Como en cada reflexión cristiana, también en S. Vicente hay un estrecha relación entre el contenido de la fe y la vida espiritual y moral del cristiano. Este vínculo le da al compromiso concreto un sólido fundamento, superando cada tentación y riesgo de moralismo y de espiritualismo. “Así creo, así vivo”: Podría ser esta la síntesis del pensamiento de S. Vicente, un mensaje siempre válido. De ahí también la concreción del compromiso caritativo: el amor se hace visible y verdadero.

1.  Del Cristo creído al Cristo amado e imitado 

De Cristo, S. Vicente tiene una concepción en sintonía con el credo de la Iglesia. Es un Cristo contemplado en la unidad de la Trinidad, unido al Padre y al Verbo encarnado para el bien de sus humanos, Redentor y Salvador, manifestación de la ternura del Padre, todo al servicio del prójimo. Es el Cristo evangelizador y salvador de los pobres. 

También podemos evidenciar un fuerte paralelismo entre el pensamiento de S. Vicente y el de Pablo al presentarnos el auténtico rostro de Cristo, comprendido en toda su divinidad y en su humanidad, con particular acentuación de su encarnación y pasión (el Cristo crucificado y resucitado, viviente y presente en su Iglesia). Como también de la dimensión de misericordia, caridad y proximidad a cada hombre. Es el Cristo que responde a las necesidades de cada persona humana. 

Algunos elementos de la espiritualidad vivida se derivan de ella.

  • Necesidad de despojarse de sí mismo y de revertirse de Jesucristo.  Es vivir la realidad fundamental del bautismo, para ser cristianos verdaderos y no en pintura. 
  • Estar con Cristo. Es la imagen del Cristo resucitado que esta en medio de los suyos, y en esta reciprocidad de comunión se genera y fortalece al verdadero discípulo. De hecho, incluso el discípulo está llamado a “estar con Él”, según Mc 3,14.
  • Amar a Cristo como respuesta al ser y sentirse amado por Él. 
  • La caridad de Cristo, prolongación del amor del Padre, impulsa a cada cristiano a vivir las consecuencias de la fe, comprometiéndose ante todo en actos concretos de caridad.
  • Imitar a Jesucristo, porque Él es el modelo de toda virtud. Así Él es el modelo ejemplar con toda su vida, a la que debemos hacer constante referencia, dejando operar en nosotros al Espíritu que de modo maravilloso realiza tal conformidad. Aquí hay algunas actitudes esenciales que deben adquirirse y realizarse con constancia: obediencia al Padre, hacer su voluntad, vivir abierto y dispuesto a la divina providencia, ser expresión de su ternura, estar dedicado al bien del próximo. Es todo aquello que Cristo vivió y propone como un estilo de vida para cada discípulo y en particular para todo vicentino. 

2.  La Trinidad, misterio para adorar y vivir 

Creer en este misterio fundamental de nuestra fe —el Dios Uno y Trino, la unidad de la Trinidad — exige, primero que nada, colocarse con asombro frente al misterio revelado, pero también crecer en su conocimiento (en la medida de lo posible) y llevar a la vida todo lo creído, porque la Santísima Trinidad, incluso para S. Vicente, no está distante de nuestra vida. Podemos resaltar estos aspectos del misterio, que también son muy válidos para nuestra forma de vida. La Trinidad es:

  • Modelo de comunión, es vida de unidad en la diversidad, comunión sin confusión una distinción de los roles, porque la fuente vital es el amor que busca el bien del otro. 
  • Modelo de comunicación, la vida trinitaria es dialogo continuo, es donarse en la palabra (El Padre es quien comienza a revelarse, Cristo es la Palabra de Padre, y el Espíritu es definido como sabiduría y don), es poner en común cauto se es y cuanto se tiene, la Trinidad se deja conocer, se revela y exige respuesta. 
  • Modelo de misión y evangelización, la vida que circula en el interior se proyecta al exterior y se efectúa el anuncio y el don para toda la humanidad (son aquellos que la teología llama las misiones del Hijo y del Espíritu)
  • Modelo de vida de la Iglesia y de cada comunidad: la Iglesia viene de la Trinidad, se configura como modelo suyo y camina hacia la misma Trinidad, así cada comunidad cristiana es también expresión de la Iglesia Universal. S. Vicente, en particular, hacia referencia a la misma Trinidad para subrayar la cualidad de la vida fraterna en  la comunidad; así cada comunidad se convierte en una fuerte propuesta de una nueva vida en Dios, de la cual busca reproducir en la tierra el modelo de comunión y donación.

