A esta virtud la podemos llamar también virtud de la dulzura, de la apacibilidad, de la amabilidad y hasta de la suavidad. Tiene una estrecha relación con la virtud de la caridad, de la que aparece como un componente esencial. San Vicente de Paúl tuvo una especial consideración por ella y trabajó mucho por adquirirla, combatiendo su ‘humor negro’. Esto le permitió expresarse con gestos inspirados en la mansedumbre y en la paciencia. También en este caso su enseñanza es fruto de su experiencia de vida y de su esfuerzo personal, que lo llevaron a mortificarse y a controlar su carácter un tanto rudo.

1. El mensaje de la Sagrada Escritura

Encontramos por lo menos tres tipos de referencias bíblicas

  • El ejemplo de Cristo: Él es el modelo ejemplar. Él, que fue manso, pudo decir: ‘Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón’ (Mt 11, 29). Él es el Rey manso (Mt 21, 5), el Cordero manso conducido al matadero, el Siervo sufriente que no reacciona, sino que acepta todas las ofensas, es el Hijo obediente hasta el fondo, que ofrece en la pasión un ejemplo extraordinario de dulzura y de paz, aunque al mismo tiempo lo caracteriza una gran firmeza (Mt 21, 12-17) frente a quienes se oponen a su Palabra. Debemos aprender de Cristo a unir, al mismo tiempo, una mansedumbre justa y una firmeza oportuna. Jesús nos revela, con su mansedumbre, el verdadero rostro de Dios y nos hace entender que ‘ser mansos’ no quiere decir ‘ser débiles’, sino únicamente ‘estar sometidos a Dios’. De aquí se deduce que una persona mansa siempre es serena y confiada: se encomienda a Dios porque todo lo espera de Él.
  • La bienaventuranza de la mansedumbre: ‘Felices los mansos, porque ellos heredarán la tierra’ (Mt 5, 4). Es claro que la mansedumbre hace parte del Reino de los Cielos; está ligada estrechamente a la primera bienaventuranza -de los pobres- y constituye un fuerte testimonio de la novedad del Evangelio. En el fondo, tanto el manso como el pobre, son aquellos que dan espacio a Dios en su vida, poniéndose con confianza en sus manos. De ahí que no haya por qué sentir necesidad de vanagloriarse, de pretender posiciones de prestigio, no hay nada de qué defenderse, nada a qué apegarse. De un redescubrimiento de la belleza y de la importancia de esta virtud, se desprende, en la historia, todo movimiento de la no-violencia y el esfuerzo por no ceder a las tentaciones de la lucha, del abuso y de la opresión (pensar en la historia al ‘ritmo de Dios’, en la Iglesia como ‘hospital de campaña’, en la lucha contra los duelos, al modo de San Vicente de Paúl).
  • La mansedumbre como fruto del Espíritu: (Gal 5, 22). Se trata de reconocer que ser manso es un don que se recibe de lo alto, que se pide siempre y que debe animar la vida de la comunidad cristiana, para poder llegar a ser propuesta de humanidad (Cfr. Tt 3, 2; Ef 4, 2; Col 3, 12). Se es manso si se es modesto, paciente, comprensivo, humilde.

Además de Cristo, San Vicente observa otros modelos bíblicos de mansedumbre: como ‘Moisés, que era muy manso, el más manso que cualquier otro hombre sobre la tierra’ (Nm 12, 3); como la descripción del profeta Isaías sobre el futuro Mesías: ‘No gritará, no alzará su voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente’ (42, 2-3)

2. La enseñanza de San Vicente de Paúl sobre la mansedumbre

Como ya hemos dicho, San Vicente tuvo que trabajar mucho para lograr el dominio de él mismo, haciendo lo posible por mejorar su carácter, gruñón, bilioso y humoral. Tuvo que hacer muchos esfuerzos para dominarse, pero logró frutos, que se vieron en un comportamiento paciente y misericordioso, convencido de que con este modo de ser se conquista a las personas, hasta el punto de poder decirlo él mismo: ‘La mansedumbre, oh qué bella virtud. Yo no he aprendido todavía a ser manso’. Para él esta virtud era necesaria a todos, porque permite vivir en sana armonía y en paz.

