hacen estragos las enfermedades endémicas, el hambre, el Sida y sus consecuencias en la sociedad, sobre todo en la que está menos protegida…

Por otra parte, el desarrollo de las ciencias humanas ha permitido conocer mejor al ser humano en su complejidad. Mientras que las sociedades reconocen los valores de la libertad, del respeto y de la dignidad de los derechos de la persona humana…, somos testigos, desgraciadamente, del crecimiento de la violencia bajo diferentes formas: guerra, desintegración de la familia, exclusión tanto de personas como de determinados grupos.

Ante las maravillas -si así puedo calificarlas-, mencionadas anteriormente, que aportan la ciencia y la técnica, asistimos a la emergencia de una cultura de descristianización y de un fenómeno de secularización a todos los niveles, a pesar de una proliferación de sectas de toda clase. Esto lleva consigo un cierto relativismo, un culto de lo efímero y una falta de puntos de referencia y se llega incluso hasta la desesperanza.

Todas estas realidades influyen y afectan positiva y/o negativamente en la vida de la Hija de la Caridad. Así, la identidad de la Hija de la Caridad, clara y fácilmente comprensible en una determinada época, parece que se ha vuelto, ante ciertas miradas, confusa y nebulosa, por una falta de unidad entre los diferentes aspectos que la componen:

- El « totalmente entregada a Dios »;

- la vida comunitaria;

- el servicio a los Pobres; y los votos « que reciben de este servicio su carácter específico ».

Nos parece importante, por tanto, situarnos de nuevo con claridad en lo que somos, a fin de seguir respondiendo con fidelidad, audacia y creatividad a nuestra misión en las situaciones actuales.

Hoy, a la luz del tema: «inculturación del carisma en un mundo en mutación» y después de la Asamblea General de 1997, nos encontramos en un momento crucial de nuestra vida con la preparación de la revisión de nuestras Constituciones y Estatutos. Esta revisión pretende ser una «revitalización» de nuestro ser de Hijas de la Caridad, siervas de los Pobres, para un “más” en el vivir y en el obrar.

  1. Una identidad que se manifiesta como procedente de Dios

«De camino hacia la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: `¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre' . Ellos le contestaron : `Unos que Juan Bautista ; otros que Elías ; otros que Jeremías o uno de los profetas'. Jesús les preguntó : `Y vosotros ¿quién decís que soy yo ?'. Simón Pedro le respondió : `Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo'. Jesús le dijo : `Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado ningún mortal, sino mi Padre que está en los Cielos. Yo te digo : tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,… » (Mt 16, 13-17).

A esta pregunta de Cristo, los apóstoles responden en función de lo que oyen decir de Jesús. Pero Jesús les va a dirigir la pregunta directamente. `Para vosotros ¿Quién soy yo? ¿quién decís que soy yo ?'. El Espíritu que viene en ayuda de la debilidad y de la incapacidad del hombre, dará a Pedro la gracia de confesar su Fe : «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Así revela a Pedro y a los apóstoles la verdadera identidad de Jesús. De ese nombre «Mesías», se revela claramente la identidad de Jesús y, a la vez, su misión.

Pero, habrá que esperar a la resurrección del Señor y, sobre todo, a Pentecostés, a la efusión del Espíritu Santo, para que los apóstoles y los discípulos capten desde dentro y comprendan la largura, la anchura, la profundidad de la identidad de Cristo, el Mesías, el Ungido, el enviado de Dios, el Hijo de Dios mismo.

Atentos al acontecimiento y al Espíritu de Dios, que actúa constantemente en los acontecimientos, Vicente de Paúl y Luisa de Marillac descubrirán que este Jesús encarnado, que asume la condición del hombre, el Mesías, es : Adorador, Servidor y Evangelizador. Se sentirán entonces impulsados por ese fuego de caridad que emana del don total de Cristo al Padre para la salvación de la humanidad: «la Caridad de Cristo crucificado nos apremia». Así, Vicente de Paúl y Luisa experimentarán también la identidad de Jesús en su Encarnación Redentora. Este Jesús es el que propondrán a aquellas que dediquen la vida a su causa, sacando así de Él su propia identidad.

  1. ¿Quiénes son entonces estas mujeres que van a tratar de hacer suya la experiencia de Vicente de Paúl?

1. Tienen un nombre: Hijas de la Caridad

Si el nombre es el lugar de la identidad de la persona, es también el lugar donde se revela la misión y el modo de vida que las Hijas de la Caridad tienen que asumir. Esta identidad les queda determinada por Vicente de Paúl, en los siguientes términos, en la respuesta que debían dar al señor obispo si llegaba a preguntarles quiénes eran y si eran religiosas: “Decidle que sois unas pobres Hijas de la Caridad, que os habéis entregado a Dios para el servicio de los Pobres” (SV IX, 534-535 / ES IX, 498)

Como esta identidad tiene su raíz en la vida misma de Dios, San Vicente no cesará de recordar a las Hermanas la fuente de su vida, la roca sobre la que deben siempre edificar y a la que deben conformar su existencia para ser dignas del nombre que llevan: «Se acordarán con frecuencia del nombre de Hijas de la Caridad que llevan y procurarán hacerse dignas de él por el santo amor que siempre tendrán a Dios y al prójimo” (SV IX, 534-535 / ES IX, 1014-1015).

Y también: “Cuando os entregásteis a Dios para servir a los pobres; especialmente el día en que hicisteis los votos, recibísteis este nombre que os ha dado el mismo Dios. Por consiguiente, tenéis que vivir en conformidad con el nombre que lleváis, puesto que es Dios el que ha dado este nombre a la Compañía; pues no ha sido ni la señorita Le Gras, ni el padre Portail, ni yo tampoco, los que os hemos llamado Hijas de la Caridad. Fijáos que ha sido el pueblo el que, al ver lo que hacéis y el servicio que nuestras primeras hermanas hacían a los pobres, os han dado este nombre, que ha quedado como propio de vuestras tareas” (SV X, 472-473 / ES IX, 1025-1026).

