Los hijos e hijas de San Vicente de Paúl y de Santa Luisa de Marillac, como el ave fénix, estaban saliendo de las cenizas aún humeantes que había dejado la Revolución Francesa. Ya comenzaban a llegar a nuestras casas muchachos y muchachas decididos, valientes y generosos, que con los curtidos misioneros y las veteranas hermanas que habían retornado a la Comunidad, seguían el derrotero iniciado por los Venerables Fundadores dos siglos atrás.

La Virgen Madre, no había olvidado que el pastorcillo de las Landas, la veneraba en la imagen que había puesto en una encina mientras apacentaba los rebaños del hogar doméstico, y que un día la colocaría como guardiana de su primera obra: ““Si se invoca a la Madre de Dios y se la toma como Patrona en las cosas importantes, no puede ocurrir, sino que todo vaya bien y redunde en gloria del buen Jesús, su Hijo…” [i]. Y, la Señorita Legras aún más fogosa y expresiva, había consagrado su naciente Comunidad a María como “Única Madre de la Compañía”[ii]; y desde los orígenes, con las primeras aldeanas, antes que el Papa, había empezado a proclamarla Inmaculada, con la oración salida de su experiencia Cristocéntrica y mariana: “…Santísima Virgen María creo y confieso tu santa e inmaculada Concepción…”[iii]

Si pudiéramos abrir el libro de la vida de María y leer sus secretos, podríamos encontrar algunas líneas de gratitud por lo mucho o poco, que los miembros de la F. V. hemos realizado por ella. Pero pienso, que la gratitud más grande, la tiene con las Hijas de la Caridad antes que con nosotros los Misioneros Vicentinos, porque ellas la han hecho amar y conocer más, entre otros medios con la difusión de la santa Medalla. Es un pensamiento atrevido de mi parte, pero vale la pena el tenerlo en cuenta y meditarlo.

Tomemos algunos aspectos del mensaje de su maternal visita a la F. V. y por medio de ella al mundo entero.

1. El amor de María por los Vicentinos y las Hijas de la Caridad:

En la aparición del 18 – 19 de julio de 1830, entre las confidencias que la vidente nos ha dejado conocer, encontramos estas palabras de la Virgen:” Hija mía, yo gusto de derramar especialmente mis gracias sobre la Comunidad, a quien felizmente amo. Pero me causa dolor; hay en ella grandes abusos; no es observada la regla; deja que desear la regularidad; hay gran relajación en las dos comunidades…Dios y San Vicente protegerán la comunidad…”[iv]

A partir de las apariciones, nuestra Familia se extendió por el mundo entero en número, pero especialmente en santidad. Hoy ya, en el cercano bicentenario de la visita de la Madre Milagrosa, el espíritu de San Vicente alcanza los confines del mundo, pues estamos en cerca de 160 países de los 194 del orbe. ¿Qué lectura podemos hacer de esta realidad? Sencillamente, no podemos negar el sí de María, nos prometió su compañía y asistencia, y la ha cumplido fielmente. ¿De cara ante un nuevo milenio, cómo vamos a responder a su inmenso amor? ¿Qué nos está pidiendo ella, frente al mundo de los pobres cada vez más creciente y, con sus nuevas miserias? Nos llevará a afinar el oído, para escuchar su voz y la de su Hijo como en Caná de Galilea: “Hagan lo que Él les diga”[v].

2. La Medalla Milagrosa: de la mano de María a nuestras manos. y de las nuestras al mundo entero:

La Medalla Milagrosa no fue un privilegio para la Comunidad, sino una misión confiada a los hijos de San Vicente. Somos un gran puente entre ella, la Iglesia y el mundo. Pero el cuestionamiento ha de ser fundamentalmente para nosotros y, ante ella responder si estamos atentos a su predilección con fe indestructible, caridad solícita, esperanza activa, con la solidez de las virtudes características de nuestra vocación, con la manera de hablar de María y de orar ante ella… Así las gentes y sobretodo los pobres, leerán en el libro de nuestra vida una fe que no es elucubración teórica, sino apertura hacia el encuentro con Dios, que se vivencia a cada paso en la luz de cada día, en la serenidad ante las contrariedades de la vida y en la construcción de un mundo cada vez mejor… Una fe operante, no alienante que nos lleve del encuentro de Jesús en el sagrario, pero dejándolo presurosos para salir al encuentro de él en el pobre ultrajado en nuestras calles y covachas…en palabras del Fundador encontrarlo ”dando la vuelta a la medalla”[vi]. De la medalla de la Madre, vamos a encontrar con ella la medalla de Jesús crucificado y sangrante en el mundo de hoy.

El mensaje de la Medalla ha de calar hondo en nosotros, porque sólo con la fuerza que recibimos de ella, podemos atravesar montes y collados llegando hasta los más remotos lugares de la tierra, y con la presencia de ella abrir los corazones a Jesús.

3. La Virgen Milagrosa ha venido a nosotros…ahora nosotros vamos hacia ella:

– Ella no cesa de extender “sus ojos misericordiosos”[vii] hacia nosotros, junto con sus brazos abiertos y sus manos extendidas acogiéndonos en su regazo maternal.
– Ella se muestra compasiva con los pequeños, los débiles, con los que la invocan…con los rayos luminosos que salen de sus manos.
– Ella, al final es, en una palabra es “nuestra Madre y nos ama como a hijos”[viii]
– Nosotros como hijos, con un corazón noble, con memoria agradecida reconocemos su compañía ininterrumpida en los avatares de la historia de nuestra familia…Francia, España, China, Cuba…hasta en los más desconocidos recovecos del mundo.
– Nosotros con memoria fresca, recordamos la misión confiada: difundir su medalla con su rico mensaje de fe, esperanza y caridad.
– Nosotros al llevar la Medalla Milagrosa, reconocemos la presencia de ella en nuestra vida que nos ilumina, guía y hace de nosotros mensajeros de esperanza, llevándonos de su mano a su Hijo, la Buena Noticia que hemos de proclamar toda la vida, con la palabra y aún más con el cotidiano vivir.

Oremos:

¡Oh Virgen Milagrosa! Tú has sido desde los inicios de la Congregación de la Misión, nuestra madre y maestra. Tu que has sido constituida como “madre y canal por donde procede toda misericordia”. Ven como siempre lo has hecho, y visita esta viña de tu siervo fiel S.V.P. y haz que el espíritu de nuestra vocación florezca, y así seamos sencillos, humildes, mansos, mortificados y llenos de celo por la gloria de Dios y la salvación del mundo. Madre de la Compañía, ruega por nosotros y por los que vendrán después de nosotros. Amén.

“Oh María concebida sin pecado.

Ruega por nosotros que recurrimos a ti”

Marlio Nasayò Lièvano, c.m.
Provincia de Colombia
Chinauta, Fusagasugá, 15 de noviembre de 2019

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[i] S.V.P. XIV, 126
[ii] S.L.M. dic. 1658. C.662. L.602
[iii] S.L.M. Oración a la Virgen María.
[iv] Sor C. L y la M.M. Aladel – Nieto. 1922.p. 58-59
[v] Jn.2,1-12
[vi] S.V.P.XI, 725
[vii] De la Salve
[viii] Santa Catalina Labouré