3.  La espiritualidad vicentina, a partir de los dos misterios de nuestra fe

Tener siempre delante de nuestros ojos el rostro de Cristo, para aprender a reconocerlo en los pobres, después de haberlo adorado con fe e invocado en oración.

Imitar y vivir la proximidad de Dios para aprender a estar muy cerca, bajo el ejemplo de Cristo que no deja de compartir la vida y el compromiso con sus discípulos. Esto nos pide que nos comprometamos a evitar cualquier separación, oposición o, lo que es peor, cualquier forma de segregación y rechazo. Es la consecuencia de ser todos “hijos del mismo Padre”.

En sintonía con 1Jn 3, 18 debemos ser capaces de ‘amar en obras y en verdad’, y no contentarse sólo con la palabra. San Vicente habla del “sudor de la frente y la fuerza de los brazos” Se realizó así una unión inseparable entre: anuncio de la Palabra, celebración de la salvación, testimonio de la caridad. Esto es lo que San Vicente sabía cómo vivir y nos transmitió como un mensaje que es válido para siempre.

4.  Vínculo inseparable entre la oración y la caridad

No solo existe la relación entre la fe profesada y la vida, sino también la relación entre “oración y servicio”. Si de verdad la fe es el fundamento de toda vida cristiana, la oración es la primera expresión visible, mientras que la caridad resulta ser la prolongación de la misma oración. Se trata de un pasar continuo de la alabanza en el culto a aquella que se expresa en el testimonio del amor. De hecho, es la misma fuente —la caridad de Dios, que es Dios— la que sostiene tanto la respuesta en la oración como la apertura a los demás. Esto es lo que surge de la reflexión bíblica, que subraya como la oración tiene que ver con el Dios que interviene en la historia y que, para no permanecer abstracto y superficial, necesita expandir su atención al otro. 

Dios, de hecho, no sabe qué hacer con un culto, una oración que no está acompañada de la búsqueda de la justicia y del bien del próximo (basta pensar en tantas intervenciones de los profetas sobre este punto). Es seguir los pasos del Dios de Israel que se deja involucrar en la historia de su pueblo e interviene para liberarlo. Es seguir a Cristo que hace de su vida una continua diaconía, como servicio de obediencia al Padre y a su proyecto de comunión y como servicio de liberación y de salvación para todos los hombres. Así que para San Vicente la oración y el servicio están al mismo nivel que la importancia y la realización. Y aquí está su pensamiento de dejar a Dios por Dios cuando la urgencia del servicio exige la suspensión del momento de oración. Encontramos la síntesis en la otra expresión dada a los misioneros de ser cartujos en la casa y apóstoles en el campo: es la capacidad de vivir unidos en relación con Dios y en compromiso apostólico. La comunión con Dios exige y se completa con el servicio. —diaconía— de la caridad. Todo esto lo encontramos densamente presente en la Eucaristía, en donde la vida “partida” se hace alabanza a Dios y don para los hermanos. La memoria del sacramento del amor se completa en el gesto del lavatorio de los píes. De esta manera, se realiza un entramado muy bello, que lleva al reconocimiento de que “hablamos con Dios en la oración y hablamos de Dios en el apostolado y en el servicio”.

Dame un hombre de oración y él podrá hacerlo todo. Así como: `No me basta amar a Dios si mi prójimo no lo ama’ (San Vicente).

P. Mario Di Carlo, CM
Provincia de Italia