Una práctica tradicional de los indígenas Ngäbe del oeste de Panamá es enterrar el cordón umbilical de un recién nacido junto a la semilla de un árbol fuerte, como un mango. A medida que crece el niño, también crece el árbol, y así ambos están unidos e interconectados de modo simbólico en la red vital. Durante la vida de esta persona, esta unión significa la armonía con toda la creación que debe definir la experiencia humana.
Hace cinco años, la Iglesia y el mundo entero recibieron de parte del Papa Francisco la encíclica Laudato Si’: Sobre el Cuidado de la Casa Común. Celebramos este aniversario y empezamos un año dedicado a la encíclica en un contexto bastante surrealista, con muchos países en confinamiento para prevenir la propagación del COVID-19. En vez de actividades ecológicas y grandes liturgias centradas en el cuidado de la creación que se planearon para este momento, nos encontramos en un momento con mucho tiempo para reflexionar sobre este importante documento y los efectos que ha tenido en nuestras vidas y misión. El actual estado de crisis llama nuestra atención sobre la continua relación rota entre la humanidad y el resto de la creación de Dios, y sobre la urgente necesidad de reflexionar seriamente sobre la invitación del Papa a vivir una ecología integral.
¿Cuál es la importancia de la “ecología integral” para la Congregación de la Misión, y qué nos ofrecen nuestro carisma y tradición que se pueda aportar a la conversación sobre un mundo en mejor armonía con el plan creador de Dios?
Ofrezco aquí unos cuantos pensamientos que se pueden añadir a la conversación en progreso:
El grito de la Tierra, el grito de los pobres
La ecología integral es un concepto central en Laudato Si’ y creo que es esencial también para la misión vicenciana actual. Alejada de un enfoque ecológico que ve la humanidad como fuera de la “naturaleza”, la ecología integral nos coloca firmemente en la creación de Dios como una parte integral. La encíclica afirma que “Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados” (LS 139). El error histórico de ver el resto de la creación como algo exclusivamente al servicio del bienestar humano debe dejar paso a una comprensión más holística de nuestro lugar en el complejo milagro de la vida que el Creador ha organizado, a la vez que nuestra responsabilidad de cuidar la vida en todas sus manifestaciones.
Una consecuencia de entender que somos parte de una red de vida interconectada, que “todo está conectado”, es darse cuenta de que “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental” (LS 139). La cuestión ecológica no es simplemente una más en una lista de aspectos de la experiencia humana como la economía, la vivienda, la educación, la cultura o la sanidad, sino que más bien está interrelacionada con todas esas facetas de la vida contemporánea: les afecta y está afectada por ellas. Por lo tanto, las cuestiones ecológicas no se pueden fraccionar, sobre todo en referencia al bienestar de las comunidades más pobres y marginadas, y hay que afirmar que “el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (LS 48). La degradación de la creación de Dios está unida a las realidades que impiden a los pobres y marginados de vivir en la abundancia de la vida que Dios quiere para todos sus hijos.
Esta interconexión afirma que lo que le pasa a los ríos, al desierto, a los bosques y al ambiente urbano afecta a las vidas y el bienestar de los pobres que están íntimamente ligados a esos lugares. A escala global, las realidades como el cambio climático y el incremento de las condiciones climatológicas extremas afecta más a los pobres en sus viviendas, vidas y modos de vida. En el día a día, los pobres sufren las consecuencias políticas y económicas de la degradación ecológica, la polución y la contaminación, las cuales suelen coincidir geográficamente con los lugares donde la población más empobrecida y las minorías raciales viven.
Además, la degradación medioambiental y la contaminación que es el lugar común en las vidas de los pobres, se les fuerza a migrar a los suburbios de las ciudades y vivir en condiciones infrahumanas, privándoles de una relación íntima y saludable con la creación. Se distancian de la sacramentalidad de la creación como un lugar sagrado de encuentro con lo divino.
En referencia a la situación actual, en un reciente estudio publicado en Scientific Discovery, John Vidal indica que el incremento de las pandemias como la del COVID-19 no nos muestra que los animales y la “naturaleza” son una amenaza para la existencia humana, sino que más bien afirma que la intervención humana a una gran escala, destruye ecosistemas enteros, lo cual perturba el equilibrio natural, causando escenarios como transmisiones de virus de animales a humanos. Desde un punto de vista más amplio, la “salud planetaria” se postula como un nuevo campo de estudio, que relaciona la importancia de la salud y la integridad de los ecosistemas en la sanidad y bienestar humanos. Aunque oímos comentarios de políticos y medios que nos dicen, que virus como el del COVID-19 no discrimina razas, etnias o clases sociales, sabemos bien que nosotros sí que discriminamos y que estas comunidades marginadas, que han sufrido durante mucho tiempo la falta de servicios sanitarios, además de otros factores, son las que más sufren en esta crisis.
