El clero en la Francia de San Vicente

El clero en la Francia de San Vicente

por Luigi Mezzadri C.M.

Provincia de Roma

Para una investigación seria sobre la condición del clero en los primeros años del siglo XVII, cuando precisamente San Vicente comenzó su servicio pastoral, debemos considerar dos cosas: la condición jurídica y la situación de hecho.

El clero, como reconocía la asamblea de los estados generales de 1615, era el primer orden del reino de Francia. Gozaba por tanto de prestigio y de privilegios. Era autónomo en el campo fiscal y judicial, podía actuar tranquilamente en el campo espiritual y las leyes de la Iglesia eran tuteladas por el Estado. La situación de hecho era distinta. Para hacernos una idea debemos evitar, tanto la indignación de los moralistas (“todos” los sacerdotes serían ignorantes, borrachos, incontinentes), como el flagelo de los predicadores, las críticas de los religiosos, los juicios interesados de los protestantes, las caricaturas de los novelistas.

El arco cronológico que tomaremos en consideración es desde el fin del medievo a los primeros años de San Vicente. En nuestro examen evitaremos el fácil recurso a las anécdotas y generalizaciones, buscando más bien las causas objetivas y juicios sobre los que se puedan construir comprobaciones.

1. Los obispos

A principios del siglo XVII existían en Francia 14 archidiócesis y 105 diócesis. Había diócesis pequeñísimas (Grasse tenía 25 parroquias) y grandísimas (Rouen tenía 1380). Los criterios que guiaban la elección de los obispos eran en orden de importancia, los siguientes: políticos, intelectuales, morales.

Muchísimas diócesis eran concedidas por el soberano como premio para recompensar los servicios de una familia o de una persona. La Pragmática sanción preveía dulces y benévolas súplicas del rey para la elección de sus candidatos. Así en Rouen fue colocado un hijo del abogado del rey, que quería evidentemente recompensarle todo lo que había hecho por la causa de la monarquía. Por eso, las diócesis eran frecuentemente posesión de las grandes familias. Como los Amboise habían tenido el control de Rouen, Langres, Albi, Clermont en el siglo XV y principios del XVI, así a finales del XVI y principios del XVII, los Gondi habían heredado París. Otras dinastías asentadas en otras diócesis eran las de los La Rochefoucault, los Béthune, los Potier, los d'Estrées, los Fouquier. La mayoría de los obispos eran, en todo caso, nobles, dado que la nobleza virtuosa era considerada por Richelieu un requisito para el buen obispo.

Muchos acumulaban beneficios. El cardenal d'Estouteville, entre los años 1440-1450, había sido obispo de Couserans, Mirepoix, Nîmes, Béziers, Lòdeve, diócesis de las que podía obtener rentas importantes para sostener un fastuoso tenor de vida y pagar los gastos de la concesión del capelo cardenalicio. Las diócesis del cardenal d'Estouteville eran muchas, pero no tantas como las diez del cardenal Alejandro Farnese. Era proverbial la riqueza de Mazarino, fruto de evidente acumulación de beneficios.

El segundo criterio era el intelectual. Los estudios universitarios eran considerados una importante credencial para hacer carrera. Esteban Poncher, obispo de París, se relacionó con los intelectuales de su tiempo. Aleandro fue su secretario, y mantuvo estrechas relaciones con Budé, Lefèvrre d'Etaples, Erasmo. Guillaume Briconnet transformó Saint-Germain-des-Près, del que había sido abad, en un centro cultural, antes de fundar el cenáculo de Meaux. Respecto al episcopado francés se observa que más de dos tercios de los obispos eran consejeros del rey, personas por lo tanto, con buena preparación, preferentemente jurídica.

El tercer criterio era el moral. Sería restringido circunscribir el episcopado de este periodo sólo a figuras pintorescas de prelados amorales, fastuosos e intrigantes. Una figura de noble perfil a finales del siglo XV había sido la de Claude de Seyssel (1450-1520). Tenía en su haber buenos estudios, tanto jurídicos como humanísticos, hechos en Pavía y Turín. Entró al servicio de Luis XII, rey de Francia, y alrededor de sus cincuenta años ingresó en el clero. Fue un servidor recto y fiel del soberano y de la Iglesia. En 1507, el rey hizo presente al capítulo de Marsella que deseaba que eligieran obispo de la ciudad a su “amigo y devoto consejero, maestro de los recursos (al Consejo de Estado)”. Posteriormente pasó a Turín donde murió santamente. Escribió muchos trabajos de historia, fue el historiador de Luis XII; su obra más importante es el Tractatus de triplice statu viatoris, que fue una de las primeras obras de carácter pastoral sobre el obispo.

En el siglo de San Vicente recordamos a San Francisco de Sales, a François de La Rochefoucauld, obispo de Clermont, al beato Alain de Solminihac, al santo obispo de Marsella Juan Bautista Gault. Para estas fechas el número de obispos poco religiosos, vividores y disolutos descendía inexorablemente. No todos eran naturalmente un modelo. Lo que había cambiado era que la mayor parte de los obispos había vuelto a mandar. Se tuvo, por tanto, en el siglo XVII una generación de obispos con autoridad, exigentes en requerir el empeño por la reforma, temidos y temibles. El báculo ya no era sólo un símbolo, sino una amenaza también. En tiempo de desorientación también esto sirve.

