El sacerdocio vicenciano, sacerdocio misionero. Ensayo escrito para el 400 aniversario de la ordenación de San Vicente

El sacerdocio vicenciano, sacerdocio misionero

- Ensayo escrito para el 400 aniversario de la ordenación de San Vicente -

Por Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

Jesús es el sacerdote del Nuevo Testamento. No hay otro sacerdocio que el suyo. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, nos dice Jesús, “nadie se acerca al Padre sino por mí”. Es él en quien el Verbo de Dios se hizo carne, revelándonos al Padre en su persona. Es él quien ofrece el sacrificio “una vez para siempre”, según la expresión del autor de la carta a los Hebreos. Es él quien apacienta a las ovejas. “Yo soy el pastor”. “Yo soy la vid”. “Yo soy la puerta”. Yo soy la luz”. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Todo el sacerdocio ministerial es una participación del de Jesús.

Dicho esto, he enunciado ya la cosa más fundamental del sacerdocio. Como un servicio al Reino, y a la Iglesia en cuanto signo del Reino, su hontanar y modelo es la vida, muerte y resurrección de Jesús.

Este artículo intenta situar la visión de San Vicente sobre el sacerdocio dentro de un marco teológico y sacar unas cuantas consecuencias del modelo de sacerdocio que él escogió.

Variedad de modelos

El sacerdocio, como todo misterio, es rico, y por eso se revela en una amplia variedad de aspectos. El Vaticano II analiza el sacerdocio bajo los tres tradicionales de enseñar, santificar y gobernar. Avery Dulles presenta cinco modelos de sacerdocio: el clerical, el de pastor, el de presidente, el de mensajero y el de servidor. A continuación, reconociendo que estos modelos se refieren a funciones del sacerdote y percibiendo lo limitado de abordar el sacerdocio desde la perspectiva funcional, diseña un modelo-síntesis, que él llama “representativo”, pues piensa que el sacerdote en cada una de sus funciones representa a Cristo como cabeza del cuerpo.

En una charla en 1995, Rembert Weakland también describe el papel del sacerdote bajo cinco categorías: la de maestro/predicador, la de presidente, la de médico, la del que capacita, la de líder. De manera semejante, Walter Burghardt, reflexionando sobre su rica experiencia con los sacerdotes, habla de los modelos jurisdicional, cultual, pastoral, profético y monástico.

Estos diferentes análisis ponen de relieve muy claramente una cosa: el sacerdocio implica una variedad de funciones, aunque ninguna de ellas lo describe adecuadamente. Al vivirlo hay diferentes acentuaciones y modelos. Cómo los sacerdotes dan cuerpo a estas funciones, concretamente variará de época a época, de cultura a cultura y frecuentemente de persona a persona.

Papeles sacerdotales en el Nuevo Testamento

Raymond Brown, en un breve, pero muy influyente libro Priest and Bishop, analiza cuatro papeles principales que convergen en el sacerdocio ministerial, describiéndolos en estos términos:

  1. Discípulo

Jesús llama a los doce para que vivan con él más íntimamente: “Vosotros sois mis amigos”. Esto estableció una pauta para que la Iglesia viera a los sacerdotes como especialmente obligados a un fiel discipulado. Si los cristianos están llamados a ser la luz del mundo, el sacerdote está llamado a ser la luz de la comunidad.

Es claro en el Nuevo Testamento que todos los cristianos están llamados a ser discípulos, pero es asimismo claro que Jesús da a algunos un particular papel de dirección demandando de ellos especiales exigencias.

  1. Apóstol

Pero el sacerdote no esta llamado solamente a estar con Jesús, sino que, además, en el nombre de éste es enviado a los demás.

El apóstol es una figura misionera, alguien que va de un sitio a otro. La nota distintiva de su ministerio es el servicio. Este servicio se presta en primer lugar a Jesús, siendo su embajador, y después a los demás. El Nuevo Testamento describe una serie de servicios que el apóstol comparte con los demás:

el de la predicación

el de la enseñanza

el del consejo

el de la oración

el de la consolación

el de la corrección

el de la visitación

el de hacerse amigo

el del sufrimiento

el de recolectar dinero

el de los trabajos ordinarios.

