1.- Un descubrimiento bajo la guía de San Vicente de Paúl: 

Luisa empezó a relacionarse con San Vicente hacia 1623 cuando todavía vivía su esposo, ya muy enfermo. Lo cuenta ella al narrar la luz de Pentecostés y lo ratifica el santo en la conferencia del 3 de julio de 1660 al hablar de las virtudes de la fundadora: “A veces me ponía a pensar delante de Dios y me decía: «Señor, tú quieres que hablemos de tu sierva, ya que era obra de tus manos»; y me preguntaba: ¿Qué es lo que has visto durante los treinta y ocho años que la has conocido?” (IX/2, 1224). Desde los comienzos de su dirección espiritual San Vicente se esforzó por hacer entender a santa Luisa que la búsqueda de la voluntad de Dios es inseparable de la confianza en su Providencia. 

Ella, después de la luz de 1623, estaba impaciente por conocer su futuro y no sabía bien qué es lo que Dios quería de ella. San Vicente la modera y la calma introduciéndole en el camino de la confianza en la Providencia. Cuando en 1625 Luisa se queda viuda, él la aconseja refrenar sus impaciencias, tomar conciencia de sus errores y de las causas que los producen y pedir a Dios que la dé a conocer su voluntad dejándose conducir por la Providencia. Para san Vicente la confianza en la divina Providencia es garantía de salvación y fuente de felicidad: “No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo” (III, 359, c. 1129). Convencer a Luisa de Marillac de esta verdad fue su primer objetivo como director espiritual. Lo vemos en la carta que la escribe en 1629. Luisa está preocupada por su hijo Miguel y san Vicente la está preparando para enviarla a la misión de visitar las cofradías de la Caridad. Sabe que necesita liberarse interiormente y dejarse conducir por la Providencia. Por eso la da este consejo: «Señorita: Le deseo buenas tardes y que no llore por la felicidad de Miguel, ni se apene por lo que le pueda suceder a nuestra hermana… Dios, hija mía, tiene grandes tesoros ocultos en su santa Providencia; ¡y cómo honran maravillosamente a Nuestro Señor los que la siguen y no se adelantan a ella!  Sí, me dirá, pero es por Dios por quien yo me preocupo. No es por Dios por quien se preocupa, si se apena en su servicio.» (I, 131, c. 30; Cf. también I, 266; c. 159)  

Unos días después vuelve a escribir repitiendo la misma consigna (I, 132, c. 31) y a las pocas semanas Vicente alaba su conducta porque ve que Luisa va entrando en la práctica de dejarse conducir por la Providencia: «¡Cómo me consuelan su carta y los pensamientos en ella consignados! Realmente, es preciso que le confiese que el sentimiento se ha extendido por todas las partes de mi alma, y con tanto mayor placer cuanto que esto me ha hecho ver que está usted en el estado que Dios le pide. ¡Ánimo!, continúe, mi querida hija, manteniéndose en esa buena disposición y deje obrar a Dios” (I, 133, c. 33). Luisa ha comenzado a dejarse guiar, pero es preciso confiar plenamente… En 1635 Luisa visita la Cofradía de la Caridad de Beauvais. Elabora su informe y se lo envía al san Vicente. Éste lo recibe y contesta: «Quizás para entonces sea posible disponer de más personas para ponerlas allí. El señor de Beauvais se marcha a dar la misión en Liancourt; quizás llegue antes usted; pero no se apresure por ello. Siga el orden de la Providencia. ¡Qué bueno es dejarse conducir por ella! Cuide mucho de su salud y no ahorre ningún esfuerzo por alimentarse bien durante el trabajo» (I, 326, c. 202). La confianza en la Providencia no exime de buscar los medios humanos a nuestro alcance para que Dios actúe a través de nosotros, en nosotros y con nosotros…

2. Experiencia y algunas enseñanzas de Santa Luisa sobre la Providencia

Santa Luisa se apoya sin cesar en la confianza en la Providencia tanto en su vida personal como en la dirección y gobierno de la Compañía. A veces identifica la Providencia con la voluntad divina o con el mismo Dios. En 1642, tras el acontecimiento sorprendente de la caída del piso escribe una reflexión-meditación que lleva por título: “Disposiciones de la divina Providencia”, plasma sus convicciones acerca de la caída del piso: “Nuestro buen Dios nos permitió reconocer su Divina Providencia por acontecimientos tan señalados como la caída de nuestro piso… he pensado enseguida que toda nuestra familia debía tener… una dependencia total de la divina Providencia” (SLM: E. 53 sobre Las disposiciones de la divina Providencia, núm. 172, p.756). Luisa transmite lo que vive y lo enseña a las hermanas y personas colaboradoras en la misión. Deseaba que todas las hermanas se penetraran fuertemente de su experiencia de confianza y abandono. 

Así en 1650 escribe a las hermanas de Nantes: “Suplico a todas nuestras Hermanas que permanezcan fuertemente adheridas a lo que disponga la divina Providencia, amando esas disposiciones y abandonándose de nuevo a ellas, con la seguridad de que, si le somos fieles hasta ese punto, su bondad no nos abandonará y todo lo que al presente nos causa pena, redundará en nuestro mayor consuelo” (SLM: Correspondencia c. 324, p. 318). Al final de su vida, 1659, santa Luisa insiste: “Las Hijas de la Caridad deben poner toda su confianza en la Providencia, no en los poderosos ni en los sabios y menos aún en nuestra propia diligencia”. Es el resumen de su vida conducida por la confianza en la Providencia. Así lo ha dejado escrito en su testamento: “Tú sabes, Dios mío, que soy toda tuya y que tu Providencia, por tu bondad, ha sido la directora de todos los estados de mi vida, de lo que te doy gracias muy humildemente” (SLM: E. 111, Testamento, primer codicilo, p. 834)

Santa Luisa está tan convencida de que la confianza en la Providencia debe ser una actitud fundamental en las Hijas de la Caridad, que al final de su vida afirma que la pobreza y la confianza en la divina Providencia son los pilares que pueden sostener la Compañía en el futuro. San Vicente compartía esta experiencia; estaba tan seguro de ello que pensó en el nombre de Hijas de la Providencia para la Compañía: “Hijas mías, tenéis que tener tan gran devoción, tan gran confianza y tan gran amor a esta divina Providencia que, si ella misma no os hubiese dado este hermoso nombre de Hijas de la Caridad,… deberíais llevar el de “Hijas de la Providencia”, ya que ha sido ella la que os ha hecho nacer”( SVP: Conferencias a las H. C., IX/1, 86). 

Sor Mª Ángeles Infante, H.C.