2. El clero bajo

a) El reclutamiento

No se puede hablar de vocación, al menos hasta los Ejercicios espirituales de San Ignacio. Se entraba en el estado clerical a través de la tonsura (de los 7 años en adelante), conferida generalmente con la confirmación. La decisión respecto a la elección de estado era de las familias. Los modelos a los que respondían las decisiones de los padres eran tres:

  • el modelo sacrificial: la familia elegía a uno de los hijos y lo ofrecía a Dios;

  • el modelo cultural: se accedía al estado clerical para poderse dedicar a los estudios;

  • el modelo social: uno o más hijos eran encaminados al estado clerical por razón del prestigio social que proporcionaba.

Este último fue el modelo de comportamiento de la familia en la elección sacerdotal del joven Vicente.

De hecho muchos tonsurados permanecían en ese estado, que confería algunos privilegios. Se reconocía a los tonsurados por el corte del cabello, por el vestido sobrio y largo, por el matrimonio “cum virgine et única”. El número de estos tonsurados era imponente. Entre septiembre de 1506 y abril del año siguiente, Agen tuvo 1028 tonsurados; el 10 de abril de 1520 fueron tonsurados en Mende 411 personas. En París se tonsuraban 400 clérigos al año a mitad del siglo XV, para descender a 360 diez años después. En Rouen, los tonsurados habían bajado de 3.000 en 1410 a 1.300 a finales del siglo. Representaban un tercio de la población total.

De ellos ¿cuantos llegaban al presbiterado? En París, en los años sesenta del siglo XV la proporción era uno de cada 15. Sin embargo el fenómeno curioso es que disminuían los tonsurados en números absolutos y aumentaban las ordenaciones sacerdotales. En Rouen, las ordenaciones se triplican hasta llegar a 200 ordenaciones al año a finales de siglo; en París, a mitad del siglo XV los ordenados de sacerdote eran 20 al año, elevándose ese número a 27 en 1465. En Tolosa, las ordenaciones sacerdotales llegaban a la considerable cifra de 50.

Es cierto que muchos venían de fuera para ordenarse de sacerdote. En los años de 1506-1507, se ordenaron de sacerdote en Agen 690, pero sólo la mitad eran originarios de la diócesis. Era como si por término medio cada parroquia proporcionara un sacerdote al año. Si consideramos la otra mitad de los ordenados en Agen, sabemos que 96 venían de Cahors, 66 de Salat, 31 de Bazas, 22 de Rodez. En el año 1521-1522, 417 recibieron la ordenación sacerdotal en Angers. En Poitiers se ordenaban de sacerdote, hacia1480, 1600 clérigos al año. Sólo los sacerdotes seculares constituían, por tanto, el 5% de la población.

Todo esto creaba una concentración de presbíteros y tonsurados enorme. Se calcula que en el Limousin vivían 10.000 sacerdotes, por lo que muchos pueblos tenían 30 ó 40 sacerdotes. Una de las reformas consistió en un control de las ordenaciones. Aviñón, que recogía multitudes de ordenandos puso algún freno. Pero en 1600 el obispo de Béziers escribía a Roma diciendo que no podía introducir el examen de concurso a las parroquias “a causa de la ignorancia de los sacerdotes”.

b) La formación

¿Cuál era la formación de quien se preparaba a las órdenes sagradas? La mayor parte de los tonsurados entraba en las órdenes mediante una especie de aprendizaje al lado de un párroco. Los que no pasaban de la tonsura ayudaban a misa, hacían de sacristanes, cantaban el oficio de difuntos y hasta ejercían de maestros de escuela. Respecto a ellos no se habla de formación.

Quien aspiraba al sacerdocio debía en primer lugar demostrar que disponía de una renta mínima de alrededor de 15 ó 20 liras anuales de un beneficio o título patrimonial, proveniente de bienes inmuebles, de la familia o de algún generoso donante.

Después, el candidato aprendía a desenvolverse bien en los ritos y la lectura del misal. Y nada más. En el fondo, la mayor parte de estos sacerdotes no tenía como fin el servicio pastoral, sino la celebración de las misas y oficios por los difuntos. Había, pues, dos clases de sacerdotes: los sacerdotes de misa y los sacerdotes curas. Los primeros vivían con sus familias, participaban en los trabajos del campo o, a lo más, en alguna actividad lucrativa menos material. Para acceder a las órdenes bastaba con ser hijos legítimos (estamos en la época de los bastardos), saber leer y cantar.

Según los estatutos de Tournai de 1366, estaba previsto un examen ante el arcediano dos días antes de la ordenación. El candidato debía saber la fórmula de los sacramentos, el cuarto libro de la Summa de Pedro Lombardo y los libros 2 y 4 de las Decretales, además naturalmente de los derechos y deberes del estado eclesiástico.

