Hace 200 años...: Pierre-René Rogue. (Un sencillo testimonio de un compatriota...)

Hace 200 años.....

PIERRE-RENÉ ROGUE

(Un sencillo testimonio de un compatriota....)

Por Jean Landousies, C.M.

El 3 de Marzo de 1796, a las tres de la tarde, Pierre-René, Sacerdote de la Misión, rendía el supremo testimonio a Aquel a quien él había querido seguir hasta el fin. En Vannes, en Bretaña, en la Plaza del Mercado, a dos pasos de la calle de la Monnaie, donde él había nacido el 11 de Junio de 1758. Pierre-René tenía 38 años.

Sacerdote del clero diocesano de Vannes, fue admitido en la Congregación de la Misión el 25 de Octubre de 1786. Desde entonces, durante los pocos años de su ministerio, se dará generosamente al servicio de la formación de los sacerdotes en el seminario de su ciudad natal, asegurando además un servicio pastoral en la parroquia adjunta de Mené, como San Vicente lo deseaba para sus misioneros formadores del clero.

Pierre-René asumió sus funciones en las difíciles circunstancias de la Revolución francesa y especialmente en el contexto de la Constitución civil del Clero que el poder revolucionario intentaba imponer a la Iglesia en Francia. Al dar a la biografía del bienaventurado el título de “Un mártir de la fidelidad”, el P. Jean Gonthier tuvo una visión justa. Si, sin duda alguna, la fidelidad es una virtud bretona, es también en ella donde encontramos el centro del testimonio dado por el misionero lazarista de Vannes que aún hoy permanece tan cercano.

Al leer las diferentes biografías de Pierre-René Rogue, se tendría la tentación de decir que fue un Paúl “corriente”. Fue el “padrecito”, como le llamaban afectuosamente sus compatriotas, que quiso sencillamente seguir los pasos del Señor Vicente, como los maestros, después sus cohermanos, que él había conocido en el seminario de Vannes. Pero, sin duda, comenzó el aprendizaje de la fidelidad con la Sra. Rogue, su madre, una mujer de gran carácter. Hijo único, que había perdido a su padre cuando era aún muy joven, encontró en ella una verdadera educadora. Ella se pondrá generosamente al servicio de la vocación de su hijo, sin buscar para nada provecho propio. Ella le sostendrá hasta el fin en la prueba, como lo hace una madre, que sin duda sufre, pero que no hará nada por oponerse a la determinación apostólica de su hijo.

Vemos forjarse el carácter de Pierre-René de forma decisiva a lo largo de todo el período de su formación y sobre todo en los acontecimientos que llevarán a los sacerdotes no juramentados - quienes no aceptaron la constitución civil del clero - a emprender el camino del exilio. Entre ellos estarán sus cohermanos lazaristas del seminario. Es aquí donde se va a manifestar más claramente su fidelidad a la Iglesia. En esta diócecis de Vannes, se vive “naturalmente” esta fidelidad eclesial. Serán numerosos los sacerdotes que tomarán el camino del exilio o del patíbulo para mantenerla en toda su integridad. El profesor del seminario, el teólogo, supo medir lo que estaba en juego bajo la inofensiva apariencia exterior de la ley. En las reuniones del clero diocesano iluminará y guiará la reflexión. Mostrará a sus colegas las estratagemas, por las que la ley civil lleva a poner en causa la ley de la Iglesia y más todavía, su constitución. Encontramos en un acta de una de estas reuniones del clero de Vannes. “El Estado no tiene derecho a modificar la constitución de la Iglesia. Si aceptamos esta ley del 12 de julio, la Iglesia en Francia se encontrará en la misma situación de la de Inglaterra: el Papa no será ya nuestro Jefe; será el rey quien regirá la Iglesia y nuestra Iglesia cesará de ser católica, será nacional. Por ello debemos seguir a la Iglesia y no aceptar jamás separarnos” Esto no era una fidelidad ciega, sino una fidelidad reflexiva, que ayuda a los demás a tomar conciencia de lo que está en juego y de los desafíos del momento. Este testimonio de Pierre-René Rogue no es para nosotros algo sin importancia. En su función de formador, nos recuerda a su manera, que el Sacerdote de la Misión debe guiar a sus hermanos en la verdad de la fe. Pero está llamado a hacerlo con toda su inteligencia y alimentado por su encuentro con Dios, a través de su propia experiencia de fidelidad esclarecida a la Iglesia. Su testimonio de vida dice más que todas las palabras.

Dejará a sus cohermanos partir para el exilio para salvar sus vidas, les aconsejará incluso hacerlo. Él, permanecerá en Vannes, viviendo en la clandestinidad su fidelidad a su pueblo y al clero de su Diócesis.

