Lecturas:  Éxodo 3: 1-8a, 13-15; 1ª. Corintios 10:1-6, 10-12; Lucas 13:1-9

El llamado a Moisés, y la misión que le fue confiada por Dios, como esta expresada en la primera lectura del libro del Éxodo, nos recuerda sobre el “lema” de nuestra Congregación, «Me ha  enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4.18). Los Israelitas fueron empobrecidos y vivieron como esclavos en la tierra de Egipto. Dios envió a Moisés para sacar a su pueblo de la esclavitud. Cuando Moisés preguntó a Dios cómo debía hablar a los Israelitas, acerca de esta misión, a él le fue dicho “«Yo soy» me envió a ustedes». En mi entendimiento, y estimando esta respuesta como venida de lo alto, Dios quería proporcionar a Moisés garantías para su misión. De esta manera Moisés sería capaz de regresar a Egipto sin miedo, porque Dios mismo lo había enviado y había recibido de Él garantía para su misión.  Dios también nos concede esta misma garantía al enviarnos a proclamar la Buena Nueva a los pobres, a decirle a los prisioneros que ya no son cautivos, a decirle a los ciegos que pueden ver, y a decirle a todos la increíble noticia que el Reino de Dios ha llegado.

En la segunda lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios, nosotros somos alertados de no llegar a ser como los Israelitas, quienes se quejaban ante Dios en el desierto.  En nuestra misión con los pobres, debemos permanecer fieles a Aquél que nos ha dado y nos ha enviado a esta misión. Si nosotros, en el Espíritu de San Vicente de Paúl, no permanecemos como uno con Jesucristo, la Vid Verdadera, vamos a perder nuestra perspectiva con respecto a nuestra misión.

La lectura del evangelio enfatiza la necesidad de producir frutos.  El dueño del árbol de higos, quería que el árbol fuera cortado, pues no producía frutos, pero el viñador pidió al dueño darle un año más de espera, quizás, y después de darle los cuidados que este requería, daría frutos.

Así mismo, Dios continúa dándonos una oportunidad para dar frutos en la misión que Él nos ha confiado. En una de las conferencias de San Vicente de Paúl a los misioneros podemos leer:  “Nuestra vocación consiste en ir a través del mundo esparciendo el fuego divino y encender con este los corazones de las gentes, hacer lo que hizo El Hijo de Dios.    Él vino a encender el mundo con fuego para inflamarlo con su amor.  Qué más debemos nosotros desear que este arda y consuma todas las cosas (CCD:XII 215).   No temamos llevar al corazón las palabras del Apóstol de la Caridad, porque también Dios nos ha concedido garantía en relación con nuestra misión.

P. Agustine Abiagom, C.M.
Provincia de Nigeria