3.Presbítero-Obispo

El presbítero-obispo es una figura residencial. Es responsable de la vida cotidiana de una Iglesia local. Su tarea es organizar, estabilizar, gobernar bien la comunidad. El gobierno es una de sus principales responsabilidades. Ha de gobernar como un pastor que se interesa profundamente por su rebaño.

La mayoría de las estructuras del sacerdocio cristiano se desarrollan alrededor de esta imagen, aunque se complementan sistemáticamente con las figuras del discípulo y del siervo.

4.Preside en la Eucaristía

El Nuevo Testamento da testimonio de una rica variedad de interpretaciones de la Eucaristía y de un gradual desarrollo respecto a su práctica. Al final del siglo primero, como consta evidentemente en la Didajé, la Eucaristía era ya considerada como un sacrificio. Siendo esto así, el ministerio de presidirla era reconocido como un ejercicio del sacerdocio. El presbítero-obispo era tenido como el presidente nato y centro de unidad en la comunidad.

Para el tiempo de Ignacio de Antioquía (que murió alrededor del año 110), los cuatro papeles descritos por Brown se habían mezclado, surgiendo así el pleno concepto del sacerdocio ministerial cristiano. El sacerdocio se presenta en formas diversas en la medida en que se acentúe uno u otro de los papeles, pero los cuatro tienen en común el dar testimonio de Jesús: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”.

Una perspectiva teológica contemporánea

Quizá el más influyente análisis contemporáneo del sacerdocio ministerial se encuentra en los escritos de Karl Rahner. La visión de Rahner podría resumirse como sigue:

El papel primordial del sacerdote es proclamar la palabra que eficazmente forma y sostiene a la comunidad cristiana. El sacerdote participa en la misión de Cristo enviado por el Padre para proclamar el Reino de Dios. El sacerdote es, en consecuencia, un servidor del Reino y de la Iglesia en cuanto signo de ese Reino. Un momento cumbre en su ministerio es la liturgia, especialmente la Eucaristía, en la que el sacerdote proclama eficazmente “éste es mi cuerpo... ésta es mi sangre”, y el Señor mismo se hace realmente presente sacramentalmente para alimentar y fortalecer a su pueblo. Rahner resume: “Esta palabra eficaz ha sido entregada al sacerdote. Se le ha dado la palabra de Dios. Eso es lo que lo constituye sacerdote”.

Como líder en la comunidad cristiana, el sacerdote está llamado al testimonio profético, a vivir la palabra que predica, a “imitar lo que trata”, de modo que pueda proclamar el evangelio no sólo con su palabra sino también con su vida. En este sentido, el sacerdocio cristiano combina los papeles del profeta y del sacerdote del Antiguo Testamento.

El papel del sacerdote en la edificación de la comunidad conlleva una serie de funciones, tradicionalmente descritas como enseñar (“profeta”, dedicado a la palabra), gobernar (“rey”, “pastor del rebaño”, dedicado al liderazgo como pastor) y santificar (“sacerdote”, dedicado a los sacramentos y a otras formas de oración).

Es evidente que en el planteamiento de Rahner, la proclamación de la palabra de Dios, que forma a la comunidad, está en el corazón de la identidad sacerdotal. Las funciones tradicionales del sacerdote dimanan de esta identidad. Esto es clarísimo en el caso de la predicación y enseñanza (“profeta”). Pero el ministerio sacramental (“sacerdote”) es también un aspecto del papel del sacerdote como proclamador cuando aplica la palabra eficaz de Dios a los momentos cruciales de la vida de los creyentes. De igual manera, el liderazgo pastoral (“rey”) implica discernir lo que la palabra de Dios está diciendo en las circunstancias concretas de la vida de la comunidad para llevarlo a la práctica mediante decisiones.

El sacerdocio para San Vicente

San Vicente recibió profundamente la influencia del pensamiento y vocabulario de sus contemporáneos y maestros. Bérulle, al que tanto debió San Vicente y del que finalmente se distanció, centra en gran medida su espiritualidad en el sacerdocio. En las conferencias y cartas de San Vicente encontramos en gran número las mismas frases y énfasis que descubrimos en los escritos de Bérulle, Olier y Juan Eudes. Hablan ellos, sobre todo, de Cristo como el centro de todo y de la necesidad para el sacerdote de vaciarse de sí mismo y de “revestirse del Señor Jesucristo”. Animan a los sacerdotes a vivir “la religión para con el Padre”. Tienen una aguda conciencia del “eminente” papel del sacerdote y de la necesidad de que éste sea santo.