Este nombre, recibido de Dios a través de la voz del pueblo, traduce y revela la esencia misma del Ser de Dios: “Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4, 7-8). Este nombre exige, pues, a las Hijas de la Caridad, vivir de tal suerte que hagan brillar a los ojos del mundo y de los Pobres el amor que Dios les tiene. Pues “Decir Hija de la Caridad es decir hija de Dios” (SV X, 125 / ES IX, 749).

Hacia ese hermoso nombre Caridad, Amor, tiende todo y adquiere vida en el sentido profundo de la palabra. Este nombre resume todos los mandamientos y da parte en la vida eterna.

«Maestro, ¿qué debo hacer para ganar la vida eterna? Jesús le contestó: `¿Qué está escrito en la ley? ¿qué lees en ella?' El maestro de la ley respondió: `Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo (Lc 10, 23-28).

Este amor de Dios se sitúa en el centro del mensaje de la buena noticia de la salvación traída por Jesucristo, amor intenso que consumía su corazón de Dios hecho hombre, amor con el que quería abrasar el universo, lo que le hacía exclamar: «He venido a prender fuego a la tierra y ¡cómo desearía que ya estuviese ardiendo!» ( Lc 12,49).

En Jesucristo, Amor encarnado, se da a los hombres la vida en plenitud: “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10, 10).

En este nombre de Hija de la Caridad se oculta una misión: la que Dios en su Hijo ha querido realizar para salvar a nuestra humanidad. En efecto, por amor a los hombres, Dios descendió hasta el hombre a fin de elevarlo a esta dignidad de hijo de Dios, dignidad que no podía devolverse a la humanidad pecadora sino por el Amor: “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

El ser de la Hija de la Caridad debe corresponder a este amor. San Vicente exhortaba a las Hermanas en estos términos: “Dad vuestros bienes a los pobres; si no tenéis caridad, no hacéis nada; no, aunque deis vuestras vidas. ¡Oh mis queridas Hermanas! Hay que imitar al Hijo de Dios que no hacía nada sino por el amor que tenía a Dios su Padre. De esta forma, vuestro propósito, al venir a la Caridad, tiene que ser puramente por el amor y el gusto de Dios; mientras estéis en ella, todas vuestras acciones tienen que tender a este mismo amor” (SV X, 20 / ES IX, 38).

La Hija de la Caridad debe tener, como decía Madre Guillemin: “la obsesión de la caridad y revisar todas sus actitudes interiores y exteriores para adaptarlas a la caridad. En todas partes donde se encuentre, debe ser: `expresión de la caridad'. El testimonio de la caridad es la profecía de hoy. Su mirada, sus gestos, todo su ser debe ser expresión de amor, que es vida que ha de comunicarse a su comunidad y a los hombres y mujeres que Dios pone en su camino”.

Porque la Hija de la Caridad ha nacido del Amor de Dios, está llamada a ser, en el pleno sentido de la palabra, testigo de la Caridad, del Amor. Para ella es cuestión de vida o muerte.

  1. Han hecho una opción: vivir la plenitud de su Bautismo en el servicio a los pobres y a través de este servicio

La vocación de la Hija de la Caridad se enraíza en el Bautismo vivido en plenitud. «Esta vida, que es a la vez intimidad con las tres Divinas Personas y cercanía de los hombres, debe dejar transparentar el Amor que arde en el corazón de los hijos de Dios» (Instrucción sobre los Votos de las Hijas de la Caridad, p. 21).

Toda la vida de las Hijas de la Caridad está situada en el corazón de esta vida bautismal y trinitaria. Se esfuerzan por vivir el mensaje evangélico de manera radical, como Cristo quiso al invitar al hombre rico: “Ve, vende cuanto tienes, dalo a los Pobres, después ven y sígueme”. (cf. Mt 19, 22). La vocación en seguimiento de Cristo adquiere todo su sentido a partir de esta vida bautismal que hace de nosotras coherederas de Cristo y continuadoras de su misión.

Para San Vicente y Santa Luisa, para ser “buenas Hijas de la Caridad” hay que ser, ante todo y en todo, “buenas cristianas”. Vida cristiana que nos convoca a una opción sin equívoco: `Que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no'. Con razón insistieron los Fundadores en la semejanza que debe existir con Cristo: el que viese la vida de Jesucristo vería algo semejante en la vida de una Hija de la Caridad” (SV IX, 592 / ES IX, 534).

La Constitución 1,4 expresa y da claramente el contenido y, a la vez, lo esencial de lo que es la Identidad de la Hija de la Caridad: “Las Hijas de la Caridad, fieles a su Bautismo y en respuesta a un llamamiento divino, se consagran por entero y en comunidad al servicio de Cristo en los Pobres, sus hermanos, con un espíritu evangélico de humildad, sencillez y caridad”. “Un mismo amor anima y dirige su contemplación y su servicio: por la fe saben que es Dios quien las espera en los que sufren. San Vicente expresa esa unidad dinámica de su vida cuando dice: `Sois pobres Hijas de la Caridad que os habéis entregado al servicio de los pobres”.

De este artículo de nuestras Constituciones se desprenden, sin ambigüedad, los elementos característicos (esenciales o distintivos) de nuestra identidad.

