Adviento 2001

Adviento 2001

A los miembros de la Congregación de la Misión de todo el mundo

Mis queridos hermanos:

¡La gracia de nuestro Señor esté siempre con ustedes!

Había pensado hacer de la paz el tema de la carta de Adviento de este año aún antes de los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre. Ahora, tras el secuestro de cuatro aviones, el brutal asesinato de más de 6.000 personas inocentes, el derrumbamiento de las Torres Gemelas, la destrucción de una amplia parte del Pentágono y la caída de un último avión cerca de Pittsburgh, cuando sus pasajeros luchaban con los terroristas, -acontecimientos vistos por televisión por gente de todo el mundo- el tema de la paz se impone por sí mismo. En cierta manera, mientras escribo, temo que, este año, las reflexiones sobre la paz puedan sonar huecas, que la canción de los ángeles pueda parecer sólo un sueño, casi un idílico cuento de hadas. Muchas emociones opuestas llenan nuestros corazones. Ante una violencia tan terrible, instintivamente nos sentimos obligados a proteger al inocente, incluso por la fuerza, y a garantizar que, en el futuro, las vidas humanas no sean destruidas sin ningún sentido. Un innato anhelo humano de justicia nos urge a encontrar y a castigar a quienes conspiraron para destruir la vida humana tan cruelmente y a quienes ayudaron a otros a obrar así. En presencia de lo que tantos describen como “impensable” e “incomprensible”, anhelamos un renovado sentido de seguridad.

¿Cuál es la adecuada respuesta político-militar a los ataques terroristas? Como profesor (¡en mis años pasados!), solía impartir un curso sobre la paz y la guerra describiendo la profunda y variada tradición cristiana que ha crecido durante 2000 años con relación a este tema. Las voces de la tradición son muchas. Incluye portavoces elocuentes y no violentos como Justino mártir, Cipriano de Cartago, Martín de Tours (anteriormente soldado), y en los tiempos actuales, el Papa Pablo VI, Thomas Merton, Martin Luther King y Dorothy Day. La tradición también incluye defensores expresos de la guerra justa, entre los que figuran algunos de los más eminentes teólogos de la historia, como Agustín y el Aquinate. La cuestión que, en estos días, no deja de asaltar mi mente, y que también he preguntado a otros, es ésta: “¿Qué harías si fueras quien tuviera que decidir qué respuesta eficaz dar al terrorismo en estos momentos?”. Confieso no saber la respuesta a esa pregunta, pero pido al Señor que dé sabiduría a los líderes del mundo y a nosotros para que podamos elegir caminos que respeten la vida humana inocente, aún cuando muchas vidas inocentes hayan sido brutalmente destruidas el 11 de septiembre.

En el evangelio de Lucas, cuando anuncian la venida del Señor, la oración de los ángeles es la paz (2, 14). La paz aparece casi a la cabeza de la lista de las bendiciones del Nuevo Testamento: “Gracia y paz a vosotros de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jescucristo” (Rom 1, 7; 1 Cor 1, 3; 2 Cor 1, 2; Gal 1, 3; Flp 1, 2; Col 1, 2; 1 Tes 1, 1; 2 Tes 1, 2; 1 Tim 1, 2; 2 Tim 1, 2; Tit 1, 4; Fil 1, 3). Uno de los textos bíblicos más significativos sobre este tema señala a Jesús mismo como nuestra paz: “Ahora, en cambio, por Cristo Jesús y gracias a su muerte, los que antes estábais lejos, os habéis acercado. Porque Cristo es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos uno solo, destruyendo el muro de enemistad que los separaba” (Ef 2, 13-14). Jesús viene a crear comunión, a reconciliar a los contrarios. Pablo escribe repetidamente sobre el papel que Jesús tiene de derribar el muro. Dice a los Gálatas (3, 28): “Ya no hay distinción entre judío o griego, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. En términos parecidos, repite el tema a los Romanos (10, 12), a los Corintios (1 Cor 12, 13) y a los Colosenses (3, 11).

La paz, nos asegura Jesús, es su don para nosotros (Jn 14, 27). La paz es el constante saludo del Señor Resucitado (Mt 28, 9; Lc 24, 36; Jn 20, 19. 21). La paz es uno de los primeros frutos de la venida del Espíritu (Gal 5, 22). La primitiva comunidad cristiana se regocijó con este don, pero también estaba convencida de que el don comportaba una responsabilidad, que debemos también ser constructores de la paz (Mt 5, 9; cf. 5, 43 ss; Lc 6, 27 ss).