Vicente se unió a estos y a otros líderes de su tiempo en la reforma del clero, llegando a ser uno de sus principales impulsores. Como acontecía frecuentemente en él, su visión del sacerdocio, aunque influenciada por sus maestros, fue independiente de las de ellos, especialmente cuando tuvo en perspectiva el sacerdocio en la Congregación que el fundó.

Para Vicente en sus años maduros, Jesús sacerdote es ante todo el misionero del Padre, el Evangelizador de los Pobres. Sabía muy bien que había habido sacerdotes muy sabios como San Jerónimo, Alberto Magno, Tomás de Aquino; que había habido sacerdotes residenciales sobresalientes como Ambrosio, Basilio, Crisóstomo; que había habido sacerdotes monjes de gran influencia como Benito; y sacerdotes de curia reformadores como Belarmino; que había habido celosos sacerdotes de la calle como Felipe Neri; y que en su propio tiempo había maravillosos sacerdotes enseñantes, especialmente entre los Jesuitas. Todo esto entraba en los esquemas de su pensamiento, pero él escogió centrarse en otro modelo: el sacerdote como misionero.

Sin embargo, San Vicente escribió relativamente poco sobre el sacerdocio. Tampoco habló sobre él de una manera sistemática y teológica. Su perspectiva es ampliamente práctica, como era su manera de ser. Al mismo tiempo que en parte comparte la visión de los que más influyeron en él, particularmente Bérulle, su pensamiento gradualmente crece y se desarrolla de manera distinta de la de ellos. Podríamos resumir sus enseñanzas bajo cuatro enunciados:

  1. Fue muy crítico con el sacerdocio tal y como lo encontró en realidad en la Francia de principios del siglo XVII

Un gran número de los sacerdotes con los que Vicente se encontró eran ignorantes. Sus vidas eran desordenadas y corruptas. Muchos obispos se preocupaban de sus intereses y tenían poco cuidado de su rebaño. Como un sacerdote le dijo en 1642, “los más escandalosos son los más poderosos, y la carne y la sangre han suplantado, por decirlo así, al evangelio y al espíritu de Jesucristo”. Vicente creía que los sacerdotes y los obispos eran la causa principal de los males de la Iglesia. Cita a Juan Crisóstomo como diciendo que pocos sacerdotes se salvarán.

Por supuesto, Vicente era consciente de que él mismo no se había librado de la tentación de abrazar el sacerdocio como una cómoda carrera. Se ordenó a los 19 años, precisamente con ese objetivo en mente. Pero pasó por una notable conversión en la que una serie de acontecimientos purificó su visión del sacerdocio. No narraré aquí esos acontecimientos pues son bien sabidos por el lector, y otros lo han hecho con frecuencia y bien.

Vicente llegó a ver el sacerdocio como una altísima vocación de la que él se consideraba indigno. Escribía en 1656: “Ese estado es el más sublime que hay en la tierra, pues es el mismo que Nuestro Señor quiso aceptar y practicar. En cuanto a mí, si hubiera sabido lo que era, cuando tuve la temeridad de entrar en él, como lo supe más tarde, hubiera preferido quedarme a labrar la tierra antes que comprometerme en un estado tan tremendo... Ciertamente, los sacerdotes de este tiempo tienen muchos motivos para temer los juicios de Dios, pues aparte de sus propios pecados él les pedirá cuenta de los de los pueblos, por no haber procurado satisfacer por ellos a su justicia irritada, tal como era su obligación; y lo que es más tremendo todavía, Dios les imputará la causa de los castigos que les envía... Digamos más aún, que ha sido de la mala vida de los eclesiásticos de donde han venido todos los desórdenes que han desolado a esta santa Esposa del Salvador...”.