2.1. Entregadas a Dios (“se consagran por entero”)

El don que las Hijas de la Caridad hacen de ellas mismas a Dios se sitúa en el surco del de Cristo que, enviado por el Padre como Servidor de su designio de Amor y Evangelizador de los Pobres, no podía dejar de estar totalmente orientado hacia el Padre como Adorador, a fin de que se hiciera realidad ese proyecto de amor de Dios hacia los Pobres. Toda su vida fue un continuo acto de relación, de comunicación y de comunión con su Padre, hasta el punto que todo lo que decía o emprendía lo hacía como Hijo: «El Padre y yo somos uno» ( Jn 10, 30). “Yo no hablo en virtud de mi propia autoridad; es el Padre, que me ha enviado, quien me ordena lo que debo decir y enseñar. Y sé que sus mandamientos llevan a la vida eterna. Por eso, yo enseño lo que he oído al Padre” (Jn 12, 49-50 ).

Es Cristo, Adorador del Padre, consagrado por el Espíritu y totalmente orientado hacia el querer del Padre, quien realiza la misión de Servidor y de Evangelizador. En esta relación con el Padre a través de su oración (cf. Lc 9, 18; 9, 28; 11,1; Mc 1, 35), Jesús hace de la voluntad de su Padre su misión y su alimento. «Mi sustento es hacer la voluntad del que me ha enviado hasta llevar a cabo su obra de salvación » (Jn 4, 34).

A ejemplo de Cristo, todo en la vida de la Hija de la Caridad toma sentido en este : “Totalmente Entregada”, consagrada por entero a Dios. La Hija de la Caridad existe para una misión específica : el el servicio a Cristo en los pobres, la razón suprema de esta consagración. Sólo en Jesús, Hijo de Dios y Dios también, se encuentra el punto de partida y el punto de llegada del servicio a los Pobres. San Vicente focalizó todo su pensamiento en Cristo a quien había que mirar e imitar como modelo por excelencia.

 «La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo al que se proponen imitar bajo los rasgos con que la Escritura lo revela y los Fundadores lo descubren: Adorador del Padre, Servidor de su designio de Amor, Evangelizador de los Pobres” ( C 1,5).

Entablando una verdadera relación con Cristo, la Hija de la Caridad se hace capaz de obrar como Él. Su Evangelio, su Palabra, debe constituir siempre la regla de vida y la luz de la Hija de la Caridad. Toda su vida debe estar polarizada en Cristo, de manera que se identifique con Él.

Como nos lo expresa la exhortación apostólica «Vita Consecrata », la exigencia profunda de la llamada a la plena conversión y a la santidad, lleva a la sierva de los Pobres a buscar, ante todo, el Reino de Dios, mediante la renuncia a sí misma para vivir totalmente para el Señor, a fin de que Dios sea todo en todos. Llamada a contemplar el rostro transfigurado de Cristo y a ser su testigo está ella también llamada a una existencia transfigurada (cf. VC 35).

Una existencia así, sólo es posible en la medida en que la Hija de la Caridad acepta vivir en profunda amistad con Cristo, mantener con Él una comunión íntima y gozosa. Solamente dejándose guiar por el Espíritu será posible avanzar por ese camino y llegar a ser, día tras día, una persona «cristiforme, prolongación en la historia de una especial presencia del Señor Resucitado» ( VC 19). Entra, de este modo, en la experiencia de un encuentro con un Dios que no es una idea abstracta o un Dios alejado, sino en la experiencia de un Dios vivo en Jesucristo.

La Hija de la Caridad no puede subsistir y realizar su vocación y su misión sin un vigor espiritual que le hace tomar el Evangelio como un absoluto en su radicalismo. La Palabra de Dios de la que San Pablo nos dice: «está junto a ti, está en tus labios y en tu corazón», debe apropiársela mediante su escucha atenta y su meditación, con el fin de asimilarla hasta el punto de que transforme su mirada, su actuar y su vida. La Hija de la Caridad debe estar apasionada por el Evangelio y hacer de él el lugar de un encuentro con Cristo para revestirse de Él. Ahí se sitúa la fuerza de su vida y del testimonio que está llamada a dar en este mundo herido.

Si Dios no está en el centro de la vida de la Hija de la Caridad, si su vida no está nutrida, regada por el encuentro cotidiano con Cristo en la Eucaristía y en su Palabra, a la larga se creará en ella un vacío mortal para sí misma y para el servicio de los Pobres. Vacío que llenará con accesorios. No puede existir en el sentido pleno del término, sin una vida profundamente enraizada en Dios- Trinidad.

2.2. En Comunidad (“Llamadas y reunidas”)

Los Fundadores no conciben la vida de una Hija de la Caridad sin la vida comunitaria. Estaban convencidos de que era Dios quien había reunido a las Hermanas para formar la Compañía. Y San Vicente se admiraba: ¡Qué maravilla! Dios escoge y reúne a unas muchachas de diversos lugares y provincias para unirlas y juntarlas con el vínculo de su caridad, para demostrar a los hombres de distintos sitios el amor que les tiene y el cuidado que de ellos tiene su Providencia, para socorrerlos en sus necesidades y así hacer que lo conozcan” (SV X, 666 / ES IX, 1182).

La originalidad de Vicente de Paúl y de Luisa de Marillac en esta nueva forma de vida comunitaria marca la identidad de la Compañía, por tanto la de la Hija de la Caridad. Se trata de una vida comunitaria para la misión, lugar de discernimiento apostólico, donde se vive la caridad de Cristo con un espíritu que une a las Hermanas y que no es otro que el Espíritu de Dios.

En la conferencia del 31 de Julio de 1634, la primera que tenemos en el libro de las Conferencias de San Vicente a las Hijas de la Caridad, se dice que la Providencia ha reunido a las Hijas de la Caridad con el designio de que honren la vida humana de Jesús en la tierra y para vivir con un común designio de servir a Dios

La razón esencial de este `reunidas' se nos recuerda en la Constitución 2,17: «Llamadas y reunidas por Dios, las Hijas de la Caridad llevan una vida fraterna en común, con miras a su misión específica de servicio».

