Cuaresma 1996

Cuaresma 1996

A los miembros de la Congregación de la Misión

Mis muy queridos cohermanos:

La gracia de Nuestro Señor sea siempre con nosotros.

Permítanme hablarles de la muerte. Es un tema delicado, lo sé, ya que la muerte es el más oscuro, el más temible, de los misterios humanos. Pocos de entre nosotros están deseosos de penetrar en su profundidad. Pero no hemos de evitar el reflexionar sobre ella en Cuaresma, ya que tradicionalmente este tiempo comienza con la admonición: Recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás. Simultáneamente, la Iglesia, en un gesto sacramental tan característico del Catolicismo, signa nuestras frentes con la cruz, usando un símbolo gráfico de mortalidad, la ceniza.

La muerte es uno de los temas principales de la Cuaresma. La cruz de Cristo pone su sombra sobre todo este período de tiempo mientras nos preparamos para renovar nuestro compromiso bautismal. San Pablo nos recuerda directamente lo que ello comporta: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4).

La sociedad moderna busca afanosamente escapar del pensamiento de la muerte. Los anuncios de la Televisión sugieren ungüentos milagrosos para borrar la última arruga y tintes para oscurecer las canas. Los idiomas modernos inventan eufemismos para evitar la mención de la muerte. Las personas fallecen, nos dejan, se van. Sin embargo el hecho es que: mueren. Todos nosotros morimos. Nadie se escapa al inevitable misterio de la muerte.

Pero como cristianos, contemplamos la muerte con la fe de la resurrección. La muerte no puede ser para nosotros meramente un misterio de oscuridad. Es, más bien, la luz del alba. Creemos que la muerte es la puerta hacia la vida, hacia un nuevo comienzo. Es la inmersión del ser humano en la trascendencia del misterio de Dios.

Dos acontecimientos, ambos relacionados con la muerte, ocupan mi pensamiento en esta Cuaresma. Permítanme pedirles que reflexionen sobre ellos conmigo y ofrecerles una sugerencia práctica sobre cada uno.

1.Este año meditamos de forma especial en la muerte de uno de nuestros cohermanos, Juan Gabriel Perboyre, cuya canonización celebraremos pronto. Dentro de unos días les escribiré más extensamente sobre esta celebración. Cuatro años antes de su muerte, Juan Gabriel escribió: “Debemos estar preparados en cualquier momento en que nuestro Padre celestial quiera llamarnos. No es prudente esperar largos años, ya que siempre nos puede alcanzar una enfermedad grave o una muerte inesperada. Toda nuestra vida debe ser una continua preparación para una santa muerte”.

Juan Gabriel reconoció la verdad que, incluso cuando vivimos nuestra vida al tope, siempre estamos en el proceso de morir. Él vio que es crucial confrontar de forma saludable lo inevitable de la muerte. Así, los santos trataron sobriamente con la muerte. San Vicente nos dice que durante 18 años pensó y se preparó cada día para su muerte (Abelly, Libro I, cap. 51, p. 251). Santa Teresa de Ávila dijo una vez que no haríamos nunca nada que mereciera la pena, al menos que nos decidiéramos, de una vez para siempre, a aceptar la realidad de la muerte.

Mi primera sugerencia esta Cuaresma es que cada comunidad local medite y comparta sus reflexiones sobre la muerte de Perboyre. Me parece que él es tan popular en la Familia Vicenciana porque su martirio heroico atrae la imaginación de muchos de nosotros desde el tiempo de nuestra formación. La población de China, algunos de los cuales he tenido el privilegio de visitar recientemente, continúan hoy compartiendo su pasión, como lo hacen innumerables personas en Asia, África y numerosos países a través de todo el mundo. Cada uno de nosotros debemos también un día enfrentarnos con el inexorable problema de la muerte, aunque sea de una forma menos dramática que Perboyre (la mía, si las estadísticas son exactas, ocurrirá dentro de las dos próximas décadas).

2.Esta Cuaresma estamos publicando una nueva Instrucción sobre la Estabilidad, Castidad, Pobreza y Obediencia en la Congregación de la Misión. Cuando Vds. la lean, les ruego que consideren los votos como una profundización de su compromiso bautismal para entrar en la muerte y resurrección del Señor. Nuestros votos tienen muchas dimensiones, pero una de las más impresionantes es que proclaman nuestra fe en la transcendencia de Dios que resucita de la muerte a la vida. Al hacer el voto de vivir en sencillez y de compartir nuestros bienes con los pobres, reconocemos que el reino de Dios ofrece riquezas mayores que el bienestar material (cf. Mc 10, 28-30). Al privarnos libremente del matrimonio y de los hijos, profesamos nuestra creencia en que Dios puede multiplicar nuestros hijos “como las estrellas en el cielo y las arenas de la playa” (Gn 22, 17). Al prescindir de nuestra “autodeterminación” para servir a las necesidades de los demás, confiamos en un nuevo orden, en el que “quien pierde su vida por mí la encontrará” (Mt 10, 39). Al hacer un compromiso de por vida de seguir a Cristo como Evangelizador de los Pobres, expresamos nuestra convicción de que el mundo está, en cierto sentido, al revés, que los pobres son los ricos en el reino de Dios, que ellos son los primeros, nuestros “Señores y Maestros”.

La fiel vivencia de los votos lleva consigo cierta muerte. No es fácil permanecer fiel a la palabra empeñada por los votos: renunciar al matrimonio y a la familia, a las posesiones personales, a una porción de nuestra libertad individual. Ser siervo de los pobres hasta el final nos cuesta, incluso si esto también trae consigo grandes recompensas.

Mi segunda sugerencia de Cuaresma es esta. Meditar sobre cada uno de los votos durante esta Cuaresma. Hablar de ellos con los demás, especialmente con el director espiritual. Encontrar medios concretos para vivirlos con más plenitud y alegría.

La Cuaresma está aquí una vez más, con su vivo recuerdo de la muerte y resurrección del Señor. Los santos, mártires como Perboyre, y los que hoy en tantos países están cargados con la cruz, nos rodean como una “gran nube de testigos” (Heb 12, 1) y nos llaman a renovar nuestro compromiso bautismal, nuestros votos, nuestra fidelidad misionera.

Les ruego que recen por mi, como yo lo haré por Vds., para que unidos, nuestro camino Cuaresmal nos traiga una más plena participación en la vida del Señor resucitado.

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General