San Vicente relaciona esta virtud con tres ámbitos específicos:

  • Es la virtud del equilibrio en la vida de las personas. Para San Vicente constituye una fuerza muy grande contra toda forma de ira. No se trata de debilidad, sino de capacidad de reprimir los impulsos del vicio, de controlar los propios instintos. Ayuda a lograr una gran serenidad, afabilidad, cordialidad; a dominar los agravios recibidos; excusa los errores, busca hacer el bien a quien hace el mal, va al encuentro de todos, condesciende con todo aquello que no es malo, ayuda a rechazar las peleas y las discordias. El manso es constante el bien, al contrario de quien es irascible.
  • Es una virtud indispensable en la vida comunitaria: la vida fraterna exige respeto y dulzura, sin las cuales es imposible la verdadera caridad. De hecho, es necesario tener caridad al interior de nuestras comunidades y de nuestros grupos, para poder tenerla con la gente externa: ‘Espero muchos frutos de la bondad de nuestro Señor, si la unión, la caridad y la paciencia existen entre ustedes’ (SV a los Misioneros). Todo el mundo tiene que orientarse en esta dirección. Será necesario también integrar la autoridad, las propias funciones para lograr el acuerdo con los otros miembros de la comunidad. Hay que buscar siempre lo que une, superar las polémicas, tener delicadeza y respeto. La humildad nos acerca a los otros porque ayuda a eliminar barreras, obstáculos y divisiones, a superar asperezas, resentimientos, rivalidades, celos y envidias. Hay que evitar las tentaciones del diablo que, por naturaleza, es ‘división, rompimiento, imposición, búsqueda de supremacía’. La mansedumbre se manifiesta así como una expresión delicada de la caridad (Cfr. Himno de la Caridad, 1Cor 13). La verdadera mansedumbre ayuda hacer realidad todas sus implicaciones porque se basa en el respeto a la persona humana y en el esfuerzo por imitar el modo de actuar del Dios Amor. Donde hay respeto y mansedumbre, existe el paraíso.
  • Es la virtud que ayuda a conquistar los corazones, virtud pastoral: servir a los pobres, dedicarse al apostolado, no es fácil, porque implica trabajar con personas difíciles, toscas, a las que es necesario manifestarles el amor de Dios, además de satisfacerlas en sus necesidades materiales. La mansedumbre ayuda a acortar distancias, a ir al encuentro del prójimo con un rostro sereno, aceptarlo por lo que es, más allá de las apariencias. De ahí que sea necesario hacerse aceptar, y esto es posible solo si se deja aparte un comportamiento de soberbia, de superioridad, de imposición. Es indispensable la amabilidad que abre los corazones y ayuda a conquistar a las personas, creando confianza y disponibilidad. Se trata de ‘compartir’ sus necesidades, sus sufrimientos y su pobreza. Es necesario entender y aceptar su ignorancia y su dureza para comprender. Urge ser pacientes, aunque haya que esperar los buenos resultados. Se trata de convencer y no de vencer, solo así se puede convertir a los herejes y ganarse a los opositores. Hoy se habla de diálogo, de aceptación recíproca. San Vicente recuerda que la arrogancia, la impaciencia, la violencia, incluso verbal, no logran nada: solo la dulzura conquista, aunque a veces sea necesario ‘unir lo amargo con lo dulce’. Sí, sobre todo en el apostolado y en el servicio, se necesita tanta ascesis para aprender la mansedumbre y vivirla de manera concreta, uniéndola a las otras capacidades para reconocer los propios errores, pedir perdón y aprender de los otros.

En este panorama, San Vicente tiene frente a sus ojos al menos dos figuras:

  • San Francisco de Sales, el santo de la dulzura;
  • Margarita Naseau, la primera Hija de la Caridad: ‘en ella todo era amable’.

3. La virtud de la mansedumbre hoy

Como en el caso de las otras virtudes, también la mansedumbre tiene una actualidad específica en el mundo de hoy:

  • Es dominio de los propios instintos, como la furia, la ira. Positivamente, es también capacidad de usar la energía de la propia irascibilidad, relacionándola con la firmeza, inclusive con el justo rechazo de las muchas injusticias.
  • Es comportamiento de afabilidad con todos, acercarse a los otros y acogerlos, hacer uso de la corrección fraterna, aunque siempre con ‘espíritu de mansedumbre’ (Gal 6, 1).
  • Es capacidad de soportar las ofensas, evitando reaccionar con violencia, y más bien actuando con la convicción de que con la paciencia se puede conquistar al más duro adversario.
  • Es respetar a las personas, hasta la valentía del perdón.
  • Es coraje y audacia para anunciar el Evangelio, dando testimonio de la fe y de la esperanza, pero con ‘dulzura y respeto’ (1Pd 3, 15).
  • Es aceptar la lógica de la no violencia, del pacifismo auténtico que no destruye nada, capacidad y temple para luchar por el bien y la justicia, incluso hasta entregar la vida.

De todos modos, para ser ‘mansos, dulces y pacientes’ con todos, es necesaria la mansedumbre del corazón y unir siempre la mansedumbre con la prudencia, ser al mismo tiempo ‘sencillos y prudentes’.

Mario di Carlo, CM
Provincia de Italia