Reflexiones sobre el Sínodo de los Obispos. Octubre de 2001

Reflexiones sobre el Sínodo de los Obispos

Octubre de 2001

por Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

Fue esta la segunda vez que yo participaba en un sínodo. Mis impresiones son muy parecidas a las que expuse en Vincentiana* después del Sínodo sobre la Vida Consagrada en 1994.

Como las asambleas Generales, los sínodos son una experiencia larga y, a veces, pesada. Durante un mes, hubo sesiones por la mañana y por la tarde todos los días excepto los domingos. A casi todos los participantes la metodología les resultó más bien agobiante. Muchos la criticaron y pidieron que se cambiara para futuros sínodos. De hecho, oímos 250 discursos seguidos, cada uno de cinco a ocho minutos. El tema general fue “El Obispo, Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo”, pero dentro de este marco un participante podía hablar de cualquier sujeto que le interesara. No hubo un orden preciso para los discursos, de manera que un primer obispo podía hablar sobre el servicio a los pobres, un segundo sobre la importancia de la oración en la vida del obispo, un tercero acerca de la curia diocesana, un cuarto sobre la necesidad de ayuda financiera en las diócesis pobres, y así seguidamente. Puede el lector imaginar lo difícil que es mantener la atención sobre 250 discursos acerca de tópicos tan dispersos. Después de esto el sínodo se dividió en grupos lingüísticos, cada uno de unos 20 miembros. Los grupos elaboraron propuestas, que eran sometidas a enmiendas y votadas en la asamblea plenaria. Fueron después presentadas al Santo Padre en forma de consejo. Al cabo de un año o dos, una comisión preparará un documento que será finalmente examinado y aprobado por el Papa. Será entonces publicado. Ha habido extraordinarios documentos sinodales, como la Evangelii Nuntiandi y Christifideles Laici.

Para mí personalmente, hubo algunas notables diferencias entre el Sínodo de 2001 y el de 1994. El tema del de 2001, el ministerio de los obispos, era mucho menos interesante para mí que el del primero en que participé, que trató de la vida consagrada. De otra parte, al sínodo de 1994 asistí como miembro de pleno derecho, mientras que a este último asistí en calidad de auditor. Esta diferencia, sin embargo, no afectó, de hecho, mucho a mi participación, excepto en que no voté la propuestas finales. Esta vez, para el trabajo de grupos, formé parte de un grupo de lengua italiana, ya que demasiados participantes habían pedido que los colocaran en grupos de habla inglesa. Descubrí que esto dificultaba mi capacidad de contribuir a la formulación precisa de las propuestas, aunque debo confesar que los miembros del grupo ayudaron plenamente siempre cuando uno (había otros en idéntica situación a la mía) luchaba por encontrar la palabra exacta o la correcta construcción gramatical en italiano.

A pesar de las dificultades que yo y otros muchos encontramos, hubo muchos aspectos positivos en la participación en el sínodo. Los menciono a continuación:

1. Los obispos y demás participantes procedían de todos los países del mundo. Me encontré con muchas personas extraordinarias y tuve la oportunidad de hablar con ellas cada día en la sala del sínodo y durante los recesos para el café. Hubo 50 cardenales, unos 200 obispos, alrededor de 15 superiores generales, cinco observadores de otras Iglesias Cristianas, y unos diez observadores laicos, hombres y mujeres (la muy limitada participación de las mujeres fue uno de los puntos débiles del sínodo).

2. El Santo Padre tomó parte en todas la sesiones plenarias, que fueron numerosas, lo que significó, en concreto, que estuvo presente en esas sesiones desde las 9 a las 12:30 por la mañana y de las 5 a las 7 por la tarde, casi todos los días durante las dos primeras semanas y en algunas otras ocasiones después.

3. Muchos obispos hablaron con toda libertad, algunos en nombre propio, otros en nombre de sus conferencias episcopales. Se puso mucho énfasis en la eclesiología y espiritualidad de comunión. Se expresó mucha esperanza en la vida de la Iglesia. Algunos obispos criticaron la metodología de los sínodos y abogaron por una mayor colegialidad. Algunos expresaron frustración respecto al funcionamiento de algunos dicasterios de la Curia Romana. Algunos cuestionaron el peso dado a la voz de los nuncios en el nombramiento de los obispos.

4. Hubo algunas intervenciones sorprendentes. Me sentí conmovido cuando un obispo de Sudán relató cómo más de tres millones de personas habían muerto violentamente en la guerra civil del país, aunque pocos en el mundo apenas se enteraron de ello. Me impresionó también un obispo de Camboya describiéndonos cómo todo su país había sido convertido en un inmenso campo de concentración bajo la tiranía del más radical gobierno comunista de la historia. En este trágico y fatal experimento murieron millones al ser desplazados todos de sus aldeas nativas a comunas de trabajo. Los libros contrarios fueron quemados y los intelectuales exterminados. Una brutal ideología revolucionaria pasó a ser la única línea de pensamiento. Me conmovió también lo que los obispos de África dijeron de los estragos del SIDA y de la malaria en sus países.

5. Durante el sínodo, todos los participantes fuimos invitados a comer, almuerzo o cena, con el Santo Padre. Como el lector puede suponer, fue esa una ocasión emotiva e impresionante. Fui yo una tarde para la cena, junto con otras ocho personas. Durante la cena era claro cuánto la salud del Papa había decaído. Aunque se mantiene plenamente despierto mentalmente, es evidente que físicamente se le ve en ciertos momentos muy débil. Admiré su coraje para continuar invitando a grupos de personas dos veces al día a comer con él.

6. Durante el sínodo los miembros del mismo elaboraron y votaron un “mensaje”, que es distinto del documento post-sinodal que se publicará un año o dos después. Me gusta muchísimo el mensaje. Rezuma esperanza y en ocasiones es muy elocuente. La sección sobre la juventud me resultó particularmente impresionante.

7. Durante la última semana del sínodo participé, aunque limitadamente, en el Primer Encuentro Internacional de la Asociación de la Medalla Milagrosa. Todos sus miembros pudieron asistir a la Misa de clausura del Sínodo, para la que felizmente pudimos conseguir billetes de entrada muy buenos, sentándose fundamentalmente, en la primera fila, justo detrás de los obispos concelebrantes. Quedaron encantados de estar allí.

8. Después de la Misa de clausura, el Santo Padre invitó a todos los participantes en el Sínodo a un banquete en Santa Marta donde las Hijas de la Caridad prestan sus servicios. No se señaló un orden preciso para sentarse en la mesa. A mi derecha estaba el Superior General de los Marianistas y a mi izquierda el Arzobispo de Chicago. También estaban en la misma mesa un obispo de Nueva Zelanda, el arzobispo de Utrech en Holanda, y una señora laica de Sudáfrica. Al final del banquete, el Santo Padre fue dando la mano a cada persona diciéndole adiós. Para entonces se le veía agotado, como también lo estábamos muchos de nosotros.

(Traducción: RAFAEL SÁINZ, C.M.)

* Vincentiana, Año XXXVIII (1994) 361-367 (sólo en inglés).