2. Pedir la gracia de rezar bien
Sólo podemos dirigirnos a Dios, porque Él primero se dirigió a nosotros (1Jn 4,10), revelándonos su amor salvador, llamándonos a participar de su vida y despertando en nosotros el deseo de encontrarlo como fuente del último sentido de lo que somos. La oración, por lo tanto, es don, y así debe ser vivida. Por eso, San Vicente recomienda pedir al Señor la gracia de rezar bien, seguros de que “no podemos tener ningún buen pensamiento sin la gracia de Dios “(SV X, 591).
Se trata, entonces, de disponerse a la oración, orientando hacia Dios los impulsos del corazón y de la mente y entregando en sus manos con confianza y disponibilidad. “Invocar la ayuda divina”, abriéndose a la acción del Espíritu Santo, “maestro interior”, con una invocación tradicional o con palabras similares.
Una oración compuesta por el propio San Vicente, en el curso de una conferencia a los Misioneros, se presta muy bien a este momento: “Oh Salvador, sabes lo que mi corazón quiere decir; él se dirige a ti, fuente de merced; mira sus deseos que no tienden sino a ti, no aspiran otra cosa sino a ti, no quieren sino a ti. Digamos muchas veces: ‘Enséñanos a orar’. Concédenos, Señor, este don de la oración; enséñanos tú mismo como debemos rezar. Es lo que te pedimos, hoy y todos los días, con confianza, con mucha confianza por tu bondad “(SV XI, 222).
En este paso, San Vicente aconseja a las Hermanas invocar el ejemplo y la intercesión de la Virgen María, santo protector y del ángel de la guarda como compañías y estímulos en la oración (cf. SV IX, 426, X, 591). La fe nos asegura nuestra participación en la comunión de los santos. Así como, en el nivel antropológico, nadie es una isla, mucho menos en el ámbito de la vida espiritual. Estamos siempre “rodeados por la nube de los testigos “que nos precedieron en el servicio del Señor y que nos incita a fijar en él la mirada de nuestra fe (Heb 12,1).
3. Recordar o escoger un tema
A partir de la lectura orante de un texto bíblico o de la reflexión sobre un misterio, virtud o la máxima cristiana, elegir un tema puntual y concreto para la meditación. “Después de tener a petición de nuestro Señor la gracia de hacer bien la oración, les aplicaré interiormente a los puntos de la lectura. Oh Salvador, concédeme la gracia de entrar en esta santa práctica. ¡Oh Hermanas mías, si hacéis bien la oración, cuántas gracias recibiréis de Dios “(SV X, 574)!
Dar especial atención a la “humanidad de Jesús”, su vida, misión y enseñanzas (SV XII, 113, X, 575), dejándose sorprender e inspirar por su ejemplo y por su palabra. Dirá San Vicente a las Hijas de la Caridad: “Recordad los misterios de la vida y pasión de nuestro Señor para hacer oración de una oración de otro el asunto de su meditación” (SV X, 569). Vicente demostraba particular predilección por la meditación del evangelio propuesto por la liturgia de la Iglesia, particularmente en sus fiestas: “Es deseable que en los días de fiesta mediten sobre el evangelio que en ellas se lee” (SV IX, 32). En su Exhortación, el Papa Francisco actualizó el apelo ignaciano a una contemplación amorosa del Evangelio, como presupuesto de la acción misionera: “La mejor motivación para decidir a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si nos acercamos de esta manera, su belleza nos deslumbra, vuelve a cautivarnos innumerables veces. Por eso, es urgente recuperar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir, cada día, que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás “(EG 264).
De entre los valores y actitudes vividos y transmitidos por Jesús, algunos se muestran particularmente relevantes para la espiritualidad vicenciana, tales como: radicalidad del seguimiento (Mc 8,27-35, Mt 8,18-27), comunión con el Padre (Jn 8,25-29, 15,9-16), pasión por el Reino y llamamiento a la conversión (Mc 1,14-15, Mt 13,18-23), confianza en la Providencia (Mt 6,25-34, Lc 11,1-4), caridad compasiva y operosa (Mc 6,30-44, Lc 10,25-37), predilección por los pobres (Mt. 25,31 a 40; (Lc 4,14-21), libertad comprometida (Lc 10,28-31, Jn 10,14-18), amor a la verdad (Mc 12,28-34, Jo 8,25-32), sede de justicia (Mc 2,1-12, Jn 8,1-11), disponibilidad para servir (Mc 10,35-45, Lc 7,11-17), celo por la misión (Mt 9,35-38, Lc 9,1-6), formación de discípulos (Mc 3,13-19, Lc 10,1-11), humildad y sencillez (Lc 9,46-48; 17,7-10), mansedumbre y firmeza (Mc 10,17-22, Mt 11,28-30), alegría y gratitud (Mt 11,25-27, Lc 1,46-56), apertura al Espíritu (Jo7,37-39; 14,15-26), cruz y resurrección (Mc 10,32-34, Lc24,13-35), etc.
Flexible e insistente en el uso del método propuesto, San Vicente sugería que, donde se hiciera oportuno, se enunciaran los puntos a ser considerados en la meditación, a fin de facilitar el desarrollo de la OM, especialmente por parte de las Hermanas menos letradas y poco experimentadas en la vida espiritual: “La Hermana encomendada para eso haga alto, después de la lectura, como si hiciera una oración “(SV X, 590).
