Cuando un rayo cae cerca de una casa ngäbe, la tradición exige convocar la danza tradicional “jeiki” por un periodo de cuatro días. La danza involucra a todos los invitados, conectados brazo a hombro en largas colas, siguiendo los pasos guiados por la maraca y los cantos sagrados. En unos de los mitos antiguos que explica el orden cósmico ngäbe, el rayo es un gemelo que subió al cielo, mientras que su hermana, convertida en dragón, fue al mar. La danza en este momento tiene el propósito de “regañar” al rayo, para que él sepa que no es bienvenido cerca del lugar de convivencia familiar y sería mejor caer donde su hermana en el mar. La danza sagrada sirve para restaurar el orden cósmico, donde todos los seres tienen su lugar y función.

Existen muchos ejemplos ngäbe que se enfocan en mantener el equilibro natural: los ciclos de la tierra – sembrar, cuidar y cosechar – están acompañados por ritos y prácticas que reconocen el orden puesto por Ngöbö (Dios); los “dänkien” o guardianes de las varias especies las protegen y envían mensajes a los seres humanos cuando sobrepasan el punto apropiado en la casa o pesca. Una anciana ngäbe, al hablar de la importancia de ser humildes frente al misterio de Dios manifestado en su creación y de nuestra responsabilidad de mantener el equilibrio natural, dijo que “No debemos cambiar lo que Dios ha hecho. Debemos dejar la creación como es, no hacer cambios grandes. A veces tenemos que tumbar monte, pero eso es para sembrar, para sobrevivir.” Los ngäbe, como otros pueblos indígenas, han mantenido prácticas de reciprocidad por milenios, donde se entiende que cada acción incita consecuencias y que nos corresponde entender nuestro lugar y responsabilidad en el plan del Creador, participantes activos en la creación perpetua.

La pandemia y el desequilibrio natural   

La pandemia actual debe provocar en la familia humana una profunda reflexión sobre los errores históricos que han resultado en un mundo enfermo en muchas formas. Varios temas interrelacionados han surgido durante la pandemia; la desigualdad socio-económica, fragilidad laboral para la clase trabajadora, debilidades de los políticos sanitarios de los Estados y el racismo sistémico que ha resultado en altas cifras de mortalidad entre las minorías y etnias. En esta reflexión, quiero enfocarme en lo ecológico: la conexión entre la pandemia y la destrucción de nuestra Casa Común, además de la forma en que los pueblos del Buen Vivir como los ngäbe nos puede guiar en el camino post-pandemia, para que no continuemos llevando el planeta Tierra y todos sus habitantes hacia la destrucción.

Hemos visto por las noticias internacionales y por las redes sociales las imágenes de lugares en el mundo donde el medio ambiente ha mejorado por la disminución de turismo, tráfico e industria durante la pandemia. Nos llama la atención ver aguas cristalinas en ríos y canales por primera vez en décadas, fotos satelitales de ciudades libres de contaminación o animales silvestres con plena confianza de entrar en zonas urbanas. Son imágenes que señalan el desequilibro natural que un mundo indiferente ha aceptado en los procesos de industrialización. Sin embargo, pueden también ser signos de esperanza, ejemplos de la posible restauración del planeta si nos comprometemos a hacerla juntos como familia humana.

El modelo de “progreso” actual en una gran parte del mundo provoca fuertes intervenciones extractivas y productivas, los cuales resultan en la destrucción de ecosistemas enteros. Esta realidad está íntimamente conectada con la pandemia que sufrimos en este momento. En una forma científica, se está investigando el origen puntual del nuevo coronavirus, posiblemente de origen murciélago, etc. No obstante, los animales y la naturaleza en sí no nos amenazan, sin embargo, son nuestras intervenciones desarrollistas las que destruyen ecosistemas completos, resultando en amenazas y consecuencias como pandemias. La continua destrucción de ecosistemas promete más pandemias globales.

La relativamente nueva disciplina de “Salud Planetaria” se enfoca en la relación entre la salud humana y la integridad de los ecosistemas, realidades inseparables, pero no muy considerado en el modelo político-económico neoliberal. No hemos sido capaces como comunidad global de imaginar un modelo socio-económico cíclico, ecológico y solidario en lugar del modelo dominante a base de extracción, producción, consumo y descarte. La relación directa entre la pandemia y la destrucción ambiental común en las sociedades “desarrolladas” no están siendo tomadas en cuenta por los gobernantes y grandes empresarios, que ignoran las evidencias del impacto humano en la degradación ambiental e intentan forzar a toda costa una “reactivación” de la misma economía capitalista salvaje que trata la naturaleza como “bienes del mercado”.

