“El polvo, que era nuestro principio en sí mismo, y ningún otro es nuestro fin,
porque caminamos circularmente desde ese polvo para alcanzar este polvo;
cuanto más nos alejamos de ella, cuanto más nos acercamos a ello.
El pasaje que nos separa, en sí mismo, nos acerca;
Ese día que hace la vida, es el mismo que la deshace.
Y como esta rueda eso, al mismo tiempo,
él gira y gira, siempre yendo allí moliendo, siempre somos polvo “.
Antonio Vieira
Con la frase “Recuerda que eres polvo y en polvo regresarás”, con la imposición de cenizas y el signo de la cruz, comenzamos el viaje de cuarenta días que preceden y preparan la Pascua. Un tiempo de conversión fuerte para dar a nuestras vidas la dirección correcta. En Génesis dice: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida” (Gen 2, 7). Este pasaje nos recuerda que sin el aliento divino de Dios, el polvo de la tierra sigue siendo el polvo de la tierra. ¡Sin Dios o fuera de Él somos apenas y solamente polvo!
Como dice el Papa Francisco: “La capa ligera de ceniza que recibiremos nos dice, con delicadeza y verdad: de tantas cosas que hay en la cabeza, detrás de las cuales corres y te ganas todos los días, no quedará nada. A pesar de todo lo que trabajas, de la vida no te quedarás con ninguna riqueza. Las realidades terrenas se desvanecen como polvo en el viento. Los bienes son provisorios, el poder pasa, el éxito se desvanece. La cultura de la apariencia, hoy dominante, y que induce a vivir para las cosas que pasan, es un gran engaño. Porque es como una llama, una vez que se acaba, sólo queda la ceniza. La Cuaresma es el tiempo para liberarse de la ilusión de vivir buscando el polvo. La Cuaresma es redescubrir que estamos hechos para el fuego que siempre arde, no para la ceniza que se extingue de inmediato; para Dios, no para el mundo; para la eternidad del cielo, no para el engaño de la tierra; para la libertad de los Hijos, no para la esclavitud de las cosas.”
Una virtud esencial para vivir verdaderamente la Cuaresma es la humildad. El término “humildad” deriva de la raíz etimológica de humos y oumo: la humildad aparece como la llave que nos hace entrar en el camino del Amor. Una humildad que no solo nos hace reconocer lo que somos y lo que debemos ser, de dónde somos y a dónde debemos andar, qué cosas hacemos y qué cosas debemos hacer, sino que descentraliza nuestra mirada de nosotros mismos, para buscar a Aquel que camina con nosotros y en nosotros, y que siempre está listo para sostenernos cuando nos acercamos a Él. “Bajo las cenizas de esta humildad, en el Espíritu de Nuestro Señor” (SVP VIII, 176), encontramos el camino para entender si vivimos por el fuego o por la ceniza. ¡Solo el fuego del amor salva!
Para emprender este camino de oración y conversión propongo un examen de conciencia, a manera de preguntas que, pienso, puede ser útil para todos nosotros, misioneros vicentinos.
1. “Contemplativos en la acción y apóstoles en la oración”. La opción fundamental por los pobres.
¿La opción por los pobres es radical en todas mis acciones y en todas mis desiciones? ¿Esta opción me realiza? ¿Veo a los pobres, busco dónde están y/o voy a su encuentro?¿Busco justificaciones forzadas que enmascaran la falta de un verdadero contacto con los pobres? ¿Reflexiono sobre las nuevas formas de pobreza que existen hoy, a ejemplo de San Vicente de Paúl que, siguiendo el Espíritu de Cristo, trabajó en las periferias de la sociedad de su tiempo? ¿Los más pobres, los más desfavorecidos, los más necesitados de la presencia del Evangelio son siempre mi principal preocupación y mi principal criterio cuando tomo decisiones en mi vida, en mi grupo, en mi asociación, en mi Congregación? ¿Cuando soy llamado a evangelizar, me refugio en el anuncio de la Buena Noticia relegando a otros el servicio directo y concreto, o al contrario, concentro mi apostolado en obras, refugiándome en mil actividades y olvidando que soy un mero instrumento de la mano de Dios y que todo me fue dado para llevar a los hombres a glorificar a Dios? ¿Me pierdo en discusiones e interminables encuentros para discutir sobre el poder, la riqueza y el reconocimiento, o gasto mi vida al servicio de Dios en los pobres?
2. Ser consciente de la realidad que me rodea.
¿Cómo es mi presencia en el mundo que me rodea? ¿Es una presencia superficial o me propongo concretamente a promover un mundo más justo, sea desde el punto de vista material o espiritual? ¿Los problemas del mundo me mueven solo cuando los sufro en carne propia? ¿Discuto y estudio con otros, el modo en que se puede cambiar el mundo y a las personas? ¿Concretizo posibles soluciones para resolver los problemas encontrados? ¿Evalúo mis actitudes y abrazo nuevas respuestas cuando es necesario? ¿Me comprometo a defender los Derechos Humanos, trabajo directamente con asociaciones o movimientos que promueven la justicia y la paz?
