La visita a Roma del padre Pedro Pablo Opeka, CM tiene un doble propósito: dar a conocer el trabajo realizado en la Misión de Madagascar entre los pobres más olvidados y colectar fondos para continuar la obra en Akamasoa. En la rueda de prensa realizada en Roma, el padre pedro afirmó: “cuando la gente ve que su aporte económico, dodo con generosidad, está siendo bien invertido, en bien de los pobres, continúa apoyando”.
La rueda de prensa contó con la presencia, entre otros, del Superior General, padre Tomaž Mavrič, CM y de los embajadores ante la Santa Sede de Argentina, Mónaco y Eslovenia, quienes continuarán apoyando la obra del padre Opeka y ofrecieron su apoyo a nuevas obras que, como ésta, se puedan realizar en otras partes del mundo y que se hagan en beneficio de los más pobres. Quienes podido compartir de cerca con el padre Pedro Opeka, descubren en él un hombre vicenciano, que con sencillez expresa lo que significan los pobres, en palabras de san Vicente: “son su peso y su dolor”.
Aquellos pobres de Amakasoa, siempre están presentes en su pensamiento y en su vida, esto lo expresa en estas palabras: “muchas veces me enojo ante los medios, debido a que a pesar de que muchos gobiernos podrían ayudar a acabar con la pobreza, se mantienen como espectadores, y esto me hace enojar”
Recordó, además, lo que ha significado para él ser misionero vicenciano en Madagascar: “vivir en Akamasoa es, ante todo, acción, no palabras: quienes no escondemos nunca la verdad, buscamos ser claros cuando afrontamos los problemas y no los soslayamos sino que los enfrentamos: esto es sinceridad”. Desde hace 40 años, el padre Opeka ha trabajado en Madagascar, entre los pobres de la tierra. Akamasoa, el nombre que ha tomado esta obra, en el idioma local significa “buen amigo”, ese es el nombre de esta increíble aventura, comenzada por él, hace 29 años, no como un sueño, sino como una realidad concreta.
Todo comenzó en 1989, en el basurero de Antananarivo, la capital de Madagascar. Los pobres que veían este basurero como su último refugio, después de haber sido expulsados de ciudades y campos, excavaban entre los desechos, con el ánimo de encontrar su sustento. Los niños dormían cubiertos de moscas. Allí, murieron jóvenes y ancianos, sin que nadie se haya tomado la tarea de sepultarlos. La prostitución estaba expandida. Esta imagen, la de hombres, mujeres y niños que viven en condiciones inhumanas, partió el corazón del padre Opeka, quien inició de este modo a buscar una forma de ayudar a los pobres. Gracias a las pocas ayudas, recibidas primeramente por parte de las comunidades religiosas locales, el padre Pedro pudo desarrollar su idea de cómo ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. Cerca del basurero había una cantera de granito. Quien estuviera dispuesto a trabajar allí, podría producir ladrillos, losas y gravilla, que al ser vendidas, habría sido suficiente solamente para comprar arroz y nutrir a la familia. De este modo, bajo la guía del padre Pedro, los habitantes del basurero se unieron, comenzaron a vender y con su trabajo, se vislumbraba un poco de esperanza.
Y esta magnífica obra habla por sí sola:
25.000 personas beneficiadas por el proyecto social y que viven en los pueblos de Akamasoa. Cada uno de estos pueblos posee escuelas, un dispensario, un lugar de trabajo para adultos: canteras, albañilería, carpintería, agricultura y artesanías.
30.000 son los pobres que cada año vienen a Akamasoa buscando ayuda específica: alimento, medicinas y vestido.
13.000 son los niños que se benefician de una formación escolar, gracias a las escuelas construidas.
3.000 so las casas que han sido construidas
En el 2014, Akamasoa fue reconocida por el Estado como un proyecto de interés público, lo que confirma la necesidad de su presencia y de su acción en el funcionamiento social general de la isla. En la base del proyecto social del padre Pedro se encuentra la idea de ayudar a la persona a ayudarse a sí misma.
De igual manera, el Padre Pedro contó la experiencia de lo que significó para él, el encuentro con el papa Francisco, que junto con el padre Tomaž Mavrič, CM realizaron el pasado 28 de mayo en el Vaticano. “Fue un encuentro con un hombre muy sereno, en el cual se siente la paz que vive y sobre todo muy cercano y amistoso”. Yo le insinué, afirmó el padre Opeka, que como los obispos de Madagascar lo habían invitado a visitar la maravillosa isla, entonces que también yo lo invitaba a Akamasoa y que allí podría descubrir la acogida alegre de miles de niños y jóvenes que hoy han podido superar la pobreza y viven una nueva vida, a lo cual, el papa Francisco mostró con un gesto su asentimiento, disponibilidad y alegría”