1.- La esencia de nuestra vocación vicentina es vivir en fidelidad
La espiritualidad de toda la Familia Vicentina hunde sus raíces en la fidelidad al carisma de San Vicente de Paúl. Ese debe ser nuestro punto de partida, la inspiración y compromiso permanente tanto en la elaboración como en la ejecución y evaluación de nuestras tareas pastorales y estilo de vida que proyectamos en nuestro ser y hacer misionero.
Los últimos documentos eclesiales y vicentinos no se cansan de insistir en la importancia de la fidelidad creativa para dar sentido y motivación a nuestra vocación misionera. Pertenecer a la herencia de San Vicente es un compromiso radical que hemos hecho y necesitamos una fuerte voluntad para cumplirlo y una espiritualidad que alimente y profundice esa misma convicción. La gracia de la fidelidad es un don de Dios desde la intercesión mediadora de Jesucristo, misionero del Padre, y tal como San Vicente de Paúl intuyó y leyó esa espiritualidad en el momento histórico que le tocó vivir.
La fidelidad no consiste en una perseverancia pasiva sino en un estímulo para vivir en perfección y renovación superando la tentación de la rutina, la tibieza, la instalación, la comodidad y tender hacia el don, la gracia, la tarea, el compromiso, la repuesta a las necesidades de la Iglesia y de la Congregación. Adoptar actitudes que surgen a partir de una lectura exigente de los signos de los tiempos, la audacia para interpretarlos y asumirlos deberán estar siempre presente en nuestra respuesta misionera.
Para hacer realidad en nuestra vocación misionera estos propósitos e intenciones es necesario analizar los acontecimientos desde el flujo de la vida que se manifiesta, en primer lugar, en clave de pasado para repensar y evaluar lo positivo y revitalizarlo, que es mucho y bueno, y para superar las sombras que siempre se ciernen en el mar de las de las debilidades y deficiencias humanas; en clave de presente con ojos de compromiso en una sociedad que nos exige discernimiento y valentía ante tantas ofertas y opciones que nos ofrece la vida que, si bien muchas de ellas están en sintonía con el Evangelio y nuestro espíritu vicentino, otras, en cambio, se apartan de él; en clave de futuro desde la esperanza, la alegría y el optimismo que proyecte nuestra vida hacia objetivos, acciones y metas ilusionantes y vivos.
Cada uno de nosotros, en las diferentes etapas de la vida donde nos encontramos y sometidos poco a poco al rigor de los años, donde se gana en experiencia pero se debilitan las fuerzas, estamos llamados a vivir en fidelidad la herencia de nuestra vocación. El vigor e ilusión de la juventud aporta expectativas creativas y fecundas. La edad madura nos brinda experiencia y nos exige vivir en fidelidad permanente para resituarnos ante retos y desafíos nuevos y la ancianidad, aceptada con serenidad y reconociendo la limitación física y mental, lejos de ser una carga o un dolor para la comunidad y para quien la padece, puede ser un ejemplo gratificante para las nuevas generaciones cuando se acepta con serenidad, paciencia, entereza y paz.
La diversidad de edades, estilos, formas de pensar y de actuar, lejos de producir un obstáculo para el desarrollo de la misión debe ser una oportunidad de crecimiento desde la diversidad para fomentar la unidad. Al estilo y ejemplo de la pedagogía paulina, cada uno ponemos nuestros dones y carismas al servicio de la misión y de los demás. Crecer en autoestima y en confianza en Dios y en nuestras posibilidades son actitudes que fortalecen nuestra madurez personal y crecimiento interior. San Vicente de Paúl y tantos misioneros en la larga historia vicentina se han caracterizado por la disponibilidad, generosidad y audacia para emprender retos nuevos en las actividades y obras que realizaron para seguir al Señor.
Existen ejemplos y comprobaciones de misioneros en nuestra propia realidad que, pese a las limitaciones e imperfecciones, avanzan en la exigencia personal, en el don de la vocación hacia la perfección y en el ser consecuentes en el compromiso adquirido revitalizándolo en ilusión, coherencia y exigencia personal en el día a día del ser y actuar misionero.
