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Palabras de bienvenida a los participantes en la sesión vicenciana

"Nuestro apostolado en el mundo musulmán"

Por Georges Bou Jaoudé, C.M.

Visitador de la Provincia de Oriente

Beatitud, queridos Hermanos y Hermanas:

Me siento feliz de acogerles hoy a este encuentro en el que participan miembros de una misma familia, la Familia Vicenciana, venidos de más de 25 países, para reflexionar juntos sobre el sentido y el alcance de su presencia, de su apostolado y de su testimonio en un mundo y un medio religioso diferentes del suyo, el mundo musulmán.

En nombre de la comisión preparatoria, nombrada por el Superior General, deseo que este encuentro sea para cada uno de nosotros una ocasión para una toma de conciencia cada vez mayor de la importancia del testimonio que estamos llamados a dar y de los desafíos que se nos presentan.

Les doy también la bienvenida en nombre de los Cohermanos y de las Hermanas de nuestras dos provincias de Oriente y de Próximo Oriente de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad que ejercen aquí su ministerio en cinco países de mayoría musulmana y donde coexisten y se confrontan las tres religiones monoteístas procedentes de Abraham y entre las que existen numerosos puntos de encuentro, de diferencias y de litigio.

En nombre de todas y de todos, quisiera en primer lugar dirigir una palabra de agradecimiento y de homenaje a nuestro Superior General, el P. Robert Maloney, que tomó la iniciativa de convocar la celebración de este encuentro y que está representado entre nosotros por su Vicario General, el P. José Ignacio Fernández de Mendoza y por su Asistente para las Misiones, el P. Víctor Bieler.

¿Por qué este encuentro se celebra en Líbano?

La elección de este país no es fortuita. Muchos de ustedes se han preguntado si era prudente venir aquí. De nuestro país no se conoce nada más que la imagen de la guerra y la destrucción, propagada por los medios de comunicación malintencionados y con frecuencia mal informados, pero espero que ustedes descubran, y ya han comenzado a hacerlo, un país no solamente precioso en su naturaleza, sino también un país que ama la vida y donde se vive bien, un país que desafía la muerte y la destrucción y que se levanta de sus cenizas con energía y muy rápidamente. Y esto es normal, ya que su otro nombre, Fenicia, procede precisamente del nombre de ese pájaro mitológico, el fénix.

La elección del Líbano para el desarrollo de este encuentro ha sido un acto deliberado, querido y reflexionado, porque ha sido a lo largo de los siglos y lo sigue siendo una tierra de encuentro y de acogida, una tierra quizás de enfrentamiento, pero sobre todo de diálogo entre diferentes pueblos y civilizaciones, de diferentes culturas y religiones hasta el punto de que su régimen político ha llegado a ser un ejemplo único en su género, propuesto al mundo entero como posible fórmula de coexistencia en un mundo donde no viven encerrados en sí mismos hombres y mujeres de una misma raza o de una misma etnia, de una misma cultura y de unas mismas tradiciones, sino donde se codean las gentes de diversos colores y de culturas diversas. Y puede que sea esta fórmula original y única la que nos lleva de vez en cuando a algunos conflictos armados y la que nos ha costado últimamente 17 años de guerra.

No quisiera hacer política, sino simplemente atraer su atención sobre el hecho de que la guerra del Líbano comenzó el día en que el Presidente de la República, cristiano maronita (católico, por tanto) fue a las Naciones Unidas, en nombre de más de veinte países árabes musulmanes, a proponer la fórmula libanesa como solución al problema palestino: fórmula de coexistencia pacífica entre el Islam y el Judaísmo en un tipo de democracia comunitaria, a ejemplo de la vivida en Líbano y que, a pesar de todas sus vicisitudes, ha dado y continúa dando pruebas de validez.

En efecto, en Líbano la democracia reviste un carácter particular. El estado reconoce oficialmente 18 comunidades religiosas: cristianos (católicos, ortodoxos y evangélicos), musulmanes y judíos. Todas ellas están representadas en el parlamento y en el gobierno y participan así en la vida del estado según la proporción de sus adeptos. Sin duda, esto no siempre es fácil, pero me parece que es precisamente el fruto del ingenio libanés de intentar encontrar una solución a una situación tan variada y tan rica.

El Líbano, ya lo he dicho, ha sido siempre una tierra de acogida y de diálogo islamo-cristiano, una tierra de coexistencia y de convivencia. Y por ello su santidad el Papa Juan Pablo II no cesa de decir de él que no es simplemente una nación, sino sobre todo un mensaje.

En Líbano, mis queridos amigos, el diálogo interreligioso, y sobre todo el diálogo islamo-cristiano, no es de hoy. Data de la llegada del Islam a este país en el siglo VII. Es un diálogo de vida, de cada día y de cada momento. Los cristianos y los musulmanes no han vivido jamás en guetos cerrados. Han vivido siempre unos con otros en la misma calle, el mimo inmueble y el mismo pueblo. Y, por ejemplo, se encuentran muchos más pueblos donde viven juntos los cristianos y musulmanes, que pueblos donde viven musulmanes de confesiones diferentes (sunnitas-chiítas, sunnitas-drusos, o chiítas-drusos).

He dicho diálogo de vida y diálogo social. Esto quiere decir que cada uno permanece profundamente arraigado en los fundamentos doctrinales de su fe y no reduce su religión a una suerte de sincretismo religioso intentando camuflar los puntos de litigio teológicos y doctrinales.

Esos puntos de litigio son numerosos y fundamentales. En mi opinión, no se trata de dejarlos de lado para crear un verdadero diálogo. El cristiano, por ejemplo, no puede dejar de proclamar su fe en la Santísima Trinidad para agradar a su compatriota musulmán que lo acusa de politeísmo y, con el fin de ganar la simpatía o gozar del favor de sus vecinos, no puede tampoco negar la divinidad de Jesucristo porque el Corán la rechaze, ni reconocer a Mahoma como profeta según el sentido teológico y escriturístico de esta palabra.

En el diálogo se trata de aceptar las diferencias y de sentirse complementarios, de aceptar al otro como es y de que el otro me acepte como yo soy. Es mirar los dos en la misma dirección, según la fórmula de Saint-Exúpery.

Nuestro encuentro se desarrollará en esta óptica: miembros de la Congregación de la Misión e Hijas de la Caridad, miembros de la Familia Vicenciana, Dios nos ha plantado o sembrado en países y regiones de mayoría musulmana. Vivimos en estos países y regiones, siendo ellos mismos muy diferentes y variados (tendremos ejemplos y testimonios de ello), vamos a intentar conocer mejor los fundamentes teológicos y doctrinales de nuestros conciudadanos y reflexionar sobre los mejores medios de vivir con ellos, de testimoniar nuestra fe y nuestros compromisos, sin hacer, sin embargo, proselitismo, sino al contrario intentando ser verdaderos testimonios de Jesucristo. Ser, como él nos ha dicho, la sal del alimento y la levadura en el pan.

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