Nuestra ciencia y tecnología han alcanzado muy altas cotas de sofisticación. Tenemos estaciones espaciales y satélites que pueden trazar mapas de toda la Tierra. Tenemos un mundo de información y conocimiento al alcance de la palma de nuestras manos desde la llegada de los smartphones. Un pequeñísimo, microscópico coronavirus, nacido en Wuhan, ha tomado el control del mundo entero. Todo el mundo ha sido sacudido por él, y la mayoría de nosotros está confinada en su casa. Desde Wuhan llegó al norte de Italia y la gente lo tomó a la ligera al principio. La vida seguía siendo normal. Se ignoraban los avisos del gobierno. Desde que se anunció el confinamiento, la gente partió del norte de Italia en todas direcciones. Allá donde iban, llevaban consigo el virus. Ni siquiera se libró la residencia del Papa Francisco en Santa Marta. El virus ha llegado a todos los rincones del mundo y está causando un gran desastre en las vidas de millones de personas alrededor del globo. Quien da positivo es llevado al hospital. Queda aislado y, si tiene suerte de sobrevivir, puede volver con su familia. Si no, se va al descanso eterno sin siquiera tener la oportunidad de que sus seres queridos puedan despedirse de él. Es un sentimiento aterrador perder a quien estaba con nosotros hace apenas un par de días. Sin embargo, también podemos ver una gran belleza: el P. Giuseppe eligió dar su respirador a un joven y murió, pero de manera heroica y como un acto de caridad.
El virus no ha enseñado a arrodillarnos y alzar las manos en oración hacia Dios. El Gobierno ha hecho todo lo posible para salvar vidas, pero es demasiado lo que se debe manejar, y nos dicen que miremos a Dios. Negocios, mercados, industrias, trabajos… todo es un tremendo desorden para millones de personas. Necesitará meses, si es que no son años, para recuperarse. Es doloroso pero tiene ventajas. La naturaleza está reviviendo donde las actividades humanas se han detenido. Necesitamos aprender de los errores de la masificación. Nuestro lema debe ser mantenernos en casa y mantenernos a salvo. Lo superaremos con el tiempo. Poneos a disposición de quien necesite ayuda. Mantened a todos en oración. Participad en actividades que permitan superar el dolor y la tristeza que asolan el globo. Que los cielos lluevan su bendición sobre todos nosotros. Que el Señor resucitado recompense a las almas de los que se han ido. ¡Feliz Pascua! El Señor ha resucitado y está con nosotros para enfrentar los desafíos del mundo.
Atentamente:
P. Paul Parackal, C.M.
Ecónomo General