¿Qué nos enseña nuestra tradición vicenciana sobre la paz y la construcción de la paz? En la vida y las obras de San Vicente son evidentes tres niveles:

1.Personal. San Vicente recomienda la mansedumbre a sus seguidores como una virtud misionera fundamental. Dice al combativo François du Coudray (SV I, 66 / ES I, 130) que la conversión de los otros es posible sólo mediante la mansedumbre, la humildad y la paciencia. Asegura a otro sacerdote de la Misión (SV IV, 52 / ES IV, 54) que sólo podemos ganarnos a los pobres mediante la mansedumbre y la bondad personal. Insiste en que la paz personal es esencial para juzgar bien. “Creo”, escribe casi al final de su vida, “que sólo a las almas que tienen mansedumbre se les concede poder discernir las cosas” (SV XII, 190 / ES XI, 478). La vida de Vicente se correspondió con sus palabras. Abelly nos dice que muchos lo consideraron el hombre más manso de su tiempo.

2.Relacional. San Vicente animó a los miembros de la Congregación de la Misión a trabajar en curar las relaciones rotas. Uno de los objetivos de “la misión” era la reconciliación (RC XI, 8). De hecho, los misioneros a menudo contaban a San Vicente sus éxitos en apaciguar las rencillas. Es claro, a partir de sus cartas, que el mismo San Vicente, durante su vida, intentó mediar en muchas disputas entre los miembros de la Congregación, las Hijas de la Caridad y otras personas a quienes él aconsejaba.

3.Social. En las guerras que afligieron a Francia a mediados del siglo XVII, Vicente trabajó activamente como pacificador. Fue testigo de primera mano de los saqueos de violencia y vio el dolor que la guerra traía especialmente a los pobres. Alrededor de 1640, durante la lucha civil en Lorena, se presentó ante el Cardenal Richelieu, se arrodilló ante él y le suplicó la paz. Richelieu se negó respondiendo que la paz no dependía sólo de él. En 1649, durante la guerra civil, abandonó silenciosamente París, cruzó las líneas de batalla y vadeó un río desbordado (casi a los 70 años de edad) para ver a la Reina y pedir que depusiera a Mazarino, al que consideraba responsable de la guerra. También habló directamente a Mazarino. Pero de nuevo sus súplicas fueron desatendidas. Mazarino, por el contrario, escribió en su diario secreto que Vicente era su “enemigo”.

Esta tradición vicenciana nos plantea tres cuestiones para el tiempo de Adviento:

  • Nosotros mismos, ¿somos pacíficos?

  • ¿Intentamos curar las relaciones rotas?

  • ¿Trabajamos, de manera práctica, por la paz mundial? ¿Cómo?

Al comenzar este Adviento, bajo la sombra de la violencia, pienso en las palabras de un filósofo judío: “Cada momento puede ser una pequeña puerta por la que el Mesías puede entrar”. El Señor viene no sólo como Sol Naciente. A menudo llega por la noche, como un amante. En este momento de oscuridad en el que hay “guerras y rumores de guerra” (Mt 24, 6), les animo a estar en paz y a buscar la paz.

Toda paz verdadera se construye sobre el fundamento de la justicia. Cuando Isaías intuyó al Mesías, escribió: “Será la justicia el ceñidor de sus lomos; la fidelidad, el cinturón de sus caderas. Habitará el lobo junto al cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el ternero y el leoncillo pacerán juntos: un muchacho pequeño cuidará de ellos”. ¿Es esto tan sólo un sueño idílico? El Maestro Eckhart, un místico del siglo XIII, dijo que Dios está dando a luz al mundo, pero que todo nacimiento es doloroso. Este Adviento, sin duda, nos damos cuenta de cuán dolorosa es la venida del Señor en su plenitud. Pero, con ustedes, a pesar de la oscuridad, creo en la venida del Señor y en su don de la paz.

Les pido que se unan a mí en un himno entusiasta del siglo XVIII que, en una interpretación musical del segundo capítulo de Lucas, proclama el mensaje de los ángeles y nuestra fe:

¡Escucha! Los ángeles mensajeros cantan:

“¡Gloria al Rey recién nacido;

paz en la tierra y dulce gracia,

Dios y los pecadores reconciliados!”

Canten de alegría todas las naciones,

únanse al triunfo de los cielos;

proclamen con el ejército de los ángeles:

“¡Cristo ha nacido en Belén!”

¡Escucha! Los ángeles mensajeros cantan:

“¡Gloria al Rey recién nacido!”.

Su hermano en San Vicente,

Robert P. Maloney, C.M.

Superior General

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