En su conferencia del 6 de diciembre de 1658, Vicente exclama: “No hay nada mayor que un sacerdote, a quien Dios le da todo poder sobre su cuerpo natural y su cuerpo místico, el poder de perdonar los pecados, etc. ¡Dios mío! ¡Qué poder! ¡Qué dignidad!”.

  1. El sacerdote, por el carácter sacramental, participa del sacerdocio de Jesús. Es su instrumento.

En una conferencia sobre la formación del clero, Vicente afirma que el carácter sacerdotal es una participación en el sacerdocio del Hijo de Dios. Es un carácter totalmente divino e incomparable.

Al repetir a menudo este punto, San Vicente se sitúa en la corriente principal de toda la tradición cristiana. Jesús es el sacerdote. Todos los demás sacerdotes son participantes del sacerdocio de Jesús. Son sus instrumentos. Este principio teológico le infundía a San Vicente un religioso temor ante la dignidad del sacerdocio. Ello le llevaba a decir más de cien veces (él mismo así lo afirma) que si no fuera ya sacerdote, no lo sería jamás.

En un lenguaje que recuerda al de Bérulle y al de Olier, Vicente escribe a un sacerdote de la Misión:

¡Qué feliz es usted, padre, por servir de instrumento en manos de Nuestro Señor para formar buenos sacerdotes, y un instrumento tal como usted, que los ilumina y los entusiasma al mismo tiempo! Con eso desempeña usted el oficio del Espíritu Santo, que es el único al que pertenece iluminar y encender los corazones; o mejor dicho, es ese Espíritu santo y santificador el que actúa por medio de usted, ya que mora y obra en usted mismo, no sólo para hacerle vivir de su vida divina, sino también para restablecer su misma vida y operaciones en esos señores, llamados al ministerio más alto que existe en la tierra, por el que tienen que ejercer las dos grandes virtudes de Jesucristo, a saber la religión para con el Padre y la caridad para con los hombres.

Desde luego, como la vida y misión del sacerdote están tan intrínsecamente ligadas a las de Jesús, consiguientemente “el revestirse del Señor Jesucristo” significa en concreto adquirir las virtudes de Jesús, particularmente las cinco virtudes misioneras que Vicente inculca a los miembros de su Congregación. Significa también permanecer ante el Padre fielmente en oración y escuchar su palabra. Vicente dice a Guillermo Desdames el 30 de enero de 1960, que encontrará en Cristo todas las virtudes “y si le deja hacer, él las ejercerá en usted y por usted”.

  1. Su modelo dominante del sacerdocio es el modelo misionero

Independizándose totalmente de las enseñanzas de Bérulle, su antiguo maestro, Vicente hace una elección definitiva de su modelo de sacerdocio: el sacerdote es para él predominantemente un misionero: “Dios envía a los sacerdotes como envió a su Hijo para la salvación de las almas”. Está claro que Vicente centra en el modelo de “apóstol” o misionero lo que Raymond Brown describe como prominente en el Nuevo Testamento:

Padres, el que dice misionero dice apóstol; por tanto, es preciso que actuemos como los apóstoles, ya que hemos sido enviados, como ellos, a instruir a los pueblos; es preciso que vayamos con toda bondad y sencillez, si queremos ser misioneros e imitar a los apóstoles y a Jesucristo .

Luigi Mezzadri expresa la cuestión muy sucintamente: “Entre el concepto del Pseudo-Dionisio sobre el sacerdote como `el hombre del culto' y el de San Agustín como `el hombre para la misión' Vicente instintivamente elige el segundo”.

Vicente vuelve sobre el tema una y otra vez:

Así es como hablan y como actúan las almas verdaderamente apostólicas que, habiéndose consagrado plenamente a Dios, desean que Nuestro Señor, su Hijo, sea conocido y servido igualmente por todas las naciones de la tierra por las que vino él mismo a este mundo, y están resueltos a trabajar y a morir por ellas, como él lo hizo. Hasta ahí es hasta donde tiene que extenderse el celo de los misioneros, pues aunque no puedan ir a todas partes ni hacer todo el bien que desearían, sin embargo hacen bien en desearlo y en ofrecerse a Dios para servirle de instrumento en la conversión de las almas...