A la luz de todo esto, cuando nosotros, como vicencianos, leemos la descripción del mundo que da el Papa en la Laudato Si’ como un planeta frágil devastado por acciones humanas indiscriminadas, entendemos que la humanidad sufriente no es un concepto abstracto. Podemos ver claramente las caras de la gente con la que compartimos nuestras vidas, los pueblos rurales e indígenas que luchan por proteger sus tierras de los proyectos de extracción masiva, los pueblos desplazados por los desastres producidos por la mano humana, los pobres de las ciudades siendo incapaces de conseguir los elementos básicos para vivir una vida digna, y, actualmente, el alto número de infectados de coronavirus que viven en situaciones de marginación y que luchan por sus vidas. El grito de la tierra y el grito de los pobres es uno solo (LS 49).
Conversión ecológica vicenciana
Como respuesta a esta realidad a la luz de nuestra vocación de seguir a Jesucristo Evangelizador de los pobres, lo que es cierto es que una conversión ecológica vicenciana no se puede reducir a actividades o iniciativas pro-medio ambiente puntuales. Una ecología integral, como la que se desarrolla en Laudato Si’, necesita ser, efectivamente, integral: algo que afecte cada faceta de nuestras vidas y de nuestro ser. En este sentido, ecología integral no sería algo que nosotros “hacemos”, sino más bien algo que “vivimos” en nuestra vida diaria.
Para la Iglesia, como para toda la comunidad global en general, la cuestión ecológica es relativamente nueva. Lo que antes permanecía oculto para la comunidad global hace apenas unas décadas sobre los devastadores efectos de nuestras acciones en el planeta, y por extensión a los pobres, ahora es dolorosamente evidente; nuestro modo de vida está, en un sentido amplio, contra sí mismo. Francisco, definiendo el camino para un modo de vida basado en la ecología integral, habla de la necesaria conversión ecológica que nos permite quitarnos las vendas de los ojos y ver lo que siempre ha estado frente a nosotros.
La conversión es esencial para nuestra vida cristiana y un aspecto fundamental de nuestro carisma vicenciano. Como vicencianos, el despertar de la conversión ecológica está conectado a aquellos más afectados por el maltrato a la creación; ahora llevamos la responsabilidad de saberlo. Ahora conocemos nuestros pecados socio-ecológicos, ya sean intencionales o de omisión, lo que nos abre las puertas a nuevas posibilidades, a nuevas formas de relacionarnos con la creación, con nuestros hermanos y hermanas, y con nuestro Creador.
Todo está interconectado
La conversión de San Vicente de Paúl al corazón de Cristo en la persona de los pobres, claramente, no queda en la dimensión del sentimiento o el pensamiento, sino que hizo nacer un carisma y una acción práctica a favor de aquellas personas que sufren. De un modo similar, el Papa Francisco habla de una verdadera conversión ecológica como algo que siempre se mueve hacia afuera, diciendo que “No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos” (LS 91). Nuestra preocupación por los pobres y los esfuerzos para promover su bienestar deben llevar a proyectos y enfoques pastorales que consideren a la persona al completo en la complejidad de su contacto con la naturaleza y en todos los factores que contribuyen o le restan valor a su crecimiento como hijos de Dios. El modelo del cambio sistémico que la Congregación ha integrado junto con una comprensión más amplia de la Familia Vicenciana es un ejemplo que puede servir de fundamento para una ecología integral. Estos procesos afirman que “Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales” (LS 139).
Adoptando un enfoque integral, como vicentinos debemos tener cuidado de no centrarnos exclusivamente en indicadores como el empleo, los ingresos o el nivel de educación, separados de los conceptos más amplios de la calidad de vida y la importancia de la integridad ecológica. Los indicadores de pobreza, educación y salud que se utilizan con frecuencia, aunque a veces son indicadores de referencia útiles, no ofrecen una imagen completa del crecimiento humano tal como lo concebiría la población local. Hay una realidad recurrente en todo el mundo, acerca de personas que dejan la “pobreza” en un sentido estadístico, pero que experimentan una reducción de su calidad de vida y de su dignidad humana, y esto suele estar vinculado al deterioro ecológico. “Muchas formas altamente concentradas de explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades sociales que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia” (LS 145).