3. En la escuela de los pobres.
¿Los pobres son, para mí una verdadera y constante escuela de evangelización o he perdido lecciones? ¿Los pobres son una realidad artificial o relativa, por lo que ninguno es suficientemente pobre para permitirme “levantarme del sofá” o en todas las personas puedo encontrar formas de pobreza que justifican mi “constante trabajo” con los pobres? ¿Vivo la pobreza? ¿Para ofrecer una ayuda mejor, para comprender mejor debo probar sus dificultades, qué hago para experimentar las condiciones de los pobres? ¿Acepto las condiciones de las misiones en que colaboro? ¿Me adecúo al puesto donde estoy, utilizando los medios a mi disposición? ¿Vivo como aquellos a quienes sirvo para serviles, o escandalizo a otros con mi modo de vivir? Los grupos, movimientos, parroquias, asociaciones en las que me encuentro, y que se llaman vicentinos, ¿Tienen cómo centro los pobres como carisma? ¿Me reconozco pobre delante de Dios ofreciéndole mi vida, la vida de todos a quienes sirvo y la vida de todos aquello que no tiene quién rece por ellos?
4. “El Señor… los envió de dos en dos”
¿Las cosas que hago, las realizo en nombre de los pobres, o hago todo a nombre propio, de la comunidad o del grupo? ¿Qué saben los demás sobre la misión en la que trabajo? ¿Cuánto me importa el trabajo de mis “compañeros de viaje”? San Vicente siempre pensó la misión en comunidad ¿Cuál es mi actitud al respecto? ¿Bloqueo el trabajo de aquellos con quienes tengo que trabajar? ¿Construyo puentes para la misión en equipo, valorando a todos así como son para obtener frutos en común, o construyo muros de modo que todo lo que hago tiene un sólo protagonista: a mí mismo? ¿Me presento con una actitud constructiva, de apertura constante y aprendizaje, como una esponja que absorbe todo para ser utilizado con otros, o me encuentro siempre cerrado, lleno de certezas, intransigente en las confrontaciones de opiniones diversas a la mía, como una piedra impenetrable que a menudo es lanzada? ¿Fomento el diálogo, la participación en la toma de decisiones, y la delegación de responsabilidades? ¿Cuándo soy responsable de un grupo o de la comunidad, procuro desarrollar y promover las cualidades de cada uno de sus miembros? ¿Favorezco su crecimiento espiritual y les ayudo a gastar su vida por Jesucristo, o ejerzo mi autoridad sin tregua, absorbiendo y limitando la responsabilidad individual, convirtiendo a todos en rehenes de mi presencia e impidiéndoles caminar con sus propios pies?
5. “No soy de aquí ni de allí, sino sólo del lugar donde Dios quiera enviarme”
¿Soy el rostro y el alma del trabajo que, realizado, o permito que Cristo asuma ese puesto? ¿Soy una persona independiente y libre, o realizo las tareas que me han sido encomendadas y pretendo permanecer en dicha posición? ¿Soy una persona disponible o indispuesta? San Vicente les pidió a las hermanas que tuvieran por monasterio una casa, por celda una habitación de alquiler, por capilla una Iglesia parroquial y por claustro las calles de la ciudad… ¿Qué me diría San Vicente? ¿Diría que estoy bien acomodado? ¿Diría que busco una vida fácil inserto en estructuras existentes y predefinidas? ¿Diría que busco siempre actuar de la misma manera porque las cosas siempre han sido así? ¿Diría que no quiero la renovación de mi grupo, porque los más jóvenes no me comprender, no me respetan o no saben cómo hacer bien las cosas? ¿Diría que quiero cambiar de grupo cuando ya no me siento bien? ¿Diría que no quiero cambiar de comunidad porque tengo amigos o familia ahí? ¿Vivo para mi “capellanía” o vivo de verdad para la misión de Cristo? ¿Busco reflexionar sobre el futuro y contribuir al crecimiento universal de la misión o, viendo los cambios como una oportunidad para mantear viva la llama del carisma vicentino, o al contrario, me pierdo en luchas y planes para mantenerme donde quiero? ¿Cómo asumo la tarea de la providencia?
6. Conversión: un modo de vivir. “No se acomoden a la forma de pensar del mundo presente, de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12,2)
¿Cómo es mi relación con Dios? ¿Cómo es mi camino de conversión? ¿Estoy aún estacionado? ¿Cómo profundizo en mi configuración con Cristo? ¿Cómo sigo el ejemplo de San Vicente de Paúl? ¿Profundizo mi pasión por el Santo de la Caridad? ¿Cuántas veces, mientras bebo en la fuente, me dejo seducir y animar con las palabras de San Vicente? ¿Cómo puedo seguir su ejemplo, como seguidor de Cristo, sin hacer todo lo posible para aprender más sobre su pensamiento? Si no permito que Jesús brille a través de mí, si la llama de mi carisma carece de combustible, ¿cómo puedo atraer a otros a la belleza de este viaje?
Francisco Vilhena
Provincia de Portugal
Trad. Carlos Villalobos
Provincia de México