4.El sacerdote misionero es para los pobres

Toda la vida del sacerdote misionero debe estar dedicada a los pobres. San Vicente lo expresa muy elocuentemente:

Que los sacerdotes se dediquen al cuidado de los pobres, ¿no fue ése el oficio de Nuestro Señor y de muchos grandes santos, que no sólo recomendaron el cuidado de los pobres, sino que los consolaron, animaron y cuidaron ellos mismos? ¿No son los pobres los miembros afligidos de Nuestro Señor? ¿No son hermanos nuestros? Y si los sacerdotes los abandonan, ¿quién queréis que los asista? De modo que, si hay algunos entre nosotros que crean que están en la misión para evangelizar a los pobres y no para cuidarlos, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirlos y hacer que los asistan de todas las maneras.

Vicente recomienda una caridad pastoral práctica, concreta, y el deseo de buscar a los más pobres entre los pobres dondequiera que estén:

Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres, ¡oh, qué grande es esto!.

E insiste:

Se le hubiera podido preguntar al Hijo de Dios: `¿Para qué has venido?' Para evangelizar a los pobres. Eso es lo que el Padre te ordenó... Puede decirse que venir a evangelizar a los pobres no se entiende solamente enseñar los misterios necesarios para la salvación, sino hacer todas las cosas predichas y figuradas por los profetas, hacer efectivo el evangelio.

Algunas consecuencias

Permítaseme presentar, en esta ocasión del 400 aniversario de la ordenación de San Vicente, unas pocas consecuencias de la elección que él hizo del modelo misionero para el sacerdocio.

1. Durante este período posterior al Vaticano II, muchos observadores han notado el fenómeno que, en ocasiones, es llamado “asimilación o absorción parroquial”. Especialmente en los países donde hay una gran escasez de sacerdotes diocesanos, muchos obispos han pedido a los religiosos y miembros de Sociedades de Vida Apostólica que se hagan cargo de parroquias. Desde el punto de vista de los obispos, estas peticiones son plenamente comprensibles, ya que en sus diócesis necesitan sacerdotes residenciales para atender al pueblo; su modelo predominante de sacerdocio es necesariamente el residente (el tercero presentado anteriormente en el esquema de Raymond Brown). Pero desde el punto de vista de una congregación misionera, la absorción parroquial puede conllevar la inmovilidad y la domesticación de un carisma que requiere que el sacerdote vaya a cualquier parte del mundo donde las necesidades de los pobres lo están llamando. En otra parte he escrito extensamente sobre la actitud de San Vicente respecto a las parroquias. Permítaseme aquí decir simplemente que la Congregación, y todas sus provincias, deben hacer todo esfuerzo posible para conservar plenamente su movilidad, aún ante las peticiones de los obispos de hacerse cargo de parroquias.

2. Cuando San Vicente ponía de relieve la grandeza asombrosa del estado sacerdotal, en cuanto que es una participación del ministerio de Cristo, miraba esa realidad como terreno para la humildad, ya que el sacerdote será siempre indigno de participar en el “oficio del Hijo de Dios”. No cometió el error de confundir la ordenación para este “asombroso” estado con la promoción a una prestigiosa posición social. Los sacerdotes son en último término servidores. Nuestro estilo de vida como misioneros debe manifestar esto. Aunque es, sin duda, importante que celebremos gozosamente las ordenaciones, hay una tendencia en algunos países, como con frecuencia lo atestiguan lo rectores de seminarios, al triunfalismo y a celebraciones suntuosas. Me siento feliz de que ordinariamente no es este el caso en la Congregación, aunque desgraciadamente sí que lo es algunas veces. Las ordenaciones deben significar claramente y celebrar la llamada a la misión y al ministerio itinerante, no la elevación a una posición social (fuera de la de ser un servidor).

3. Mientras los sacerdotes diocesanos y obispos se centran en la Iglesia local, los misioneros deben desarrollar y alimentar constantemente un sentido universal del Reino y de la Iglesia. San Vicente fue admirable a este respecto. En una época en que la mayoría de la gente vivía y moría dentro de unos diez kilómetros alrededor de su lugar de nacimiento, él envió misioneros a Polonia, Italia, Argelia, Madagascar, Irlanda, Escocia, a las Hébridas y a las Orkneys. Hoy, cuando la Familia Vicenciana se ha extendido por más de 135 países, es con mayor razón fundamental que los misioneros tengan una visión del mundo global.

