Cuaresma 1999

Cuaresma 1999

A todos los miembros de la Congregación de la Misión

Mis muy queridos Hermanos:

Que la paz y fuerza del Señor Resucitado esté con nosotros durante este tiempo.

La Cuaresma pone el acento en el coste de la condición de discípulo. Desde el principio Jesús declara: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Lc 9,23). Cada Cuaresma Jesús nos llama a ponernos en camino hacia Jerusalén, nos pide que llevemos la cruz con él. Durante el camino, por medio de las lecturas diarias, nos habla sobre el sentido profundo de la vida. Nos dice que fácilmente se interpreta mal la vida. De hecho, su sentido más profundo es con frecuencia exactamente lo opuesto a lo que piensa la gente. La auto-realización viene del vaciarse de sí mismo. El acumular riquezas puede hacernos esclavos; desprenderse de ellas puede ser liberador. Los últimos son los primeros, los primeros son los últimos; a los ojos de Jesús los pobres son los auténticos reyes, reinas y presidentes. Salvar la vida quiere decir perderla; debemos sumergirnos en la muerte de Jesús antes de renacer a la alegría de su resurrección.

La gracia de seguir a Cristo, nos dice la Cuaresma, es costosa. A través de los años, en este tiempo, he releído con frecuencia el impresionante pasaje de Dietrich Bonhoeffer Cost of Discipleship, escrito unos años antes de ser encarcelado por el régimen Nazi:

La gracia barata es el enemigo mortal de la Iglesia. Hoy luchamos por la gracia que cuesta..... La gracia barata es la gracia que nos concedemos a nosotros mismos. Es la predicación del perdón sin necesidad de arrepentimiento, del bautismo sin la disciplina de la Iglesia, de la comunión sin la contrición, de la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es gracia sin la condición del discípulo, gracia sin la cruz, gracia sin Jesucristo vivo y encarnado. La gracia costosa es el tesoro escondido en el campo; para encontrarlo alguno venderá gustosamente todo lo que posee. Es la perla de gran valor por la que el mercader venderá todos sus bienes para comprarla. Es el reinado de Cristo, por el que alguno se arrancará el ojo que es ocasión de estorbo. Es la llamada de Cristo por la que el discípulo deja sus redes y le sigue.

Permítanme sugerirles algunos pensamientos sobre la gracia que Dios nos ofrece al entrar en este tiempo de Cuaresma.

  1. En su nivel más profundo, la gracia no es barata ni cara. Es absolutamente libre. Este es el significado fundamental del bautismo que la Iglesia celebra durante la Vigilia Pascual y ofrece también a innumerables niños y adultos durante el curso del año. El Bautismo dice: Dios te ama desde el principio. La gracia del sacramento es la comunicación del mismo Dios. Nosotros recibimos, no solamente dones sino el mismo ser de Dios. Nos convertimos en morada divina. Dios nos ama y nosotros le devolvemos ese amor —ese el significado de la gracia.

Este don, nos asegura la Cuaresma, no es simplemente una futura participación en la vida del Señor, que se nos promete ahora pero que gozaremos sólo más tarde. Este don es nuestro desde el comienzo. Es enteramente gratuito. No puede ser ganado. Mientras que la ascésis es ciertamente necesaria en la vida, como todas las grandes tradiciones religiosas aseguran, no debemos jamás permitirle, o a cualquier otra “buena obra”, oscurecer la verdad central cristiana: “Dios nos ha amado el primero” (1 Jn 4, 10; 4, 19). La gracia es un puro don. “De otro modo”, nos dice San Pablo, “la gracia no sería ya gracia”(Rom 11,6b).