Una particular modalidad formativa era la de los pueri cantores. Se crearon en muchas catedrales pequeñas escuelas para los niños que aseguraban el servicio y el canto de la catedral. Al principio los niños eran mantenidos por los canónigos, pero en lo sucesivo muchas de estas escuelas pudieron subsistir gracias a las rentas de algunas capillas o beneficios vacantes. Pero dichas escuelas no podían ciertamente resolver el problema de la formación del clero secular.

A mediados del siglo XV algunos celosos obispos se habían planteado el problema de la formación sacerdotal. El obispo de Utrecht, habiendo sometido a su clero a un examen, constató que de 300 candidatos sólo 3 habían resultado idóneos. Para la formación permanente había una serie de libros, como colecciones de sermones, manuales para la confesión y las obligaciones pastorales, de modesto nivel, aunque siempre útiles.

Antes de la fundación de los seminarios había algunos colegios. En París era famoso el colegio de Montaigu. Era un colegio universitario, fundado en 1344, que a duras penas sobrevivía. Se confió su dirección a Juan Standonck (1450-1504), quien restauró en primer lugar la disciplina y fundó después, junto al colegio, la domus pauperum, una especie de seminario ad erigendum gentem novam, que acogía a 80 jóvenes que aspiraban al sacerdocio y a la vida consagrada. Estos jóvenes eran mantenidos con las pensiones que pagaban los estudiantes pudientes. Recibían una habitación, y una vela y un pan blanco al día. El estudio era intenso, pero el planteamiento del mismo dejaba que desear, en cuanto que daba oportunidad al nominalismo, sin apertura alguna ni a Santo Tomás ni al humanismo.

La obra, de línea monástica y conservadora, tuvo éxito. Standonck fundó otros cuatro colegios siguiendo el mismo modelo, en Cambray y Valenciennes (1499), Malinas y Lovaina (1500), adelantando la forma de una posible congregación. Cada casa tenía al frente un minister pauperum. Los nuevos candidatos no hacían votos, sino sólo una promesa de obediencia. Llevaban un hábito de paño burdo, de distinto color, negro los teólogos y gris los que estudiaban en la facultad de artes. La carne estaba excluida de la mesa, así como el vino, salvo una pequeña cantidad, diluida en agua, para los teólogos. La vida era pobre. Los ayunos muy rigurosos. La disciplina severa. De noche se levantaban por turno para los maitines. Todos los días era obligatoria la misa y una media hora de oración; cada uno en los momentos libres debía apuntar en un cuadernillo las frases espirituales que más le habían impresionado (rapiarium).

Si limitamos nuestro análisis de la iniciativa a un breve tiempo tenemos que decir que tuvo éxito. Casi 300 colegiales se hicieron religiosos en las más variadas comunidades, como cartujos, carmelitas, franciscanos. Sin embargo, tal iniciativa no tenía futuro. El modelo era medieval, monástico. Podía servir para quien buscaba seguridades, no para quien se empeñaba en el arriesgado camino del nuevo siglo.

El concilio de Trento había querido el establecimiento de un seminario en cada diócesis. En Reims se había fundado un seminario ya en 1567. Otras diócesis vieron fundarse un seminario algunos años después, como Pont-à-Mousson (1579), Carpentras (1581), Aix (1582), Bordeaux, Embrun y Valence (1583), Sarlat (1584), Aviñón y Caivallon (1586), Toulouse (1590), Vaison (1594), Agen (1597), Auch (1609), Mâcon (1613), Rouen (1615), Luçon (1617). De hecho, en 1644, existían sólo los de Bordeaux, Reims y Rouen. Todos los demás habían desaparecido y su trabajo había sido inútil.

c) Defectos

En ausencia de seminarios, la calidad de este clero era de poco valor. Bourdoise recordaba lo que le decían en 1607: “Il te faut bien apprendre à lire pour bien chanter à l'église, car c'est une belle chose quand un pêtre sait lire et écrire”.

Si hay un tema documentado es el de la ignorancia del clero, ya que las visitas pastorales nos ofrecen una abundante documentación. Muchos sacerdotes se hacían populares gracias a sus debilidades. Un sacerdote que supiera echar una mano en el trabajo y participara en las rondas de bebida de sus parroquianos era considerado con estima en algunas regiones como La Rochelle y Auvergne. Este clero no predicaba, no confesaba o, si lo hacía, no sabía tal vez la fórmula de la absolución. Se descuidaba el catecismo. Resulta que en Tréguier, por ejemplo, en 1624 los sacerdotes no lo daban.

Una de las razones de la fundación de la Congregación de la Misión fue la del abandono del campo. La cosa se explica fácilmente. En la región de Tolouse, la mitad del clero antes de 1631 no guardaba la propia residencia. En 1624 el obispo de Tréguier constataba que los sacerdotes mantenían mal sus propias iglesias. Del examen de las visitas pastorales en la diócesis de Chartres, en los años 1628-1630, resulta que los sagrarios o no existían o estaban sucios. A menudo los párrocos no sabían si las hostias del copón estaban consagradas. Peor aún, en muchos casos los que hacían la visita pastoral se encontraron con copones llenos de gusanos.

d) Vida pastoral

El personal de la parroquia era muy numeroso. Lo componía el párroco, algunos capellanes, los capellanes de las capellanías, los sacerdotes agregados aspirantes a un beneficio (filleuls o communalistes), los obituarios.