4. Los misioneros tienen una específica forma de relacionarse con los obispos del lugar. La vida de San Vicente ilustra esto admirablemente. Fue obediente sin perder su independencia. Repetidamente hace hincapié en que cuando demos misiones en una diócesis ha de ser llamados por el ordinario local y bajo su obediencia. Pero al mismo tiempo resistió todo intento de algunos obispos de someter a la Congregación. De hecho trabajó durante años para conseguir la exención de su autoridad con el fin de que conserváramos nuestra naturaleza itinerante y misionera. (Hizo iguales esfuerzos con éxito semejante respecto a las Hijas de la Caridad). Larga es la tradición de tensiones en la Iglesia entre los grupos exentos y los ordinarios del lugar. Es muy importante que los superiores religiosos sepan tratar estas tensiones con equilibrio. Por una parte, el obispo tiene la autoridad cuando estamos ocupados en una misión apostólica en sus diócesis. Pero por otra, de la autoridad de nuestros propios superiores dependen la elección de a qué diócesis hay que ir, la duración y condiciones de nuestra estancia, y el momento de nuestra retirada. El diálogo es, sin duda, importantísimo en estos asuntos, pero nuestros propios superiores han de ser firmes en promover y proteger el carisma de la Congregación.

5. Después de un comienzo un tanto dudoso como sacerdote, Vicente llegó a ser un gran reformador, que habló frecuentemente a los sacerdotes y sobre los sacerdotes. En sus conferencias a los miembros de la Congregación, Vicente, al enviar a los misioneros, repetidamente exhorta sobre un tema: que sean santos. Si participamos de la vocación misionera de Jesús, consiguientemente debemos “esforzarnos, en cuanto nos sea posible, en imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos”.

6. Séame permitido presentar, como conclusión de este artículo, diez notas características del sacerdote misionero hoy. Seguramente hay otras muchas.

a. Es un evangelizador itinerante, ardiendo en el deseo de difundir la Buena Nueva.

b. Tiene una perspectiva internacional, una visión global del mundo.

c. Está en una vital interacción respecto a la cultura del país donde sirve.

d. Aprende la lengua de su gente.

e. Está profundamente enraizado en la Escritura.

f. Es creativo al encarar las necesidades de los pobres.

g. Está bien informado sobre la doctrina social de la Iglesia.

h. Está comprometido en la formación permanente.

i. Es un hombre de Dios, profundamente enraizado en Cristo.

j. Vive las cinco virtudes misioneras: sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación, y celo.

Ser misionero −esa es la vocación de los sacerdotes vicencianos− es respirar profundamente el espíritu misionero que San Vicente infundió a la Congregación, dejar que ese espíritu llene nuestras mentes y corazones, y después partir. “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15).

(Traducción: RAFAEL SÁINZ, C.M.)

Jn 14, 6.

Hb 9,12 y 26; 10, 12 y 14.

Jn 10,11.

Jn 15,6.

Jn 10,9.

Jn 8,12.

Jn 6,51.

Como resulta evidente por la ocasión escogida (el 400 aniversario de la ordenación sacerdotal de San Vicente), este artículo se centra en el sacerdocio ministerial. Podríase escribir también largamente sobre el sacerdocio de todos los bautizados -especialmente a la luz de la doctrina del Vaticano II y posterior-; quede, sin embargo, este tema para otra oportunidad.

Presbyterorum Ordinis 1, 4-6; cf. Lumen Gentium 28.

Avery Dulles, “Models for Ministerial Priesthood”, America 20 (#18, October 11, 1990) 284-289.

Como lo dice el Vaticano II, el sacerdote actúa “in persona Christi capitis” (Presbyterorum Ordinis, 2).

Rembert Weakland, “A Renewed Priesthood in a Renewed Church”, America 25 (# 19, Ocober 26, 1995) 327- 334.

Walter Burghardt, “On Turning Eighty: Autobiografy in Search of Meanig”, Woodstock Report (# 41, March 1995) 2-11.

