Desde nuestro carisma podríamos asumir como hecha a nosotros mismos la invitación de la ONU para celebrar el día de los derechos humanos del 2018: “defendamos la equidad, la justicia y la dignidad humana, ya que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
“El Día de los Derechos Humanos se celebra cada 10 de diciembre, coincidiendo con la fecha en que la Asamblea General adoptó la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1948. Este año, el Día de los Derechos Humanos marca el 70 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, un documento histórico, que proclamó los derechos inalienables inherentes a todos los seres humanos, sin importar su raza, color, religión, sexo, idioma, opiniones políticas o de otra índole, origen nacional o social, propiedades, lugar de nacimiento ni ninguna otra condición.”
La opción por los pobres y el compromiso con la erradicación de la pobreza, propia de nuestro carisma, coloca hoy en primer plano en nuestra conciencia colectiva algunos compromisos evangélicos que parecían, en el pasado, meros compromisos políticos: el compromiso con la justicia, la paz, la creación, la solidaridad y sobre todo el compromiso con los derechos humanos. Este es un aporte trascendental de la reflexión que vamos haciendo, en clave de cambio sistémico. para reinterpretar el legado de san Vicente en las actuales circunstancias de nuestra historia.
En estos 400 años desde el nacimiento del carisma es fácil observar una determinada orientación de la acción vicentina de las diferentes ramas que había privatizado exageradamente la experiencia y la práctica propia del carisma limitándola casi exclusivamente al ámbito de la caridad asistencial o del pietismo religioso. En este proceso de comprensión y de vivencia del carisma quedó diluida la dimensión social, pública o política que no fue en nada extraña a la experiencia de San Vicente. El contexto es amplio, la justicia, la solidaridad y los derechos humanos fueron temas históricamente asociados exclusivamente a la acción política y no a una praxis de fe o a una experiencia religiosa. Invocar estas causas era motivo suficiente de sospecha y de incomprensión. En el mejor de los casos, se acusaba a quienes lo hacían de ‘meterse en política’. En el peor de los casos, se les acusaba de “comunistas”, que era cómo desautorizar su palabra y su praxis. En nuestras sociedades la lucha por los derechos humanos sigue siendo politizada y estigmatizada especialmente por grupos que los violan abierta o soterradamente. Dentro de la Iglesia hay quienes aun piensan que el único ámbito valido de la acción cristiana es la celebración sacramental y la caridad, pero desconectada de la lucha social y política por la justicia. Este asunto no se ha escapado a la enseñanza del papa Francisco:
“También es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una razón que ellos defienden… sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte. No podemos plantearnos un ideal de santidad que ignore la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo, al mismo tiempo que otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente. (Gaudete et Exsultate 101)
Lo más propio del carisma, y creo que en eso estamos todos de acuerdo, es nuestro compromiso, que tiene tantas formas, con los más abandonados de nuestra sociedad. Esta experiencia la viven algunos admirablemente en la atención directa de la caridad para mantener la vida de quienes la tienen en riesgo por el hambre, la enfermedad, la orfandad, la edad, la limitación física, la indigencia; otros la viven desarrollando proyectos de cambio sistémico que intentan romper el ciclo malévolo de la pobreza que pone en riesgo la vida del pobre; otros lo hacen educando y creando conciencia social en un aula de clases, en los medios de comunicación, escribiendo un libro, etc. Finalmente hay quienes lo hacen desde la incidencia política y desde la defensa estructurar de los derechos del pobre y de los derechos de la tierra. Todos estos elementos son complementarios e inseparables y pertenecen por derecho propio al carisma que nació en el corazón de San Vicente y que desde allí se expandió hasta alcanzarnos a nosotros hoy.
El compromiso con la justicia, la paz y la creación, la defensa de la vida y de los derechos humanos, son compromisos ineludibles de la familia vicentina en nombre del carisma y del Evangelio de donde nace. Y no son meros compromisos políticos, sino también dimensiones esenciales de la mística y la espiritualidad vicentinas. La reflexión del misticismo vicentino reclama una mención directa a este compromiso político y social con la transformación del mundo. Hay una esencial relación entre fe y política, entre mística y política. La fe cristiana y todo carisma nacido en el evangelio, también el carisma vicentino, tienen una función liberadora (Cfr. Lucas 4, 16-22) y entran en una actitud de diálogo y colaboración con toda persona o grupo de buena voluntad que están comprometidos con la misma causa. En los últimos 30 años hemos ido entendiendo que la incidencia social y política de la fe y de la praxis vicentina es un elemento esencial a la interpretación y vivencia del carisma en el siglo XXI.
Hay una extraordinaria sintonia entre la perspectiva etica que brota del evangelio que tiene como valores fundamentales la solidaridad, el respeto a los demás, la defensa de la vida y de la dignidad humana, de la justicia, de la verdad, de la fraternidad, y los valores que ha defendido el movimiento global, sostenido por la sociedad civil, por los derechos humanos. Hoy tenemos la tarea y la oportunidad de incluir sistematicamente el tema de la defensa de los derechos humanos y de la tierra en la comprensión y en la praxis histórica de nuestro carisma para mantener viva la profecía propia de nuestra identidad bautismal.