El párroco era el que tenía la cura de la parroquia. A menudo la acumulaba con otras parroquias o beneficios y, como consecuencia, no guardaba la residencia. En su lugar estaba un sacerdote que prestaba el servicio, recibiendo por ello una compensación muy inferior respecto a la renta efectiva. Estaban después los capellanes parroquiales, que en algún modo ayudaban en el servicio pastoral. No se los debe confundir con los capellanes de las capellanías, que no tenían cura de almas y cuya función era exclusivamente litúrgica. Tampoco se pueden reducir a estos últimos los sacerdotes obituarios, encargados de celebrar las misas de difuntos, hecho que les permitía percibir una retribución.

En algunas zonas se hallaban también los sacerdotes agregados (filleuls o communalistes). Las comunidades de los prêtres-filleuls se creaban en las parroquias y agrupaban a sacerdotes nacidos en ellas, los cuales percibían una pensión de la masa de las rentas. En la diócesis de Clermont, se crearon tales comunidades ya a finales del siglo XII. En 1535 se contaban en la diócesis hasta 104 comunidades de esta clase, la mayoría de las cuales fueron fundadas en el siglo XV. Agrupaban a un número variable de sacerdotes. Un tercio ellas, no se componían de más de dos. Pero también existían comunidades mucho más numerosas. Aurillac, por ejemplo, tenía 30 sacerdotes en 1344, 48 en 1439 y 100 en 1508, que recibían unas 45 liras de renta al año. Eran ellos los que administraban las rentas. El párroco podía elegir de entre ellos sus colaboradores. Las autoridades de la ciudad les confiaban la escuela y las obras de caridad.

Para examinar en concreto la vida pastoral escogemos un caso específico, que tiene la ventaja de haber sido estudiado con mucho cuidado. Se refiere a la diócesis de Clermont en Francia, y nos permite ver el microcosmos de la vida parroquial, partiendo del problema de las rentas. La primera de éstas era la de los fundos o bienes rústicos, que era muy baja. Variaba de 2 a 4 liras para las parroquias de montaña y hasta de 35-40 para algunas de llanura. Venían después los ingresos inciertos (casuales), que comprendían los derechos de estola y los de la iglesia.

La administración de los sacramentos (derechos de estola) aseguraba una cierta entrada. La ofrenda por el bautismo era de 3 denarios en Villeneuve. En una parroquia se menciona un derecho por las confesiones pascuales, que era de 2 denarios para el cabeza de familia y de 1 para los otros miembros de la misma.

Por la celebración de la boda los esposos debían pagar a la puerta de la iglesia 5 sueldos (1/20 de la lira), un cuarto de pan de la boda, un cuarto de vino, una pata de cerdo, un trozo de carne de buey y una gallina. En Borgoña la regla era que, con ocasión de la boda, se debía proporcionar al celebrante la comida para ese día y para el siguiente. En el caso de que el esposo quisiera casarse en otra parte, si era propietario, debía dar 10 sueldos y una gallina; si no lo era, debía pagar 5 sueldos y llevar como regalo asimismo una gallina.

La pastoral funeraria estaba tarifada con mucha precisión. A principios del siglo XVI un “chief d'hostel” podía pagar hasta 16 sueldos, mientras que para los otros adultos bastaban 5, y para los niños 2 y 6 denarios. Los derechos de la iglesia comprendían diversos tipos de tasas, generalmente en especie. Por el servicio pastoral dominical, es decir, una misa rezada y una cantada, se debía al párroco un “bichet” de avena. En Longpré, a finales del siglo XIV, cada parroquiano debía dar a su propio pastor una medida de centeno por el servicio anual, más un trozo de carne curada de cerdo por el evangelio de la Pasión. En algunos casos la tarifa comprendía una comida en Navidad para el párroco, su capellán, su monaguillo y el sacristán de la iglesia. Además, en la misma circunstancia se debía alimentar a los tres perros y al caballo del cura.

En sustancia, ¿cuánto rendía una parroquia? Sabemos que en Pierrefite-sur-Loire, parroquia de 109 fuegos, entraban anualmente 25 liras por la administración de los sacramentos y 30 por derechos de iglesia. Cuanto más altos los ingresos, más altas eran las tasas. Entre éstas estaba el don gratuito, una tasa que la monarquía imponía a la iglesia, tasa considerada no debida, sino un don... gratuito, aunque obligatorio. Los obispos naturalmente dividían esta cifra entre las diversas parroquias. Para el don de 1535 la cifra requerida variaba de 7 sueldos y 6 denarios a 50 liras para las parroquias más ricas. Estaban también los derechos de patronato que variaban de 5 sueldos en Vilplaix a 10 liras en Theil.