Raymond Brown, Priest and Bishop (New York, Paulist, 1970).

Jn 15,14.

1Co 11,1.

Entre otros muchos trabajos, el lector puede consultar: Raymond Brown, Priest and Bishop: Biblical Reflections (New York, Paulist Press, 1970); Bernard Cooke, Ministry to Word and Sacraments: History and Theology (Philadelphia, Fortress Press, 1976); Donald B. Cozzens, The Changing Face of the Prieshood (Collegeville, MN, The Liturgical Press, 2000; Jean Galot, Theology of the Priesthood (San Francisco, Ignatius Press, 1984); Nathan Mitchell, Mission and Ministry: History and Theology in the Sacrament of Order (Wilmington, Del, Michael Glazier, 1982); Henry J. M. Nouwen, Creative Ministry (Garden City, NY, Doubleday, 1971); Henry J. M. Nouwen, The Wounded Healer (Garden City, NY, Doubleday, 1972; John W O'Malley, S. J., “One Priesthood: Two Traditions”, en A Concert of Charisms, Editado por Paul K. Hennessy (New York, Paulist Press, 1977) 9-24; Thomas O'Meara, Theology of Ministry (New York, Paulist Press, 1983); Kenneth B. Osborne, Priesthood: A History of the Ordained Ministry in the Roman Catholic Church (New York, Paulist Pres, 1988); William D. Perri, A Radical Challenger for Priesthood Today: From Trial to Transformation (Mystic, CT: Twenty-Third Publications, 1996); David N. Power, O. M. I., Ministers of Christ and His Church: A Theology of the Priesthood London, Geoffrey Chapman, 1969); “Theologies of Religious Life and Priesthood”, en A Concert of Charisms, Editado por Paul K. Hennessy (New York, Paulist Press, 1997) 61-103; Karl Rahner, Servants of the Lord (New York, Herder and Herder, 1968); Karl Hermann Schelkle, Discipleship and Priesthood; Edward Schillebeeckx, The Church with a Human Face: A New and Expanded Theology of Ministry, Trad. John Bowden (New York, Crossroad, 1985).

Cf. Karl Rahner, Servants of the Lord (New York, Herder and Herder, 1968) “Understanding the Priestly Office”, en Theological Investigations XXII (New York, Crossword, 1991) 208-213.

Karl Rahner, “Priest and Poet”, en Theological Investigations, III traducido por Karl H. Kruger and Boniface Kruger (New York, Helicon, 1967) 303.

El lector podría consultar: D'Agnel, Saint Vincent de Paul, guide du prêtre, 1928; J. Dalarue, L'Idéal missionnaire du prêtre d'après saint Vincent de Paul, 1946; L. Mezzadri, “La espiritualidad sacerdotal,” Anales (1983) 627; L. Mezzadri, “Jésus-Christ, figure du prêtre missionnaire dans l'oeuvre de Monsieur Vincent”, Vincentiana (1986) 323; E. Motte, San Vicente de Paúl y el sacerdocio, 1915; L. Nuovo, “Sacerdocio”, Diccionario de Espiritualidad Vicenciana (Salamanca, CEME, 1995) 550-552; J. B. Rouanet, San Vicente de Paúl, sacerdote instrumento de Jesucristo, 1960; C. Sens, “Comme prêtre missionnaire”, Au temps de St. Vincent de Paul... et aujourd'hui..., 1981; R. Facélina, “Vocation and Mission of the Priest According to St. Vincent de Paul” en Vincentiana (2000) 218-227.

René Deville, “L'École française de spiritualité (París, Desclee, 1987) 112. Cf. Michel Dupuy, Bérulle et le sacerdoce. Étude historique et doctrinale. Textes inédits París, Lethielleux, 1969).

Rm 13,14.

Cf. J. J. Olier, Introduction à la vie et aux virtus Chrétiens, (Edition Amiot, 1954) 7-9. El término es difícil de traducir. Significa fundamentalmente establecer una relación de alianza con Dios en un contexto eclesial.