Así, los Fundadores ven la vida en comunidad fraterna como uno de los apoyos esenciales de la vocación de las Hijas de la Caridad. “… Esa vida común y fraterna se desarrolla en la comunidad local, donde las Hermanas colaboran con Fe y alegría, dan testimonio de Cristo y rehacen sus fuerzas con miras a la misión” (C 1,6).

Con relación a los demás elementos que constituyen la identidad de la Hija de la Caridad, la vida comunitaria-fraterna no es menos importante, pues fue Dios quien reunió a las doce primeras Hermanas para un bien mayor en el servicio. ¡Oh! ¡qué ventaja estar en una comunidad puesto que cada miembro participa del bien que hace todo el cuerpo! Por este medio podréis tener una gracia más abundante” (SV IX, 2 / ES IX, 21-22).

Lugar teologal, la vida de comunidad es el testimonio de la vida misma de Dios, comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en una reciprocidad de amor que es don y vida. La Constitución 2,17 es muy elocuente a este respecto: «La Comunidad local quiere reproducir la imagen de la Santísima Trinidad…». La misión de servicio a los Pobres se recibe de la Compañía y la Hija de la Caridad la vive en su nombre. Ese es, como dice uno de los biógrafos de Santa Luisa, el Cenáculo donde las Hermanas se reúnen en la oración y la unión de sus almas para recibir el Espíritu de Dios y la misión que el Señor les destina, al filo de los días, por medio de la Compañía (cf. Const. p. VII). Es el lugar de nuestra tierra santa, donde debe vivirse la cohesión en torno a Cristo, con el riesgo, si no se vive así, de ver “el cuerpo roto”.

No siempre somos bastante conscientes de la fuerza profética que brota de la vida fraterna, mientras que, de hecho, es el deber de cada una de las Hijas de la Caridad y de toda la Comunidad llegar a ser y ser profetas de un Dios comunión. Es el «ved cómo se aman…» del Evangelio. La vida fraterna, si es verdaderamente fraterna, es portadora del testimonio de un Dios que es comunión y que crea comunión de personas. (Testimonio que se da en la Rue du Bac: los numerosos fieles en las Vísperas).

Toda la comunidad local tiene la misión de anunciar, mediante el “ser” y “servir juntas”, que Jesucristo está presente y que su reino está en medio de nosotros.

Santa Luisa escribía a las Hermanas de Angers: “Anímense mutuamente y obren de manera que sus ejemplos hagan más que todo lo que pudieran hacer sus palabras”.

Nuestro deber es hacer visibles las maravillas de Dios en la frágil humanidad de las personas que somos y que Él ha llamado. Más que por las palabras, damos testimonio de estas maravillas por el lenguaje elocuente de una existencia transfigurada, capaz de sorprender al mundo (cf. VC 20).

    1. Para el servicio a Cristo en los pobres

(Continuación de la misión de Cristo)

Ésta es la finalidad de la Compañía. Para eso nació la Hija de la Caridad en la Iglesia y en la Compañía. Todo en su existencia: el “totalmente entregada a Dios”, la confirmación de ese don por los cuatro votos y la vida comunitaria, está en función de esta finalidad en la que se encuentra la unidad de su vida: “El fin principal para el que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la Caridad es para honrar a Nuestro Señor Jesucristo como manantial y modelo de toda caridad, sirviéndole corporal y espiritualmente en la persona de los Pobres” (RC I,1).

Honrar a nuestro Señor Jesucristo consiste en estar orientado hacia el totalmente “Otro”, en la apertura y la escucha, en el vivir el encuentro con Él con una actitud de adoración que se hace acogida de la vida y don de sí en un servicio a la vez corporal y espiritual. A causa de esta finalidad, la Hija de la Caridad es, en seguimiento de Cristo, Sierva de los Pobres.

Este servicio no es otra cosa que la continuación de la misión de Cristo. “Para ser verdaderas Hijas de la Caridad hay que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra. ¿Y qué es lo que hizo principalmente? … trabajó continuamente por el prójimo, visitando y curando a los enfermos, instruyendo a los ignorantes para su salvación. ¡Qué felices sois, hijas mías, por haber sido llamadas a una condición tan agradable a Dios! (SV IX, 15 / ES IX, 34).

La mirada centrada y fija en Cristo, a quien contempla en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios: Lc 4, 18-21 y Mt 25, 31-46, conduce a Vicente de Paúl a descubrir la asombrosa semejanza entre el mismo Jesús y los Pobres que encuentra en la sociedad que le ha tocado vivir. Su trato con los Pobres le revela a Jesús realmente presente en sus personas; Él que quiso asumir la humanidad para restaurarla en su belleza primera (a su imagen Él los creó, hombre y mujer…). Con fe y convicción, San Vicente expresa: “…al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo. Hijas mías, ¡cuánta verdad es esto! Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios” (SV IX, 252 / ES IX, 240).

2.3.1. Una mirada de fe

Esta convicción lleva a cultivar y desarrollar la mirada de fe y a considerar a los Pobres como a amos y maestros a quien la sierva debe respeto, cordialidad, devoción… “A ejemplo de los Fundadores, los miran como a maestros `que les predican con su sola presencia' y como a sus señores a los que deben amar con ternura y respetar profundamente” (C 2,1). “En una mirada de fe ven a Cristo en los Pobres y a los Pobres en Cristo” (C 1, 7).

El documento “Un fuego nuevo”, en la pág. 4, nos recuerda que Cristo y los Pobres son los dos polos inseparables que deben orientar, hoy y siempre, el ser y la misión de la Compañía, por tanto el ser y la misión de las Hijas de la Caridad.

