Cuando se acerca el final del año civil y nos aprestamos para celebrar, agradeciendo o quizá lamentando, el tiempo ido y también acogiendo con esperanza, o quizá con temor, los tiempos nuevos que están por llegar, tenemos una buena ocasión para reflexionar sobre la importancia del tiempo y sobre lo positivo que es el ir marcando etapas, en nuestra vida y en la vida del mundo.

Quizá cuando éramos pequeños, el tiempo pasaba algo inadvertido para nosotros, precisamente porque, al no tener experiencia, no lográbamos dimensionar la importancia que éste tenía.

En la medida en que nos fuimos haciendo adultos y mayores y sobre todo, cuando empezamos a tener obligaciones cada vez más demandantes, empezamos también a apreciar la importancia que el tiempo tenía y cómo por ejemplo, perderlo -muchas veces inútilmente- tendría un costo y a veces, un muy elevado costo para nosotros, para nuestros proyectos, para nuestros sueños.

Cuando nuestra vida haya acumulado muchos días y muchos años, cuando nuestra actividad disminuya y quizá ya no tengamos tantas obligaciones, cuando se haya acumulado una buena cantidad de cansancio sobre nuestros hombros y sobre nuestro espíritu, quizá volvamos a sentir que el tiempo ya no es tan importante. Pero esta vez, no porque pase inadvertido. Al contrario, quizá cada día y hora pasará demasiado lentamente para nosotros y, dependiendo de nuestra actitud frente a la vida, eso podrá ser un fastidio… o más bien una gran oportunidad: una oportunidad para pensar, para orar, para compartir, o para contemplar…

¿Y cuál es la real importancia del tiempo? Para los que tenemos vocación a la eternidad, para los que creemos en un Dios para quien mil años son como un día, el tiempo no pasa de ser una limitación a la que estaremos sometidos, mientras no lleguemos a la casa eterna del Padre…

Sin embargo, el tiempo -creado por Dios- es la oportunidad que tenemos, es el regalo que Él nos da, para que podamos ser felices, procurando también la felicidad de los demás, sabiendo que esa felicidad no la alcanzaremos plenamente, precisamente mientras exista el tiempo.

Estamos concluyendo una etapa, en la larga línea del tiempo. Y es un momento para revisarnos, agradecer, arrepentirnos y proyectarnos… Y cuando amanezca el nuevo día, cuando empiece el nuevo tiempo, tendremos una nueva oportunidad -regalada por Dios- de hacer bien lo que en el pasado hicimos mal y de afianzar lo que, por gracia de Dios, hasta ahora, hemos hecho bien.

No queda más que glorificar al que es eterno y que, sin embargo, entró en el tiempo, para salvarnos.

P. Carlos de la Rivera, CM
Provincia de Chile