El nombre

Varios son los nombres o títulos de institutos religiosos. Hay institutos que recuerdan al fundador (benedictinos, franciscanos, dominicanos, filipenses), otros el lugar de fundación (premostratenses, camaldulenses), otros la regla que siguieron (agustinos), otros una devoción (Trinidad, Asunción, Cruz, Pasión, Inmaculada, Espíritu Santo), otros un programa de vida (sirvientes, hijos, operarios, trabajadores), otros la obra (hermanos de escuelas cristianas, maestros píos para la infancia).

Nosotros, los hijos de San Vicente, somos llamados por el pueblo como vicentinos, paules, lazaristas. Pero el nombre elegido por Vicente es, en cambio, el de la Congregación de la Misióny para sus miembros misioneros o sacerdotes de la misión.

Somos la Misión. Fuimos los primeros en elegir este título y, por esta razón, Vicente vio de mal gusto que unos sacerdotes de Génova se llamaran misioneros (III, 328). Nuestras casas debían llamarse Casa de la Misión (VIII, 368).

El descubrimiento

La Misión no la tenía en la sangre. Fue un descubrimiento. En Folleville se sintió “enviado”. El discurso de Folleville fue el primer sermón de la Misión (I, 2-5). En esa pequeña Iglesia, perdida en el verde de Picardía, el santo recibió el regalo de la vocación de andar.

Vicente y sus primeros compañeros se sentían como los sirvientes del Evangelio. Ellos comenzaron a evangelizar en las tierras de los Gondi, pero luego el espíritu de la misión les obligó a salir y recorrer las ciudades y los campos de Francia, después a Italia, a Polonia, a la travesía de cruzar las Islas Británicas; y finalmente a Madagascar y al mundo entero.

Esta vida fue una vida de peligros y renuncias para los protagonistas, pero también de gran dolor para él: “Recemos también por el padre Bourdaise, hermanos míos, por el padre Bourdaise que se encuentra tan lejos y tan solo y que, como ya sabéis, ha engendrado para Jesucristo, con tanto esfuerzo y fatiga, a un gran número de aquellas pobres gentes del país en que se encuentra. Padre Bourdaise, ¿sigue usted todavía vivo o no? Si está usted vivo, ¡que quiera Dios conservarle la vida! ¡Si está ya en el cielo, rece por nosotros!

Hermanos míos, ¡qué dicha para la compañía tener tan buenos sujetos, como son todos esos siervos de Dios que acabo de mencionar! Así es, hermanos míos, ésa es la situación en que todos nosotros tenemos que estar, esto es, dispuestos y preparados para dejarlo todo para servir a Dios y al prójimo, y al prójimo, fijaos bien, al prójimo por amor a Dios”(XI, 377- 378).

El don

Vicente se esforzó por darse cuenta de que tenía una vocación tan alta, una continuación de la de Jesús: “Dar a conocer a Dios a los pobres, anunciarles a Jesucristo, decirles que está cerca el reino de los cielos y que ese reino es para los pobres. ¡Qué grande es esto! Y el que hayamos sido llamados para ser compañeros y para participar en los planes del Hijo de Dios, es algo que supera nuestro entendimiento. ¡Qué! ¡Hacernos…, no me atrevo a decirlo… sí: evangelizar a los pobres es un oficio tan alto que es, por excelencia, el oficio del Hijo de Dios! Y a nosotros se nos dedica a ello como instrumentos por los que el Hijo de Dios sigue haciendo desde el cielo lo que hizo en la tierra. ¡Qué gran motivo para alabar a Dios, hermanos míos, y agradecerle incesantemente esta gracia!”(XI, 387).

El don recibido de la Misión implica acción: “Nosotros somos para él y no para nosotros; si

aumenta nuestro trabajo, él también aumentará nuestras fuerzas. ¡Oh Salvador! ¡Qué felicidad! ¡Oh Salvador! Si hubiera varios paraísos, ¿a quién se los darías sino a un misionero que se haya mantenido con reverencia en todas las obras que le has encomendado y que no ha rebajado las obligaciones de su estado? Esto es lo que esperamos, hermanos míos, y lo que le pediremos a su divina Majestad” (XI, 398).

