La palabra llamada ocupa estratégicamente el primer lugar de los conceptos vocacionales que nos hemos propuesto reflexionar en esta primera serie de cuatro artículos que iniciamos a partir de hoy.

No es en vano, quizá sea la palabra más fácil de identificar entre el elenco de las tradicionales vocaciones bíblicas: Abraham (Gn 12,1-9), Moisés (Ex 3, 1-18), Samuel (1 Sam 3, 1-11), Isaías (Is 6, 1-13), Jeremías (Jer 1, 1-19), Ezequiel (Ez 1, 1-3; 2, 1; 3,11);  también sucede los mismo en el Nuevo Testamento cuando se cuenta la vocación de los primeros discípulos (Mt 22, 1-10, Lc 14, 15-24 y Jn 1, 35-51); por citar algunos ejemplos.

Sin embargo, no viene al caso hacer una lectura vocacional de la Biblia, se trata más bien de dejar que una lectura bíblica de la teología vocacional nos lleve a la conclusión más básica, que al mismo tiempo es el principio más radical de la existencia del carisma vicentino: esta historia de seguir a Jesucristo Evangelizador de los pobres no es un proyecto que ha nacido de nuestra parte, es realmente un llamado del eternamente llamante que ha querido convocar una comunidad para la misión en el tiempo que le ha parecido oportuno.

En ese mismo sentido entendió Vicente de Paúl el misterio de la Vocación. La famosa conferencia del 29 de octubre de 1638 en que ha hablado sobre la perseverancia en la vocación inicia justamente haciendo una síntesis perfecta de este principio:

Es Dios es el que nos ha llamado y el que desde toda la eternidad nos ha destinado para ser misioneros, no habiéndonos hecho nacer ni cien años antes ni cien años después, sino precisamente en el tiempo de la institución de esta obra; por consiguiente, no hemos de buscar ni esperar descanso, contentamiento ni bendiciones más que en la Misión, ya que es allí donde Dios nos quiere, dejando desde luego por sentado que nuestra vocación es buena, que no está basada en el interés ni en el deseo de evitar las incomodidades de la vida, ni en cualquier clase de respeto humano. (XI, 33).

La claridad de nuestro fundador dista de una visión reductiva de las vocaciones que parece enfermar algunas comunidades con síntomas de ansiedad ante la reducción del número de consagrados y que termina por producir desanimo o mediocridad en los procesos de selección de los candidatos y en el estilo de vida de los supuestamente ya formados.

Por eso, podemos afirmar quela verdadera crisis vocacional no es de los llamados sino de los que llaman  (II Congreso Latinoamericano de Vocaciones. Cartago. N.75.) y que con justa razón el primer paso para la generación de una nueva cultura vocacional, entendida desde la identidad vicentina se encuentra justamente en la formación permanente (la que también habrá que saber entender desde la integridad de la vida de los misioneros y no desde conceptos utilitaristas o reducidos a una dimensión solamente pastoral o académica).

La invitación que nos ha hecho el Superior General, el P. Tomaž Mavrič CM, podría parecer superflua y hasta proselitista si no es leída desde este principio teológico de la llamada:

Cada uno de nosotros, colectiva o individualmente, debería proponerse esta meta concreta: orar, estar atento, buscar, animar, e invitar a un nuevo candidato a unirse a nosotros durante este Año Jubilar. ¿Podemos imaginar 3200 nuevos candidatos a la Congregación de la Misión? ¿Es una fantasía? ¡Con Jesús todo es posible! (Carta del 25/01/17).

La vocación vicentina, y en concreto la vocación del misionero de la Congregación de la Misión, posee en su esencia una mística tal que cuando es bien vivida y llevada a su madurez entra en la necesidad (sensibilidad) de vivir de tal manera que refleja la profunda alegría y gratitud de quien se percibe como llamado por pura misericordia (praxis), y es capaz, automáticamente, de convertirse en llamante para otros.

P. Rolando Gutiérrez, CM
Vice Provincia de Costa Rica

Pablo Heimplatz