Esto sitúa a la Hija de la Caridad en un permanente movimiento de unidad, en un ir y venir constante de Cristo adorado en el Santísimo Sacramento a Cristo servido en sus miembros dolientes, desfigurados, marginados, despreciados… esos pobres a quienes la Hija de la Caridad debe continuamente revelar la ternura que Dios tiene hacia ellos.

El servicio a los Pobres constituye para ella el lugar donde se pone en práctica su amor a Cristo según el Evangelio: «Lo que hacéis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis» (Mt 25, 40.).

La primacía del Amor absoluto se vive en el servicio. Esa primacía es la modalidad misma del estado de caridad que debe animar la vida de una sierva. Se trata de consumirse por Dios en el servicio a los Pobres.

Animada por un amor preferencial y habiendo recibido todo gratuitamente de Dios, la Hija de la Caridad debe darse en la misma medida. Encuentra a los Pobres en su situación específica y se esfuerza por ser para ellos «signo» del Amor de Dios que se expresa mediante la generosidad, la dulzura, la ternura, la compasión, la atención.

El servicio a los Pobres es el punto central hacia el que converge la existencia de la Hija de la Caridad: su oración, su vida comunitaria, su pobreza, su castidad y su obediencia. En torno a este eje esencial encuentra la unidad de su vida. Sin los Pobres, no habría Hijas de la Caridad en el sentido del carisma vicenciano.

2.3.2. Un espíritu evangélico de humildad, de sencillez, de caridad

La expresión privilegiada del “don total a Dios” de la Hija de la Caridad es el Servicio a los Pobres vivido con un Espíritu Evangélico de Humildad, de Sencillez, de Caridad. «Hacéis profesión de asistir al prójimo» decía San Vicente a las primeras Hermanas.

Este espíritu consiste en tres cosas: “El espíritu de vuestra Compañía consiste en tres cosas: amar a nuestro Señor y servirle con espíritu de humildad y de sencillez. Mientras reinen en vosotras la caridad, la humildad y la sencillez, se podrá decir: “Todavía vive la Compañía de la Caridad” (SV IX, 595 / ES IX, 536).

Los Fundadores se muestran muy exigentes sobre la conducta que deben tener las Hijas de la Caridad con relación a su espíritu. Basta con leer las conferencias del 2, 9 y 24 de Febrero de 1653; 14.07.1658 y el Autógrafo 78 (E. 74, p. 780) de Sta. Luisa para darse cuenta. Este espíritu específico debe impregnar, empapar todo el ser, toda la vida de la Hija de la Caridad. Es la marca específica que caracteriza el ser de la Sierva de los Pobres y, por consiguiente, debe traducir la diferencia que existe entre ella y todas las demás personas, congregaciones u organismos que se dedican al servicio de los Pobres.

2.3.3 Una mentalidad de sierva

El espíritu de la Compañía explicitado en la Conferencia del 25 de enero de 1643, Conf. Esp. nº 138 y ss; en las del 2, 9 y 24 de Febrero de 1653 y ss., constituye una base sobre la cual la Hija de la Caridad construye su vida y modela sus actitudes. Con los ojos fijos en Jesucristo aprende a ser Sierva a la manera de Jesús. “« … tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos » (Mc 10, 45), y también «… yo estoy en medio de vosotros como el que sirve » (Lc 22, 27).

Toda la vida de la Hija de la Caridad es servicio y debe mantenerse en ese estado. « Ser en medio de los Pobres la que sirve, no busca ser servida, sino que da su vida, esa es nuestra vocación» decía Madre Rogé (Un mensaje para nuestro tiempo, Ed. fr. p. 228).

“Cualesquiera sean su forma de trabajo y su nivel profesional, se mantienen ante los Pobres en una actitud de siervas, es decir, en la puesta en práctica de las virtudes de su estado: humildad, sencillez y caridad» (C 2,9).

Llamada por Dios a ser Sierva de los Pobres, la Hija de la Caridad debe adquirir una mentalidad de sierva, es decir, la mentalidad de Jesucristo que « se despojó a sí mismo… y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz » (Flp 2, 7-8). Adquirir la mentalidad de “sierva” exige la pobreza del corazón de quien no posee nada, como Jesús, Servidor; como María, Sierva, abandonándose al querer del Padre sobre ella.

El Padre McCullen decía : «Solamente después de haber aprendido la humildad y la obediencia a la manera de Jesucristo se puede ser siervas de los Pobres en su Nombre. Somos siervos porque Jesús ha escogido ser Servidor. Él es para nosotros el Camino, la Verdad y la Vida».

      1. Radicalidad de vida siguiendo a Cristo

«La regla de las Hijas de la Caridad es Cristo». Para vivir totalmente entregadas a Dios, «seguir a Cristo más de cerca y continuar su misión, las Hijas de la Caridad eligen vivir total y radicalmente los Consejos Evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, que les hacen estar disponibles para el fin de la Compañía: el servicio de Cristo en los Pobres» (C 1,5). Todo en la Compañía y, por consiguiente, en la vida de la Hija de la Caridad, se vive con miras a su finalidad. Existe una unión íntima y recíproca entre el “ Don Total y el Servicio”, pues este “ Don” se vive esencialmente en el servicio y a través de este servicio como tal, en el acto apostólico y a través de él en lo que tiene de más profundo.

La vivencia de los Consejos Evangélicos se inscribe dentro de la fidelidad… «siguiendo el ejemplo de Santa Luisa, como la expresión de un amor que quiere llegar hasta las últimas exigencias de la radicalidad, dentro de la línea propia de la vocación, como término de un caminar espiritual que lleva el compromiso de la Hija de la Caridad hasta el vínculo más sagrado entre Jesucristo y ella. » (C p. VIII).