En este momento inicial de la OM, la imaginación puede constituirse en una ayuda para rezar bien, como recordaba San Vicente (Cf. SV IX, 4, X, 587), tomando de los Ejercicios Espiritual de San Ignacio de Loyola. Se trata de un recurso adicional, útil a quien demuestra facilidad en su uso, pero no indispensable a la meditación, que se apoya en el entendimiento y en la voluntad, iluminados por la fe, como enfatizaba nuestro fundador (cf. SV X, 588). Algunos ejemplos: A) Al colocarse en la presencia de Dios, el orante puede imaginarse como Moisés en la Carpa de la Reunión, donde “el Señor le hablaba cara a cara, como un hombre habla con su amigo “(Ex 33,11); o como huésped y comensal de la Santísima Trinidad, en la perspectiva sugerida por el icono de Andrei Rublev (siglo XV), a la luz de la experiencia de Abraham (Gn 18,1-15). B) Al pedir la gracia de rezar bien, es posible imaginarse reclinado sobre el pecho de Jesús, como el discípulo amado en la cena (cf. Jn 13,22); o como María, hermana de Marta y Lázaro, sentada a los pies del Maestro, dejándose formar por su palabra (Lc 10,39); o como aquellos que se reunían alrededor de Jesús para oír su enseñanza (cf. Mc 2.2). C) Finalmente, en el momento de recordar o elegir un tema, el orante puede imaginarse como uno de los actores de la escena que se describe en el texto sobre el que está meditando. Todo esto para que la imaginación no divague y ayúdanos a conquistar mayor concentración.
A las Hijas de la Caridad, Vicente recomendaba hasta recurrir a la contemplación de estampas: “Sería aún oportuno que tenéis a mano imágenes de los misterios sobre los cuales queréis meditar. Al contemplarlas, pensarías: “¿Qué es esto? ¿qué representa? ¿qué quiere decir?”. Y así tendrías el espíritu abierto”(SV IX, 426). También vale la pena mencionar lo que respecto de la práctica de una persona (a lo que todo indica, Santa Juana de Chantal, a quien Vicente menciona explícitamente en otro pasaje: SV X, 574), que se detenía sobre la imagen de la Virgen María, confrontándola a sí misma para sacar sus resoluciones: “Una señora, a la que conocí, se sirvió durante mucho tiempo de la mirada de la Santa Virgen para todas sus oraciones. Se detenía primero sobre sus ojos y, después, decía en su espíritu: “Oh hermosos ojos, tan puros! Nunca serviste sino para dar gloria a mi Dios. ¡Cuánta pureza aparece en vuestros santos ojos! ¡Qué diferencia de los míos, con los que tanto he ofendido a mi Dios!. No quiero darles tanta Libertad, sino, al contrario, acostumbrarlos a la modestia “(SV IX, 31). A las que no podían leer, además del uso de estampas, el fundador sugería decorar el evangelio propuesto por la liturgia en días festivos. Y añadía: “Conocí personas que no sabían leer y escribir y, sin embargo, hacían de manera perfecta su meditación “(SV IX, 32). Animaba a fijarse en el crucifijo para meditar la pasión (cf. SV IX, 32.217).
Hoy, el uso de imágenes puede ser útil sobre todo para favorecer el proceso de iniciación a la práctica de la meditación, en las casas de formación, retiros, encuentros, etc. Guárdese, sin embargo, el debido cuidado para que no se cree dependencia de estas herramientas suplementarias.
En su admirable sentido práctico, San Vicente recomendaba con insistencia la lectura diaria de un capítulo del Nuevo Testamento. Fue lo que hizo, por ejemplo, hablando a los Misioneros, el 19 de enero de 1642: “Debemos tener gran devoción en ser fieles a la misión lectura del capítulo del Nuevo Testamento, haciendo, al principio, los actos: primero, de adoración, adorando la Palabra de Dios y su la verdad; segundo, entrar en los sentimientos con que Nuestro Señor la pronunció esas verdades y aceptarlas; tercero, decidir por la práctica de estas verdades. Por ejemplo, cuando leo: “Bienaventurados los pobres de espíritu” (Mt 5,3), tomaré la resolución y me entregaré a Dios para practicar esa verdad en tal y tal ocasión. También, cuando leo: ‘Bienaventurados los mansos’ (Mt. 5,4), me entregaré a Dios para practicar la mansedumbre. Sobre todo, hay que evitar leer por estudio, diciendo: ‘Eso me servirá para tal predicación “, sino leer sólo para nuestro progreso. No hay que desanimar si, después de haber leído varias veces, un mes, dos meses, seis meses, no sentirse tocado. Llegará una ocasión en que tendremos una pequeña luz, otro día tendremos otra mayor, y otra aún mayor cuando la necesitamos. Una sola palabra es capaz de convertirnos “(SV XI, 113). No hay duda de que la espiritualidad vicentina, desde sus orígenes, echa sus raíces más profundas en el terreno fértil y sólido de la Palabra de Dios.
P. Vinicius Teixeira Ribeiro, CM
Provincia de Río