Rechazar un sistema de consumo
En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco critica el sistema económico actual, que no está al servicio de la dignidad humana y el bien común, sino que se opone a él, promocionando la imagen de que el propósito del ser humano es el consumo. En Laudato Si’, el papa identifica claramente el sistema actual de extracción, producción, consumo y descarte como un sistema que destruye la Tierra a la vez que destruye al ser humano. El actual postcapitalismo o “modelo neoliberal” ha reducido el medio ambiente a “bienes de mercado” y a las personas en individuos en una feroz competición por acumular bienes. Una ecología integral vicenciana, a mi modo de ver, necesita adoptar una posición contra el actual sistema político y económico, ya que estamos llamados a “poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo.” (LS 138). Una verdadera ecología integral vicenciana no puede ser forzada a entrar en el actual modelo socioeconómico sin corazón, sino que proféticamente se queda fuera de él, al lado de aquellos que siguen sufriendo y muriendo a causa de los “daños colaterales”.
¿La “nueva normalidad” post-COVID-19 (como se la empieza a llamar) nos llevará a restablecer nuestras relaciones armoniosas con la creación y de solidaridad entre la familia humana? ¿Negará la competencia como el objetivo de la existencia humana, la naturaleza como meros bienes de mercado? Aunque nos gustaría tener esperanzas en este sentido, nuestra historia reciente nos enseña que las personas con el poder político y económico tienen dificultades para pensar en cualquier alternativa al modelo actual, que es el que más beneficia a sus intereses personales. El Papa menciona en la Evangelii Gaudium que la crisis financiera de 2008 fue una oportunidad para repensar el sistema económico que coloca a los pobres en situaciones de constante precariedad. Sin embargo, la mentalidad de que no hay alternativa dominó las decisiones políticas y económicas que sólo buscaban mantener el modelo de competencia feroz que sigue promoviendo una desigualdad cada vez mayor en todo el mundo, y que causa una devastación sin precedentes de la naturaleza a su paso.
Esperanza desde los márgenes
Un aspecto importante para entender la actual crisis ecológica es que vivimos en un mundo finito. No es realista imaginar que toda la población mundial viva el estilo de vida de la clase media de los países altamente desarrollados, ya que se estima que necesitaríamos cinco “Tierras” para abastecer tal realidad, y sabemos que sólo tenemos una. La situación actual nos llama a repensar muchos aspectos de nuestras sociedades y el modelo de vida que estamos promoviendo entre aquellos a los que servimos.
Los pueblos marginados, por su parte, nos invitan a menudo a una mirada diferente de una vida digna a través de enfoques más creativos e integrales. Los pueblos indígenas de toda América Latina, por ejemplo, hablan de una visión del “Buen Vivir” o de la vida plena y armoniosa. Rechazando el enfoque de la acumulación de bienes y la visión de la naturaleza como mero producto de consumo. El “Buen Vivir” surge de una visión del mundo que nos coloca como participantes integrales en una red de vida y pone en práctica mecanismos de reciprocidad y solidaridad que mantienen el equilibrio social y ecológico. No se describe como desarrollo alternativo, sino como una “alternativa al desarrollo”.
A la luz de esto podemos entender las protestas de las poblaciones indígenas contra los proyectos de extracción masiva o la resistencia de las comunidades urbanas a las imposiciones de las fábricas contaminantes, aunque esos proyectos suelan prometer empleo, infraestructura y otros ‘supuestos beneficios’ al “desarrollo”. Estas comunidades de resistencia hablan de una visión de bienestar intrínsecamente vinculada a la tierra y a los ecosistemas locales. La pobreza de la degradación ecológica, la pérdida de las tierras utilizadas para la agricultura y la erradicación de plantas medicinales del bosque no pueden ser mitigadas por un modelo de “desarrollo” prometido por gobiernos y corporaciones . En este sentido, la ecología integral nos llama a buscar las muchas facetas que contribuyen a una vida digna según los estándares de las culturas locales, y evitar la tendencia a imponer modelos foráneos para estas culturas (LS 144).