Sin embargo, en el espejo del mundo, algunos peligros influyen y acechan a la fidelidad y tendremos que estar en permanente estado de alerta y vigilancia: la falta de sinceridad y transparencia, la incoherencia de vida, la carencia de compromisos duraderos, de tenacidad en la perseverancia y la carencia de una voluntad decidida y firme son frecuentes en nuestra sociedad y nosotros no estamos exentos de caer en esas tentaciones que nos invaden y penetran.
Para superar estas tentaciones necesitamos reafirmar cada vez más la dimensión mística y espiritual de nuestra vida. La necesidad de Dios que acompañe e impulse nuestra vida, la oración personal y comunitaria, la celebración y vivencia del sacramento de la Eucaristía y Reconciliación, la mirada a las virtudes de la Virgen María y el ejemplo de San Vicente serán luces que guíen nuestro caminar misionero.
2.- Algunas líneas de acción para impulsar en nuestra vida misionera la fidelidad creativa
- Sentir una profunda experiencia de Dios y la presencia del Espíritu en nuestro caminar para superar la dispersión y la tensión que surge entre la “presión” por la respuesta a las necesidades tan apremiantes y lo que podemos ofrecer desde nuestra generosidad en la entrega.
- Tomar conciencia de la palpitante actualidad que el carisma de san Vicente tiene en la realidad concreta donde vivimos y cómo debemos ser instrumentos de respuesta activa desde nuestra humildad, espíritu de servicio y amor a la Iglesia.
- Dar testimonio con nuestro ejemplo desde un estilo de vida sobrio y sencillo en solidaridad con los pobres.
- Actuar con sentido de generosidad y disponibilidad priorizando las necesidades de la Iglesia por encima de nuestros propios intereses particulares.
- Sentirnos atentos y vigilantes ante las “nuevas y urgentes pobrezas” que se desarrollan hoy en la sociedad y, en atención al clamor del Papa Francisco, especialmente la secuela de la migración, sintiéndonos sensibles en “acoger, proteger, promover eintegrar” quienes sufren esas situaciones.
- Despertar nuestro sentido crítico ante una sociedad competitiva y excluyente, manipulada por los Medios de Comunicación Social y los grandes poderes económicos y fácticos.
- Valorar más las personas que las estructuras y, ante estas últimas, permanecer en estado de alerta y evaluación en relación con los objetivos planteados.
- Crecer en la unidad organizativa y eficaz y crear cauces de colaboración y apoyo mutuo entre los participantes de las diferentes ramas de la FAVI para responder con eficacia a tantas necesidades de los pobres y que se suscitan en la realidad diaria que nos toca vivir.
- Elaborar, ejecutar y evaluar proyectos de formación permanente y de servicio directo a los pobres que nos comprometan como participantes activos de la Iglesia desde nuestra identidad y espiritualidad vicentina.
- Adquirir conciencia de la importancia que tiene el trabajo en red que exige una planificación en el inicio y una organización de futuro para evitar los “personalismos”.
- Profundizar en los tres soportes en que debe basarse nuestra identidad, pertenencia y compromiso vicentinos como criterios a vivir en fidelidad permanente: una espiritualidad sólida en el seguimiento de Jesucristo desde el servicio a los más necesitados, una formación permanente y renovada para apoyar a los pobres desde los retos y desafíos de una sociedad cada vez más exigente y un compromiso misionero audaz, valiente, decidido.
“¿Quiénes serán los que intenten disuadirnos de los bienes que hemos comenzado?… Serán espíritus libertinos, libertinos, libertinos, que sólo piensan en divertirse y, con tal que haya de comer, no se preocupan de nada más. ¿Quiénes más? Serán… Más vale que no lo diga. Serán gentes comodonas (y decía esto cruzando los brazos, imitando a los perezosos), personas que no viven más que en un pequeño círculo, que limitan su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí; y si les enseñan algo fuera de ella y se acercan para verla, enseguida se vuelven a su centro, lo mismo que los caracoles a su concha”. (XI/3, 397)
P. Pedro Guillen, CM
Provincia de Perú