Invadida por el Amor a Dios, la Hija de la Caridad confirma su respuesta de amor en un don total y exclusivo, reproduciendo en su ser la vida de Jesús que vino para ser Servidor casto, pobre, obediente. Vividos como ratificación del don total a Dios, los votos son una fuente de fortaleza, alianza que tiene sus raíces en el Misterio de la Iglesia (cf. C 2,5).

La castidad es la vía por la cual la Hija de la Caridad se entrega sin reserva a Cristo en favor de lo Pobres y a los Pobres en nombre de Cristo. Es una «respuesta de amor a una llamada del Amor, implica la participación en el Misterio Pascual, misterio de muerte y de vida» ( C 2,6).

La pobreza de la Hija de la Caridad le permite vivir en armonía con los Pobres y estar así disponible en su favor. Es la característica fundamental de quien sigue a Jesús: «Si quieres ser perfecto, va a vender todo lo que tienes y dáselo a los Pobres; así tendrás un tesoro en los cielos. Luego ven y sígueme » (Mt 19, 21). Esta pobreza la invita a vivir sencillamente, con una gran confianza en la providencia y a adoptar un estilo de vida sencillo y sobrio.

La obediencia de la Hija de la Caridad es respuesta a las llamadas de los Pobres en el envío a misión que recibe de parte de la Compañía. Adhesión abierta y libre a la voluntad de Dios, su obediencia es una manera de dejarse configurar con el Misterio de Cristo, experimentando situarse bajo la cruz de Cristo. «Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (cf. Flp. 2, 8). Esta obediencia compromete, en nombre de la Compañía, a una participación responsable de la Hija de la Caridad en la misión de la Comunidad local.

  1. La identidad de la Compañía o de la Hija de la Caridad en la Iglesia

1. Sociedad de Vida Apostólica

En la Iglesia, la Compañía tiene una identidad bien definida y reconocida como «Sociedad de vida apostólica en comunidad, que asume los consejos evangélicos mediante un vínculo definido por las Constituciones». (C 1,13).

Está estipulado en el Derecho Canónico, nº 731, § 1: «A los Institutos de vida consagrada se asemejan las sociedades de vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de su sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones».

§ 2 «Entre éstas existen sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las constituciones».

Para tender a la perfección de la caridad por la observancia de las Constituciones, llevando una vida evangélica a ejemplo de San Vicente y Santa Luisa, la Hija de la Caridad asume :

1.1. Votos no religiosos

Si (el Obispo) os pregunta además: “¿Hacéis votos religiosos?”, decidle: “No, señor, nos entregamos a Dios para vivir en la pobreza, castidad y obediencia, … (SV IX, 534 /ES IX, 498). Así, la práctica de los Consejos Evangélicos queda ratificada por la emisión « de los votos `no religiosos', anuales, siempre renovables» (C 2,5) que hacen que no sean religiosas, sino Hijas de la Caridad, y esto, mucho antes de que los hayan pronunciado por primera vez.

La expresión «Votos anuales, siempre renovables» no es sinónimo de votos provisionales, para un tiempo. Significa una profundización dinámica y siempre actual de nuestro don total a Dios en la Compañía. «No se hacen los votos para ser Hija de la Caridad, sino porque se es Hija de la Caridad y para serlo más» (P. Lloret, en las Directivas para la Formación Inicial). Por tanto, hay que vivirlos con toda la radicalidad posible.

1.2. La secularidad

La secularidad, una de las características del carisma de la Compañía, se explica con relación a la mentalidad de la época, para hacer contrapeso al estado de vida religiosa de aquel tiempo, con miras a permitir más movilidad y disponibilidad, y responder mejor a las necesidades del servicio a los Pobres. «Las Hijas de la Caridad no son religiosas, sino jóvenes que van y vienen como seglares. » (SV VIII, 237 / ES VIII, 226).

En 1650, en la conferencia que San Vicente pronuncia para preparar a las Hermanas enviadas a provincias : (instrucciones que fueron dadas a las Hermanas cuando fueron a Hennebont, a Montmirail y a las que fueron a reunirse con las de Nantes) les habla en estos términos : "Si (el Obispo) os pregunta qué sois, si sois religiosas, le diréis que no, por la gracia de Dios, y que no se trata de que no estiméis a las religiosas, pero que si lo fuéseis, tendríais que estar encerradas y que por consiguiente tendríais que decir: `adiós al servicio de los pobres' » (SV IX, 533 /ES IX, 498).

El 12 de noviembre de 1653, afirma con fuerza a las Hermanas que van a Nantes: “Las Hijas de la Caridad no podrán jamás ser religiosas; ¡maldición al que hable de hacerlas religiosas!” (SV IX, 662 / ES IX, 594). Sin embargo, esta secularidad no asemeja en nada la Hija de la Caridad a los laicos. Tampoco la dispensa de las obligaciones que ha contraído libremente y que debe asumir con toda lealtad y libertad de espíritu, a saber : «se consagran totalmente a Dios, en comunidad de vida fraterna, para el servicio de Cristo en los Pobres, con un espíritu evangélico de humildad, sencillez y caridad, asumiendo los consejos evangélicos que la hacen disponible para este servicio». Al contrario, está invitada a una vida más virtuosa que la de una religiosa : «Considerarán que no se hallan en una religión, ya que ese estado no conviene a los servicios de su vocación. Sin embargo, como quiera que se ven más expuestas a las ocasiones de pecado que las religiosas obligadas a guardar clausura... deben tener tanta o más virtud que si fueran profesas en una orden religiosa » (C 1, 9).

La fidelidad a nuestra Regla de Vida que son las Constituciones, -consideradas con razón «como un compendio del Evangelio acomodado al uso que nos es más adecuado para unirnos a Jesucristo y responder a sus designios» (SV XII, 129 / ES XI, 427)- nos hará llegar a lo que Dios pide de nosotras y nos conducirá a la perfección. (SV IX, 310 / ES IX, 290).