Con ocasión del sínodo, el obispo pedía una tasa (parée synodale), así como para la visita pastoral (doit de procuration). La primera oscilaba entre 6 denarios y 5 sueldos, mientras que para la segunda la documentación señala una variación de entre los 4 y los 48 sueldos.

Como contrapartida de las rentas de la parroquia, el párroco estaba obligado a cumplir con el officium de la cura de almas. En Monétay-sur-Allier entre el párroco y los parroquianos se firmó un acuerdo en fuerza del cual el párroco debía decir todos los domingos y fiestas una misa rezada y otra solemne. Además, el párroco estaba obligado a celebrar los matrimonios, hacer los funerales, administrar el bautismo. Debía también predicar sobre el evangelio desde la fiesta de la Santa Cruz de mayo a la homónima de septiembre. En tiempos penosos para la agricultura (con ocasión de tempestades, heladas...) debía convocar a procesiones y rogativas. Finalmente el párroco tenía que proveer un cirio pascual bueno y suficiente, el incienso para las fiestas y el pan bendito para la fiesta de la Circuncisión.

En Molinet todos los domingos el párroco debía cantar un Libera me antes de la misa y otro después, asperjando las tumbas con agua bendita. En otra parroquia se tenía una absolución por los difuntos antes de la misa y otra después. Como se ve, la actividad por los difuntos era muy intensa, tanto que con ocasión de un sínodo, los sacerdotes de una parroquia pidieron al obispo que cuatro de ellos fueran dispensados de la participación en el sínodo, porque el servicio por los difuntos los absorbía mucho.

En el centro de la vida pastoral estaba la celebración eucarística. Llegados a la iglesia había que esperar el inicio de la celebración, que no comenzaba hasta la llegada del señor del lugar y su familia. Si tardaba mucho, hasta podía suceder que el párroco se viera impedido a decir la misa. Para los parroquianos más lejanos estaban las capillas. Cuando éstas no tenían capellanes propios, se proporcionaba una celebración, al menos, una vez al año. Se celebraban también procesiones. Éstas se tenían casi todos los domingos, y algunas veces eran útiles para llegar a los parroquianos más lejanos.

Conclusión

Cuando San Vicente se convirtió, o sea alrededor de 1608-1612, la situación del clero y de la Iglesia de Francia era todavía incierta. El nuncio Ubaldini escribía en 1611 que el clero dormía y no se sabía cómo despertarlo. A diferencia de los tiempos de Calvino y Francisco I, ahora se tenían las leyes (las de Trento), faltaban los hombres. Las resistencias eran todavía enormes. Los canónigos reivindicaban “droits légittimes” y “bonnes coutumes”. Muchos obispos vivían lejos de sus diócesis. Los pocos que residían en las propias no podían actuar, obstaculizados por juristas y magistrados que a toda decisión episcopal oponían el “appel comme d'abus”. Los estados generales de 1615 no habían reconocido la reforma tridentina, que había sido aceptada unilateralmente por el clero. Se dice que la reforma fue obra de santos. En realidad contribuyeron diversas causas.

La primera fue el fin de las guerras de religión, que haciendo cesar las razones de las armas abrió la época de las armas de la razón. El edicto de Nantes (1598) fue un compromiso útil porque permitió a la Iglesia reemprender la acción pastoral. La monarquía se alineó abiertamente con la Iglesia, y después, con Richelieu en el poder, comenzó a erosionar el poder y la autonomía de los hugonotes. Si hasta Enrique IV el paso al calvinismo era una hemorragia, después de Nantes se inició un movimiento inverso. El cuerpo eclesial comenzó a coger fuerza, a ser respetado y a volver a adquirir credibilidad.

A ello contribuyeron la acción de la Santa Sede por medio de los nuncios, el gobierno, que fue eligiendo obispos austeros y firmes, la renovación de las órdenes religiosas, la llegada de nuevas formaciones religiosas (jesuitas, capuchinos, teatinos), la invasión mística. Un hecho decisivo fue el afirmarse de la doctrina sacerdotal de la así llamada escuela francesa.

La espiritualidad sacerdotal oscila de hecho entre dos distintas teologías, de las que nacen diversos modos de entender la figura y el ministerio del sacerdote. De un lado, está la teología del Pseudo-Dionisio para la que el sacerdote, elegido de entre los hombres y puesto por encima de ellos, está inserto en el conjunto de jerarquías celeste-terrestres, de las que proviene la santificación para los hombres y por las que pasa la glorificación de Dios. En el lado opuesto, está la visión agustiniana en la que el acento se pone no tanto en el ser jefe, sino en el servicio. El sacerdote, tomado de entre los hombres, no está por encima de ellos, sino en servicio fraterno en favor de los mismos. Más que jefe es un hermano, más que mandar ayuda desde el interior.

En la línea agustiniana, el sacerdote es el hombre para la misión; mientras que en la contraria, es más bien el hombre para el culto. Son, es claro, dos polarizaciones muy esquemáticas, más para indicar una tendencia que para definir el pensamiento de un autor. En cualquier caso, son útiles para captar los distintos relieves de la así llamada escuela francesa de espiritualidad.