Hombre de fe, basta verlo después de su arresto, la tarde de Navidad de 1795. No es inconsciente, ni un dulce soñador, incluso si en la prisión expresa a través de un cántico emotivo el fondo de su alma. Guarda la calma, su buen humor, preocupándose más de los que le rodean que de él mismo. Permanecerá próximo a sus hermanos sacerdotes, cautivos como él, recorfontándoles y ayudándoles a discernir el significado evangélico de su situación. Desde la prisión, continuará todavía animando a quienes, en el exterior, sufrían las inquietudes de la persecución. Su fidelidad a los sacerdotes, que el tenía la misión de formar y de sostener en las pruebas, se extenderá a todos, sin excluir a quienes habían prestado el juramento de lealtad a la Constitución civil del Clero, y que eran cismáticos. Su espiritualidad, era la del momento presente. Él ofrece su vida en las condiciones precisas del momento. Como hijo de San Vicente, no busca “adelantarse a la Providencia”. Es la espiritualidad Vicenciana de la Misión: darse totalmente a los otros, allí donde se es enviado. Es aquí donde él se une al sacrificio de Cristo. ¿No fue él juzgado en esta capilla de la “Retraite des femmes” donde durante 4 años había predicado, confesado, celebrado la Eucaristía? En ese mismo lugar es donde debió ofrecer su propia “eucaristía”, en la que también él hizo el don de su vida para que pudiera vivir la Iglesia de Cristo.

Así pues, si la obra clandestina de Pierre-René Rogue, al servicio de la comunidad cristiana, fue compartida por muchos otros sacerdotes, que también pagaron con su vida su entrega, él la vivió hasta el heroísmo, en un abandono generoso y gratuito de toda su persona al pueblo que a él le había sido confiado. El gesto que mejor le manifiesta es, sin duda, su actitud con relación a Le Meut, el que le había traicionado. Nunca se encontrará el menor rasgo de desprecio, o de odio, hacia él. El perdón le fue otorgado en el mismo momento de la traición. En el momento de su ejecución, Pierre-René le dará su reloj : “Hijo mío, no tengo nada, nada más que mi reloj; te lo doy”. Este gesto es lo suficientemente significativo: Pierre- René Rogue es misionero hasta el final, este acto dice más que ningún otro quien es Aquel a quien él tenía por vocación anunciar a los más pequeños, a los más pobres. Le Meut era uno de ellos. Esto no es el gesto de un momento, Pierre-René quiere que sea un acto que permanezca. Él pide a su madre que continúe ayudando a esta familia, como ya lo hacía desde hacía mucho tiempo antes de la traición.

Mártir de la fidelidad, Pierre-René Rogue, hoy más que nunca, es testimonio de que la misión no tiene límites. El compromiso en la misión es el compromiso en el martirio, es decir, es el “Testimonio de la vida” en su sentido más pleno. Algunos años antes que él, en 1792, otros dos misioneros paúles habían dado testimonio de Cristo: Luis José François y Juan-Enrique Gruyer, ellos también por rehusar prestar el juramento de la Constitución civil del clero. Después de él, la Congregación de la Misión conocerá el martirio de muchos de sus miembros: Francisco-Regis Clet (1820) y Juan Gabriel Perboyre (1840) en China; Gebra Miguel (1855) en Etiopía. ¡Cuántos otros hijos del Señor Vicente, conocidos y desconocidos, han dado también su vida por anunciar a los pobres la Buena Nueva¡. La misma llama misionera les animaba. Continúa haciéndolo hoy en muchos países, donde el anuncio del Evangelio lleva a arriesgarse. No es una llamada dirigida a cada discípulo del Señor Vicente a recibir, él también, en la situación misionera que es la suya, lo que él decía en la repetición de oración del 12 de noviembre de 1656: “Quiera Dios, mis queridísimos padres y hermanos, que todos los que vengan a entrar en la compañía acudan con el pensamiento del martirio, con el deseo de sufrir en ella el martirio y de consagrarse por entero al servicio de Dios, tanto en los países lejanos como aquí, en cualquier lugar donde él quiera servirse de esta pobre y pequeña compañía!

Pierre-René Rogue conocía ciertamente este texto. Él lo aprendió a la letra, como un “sencillo Sacerdote de la Misión” que quiso llegar hasta el fin de su compromiso. Para él, esto era el final normal, no dudó sobre la decisión que había tomado al entrar en San Lázaro el 25 de Octubre de 1786 de realizar los fines de la Congregación de la Misión, “revistiéndose del espíritu de Jesucristo”.

3 de Marzo de 1996