  1. Su carácter internacional y misionero

El carácter internacional de la Compañía se expresa en su vida, su organización y su representación. Ante esta característica, la Compañía se sintió interpelada en la última Asamblea General:

* Esforzarse constantemente por « avanzar con audacia y fidelidad por el camino de la inculturación » (Un fuego nuevo, p. 5);

* «Descubrir personal y comunitariamente las «semillas del Verbo» y los valores existentes en todas las culturas y en los pobres» (Un fuego nuevo, p. 5);

* Dejar « aquellas mediaciones que ya no sean adecuadas para expresar, en la cultura de hoy, la vitalidad de nuestra vocación y misión en la Iglesia» (Un fuego nuevo, p.5);

Estas llamadas coinciden con la preocupación misionera de la Compañía de prestar «particular atención a las «semillas de la Palabra» que contienen las diversas culturas» (C 2,10).

Este rasgo de la Compañía manifiesta el espíritu misionero que debe animar todas las Hermanas para que estén dispuestas a servir en cualquier lugar donde sean enviadas.

Así, la Compañía que «es misionera por naturaleza, …se empeña en conservar la agilidad y flexibilidad necesarias para poder responder a las llamadas de la Iglesia frente a todas las formas de pobreza» (C 2,10).

  1. Otros rasgos característicos

  1. Una Compañía que tiene por Superior General al Superior General de la Congregación de la Misión

Esta característica viene directamente de Santa Luisa debido a su preocupación por salvaguardar la unidad de la Compañía : “… Dios ha establecido mi alma en una grande paz y sencillez en la oración… que he hecho acerca de la necesidad que tiene la Compañía de las Hijas de la Caridad de hallarse siempre, sucesivamente, bajo la dirección que la divina Providencia le ha dado, tanto en lo espiritual como en lo temporal...» (S.L. Corr. y Escr. C. 228, Nov. 1647).

Las Hijas de la Caridad reconocen la autoridad del Superior General de la Congregación de la Misión… Hacen voto de obedecerle… (C 3,27). Éste nombra «ad nutum» un Director General para ser su representante permanente ante la Compañía. Después de consultar, nombra a los Directores Provinciales que colaboran con los Consejos Provinciales.

2. Una Compañía que tiene a María por «Única Madre»

Desde los orígenes, María ocupa un lugar privilegiado en el Corazón de la Compañía: «María, la primera cristiana, la consagrada por excelencia, está presente en la vida de la Compañía desde sus comienzos» (C 1,12 ).

Con su amor a la Viren María, los Fundadores invitaron a las Hijas de la Caridad a imitar y a contemplar en María a :

  • La Inmaculada, totalmente abierta al Espíritu;

  • la Sierva, humilde y fiel de los designios del Padre, modelo de los corazones pobres;

  • la Madre de Dios, Madre de Misericordia y esperanza de los pequeños … » (C 1,12)

Así, las apariciones y el mensaje de 1830 serán para la Compañía y para cada Hija de la Caridad a la vez una respuesta y una acogida: respuesta de María al amor que le profesan, y por su parte, acogida del amor que María tiene hacia ellas.

  1. La identidad que hemos de vivir hoy ¿Cómo?

Después de haber tratado en la primera parte de nuestra exposición de señalar los elementos más característicos de nuestra Identidad, nos queda en esta segunda parte la cuestión : «¿Cómo, en el hoy ?».

Única es la identidad de la Compañía y la de la Hija de la Caridad, único el Amor que anima y orienta su vida, pero múltiples son las formas de pobreza, múltiples también las sociedades, las culturas, las situaciones y las circunstancias en las que debe materializarse y expresarse el Servicio a Cristo en los Pobres.

Esto significa que existe una multitud de respuestas contextuales posibles de dar, vivir y actualizar.

Sin ser exhaustivos, veamos, desde dos ángulos, algunas convicciones e interpelaciones, en esta búsqueda del «Cómo» llegar a vivir la identidad de la Hija de la Caridad en una fidelidad que «no debe ser nunca una repetición pura y simple del pasado, sino una creatividad que tiene memoria y coherencia».

1. Hijas de la Caridad, estáis en el mundo

  1. Ante las evoluciones rápidas que conoce nuestro planeta, ante el fenómeno de la mundialización y de la globalización y ante una sociedad en la que sólo tiene valor el poder, el prestigio, la eficacia y el dinero, la Compañía debe continuar buscando cómo dar a cada una de las Hijas de la Caridad una formación humana, cristiana, doctrinal, espiritual, vicenciana sólida, sobre la que se va a construir su ser de Sierva de los Pobres. Una formación continua y un acompañamiento que permita la asimilación de las Constituciones y del carisma hasta en sus raíces más profundas.

  2. Ante el fundamentalismo, la violencia, la división entre las personas, la guerra, la permisividad, la marginación, la exclusión, la inseguridad moral y psicológica, la descristianización, la droga, la Hija de la Caridad tiene que oponer la fuerza de la paz y de la reconciliación, del respeto, de la fe, de la comunión, del compartir, de la esperanza, del «amor que es inventivo hasta el infinito». Este amor que hace que el otro se vea como un ser nacido del amor infinito de Dios, amado por él y capaz de amar a su vez.

  1. En una sociedad de dispersión, de ruido, de querellas, la Hija de la Caridad crea tiempo y espacios de silencio, de contemplación para escuchar a Dios, para escuchar los gritos y el silencio de los Pobres.

  1. Doblemente hijas de la Iglesia, como cristianas y como Hijas de la Caridad, pero sin diluirnos entre las otras y desde el respeto a nuestra identidad, tenemos que continuar haciendo nuestra la audacia de San Vicente en la colaboración con los laicos y con las demás ramas de la Familia Vicenciana.

