Cuaresma 1997

Cuaresma 1997

A los miembros de la Congregación de la Misión de todo el mundo

Muy queridos Cohermanos:

La Gracia del Señor sea siempre con nosotros.

Aunque estamos solamente comenzando la Cuaresma, les pido que den conmigo un salto hasta la resurrección. No es que podamos escapar a la cruz; por el contrario, será nuestra compañera durante toda la vida. Pero yo, ya desde el comienzo de la Cuaresma, me traslado a la Pascua a fin de que veamos la cruz con la fe de la resurrección, como lo hace siempre el Nuevo Testamento.

En el centro de nuestro credo se encuentra el Señor Resucitado. Cuando permanecemos en su presencia, nuestras vidas están pletóricas. En su ausencia está vacías. Sin el Señor Resucitado, nuestra fe (y por supuesto nuestra vocación) no tiene sentido: “Si Cristo no resucitó”, nos lo dice claramente Pablo “ nuestra fe es vana” (I Cor 15, 14).

Permítanme que reflexione hoy con Vds. sobre dos aspectos clave de nuestra fe en la resurrección.

Primero, nosotros creemos que Jesús está vivo. Nuestra fe se centra en una persona viva. Parafraseando al salmista, algunos crean ídolos modernos de plata, de oro, de poder o placer. Estos han sido siempre seductores, y continuarán siéndolo. Pero nosotros creemos en el Señor vivo que nos ama profundamente, que camina diariamente con nosotros, que nos escucha, con quien podemos hablar, que nos da su vida, su fuerza, su paz, su alegría. No creemos meramente en alguien del pasado que vivió, murió y nos dejó una rica herencia. Nuestra fe es en la persona de Jesús que venció a la muerte de una vez por todas, que vive, que mora entre nosotros, que nos prepara un lugar con el Señor. Nosotros creemos en la presencia del Dios vivo, que por nosotros se hizo espíritu dador de vida (1 Cor 15, 45).

Segundo, nosotros creemos en la carne. ¿Se han apercibido Vds. de lo relacionada que está nuestra fe de Católicos con la carne? Dos de los artículos del credo hablan concretamente de ello. “Por obra del Espíritu Santo se hizo carne y nació de la Virgen María”. Nuestra fe en Jesús es precisamente que Él es la Palabra hecha carne. En el credo profesamos también, “Creemos en la resurrección de la carne y en la vida del mundo futuro” (en que estaremos con el Señor !en carne!). Los evangelios nos dicen que María la Madre de Jesús fue la primera que creyó en este asombroso misterio. Ella creyó, no sólo en el Dios trascendente de Israel, sino en la inmanencia de Dios en la carne de su hijo.

En esta Cuaresma deseo sugerirles dos cosas.

1.En primer lugar, durante este tiempo de Cuaresma céntrense en la presencia del Señor. En Cuaresma renovamos nuestro compromiso bautismal de renunciar a todos los “ídolos” y de darnos completamente al seguimiento de Cristo. Como dice el Nuevo Testamento,

este “seguimiento” no es la mera aceptación de un libro o un capítulo de reglas; sino más bien, nos unimos a la comunidad de los que profesan su fe en el Dios vivo. En la riqueza de las lecturas de Cuaresma Él nos habla. Juan y Pablo nos dicen que la palabra de Dios estaba presente incluso desde el principio de la creación (Jn 1, 1-3; Col 1, 15-16). Por lo tanto les animo a contemplar su presencia. Véanle en las maravillas de la creación. Ámenle en la belleza de la naturaleza, en la majestad de las montañas, y en las estrellas de la noche. Véanle, ahora en la plenitud de los tiempos, en el Señor crucificado y resucitado. Déjenle que tome posesión de su corazón. Permítanle que durante esta Cuaresma les atraiga a la oración. Déjenle que les enseñe su sabiduría y les asegure su amor. La hora diaria de oración personal a la que nos piden nuestras Constituciones (C 47) es una maravillosa oportunidad para escuchar al Dios vivo y para discernir lo que nos está pidiendo en este tiempo de Cuaresma.

2.Al mismo tiempo, como María la Madre de Jesús, fíjense en la palabra hecha carne. Él vive todavía entre nosotros, especialmente en la persona de los pobres. La prueba de nuestra fe es verle en la carne. La primera carta de Juan propone una consigna a los Cristianos: “Quien no ama a su hermano o hermana a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20) —porque Dios vive en la carne. Verle en la carne es el secreto de la santidad Vicenciana. San Vicente nos exhorta a reconocerlo y servirle en los más abandonados con una caridad práctica y concreta. Nos urge a ser sencillos y humildes ante la persona pobre porque es el icono del Señor, el cuerpo de Cristo, la presencia encarnada de Jesús hoy.

En cierto modo, al menos me lo parece a mí, es más difícil creer en la encarnación de Dios que en su trascendencia. Es más fácil creer en un Dios que no vemos que en un Dios que vemos. Es más fácil concentrarse en un misterio lejano que enfrentarse cara a cara con la revelación de Dios en los seres humanos, especialmente cuando sufren y mueren ante nuestros ojos. Ciertamente es todo un desafío ver al Señor en la gentes crucificadas de Ruanda, Burundi, Argelia, Zaire, Albania, Serbia, Bulgaria, China — por mencionar sólo algunos de los países donde Él sufre hoy enormemente en sus miembros. En casi todos nuestros países, es un diario reto a reconocerlo en la gentes de la calle, en los refugiados, en la víctimas del SIDA, en los jóvenes desilusionados. “Pero dadle la vuelta a la medalla”, nos dice San Vicente, “y veréis a la luz de la fe que son ésos los que nos representan al Hijo de Dios, que quiso ser pobre...” (SV XI 725). Ese mismo fue el reto con el que se enfrentró María. Su contacto con Jesús tuvo numerosas alegrías y momentos privilegiados, como recordamos en Navidad. Pero ella fue también testigo de su rechazo, castigo y muerte — y continuó creyendo. Les urjo en esta Cuaresma a compartir su fe en el Señor encarnado animando a otros —especialmente a los jóvenes— a servirle a Él en sus miembros dolientes. ¡Permitan que nuestro carisma Vicenciano sea contagioso!

Hermanos, les deseo una Cuaresma en la que las aguas de la renovación bautismal refresquen su corazón y en la que la presencia del Señor sea su fortaleza.

Su hermano en San Vicente.

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General