El escandalo

En el siglo XV había una sociedad sometida, en la que el rey y la corte vivían como en otro mundo, donde se admiraba a la aristocracia y en la que existía un auténtico, aunque no declarado apartheid. En medio del pueblo surgía un grave problema porque no se conocía las verdades necesarias para la salvación: “ya sabéis que no hay salvación para las personas que ignoran las verdades cristianas necesarias, pues según el parecer de san Agustín, de santo Tomás y de otros autores, una persona que no sabe lo que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ni la Encarnación ni los demás misterios, no puede salvarse “(XI, 387). Además, este pueblo se encontraba con un clero que ni siquiera conocía la fórmula de la absolución, que no predicaba y, por lo tanto, no enseñaba las verdades necesarias para la salvación. A estas lagunas se agrega el hecho de que muchas personas “no hacen buenas confesiones y que se callan adrede algunos pecados mortales; porque esas gentes no reciben la absolución y, al morir en ese estado, se condenan para siempre ” (XI, 388).

Para esto, le había pedido a su representante en Roma, el Padre du Coudray, que se dirigiera al Papa Urbano VIII: “Es preciso que haga entender que el pobre pueblo se condena, por no saber las cosas necesarias para la salvación y no confesarse. Si Su Santidad supiese esta necesidad, no tendría descanso hasta hacer todo lo posible para poner orden en ello; y que ha sido el conocimiento que de esto se ha tenido lo que ha hecho erigir la compañía para poner remedio de alguna manera a ello “(I, 176-177).

Vicente sabía que entre los teólogos se discutía sobre las verdades necesarias para la salvación, es decir, la Unidad y la Trinidad de Dios, la Encarnación y la vida eterna. ¿Era fácil para él, en la duda, hacerse a un lado cuando los pobres arriesgaban la salvación eterna? ¿Era justo que quien había vivido el infierno en la tierra le tocara vivirlo también en la eternidad? ¿Podrían los pobres salvarse sin fe, esperanza y caridad?

Salvador y Salvadores

En 1658 Vincente escribió una larga carta a Antonio Fleury, que se encontraba en Saintes, donde había muchos protestantes. No era fácil para los católicos vivir su fe en tales condiciones. El santo recordaba que ” según el camino ordinario de la providencia, Dios quiere salvar a los hombres por medio de otros hombres, y Nuestro Señor se hizo él mismo hombre para salvarnos a todos” (VII, 292.). El misionero era, por tanto, llamado a participar en esta obra de Jesucristo, a ser como Jesucristo: ” ¡Qué felicidad para usted poder trabajar en lo que él mismo hizo! El vino a evangelizar a los pobres, y ésa es también su tarea y su ocupación”(VII, 292).

Vicente había repetido varias veces que “no me basta con amar a Dios si mi prójimo no lo ama” (XI, 553). Los misioneros, por lo tanto, deben ser “salvadores como él” (XI, 415). Por lo tanto, recordó a Fleury: “Si nuestra perfección se encuentra en la caridad, como es lógico, no hay mayor caridad que la de entregarse a sí mismo por salvar a las almas y por consumirse lo mismo que Jesucristo por ellas. Y a eso es a lo que ha sido usted llamado y a lo que está pronto a responder “(VII, 292-293). Es necesario que la vida del misionero sea una vida de oblación, una vida de caridad (XI, 413).Por lo tanto, debe ser un ejemplo vivo ” tantos y tantos eclesiásticos, que son otros tantos obreros enviados a la viña del Señor, pero que cumplen con su tarea!” (VII, 293). Quien tenga la vocación misionera debe ser “crucificado con Jesucristo y poner solamente en él sus delicias y sus honores” (VII, 293). E necesario, por lo tanto, ser conforme a Jesucristo (XII, 113), para convertirse en sus colaboradores (XI, 108).

Un tiempo  los misioneros se caracterizaron por un hábito. Pero, sabemos, el hábito no hace que el monje o el misionero. Si el P. General nos llama a la misión es para recordarnos de revestirnos con el hábito de luz que caracteriza a los servidores del Evangelio. El hábito de la misión es un habito tejido de espíritu porque ” Cuando se dice que el Espíritu Santo actúa en una persona, quiere decirse que este Espíritu, al habitar en ella, le da las mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra” (XI, 411). Y con este hábito los misioneros podrán ir no solo a los confines del mundo, sino a los de la vida. Y más allá.

P. Luigi Mezzadri CM
Provincia de Italia

Traducción de Rolando Gutiérrez CM