Juana María Rendu (Sor Rosalía), hija de Antonio Rendu y de María Ana Laracine, nació el 9 de septiembre de 1786 en Confort, en el distrito de Gex en las Montañas de Jura, sudeste de Francia, cerca de la frontera suiza. Vivió toda su vida como Hija de la Caridad, unos 53 años, en el distrito de Mouffetard, el barrio más pobre de París.

1786Nacimiento
1802Entra Hija de la Caridad
1803Recibió el hábito y es enviada a la Casa San Martin
1807Pronuncia sus votos por primera vez
1815Es nombrada Superiora (Hermana Sirviente) de la Casa San Martin
1830La revolución; las postulantes van a la Casa de l’Épée-de-Bois
1831El arzobispo de Quelen y otro clero son acogidos en la Casa de la calla l’Épée-de-Bois
1833Empieza el asesoramiento de los primeros miembros de la Sociedad de San Vincent de Paúl
1840Trabaja con los recientemente establecidas Damas de la Caridad; empezando la expansión de las obras de la casa
1848La revolución; la casa se convierte en refugio y hospital
1852Le es concedida la Cruz de la Legión de Honor por Napoléon III
1853Empieza a fallarle la vista; su salud empeora
1856Muere; entierro asistido por unas 50,000 personas de todos los sectores de sociedad
1953Apertura del proceso diocesano de Beatificación en París
2003Beatificación por el Papa Juan Pablo II
 7 de febrero:  Fiesta litúrgica

En 25 de mayo de 1802 Sor Rosalía entró al Seminario (noviciado) en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, de la calle Vieux-Colombier en París. En su esfuerzo para dar lomejor de sí en esta nueva vida, su salud se debilitó por lo que fue enviada a la casa de las Hijas de Caridad en la zona de Mouffetard con la esperanza de que el cambio le ayudaría a recobrar sus fuerzas.

La sed de acción, devoción y servicio que ardían en Sor Rosalía no podía encontrar un lugar mejor para ser saciada. Allí, un insano suburbio, las enfermedades y la pobreza eran la porción diaria de los habitantes que se esforzaban sencillamente por sobrevivir. Sor Rosalía floreció entre las personas que serían rápidamente en sus “Amados Pobres”.

Al principio, acompañaba a las Hermanas en la visita a los enfermos y a los pobres en sus casas.También enseñaba el catecismo y a leer a las niñas en la escuela privada.Sor Rosalía floreció entre estas gentes y, en 1807, pronunció los votos por primera vez. Pronto se revelarían todas sus calidades de devoción, autoridad natural, humildad, compasión y sus habilidades de organización.Así en 1815, fue nombrada Hermana Sirviente (superiora local) de la casa.

Como responsable de su Comunidad, Sor Rosalía recibió la misión de acompañar acada una de sus Hermanas, cuidando la formación de los nuevos miembros y la dirección de la vida de Comunidad que realizó con el mayor cuidado, comunicando su amor y alegría en el servicio.

Cuando pasaron los años, siempre atenta a las nuevas pobrezas, Sor Rosalía amplió las obras de la casa: una escuela y visita a los enfermos en sus casas, una clínica privada, una guardería, un centro de día para los niños demasiado pequeños para ir a la escuela, un centro de aprendizaje práctico y un centro social para las muchachas más mayores.Al mismo tiempo tendió la mano a otros para compartir la misión Vicenciana.

Sor Rosalía fue la “madre buena de todos” sin distinción de religión, puntos de vista políticos, o estado social. Con una manorecibía del rico, con la otra daba a los pobres. Sor Rosalía compartía la alegría de hacer buenas obras. A menudo se la podía ver en el salón de la casa con “sus amados Pobres”, así como con obispos, sacerdotes, oficiales del gobierno, mujeres adineradas y estudiantes de la universidad.Entre ellos Federico Ozanam y los primeros miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Tierna y respetuosamente Sor Rosalía y las Hermanas de la casa acompañaron a estos hombres jóvenes generosos y a otros estudiantes.Ella les recomendaba la paciencia, indulgencia y cortesía hacia ellos. “Amen a los pobres, no los culpen demasiado… recuerden que los pobres son aún más sensibles a su conducta que a su ayuda”. Sobre todo les enseñaba con su ejemplo: “¡Todos los días, en todo tipo de tiempo, Sor Rosalía cruzaba las calles y callejones que subían al Panteón, al lado sur de la Colina de Santa Genoveva… Con el rosario en la mano y un pesado cesto en su brazo, caminaba con paso rápido porque sabía “que los pobres la estaban esperando!”.

Ella hablaba de Dios a la familia que sufría porque el padre no tenía trabajo, a la persona anciana en riesgo de morir sola en un ático: “Nunca he orado tan bien como en las calles”, diría.Su fe, sólida como una roca y clara como una primavera, veía a Jesucristo revelado en todas las circunstancias. Su vida de oración era intensa, afirmaba una Hermana”…ella vivía continuamente en la presencia de Dios. Cuando tenía una misión difícil que cumplir, estábamos seguras de verla en la capilla o encontrarla de rodillas en su oficina.”

¡Con sus Hermanas y su inmensa red de colaboradores, cuidaba incansablemente, alimentaba, visitaba y consolaba a los demás! Dotada de una sensibilidad perspicaz, tenía empatía con todo sufrimiento. Hay algo que me está ahogando”, decía “y me quita el apetito… el pensar que a tantas familias les falta el pan”. Para el servicio de sus queridos Pobres, se atrevió a emprender todo con inteligencia y coraje.Nada la detendría si les permitía salir de su miseria.

Sor Rosalía no cuestionó el orden establecido, ni apoyó la rebelión. Para luchar contra la injusticia y la pobreza, despertó la conciencia de los que estaban en el poder o de los que tenían dinero, trabajó por la educación de los niños y de la juventud de las familias pobres y, para responder a las emergencias, animaba a compartir. “Ella organizó la caridad”.

Durante los años de la Revolución, en 1830 y 1848, Sor Rosalía y sus Hermanas cuidaron a los heridos: tanto rebeldes como soldados.Las personas que estaban en peligro encontraron siempre refugio en la casa de las Hermanas en la calle de l’Épée-de-Bois. Su casa se convirtió en refugio y hospital.

Los últimos años de la vida de Sor Rosalía fueron dolorosos al empeorar su salud ydisminuir su visión.Ya nopodía visitar a sus queridos pobres de una forma regular, pero su reputación continuó creciendo.El emperador, Napoléon III, le otorgó la Cruz de la Legión de Honor, un honor militar que sólo cuatro mujeres han recibido hasta tiempos recientes.

Sor Rosalía experimentó, en su sencilla vida de Hija de la Caridad, la verdad de las palabras de Vicente de Paúl en 1660, “… ciertamente el gran secreto de la vida espiritual es abandonar en Dios a todos los que amamos, abandonándonos nosotros a todo lo que Él quiera. Pedid por mí.” Y sería esta sencilla Hija de la Caridad la que sería honrada en su funeral el 9 de febrero de 1856.Asistieron al mismo unas 50.000 personas de todos los sectores de la sociedade ideas políticas y religiosas. A partir de ese día, hasta hoy, las flores decoran siempre su tumba.