Diversidad y diálogo
Todo esto llama nuestra atención sobre dos aspectos esenciales e interconectados de la ecología integral tal como la describió el Papa Francisco: el respecto por la diversidad y el diálogo con las comunidades locales. El respeto por la diversidad de la creación de Dios nos llama a entender su interconexión, en la que cada organismo tiene un valor intrínseco independiente de su utilidad. La diversidad de las culturas se cita en Laudato Si’ como algo con mucho valor, ya que “la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal” (LS 145). En la diversidad de culturas, encontramos conocimiento, prácticas y modos de vivir necesarios para salir de esta crisis ecológica. Por esta razón, vivir nuestra vocación y ministerio desde esta realidad y visión del mundo de los pueblo locales y estar en continuo diálogo con los marginados, nos permite afrontar en colaboración esta crisis ecológica, no con soluciones tecnocráticas foráneas, sino con auténtico conocimiento interno.
Una mirada honesta hacia dentro
Para que nuestros esfuerzos, en la promoción de la dignidad de los pobres y en establecer una relación mucho más responsable con la creación de Dios, sean auténticos y verdaderamente integrales, creo que también debemos mirar hacia adentro en nuestra propia vida y en nuestras prácticas como Congregación. De poco sirve pedir justicia ecológica junto a los pobres que sufren, si nuestra propia conversión ecológica no echa raíces profundas y no se manifiesta de forma concreta.
Nuestro carisma y tradiciones nos dan una buena base para avanzar hacia una ecología integral. Las virtudes fundamentales que consideramos esenciales para acercarnos de verdad a los pobres y marginados también fomentan fácilmente la ecología integral. La sencillez, la mortificación, la mansedumbre, la humildad y el celo, todas ellas a su manera nos llaman a reconocer que nuestros propios hábitos de consumo y nuestro egoísmo tienen efectos directos e interconectados en el Planeta y en aquellos que más sufren su abuso. La comida que comemos, el transporte que utilizamos, el diseño de nuestros edificios y tantos otros aspectos de nuestras vidas reflejan (o no) un compromiso y una profunda solidaridad con la Tierra y los pobres.
Sabemos que la crisis ecológica no puede poner todas sus esperanzas en las acciones colectivas o individuales; encontramos fuerza en la comunidad. “A problemas sociales se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales” (LS 219). Nuestra primera red comunitaria es la misma Congregación. A partir de ahí, un modelo de vida responsable puede desembocar en nuestras obras. Nuestro celo misionero nos mueve a actuar, a hacer cambios reales en la línea de nuestra misión de evangelización integral de los marginados. Podemos preguntarnos qué pasos concretos pueden dar nuestras provincias, parroquias, escuelas y proyectos para estar en mejor sintonía con el plan de Dios, reduciendo nuestro impacto ecológico negativo y fomentando modelos que realmente promuevan el florecimiento de toda la vida. Ejemplos en esta línea se pueden encontrar en nuestra Congregación y en la más amplia Familia Vicenciana.
El otro mundo posible
Nuestros esfuerzos como Congregación para ayudar a las poblaciones a las que servimos para puedan recuperarse de la devastación del COVID-19 presentan grandes desafíos. Lo que es seguro es que no hay soluciones fáciles o fórmulas obvias que nos permitan encontrar modelos socioeconómicos que aumenten la dignidad de la persona en su totalidad, incluyendo los factores ecológicos. Y sin embargo, encontramos fuerza en la confianza de que Dios “no nos abandona, no nos deja solos, porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos lleva a encontrar nuevos caminos”. (LS 245).
En última instancia, nuestra autenticidad se encuentra en vivir nuestra relación con Cristo a través de todas y cada una de las otras relaciones en nuestras vidas. Al comenzar un año de reflexión sobre Laudato Si en medio de una crisis mundial, volvamos a comprometernos como Congregación de la Misión a continuar este largo camino de conversión al corazón de Cristo en profunda solidaridad con los pobres, y dejemos que este momento específico nos guíe hacia una conversión ecológica cada vez más profunda que se manifieste en nuevas formas de vivir, actuar y servir en armonía con toda la creación de Dios.
Alabado sea!
Joe Fitzgerald, CM
Joe Fitzgerald CM es un sacerdote Paúl originario de Philadelphia, que ha vivido con los indígenas Ngäbe de Panamá desde 2005. Tiene un doctorado en teología por la Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia, y es autor del libro Danzar en la casa de Ngöbö: Resiliencia de la Vida Plena Ngäbe frente al neoliberalismo (Editorial Abya Yala, 2019).