Los grandes reformadores del clero francés del siglo XVII (Bérulle, Condren, Vicente de Paúl, Olier, Eudes) vertieron en las lámparas vacías el óleo de la oración, pero después estas lámparas fueron llevadas a iluminar los pasos del hombre. Las consecuencias para la espiritualidad fueron sorprendentes. Se puso de relieve como la cosa primera la exigencia de la santidad.

San Vicente de Paúl decía: “No hay nada mayor que un sacerdote, a quien el Señor le da todo poder sobre su cuerpo natural y su cuerpo místico, el poder de perdonar los pecados, etc. ¡Dios mío! ¡Qué poder! ¡Qué dignidad!”. Y añadía: “Viene la duda de si todos los desórdenes que vemos en el mundo tengan que atribuirse a los sacerdotes. Esto podrá escandalizar a algunos, pero el tema requiere que yo indique, por la grandeza del mal, la importancia del remedio. Se han tenido varias conferencias sobre esta cuestión, que se ha tratado a fondo, para descubrir las fuentes de tantas desgracias; y el resultado ha sido que la Iglesia no tiene peores enemigos que los sacerdotes. De ellos es de donde han nacido las herejías: testigos son esos dos heresiarcas Lutero y Calvino, que eran sacerdotes; por los sacerdotes es como se han impuesto los herejes, reinan los vicios y la ignorancia ha establecido su trono entre el pobre pueblo; y esto por culpa de sus propios desórdenes y por no haberse opuesto con todas sus fuerzas, como tenían obligación, a esos tres torrentes que han inundado la tierra”.

Era necesario aterrorizar los ánimos de los aspirantes al sacerdocio haciéndoles ver la grandeza de lo que recibirían. Quien no es santo es un sacerdote equivocado. Pedro de Bérulle (1575-1629) recurría al Pseudo-Dionisio para probar tal exigencia. En la visión piramidal del Pseudo-Dionisio, los obispos y los sacerdotes deben purificar, iluminar y encender el fuego en los inferiores. Pero para conseguir este resultado los sacerdotes deben ser instrumentos unidos al Hijo de Dios y obrar en el Espíritu de Jesús. Unido sacramentalmente a Cristo, el sacerdote debe encontrar en el Verbo su subsistencia espiritual, debe ser “pura capacidad de él, llena de él, que tiende a él”. Como la humanidad de Cristo es instrumento unido personalmente a la Divinidad, los sacerdotes son órganos de su gracia e instrumentos vivientes de Dios sobre la tierra. Son como una humanidad asumida, que convierte al sacerdote en lugar de la adoración del Verbo. Para Bérulle “el estado sacerdotal está en el origen de toda santidad que debe existir en la Iglesia de Dios”. Los sacerdotes deben hacer “profesión solemne de piedad”.

Juan Santiago Olier (1608-1657) confió a sus Mémoires haber recibido de Cristo esta consigna: “Quiero que vivas en una perenne contemplación... y... quiero que lleves la contemplación en medio del clero”. No se trataba sólo de enseñar a orar, como si bastara transformar a los sacerdotes en hombres del rito, sino de hacerlos expertos en los misterios de Cristo. La idea que subyace es que el Verbo de Dios había querido negarse como Dios, para hacerse rostro humano cubierto de fragilidad, vestido de los dolores y de las limitaciones del hombre, para volver a encender en el mundo el gemido de la oración.

De aquí nació la escuela sacerdotal de oración que, transida de gracia, dio vida a la Iglesia de Francia. El sacerdote debe vivir en un espíritu de oración, hacer todo conducido por ella: “Nada se obtiene de Dios y del prójimo si no es con la fuerza del Espíritu Santo activada en la oración”. Y todavía: “es en la oración donde el sacerdote alcanza la vida para sí y para el pueblo. En ella está su paz y su alegría... En fin, es en la santa oración donde el sacerdote, rebosante de caridad, se encuentra revestido de todas las magníficas riquezas de Dios. Mediante ella no sólo se entra en el conocimiento de los misterios de Dios Padre y de su Hijo, sino también en el goce y participación de su “estado”. Se entra en la fuerza del Padre, en el esplendor del Hijo y en el ardor del Espíritu Santo”.

San Juan Eudes (1601-1680), que en sus numerosos escritos tuvo siempre objetivos pastorales, parte de una visión grandiosa del bautismo, que llama contrato de alianza, en el que Dios nos convierte en hijos en el Hijo, nos da su propia vida e instaura un misterio de comunión universal. Quiere él que continuemos y contemplemos su vida terrena siguiendo el ejemplo de María. El vértice de la comunión se ha cumplido en Jesús, Dios y hombre, único y eterno sacerdote, hostia y sacrificador.