  1. Hijas de la Caridad, no sóis del mundo

  1. Solamente el enraizamiento en Dios mediante una vida nutrida por la Eucaristía, el Evangelio, nuestras Constituciones y la Oración, hace adquirir a la Hija de la Caridad el corazón, los sentimientos, la mirada de Jesús mismo, y encontrar el dinamismo para construir y hacer crecer «al hombre interior» capaz de :

- esta convicción: Cristo está realmente presente en sus hermanos y hermanas los Pobres y ellos en Él para amarlos y servirlos con respeto, humildad, dulzura, bondad, alegría... como una sierva;

- construir Comunidades verdaderamente fraternas, acogedoras, dialogantes, cuyo único criterio de identificación es Cristo, a fin de ser un testimonio y una profecía para las que vienen a la Compañía, y para los Pobres. (El himno a la Caridad de San Pablo, 1 Co 13, no necesita comentario alguno);

- vivir de manera concreta las exigencias de nuestras Constituciones y Estatutos. Revisar periódicamente nuestra vida y nuestro actuar, para reajustarse ante los compromisos adquiridos, podría ser una ayuda eficaz.

- vivir con más autenticidad y transparencia, sin ambigüedad, los Votos y los Consejos Evangélicos: relaciones interpersonales sanas, sin familiaridad (castidad), - la claridad en el dar cuenta de los bienes puestos a nuestra disposición y un estilo de vida sencillo y sobrio (pobreza) - la revalorización del espíritu de ascesis, de mortificación, de sacrificio y de disponibilidad al Espíritu Santo que actúa también por las mediaciones humanas (obediencia) - La mirada de fe, de amor, y el respeto al Pobre como Maestro y Señor y sacramento de Jesús (voto del servicio a los Pobres).

San Vicente expresa su deseo profundo de ver a sus hijas vivir la práctica de los Consejos Evangélicos y sus votos, en esta bella oración : ¡Oh, Dios mío! Nos entregamos totalmente a Ti; concédenos la gracia de vivir y morir en la perfecta observancia de una verdadera pobreza… la gracia de vivir y morir castamente; observancia de la obediencia. Nos entregamos también a Ti, Dios mío, para honrar y servir toda nuestra vida a nuestros señores los pobres» (SV IX, 26 / ES IX, 43).

  1. Depender del Espíritu Santo para dejarle crear en nosotros la semejanza con Cristo (cf. C 2,3) a fin de ser cada día una fuerza profética capaz de ver los desafíos de la inculturación y de la Nueva Evangelización con audacia y discernimiento.

  1. Ser en todo y para todo «una verdadera Hija de la Caridad : una buena cristiana», haciendo nuestras las máximas del Evangelio de Jesucristo.

Observemos que una vida tibia conduce a debilitar el sentido de pertenencia a la Compañía y el sentido de comunión con ella; conduce a la automarginación; a la huida hacia pertenencias extracomunitarias; a la superficialidad en la vida espiritual y en la oración; a la crisis de identidad espiritual.

Conclusión

En este mundo, sacudido por todos los vientos, necesitamos guardar firmemente nuestra identidad siguiendo las recomendaciones de San Pablo : «Guarda esa hermosa tradición con la fuerza del Espíritu Santo que habita en nosotros » (2 Tm 1,14).

Ya que hemos nacido del Amor de Dios por el Bautismo y que somos Hijas de la Caridad, es decir «Hijas de Dios», tenemos que serlo cada vez «más» como Cristo, Hijo de Dios y a ejemplo suyo, para continuar su obra de salvación : el Servicio a los Pobres.

Todas las Hijas de la Caridad, y cada una en particular, hemos de creer firmemente en la profecía de la fraternidad, pues, aún cuando nos gastemos mucho en el servicio de los Pobres, jamás daremos testimonio del Evangelio si sólo vivimos yuxtapuestas, sin unión fraterna. Nuestra fuerza será el radicalismo evangélico y nuestra debilidad será la falta de profetismo, un cierto aburguesamiento.

El Evangelio debe constituir siempre nuestra Regla de vida y nuestra Luz; ella es la que nos hará descubrir el fuego, la pasión de Dios, la de los pobres; vivir y amar a la manera de Cristo. La mirada de fe dirigida al Pobre permite reconocer la imagen desfigurada de Cristo. Vivir este doble movimiento de amor, en lo cotidiano de un servicio humilde, vivido en comunidad de vida fraterna, constituye el centro de nuestra vocación. Es la clave para revitalizar nuestro carisma y, por tanto, la vida de la Hija de la Caridad y la de toda la Compañía (cf. Mons. Cardinal Somalo a las Visitadoras - Roma, mayo 2000).

Con una profunda adhesión a Cristo, sabremos ser lo que somos y lo que debemos ser: Hijas de la Caridad, Siervas de los Pobres, con todo lo que ello implica.

Hemos de dejar que resuenen en nosotras las palabras del mismo Salvador : «Permaneced en mi, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mi… porque separados de mi no podéis hacer nada. Si alguno no permanece en mi, es arrojado fuera como el sarmiento y se seca » ( Jn 15, 4-6).

La oración será la clave para permanecer fiel : «Dadme una persona de oración y será capaz de todo», decía San Vicente (SV XI, 83 / ES XI, 778). 

Que la Santísima Virgen, Única Madre de la Compañía, obtenga para cada Hija de la Caridad y para toda la Compañía, la gracia de guardar contra «viento y marea» nuestra identidad, haciéndola brillar con un resplandor cuya belleza pueda sorprender al mundo. Y que la credibilidad a que dé lugar la vivencia de nuestra identidad lleve a muchas otras a unirse a la cadena de Amor comenzada por Cristo y seguida por San Vicente, Santa Luisa y nuestras primeras Hermanas.

(Traducción: Centro de Traducción - Hijas de la Caridad, París)

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