Aunque Dios es totalmente transcendental, ¿no experimentamos a veces que Dios mismo se nos comunica, se da a sí mismo? ¿No existen momentos fuertes en los que sentimos la necesidad de curación y redención? ¿No anhelamos algún tipo de transcendencia? A veces, mirando hacia atrás ¿no nos apercibimos de que hemos sido transformados por acontecimientos que estaban fuera de nuestro control, con frecuencia por nuestro contacto con los pobres, por su fe, su gratitud, su confianza persistente en la presencia y providencia de Dios? ¿No son “ángeles” quienes entran en nuestras vidas y nos marcan profundamente por su auténtico testimonio evangélico, por su esperanza perseverante ante la enfermedad, el sufrimiento, y la muerte? ¿No hay ocasiones en que nos impresiona profundamente la lealtad de los amigos, su amor sincero? ¿No son estos medios por los que entrevemos en nuestra vida la presencia de Dios libremente concedida en nuestra experiencia humana? Les sugiero que en esta Cuaresma nos centremos todos en ser más conscientes del don que Dios hace de sí mismo, en sus diversas expresiones, y que elevemos agradecidos nuestros corazones y nuestras voces al Señor.

  1. Pero, paradójicamente, mientras la gracia es totalmente libre, es también muy costosa. La presencia amorosa de Dios es purificación, como el bautismo y la penitencia (llamada antiguamente con frecuencia “segundo bautismo”) nos lo recuerdan. El amor de Dios actúa para derribar la resistencia que encuentra en nosotros. Es un amor creativo que actúa para el cambio, para la transformación, para nuevos comienzos. Un amigo mío con gran sentido del humor, el Maestro General de los Dominicos, escribió recientemente:

En el siglo pasado, la clase alta inglesa temblaba al tener carta del Rey o la Reina anunciándoles que vendrían a visitarles. No se les podía poner simplemente en la habitación de los huéspedes. Normalmente había que derribar media casa, construir veinte dormitorios más e instalar baños. Un anfitrión, que había reconstruido toda la casa para recibir al rey, le pidió nerviosamente si todo estaba bien, y él con toda majestad le replicó “Señora, le agradecería hubiera una percha en la puerta del baño para mi bata”

Dios quiere morar en nosotros. La Cuaresma subraya la necesidad de renovar la carpintería, la electricidad, la fontanería. A veces es necesaria una revisión importante, otras veces sólo pequeños retoques.

Dietrich Bonhoeffer resumía esto al principio de Cost of Discipleship, al escribir: Cuando Cristo llama a una persona Él le invita a venir y a morir”. Estas palabras fueron proféticas para el mismo Bonhoeffer. Fue ahorcado por los Nazis el 9 de Abril de 1945, unos días antes de que los Aliados liberaran el campo de concentración.

El tiempo de Cuaresma nos empuja cada año hacia el renunciamiento. El punto principal de las prácticas de ascésis no es simplemente “renunciar” a objetos, sino la reconstrucción de lo más profundo de nuestro ser a fin de que Dios pueda tomar plena posesión de nosotros. Jesús nos pide que las mismas energías que pudiéramos usar para acumular riquezas, consolidar el poder, o perseguir el placer personal sean canalizadas hacia la construcción de un “hombre nuevo” como morada para el Señor. En nosotros, los misioneros, Dios quiere crear no sólo un lugar para su divina morada, sino un refugio para los pobres. ¿Qué renovaciones debemos hacer esta Cuaresma para Dios y para los pobres? ¿Qué debemos quitar? ¿Qué debemos añadir? ¿Necesitamos derribar paredes interiores para ofrecer un lugar tranquilo a la oración? ¿Necesitamos modificar la fachada que infunde temor, a fin de que los pobres puedan entrar más fácilmente?

Hace mil quinientos años, Juan Crisóstomo se expresó de este modo:

Pinta la casa de tu alma con sencillez y humildad y hazla espléndida con la luz de la justicia. Adornala con el oro probado de las buenas obras y, los muros y piedras, embellécelos cuidadosamente con la fe y con un amor generoso. Sobre todo, pon la oración en lo más alto del tejado a fin de que el edificio acabado esté preparado para el Señor. Entonces Él será recibido en una casa espléndida y real y, por la gracia, su imagen estará ya impresa en tu alma.

Esto es ciertamente un maravilloso consejo Cuaresmal. Que su casa, restaurada durante esta Cuaresma, sea ¡preciosa!

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General.