Estamos a punto de iniciar la Semana Santa, tiempo que la Iglesia nos ofrece para intensificar nuestra comunión con el Señor Jesús, a través de la contemplación y la celebración de su misterio pascual. El propósito no es otro que el de formar a Cristo en nosotros (cf. Gl 4,19), insertándonos en el dinamismo fecundo de su vida donada por amor. San Vicente no se refería a otra cosa, al exhortar a sus Misioneros: “Pido a nuestro Señor que podamos morir a nosotros mismos, a fin de resucitar con él. Que él sea la alegría de vuestro corazón, el fin y el alma de vuestras acciones y vuestra gloria en el cielo. Así lo será, si, en adelante, nos humillamos como él se humilló, si renunciamos a nuestras propias satisfacciones para seguirlo, cargando nuestras pequeñas cruces, y si entregamos de buen grado nuestra vida, como él entregó la suya, por nuestro prójimo que él tanto ama y quiere que amemos como a nosotros mismos” (SV III, 629).
A continuación, presentamos breves resúmenes del sentido espiritual de cada día de la Semana Mayor, de modo que podamos vivenciarla iluminados por la Palabra de Dios, nutridos por la Liturgia e inspirados por la espiritualidad vicentina. Y el fruto maduro que esperamos cosechar es el de una creciente conformidad con Jesucristo evangelizador de los pobres, que nos invita a despertar auroras de resurrección en medio de las noches de la historia.
DOMINGO DE RAMOS
Iniciamos la Semana Santa. Con ramas en las manos, aclamamos “el que viene en el nombre del Señor”, humilde, despojado, sereno, decidido a dar la vida por amor, en un gesto de soberana libertad (cf. Lc 19,28-40). Esta es la razón por la cual Jesús se mantiene silencioso ante sus acusadores: su defensa es su propia fidelidad, la integridad de su vida, la coherencia entre sus palabras y acciones. El Padre lo conoce y lo sostiene. De Jesús, Mesías-Servidor, aprendemos que no hay nada más importante que una conciencia recta y un corazón generoso, porque la vida sólo crece y madura en la medida en que se dona. Con razón, por lo tanto, dirá Vicente de Paúl: “Cuánto más nos asemejemos a nuestro Señor despojado, más participaremos de su espíritu” (SV VIII, 151).
LUNES SANTO
Cerca de Jerusalén, sintiendo el peso de la persecución, Jesús de Nazaret hace una parada en Betania, calurosamente acogido por los amigos (cf. Jn 12,1-11). Estos no parecen temer el peligro. Aprendieron a ser libres como el Maestro, libres para amar y servir. El gesto silencioso y audaz de María, hermana de Marta y Lázaro, recuerda a Jesús la unción recibida del Padre y lo conforta con el bálsamo y la fragancia de un amor sincero y puro. Diferente es el sentimiento que mueve a Judas, en busca de sí mismo, disimuladamente orientado hacia los propios intereses. El Hijo de Dios prosigue su marcha. La semilla lanzada no se perderá, porque jamás deja de fructificar la vida que se entrega en la libertad del amor. El Padre sabrá qué hacer. Es el deseo de San Vicente para los suyos: que nos convirtamos en verdaderos amigos de Cristo. “Pido a nuestro Señor que sea la vida de vuestra vida y la única pretensión de vuestro corazón” (SV VI, 562). Sólo así, seremos auténticos misioneros.
Vinícius Augusto Teixeira, C.M.