Bérulle, con notable exageración, describe la pérdida de la santidad entre los sacerdotes de esta manera: “Los primeros sacerdotes eran realmente santos y doctores de la Iglesia. Dios conservaba dentro de este mismo orden la autoridad, la santidad y la doctrina, uniendo estas tres perfecciones en el orden sacerdotal... Sin embargo, el tiempo, que corrompe todas las cosas, acarreó la relajación en la mayoría del clero. Estas tres cualidades: la autoridad, la santidad y la doctrina, que el Espíritu había unido, fueron separadas por el espíritu humano y el del mundo. La autoridad ha permanecido en los prelados, la santidad en los religiosos, y la doctrina en las escuelas”. Cf. “A letter on the Priesthood”, citada en Bérulle and the French School, Selected Writings, editado con una introducción por William M. Thompson (New York, Paulist Press, 1989) 184.

Cf. SV XII, 262 / XI, 553: “ Todas (las Congregaciones) tienden a amarle, pero cada una lo ama de manera distinta: los cartujos por la soledad, los capuchinos por la pobreza, otros por el canto de sus alabanzas; y nosotros, hermanos míos, si tenemos amor, hemos de demostrarlo llevando al pueblo a que ame a Dios y al prójimo...”

SV II, 282 / II, 237.

SV XI, 308-309 / XI, 204-205.

SV VII, 463 / VII, 396.

Como Dodin, Román, Mezzadri y otros muchos lo han señalado, no se puede comprender plenamente la visión de Vicente sobre el sacerdocio (y otras muchas cosas en su vida) sin conocer la serie de acontecimientos que lo llevaron a su conversión. Cf. André Dodin, Saint Vincent de Paul et la charité (París, Editions du Seuil, 1960) 11-25; Luigi Mezzadri, “Jesus-Christ, figure du Prêtre-Missionnaire, dans l'oevre de Monsieur Vincent”, en Vincentiana nº 3-4 (Mayo-Agosto) 1986, 326-330; José María Román, “The Priestly Journey of St. Vincent de Paul. The Beginnings: 1600-1612", en Vincentiana nº 3 (Mayo-Junio) 2000, 207-217.

SV V, 568 / V, 540-541.

SV XII, 85 / XI, 391.

SV XI, 7, 344 / XI, 702, 236.

SV XI, 7 / XI, 702.

SV XII, 80 / XI, 387.

SV VII, 463 / VII, 396; XI, 93 / XI, 787.

SV VII, 463 / VII, 396.

En francés la religion vers le Père et la charité vers les hommes. Esta terminología es muy característica de la “École Française”. Cf. Olier, Pietas, n. 4 (Editions Amiot, 1954) 165, donde se usan casi exactamente las mismas palabras.

SV VI 393 / VI, 370.

SV VIII, 231 / VIII, 218.

SV XI, 67 / XI, 754.

SV VIII, 33 / VIII, 33.

SV XI, 267 / XI, 172.

Luigi Mezzadri , o.c., 348; cf. también, “La conversione di S. Vincenzo de' Paoli. Realtà storica e proiezione attuale”, en Annali della Missione 84 (1977) 176-182.

SV VII, 333 / VII, 285-286.

SV XII, 87 / XI, 393; cf. XI, 202 y 391 / XI, 121 y 215; XII, 84 / XI, 390.

SV XII, 80 / XI, 387.

SV XII, 84 / XI, 391.

Cf. Robert P. Maloney, “On Beimg A Missionary Today”, en He Hears the Cry of the Poor (Hyde Park, NY: New City Press, 1995) 118-125.

Cf. Robert P. Maloney, “On Vicentian Involvment in Parishes”, en Vincentiana nº 2 (Marzo-Abril) 1997, 105- 116.

SV XII, 80 / XI, 387.

Cf. Canon 591.

En el siglo V, Juan Casiano escribió: “Un monje debe huir por todos los medios de las mujeres y de los obispos”, añadiendo que ésta era una “antigua máxima de los Padres”. Su preocupación, por supuesto, era que los obispos interferirían en la vida de los monjes o tratarían de utilizarlos para sus propios fines. Cf. De Institutis coenobiorum et de octo principalium vitiorum remediis 11.18 (ed. J-C. Guy, SC 109. 444; trad. E. C. S. Gibson, NPNF, 2nd series, 11. 279.

Reglas Comunes I, 1.