En virtud del bautismo todos los fieles ofrecen y son ofrecidos. Son víctimas y sacerdotes. El sacerdocio ministerial no es empero algo sobreañadido, sino una existencia cambiada dentro, para realizar plenamente el ministerio de pastores. El sacerdote es un ser hecho Iglesia, que existe para la Iglesia. Juan Eudes, que se firmaba sacerdote misionero, enseña que “el principal ejercicio es el de anunciar sin miedo, en público y en privado, con obras y palabras, el Evangelio de Jesucristo”. En otro pasaje escribía: “Vosotros sois en el sacerdocio Cristos vivientes, que caminan sobre la tierra..., representad su persona, haced sus veces”. El sacerdote es después de la Virgen la cosa más preciosa en las manos de Cristo: “Sois los salvadores del mundo que el Salvador ha dejado aquí abajo en su lugar para continuar y llevar a cabo la obra de la redención del universo”.

Este papel de humanidad añadida, de existencia prolongada, se traducía en estas imágenes seductoras: “Vosotros sois la parte más noble del cuerpo místico del Hijo de Dios. Vosotros sois los ojos, la boca, la lengua y el corazón de la Iglesia de Jesús: o por decir mejor, vosotros sois los ojos, la boca, la lengua y el corazón del mismo Jesús... Vosotros sois su corazón: porque es por medio de vosotros por quienes él da la verdadera vida, a todos los verdaderos miembros de su cuerpo, la vida de la gracia en la tierra y la vida de la gloria en el cielo”.

(Traducción: RAFAEL SÁINZ, C.M.)

M. AUBRUN, La paroisse en France des origines au XV siècle, Paris 1986; J. CHÉLINI; Histoire religieuse de l'Occident Médiéval, Paris 1991; AA. VV., Le clerc séculier au Moyen Âge, Paris 1993; F. RAPP, Réformes et inerties, en AA. VV., Histoire du Christianisme, VII: De la réforme à la Réformation (!450-1530), Paris 1994, 143-207.

Por lo que respecta al papel de San Vicente en la reforma del episcopado: P. BLET, Vincent de Paul et l'épiscopat de France, en Vincent de Paul, Actes du Colloque International d'Études Vincentiennes, Paris 25-26 septembre 1981, Roma 1983, 81-114.

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V. TABBAGH, Effectifs et recrutement du Clergé séculier français, en AA.VV., Le clerc séculier au Moyen Âge, Paris 1993, 181-202.

Ibid., 183.

Más tarde se dirá: sacerdotes de misa y sacerdotes de confesonario.

M. AUBRUN, La paroisse en France des origines au XV siècle, Paris 1986, 162.

P. DEMOUY, Les Pueri chori de Notre-Dame de Reims. Contibution à l'histoire des clergeons au Moyen Âge, en AA:VV., Le clerc séculier au Moyen Âge, Paris 1993, 135-149.

A. PROSPERI, Di alcuni testi per il clero nell'Italia del primo Cinquecento, en Critica storica 7 (1968) 137-168.

R. G. VILLOSLADA, La universidad de París durante los estudios de Francisco de Vitoria, Roma 1938.

A. DEGERT, Histoire des séminaires en France jusqu'à la Révolution, 2 vol., Paris 1912; M. VENARD, Les séminaires en France avant Saint Vincent de Paul, en AA.VV., Vincent Depaul. Actes du colloque international d'études vincentiennes. Paris 25-26 septembre 1981, Roma 1983, 1-17; E. PRÉCLIN-E. JARRY, Le lotte politiche e dottrinali nei secoli XVII e XVIII (1648-1789), bajo la dirección de L. Mezzadri (Storia della Chiesa di Fliche-Martin XIX/1), Torino 1974; La Chiesa nell'età dell'assolutismo e dell'illuminismo (Storia della Chiesa di H. Jedin VII), Milano 1978; R. TAVENEAUX; Le Catholicisme dans la France classique 1610-1715, 2 vol., Paris 1980; Histoire de la France religieuse, bajo la dirección de J. Le Goff y R. Rémond, II: Du christianisme flamboyant à l'aube des Lumières, Paris 1988.

(“Te conviene aprender a leer para cantar bien en la iglesia, porque es bello ver que un sacerdote saber leer y escribir”). Cita por E. Laboruse - R. Sauzet, La lente mise en place de la réforme tridentine 1598-1661), en Histoire de la France religieuse, 390.

R. GERMAIN, Revenues et actions pastorales des prêtes paroissiaux dans le diocèse de Clermont, en AA.VV., Le clerc séculier au Moyen Âge, Paris 1993, 109-111.

R. GERMAIN, Revenus etc., 101-119.

El clero francés pretendía que por derecho divino estaba exento de toda contribución pecuniaria en favor del reino. Si la hacía, no era por obligación, sino por espontánea decisión propia, por espíritu de conciliación y de complacer al soberano. Era una libertad teórica. Toda vez que el clero o una parte del mismo rehusaba dar el don gratuito era llamado al orden. El don gratuito variaba según se estuviera en paz o en guerra.

La fiesta de la Santa Cruz de mayo era la fiesta de la Invención de la Cruz (3 de mayo); la de septiembre era la fiesta de la Exaltación (14 de septiembre). Véase a este propósito el “Glossario di date” en A. Cappelli, Cronologia, cronografia e calendario perpetuo, Milano 1930, 109-124.

Es conocido el uso de enterrar en la iglesia. Esto explica la abundancia y riqueza de bastantes capillas en las iglesias, sobre todo en las de las órdenes mendicantes.

M. AUBRUN, La paroisse, 173.

L. MEZZADRI, La conversione di S. Vincenzo de Paoli. Realtà storica e proiezione attuale, en Annali della Missione 84 (1977) 176-182.

Sobre este tema véase el estupendo trabajo de A. Tallon, La France et le concile de Trente (1518- 1563), Rome 1997.

Sobre la Escuela francesa: Y. Krumenacher, L'école française de spiritualité. Des mystiques, des fondateurs, des courants et leurs interprètes, Paris 1998; École française de spiritualité, en Théophilyon 4 (1999) 1-225.

L. MEZZADRI, La spiritualità dell'ecclesiastico seicentesco in alcune fonti litterarie, en AA.VV., Problemi di storia della chiesa nei secoli XVII-XVIII, Napoli 1982, 45-89; id., Jésus-Christ, figure du Pêtre- Missionnaire, dans l'Oeuvre de Monsieur Vincent, en Vincentiana 30 (1986) 323-356; id., A lode della gloria. El sacerdozio nell'école française XVII-XX secolo, Milano 1989; id., Adorazione, sacrificio e missione. Le dimensioni del presbiterato nella Scuola francese del `600, en Communio nº 150 (1996) 32-46.

SV XII, 85 / ES XI, 391.

SV XII, 85-86; ES XI, 392.

Obras: Oeuvres complètes, Paris 1644 (n. ed. Paris 1960); Opuscules de pieté, edición por G. Rotureau, Paris 1944; Correspondance, edición por J. Dagens, 3 vol., Paris-Louvain 1937-1939. Trabajos fundamentales: A. Molien, Le cardinal de Bérulle, 2 vol., Paris 1947; J. Dagens, Bérulle et les origines de la restauration catholique (1575-1610), Paris 1952; P. Cochois, Bérulle et l'École française, Paris 1963; M. Dupuy, Une spiritualité de l'adoration, Paris 1964; G. Moioli, Teologia della devozione berulliana al Verbo incarnato, Varese 1964; J. Orcibal, Le cardinal de Bérulle: evolution d'une spiritualité, Paris 1965; M. Dupuy, Bérulle et le sacerdoce. Étude historique et dctrinale. Textes inédits, Paris 1969; F. G. Preckler, “État” chez le cardinal de Bérulle, Roma 1974; id., Bérulle aujourd'hui, 1575-1975. Pour une spiritualité de l'humanité du Christ, Paris 1978.

P. COCHOIS, Bérulle et l'École française, Paris 1963, 31.

M. DUPUY, Bérulle et l'École française, Paris 410ss.

Ibid., 348. Piedad es lo mismo que perfección.

R. DEVILLE, Jean-Jacques Olier maître d'oraison, en Jean-Jacques Olier 81608-1657): Bulletin de Saint Sulpice 14 (1988) 98. Sobre sus Mémoires (son 8 volúmenes autógrafos, conservados en el archivo de San Sulpicio en París): M. Dupuy, Se laisser à l'Esprit, Itinéraire spirituel de Jean-Jacques Olier, Paris 1982. Sobre Olier: Oeuvres complètes, ed. Migne, Paris 1856; las Mémoires hasta ahora en manuscrito son accesibles gracias a M. Dupuy , Se laisser à l'Esprit. L'itinéraire spirituel de Jean-Jacques Olier, Paris 1982; Traité des saints ordres (1676) comparé aux écrits authentiquesde Jean-Jacques Olier (+1657) edición de G.Chaillot, P. Cochois, I. Noye, Paris 1984; Lettres, ed., de E. Levesque, 2 vol., Paris 1935. Entre las biografías dignas de mención las de É. M. Faillon (3 vol., 1873), P. Pourrat (1932), A. Portaluppi (1947). Una síntesis muy densa en DS.

R. DEVILLE, Jean-Jacques Olier maître d'oraison, 99ss.

Obras: OEuvres complètes, 12 vol., Vannes 1905-1911; OEuvres choisies, 8 vol., Paris 1931-1937; Il cuore di Gesù fornace d'amore, Roma 1965. Entre la obras sobre el sacerdocio mencionamos el Mémorial de la vie ecclésiastique (1981), Le prédicateur apostolique, y la titulada Du bon confesseur. J. Arragain, Le coeur du Seigneur. Études sur les écrits et l'influence de saint Jean Eudes, Paris 1955. J. M. Alonso, El corazón de María en san Juan Eudes, 2 vol., Madrid 1958; P. Milcent, Saint Jean Eudes. Introduction et choix de textes, Paris 1964; id., Pasteur sans le Christ pasteur; le pêtre selon saint Jean Eudes, en Vocation 240 (1967) 501-514; id., Un artisan du renouveau chrétien au XVII siècle. Saint Jean Eudes, Paris 1985; C. Berthelot Du Chesnay, Les missions de saint Jean Eudes, Paris 1967; DS 8 (1974) 488-501.

DS 8 (1974) 497.

Ibid., 30.

Ibid., 29.

Ibid., 25ss.

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