Orientaciones desde el Buen Vivir indígena  

El modelo actual y las decisiones político-empresarial que protege el modelo, están basados en una visión que mantiene al ser humano “afuera” de la creación y con poca posibilidad de interactuar con ella en forma responsable. Hemos perdido nuestro lugar e identidad en la Casa Común, convencidos que podemos ocupar el puesto de creador en lugar de los creados. Frente a este pensamiento erróneo, los pueblos indígenas nos enseñan que toda la creación de Dios es una red de vida que nos incluye a nosotros. Los ngäbe, por su parte, nos ubican en el “Ju Ngöbökwe”, la casa de Dios, que es toda la creación y el cosmos.

Durante las últimas décadas, la Iglesia ha empezado a prestar atención a las cosmovisiones, sabidurías y practicas indígenas, especialmente respecto a la relación con la creación. Las recientes expresiones de la Iglesia, aunque han tardado en reconocerlo, proponen una relación íntima del ser humano con toda la creación, afirmando que “para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres” (Laudato Si 220). La exhortación apostólica Querida Amazonia afirma que “el cuidado de las personas y el cuidado de los ecosistemas son inseparables, esto se vuelve particularmente significativo allí donde ´la selva no es un recurso para explotar, es un ser, o varios seres con quienes relacionarse´” (42). Por cierto, es un lenguaje lejos de “dominio sobre” la naturaleza en servicio del hombre, la cual ha dominado el concepto cristiano de la relación ser humano-creación por muchos siglos.

El Buen Vivir indígena, que no se orienta en la competencia salvaje y la acumulación de bienes, enseña al mundo occidental que existen alternativas al supuesto “progreso” o desarrollo. Dando resumen al concepto de Buen Vivir en Querida Amazonía, Francisco dice que los indígenas “saben ser felices con poco, disfrutan los pequeños dones de Dios sin acumular tantas cosas, no destruyen sin necesidad, cuidan los ecosistemas y reconocen que la tierra, al mismo tiempo que se ofrece para sostener su vida, como una fuente generosa, tiene un sentido materno que despierta respetuosa ternura.” Los pueblos originarios expresan la auténtica calidad de vida en “una armonía personal, familiar, comunitaria y cósmica, y que se expresa en su modo comunitario de pensar la existencia, en la capacidad de encontrar gozo y plenitud en medio de una vida austera y sencilla, así como en el cuidado responsable de la naturaleza que preserva los recursos para las siguientes generaciones” (QA 71).

Es considerable que el pueblo ngäbe, después de varias décadas de lucha en contra de megaproyectos en sus territorios (minería, represas), logró en 2012 una ley de protección ambiental para su territorio, que, entre otros aspectos, prohíbe rotundamente la minería metálica. Las promesas de riqueza y supuesto “desarrollo” por parte de los gobiernos de turno y las empresas transnacionales no convencieron a los Ngäbe de permitir la destrucción masiva de sus territorios, la cual resultaría en la destrucción también de sus prácticas de harmonía con la Madre Tierra, la familia humana y Dios.

Hacia el otro mundo posible

La pandemia muestra las raíces de una crisis que es esencialmente una crisis de vida. Ha tenido el efecto no esperado de forzarnos a reevaluar lo esencial para vivir dignamente como personas y pueblos. Además, en medio de la tristeza de esta crisis, hemos sido testigos de la gran capacidad de los seres humanos en hacer sacrificios para el bien de los demás. Aunque hay ejemplos de egoísmo en algunos ambientes, muchas personas de las poblaciones de los varios países han sido capaces de hacer sacrificios, cambiar por completo su modo de vida y actividad diaria para el bien del otro, especialmente los más vulnerables. Nos muestra la capacidad de la humanidad cambiar e implementar un modelo distinto frente de una amenaza inminente.

La gran tarea, entonces, será convertir el espíritu de solidaridad y la disponibilidad de sacrificar para el bien de los demás, en prácticas permanentes para confrontar el Cambio Climático y la degradación ambiental en general, planeando un nuevo estilo de vida humana y una renovada relación con la Madre Tierra. Si queremos evitar más pandemias, tenemos que tomar muy en serio nuestro lugar y papel en el cuidado de la Casa Común y comprometernos a no regresar a la vida “normal” post-pandemia. Podemos iniciar este cambio con una nueva visión de la integridad de toda la creación y nuestra responsabilidad en mantenerla; aceptar que todo está relacionado e interconectado. Eso nos puede abrir un nuevo amanecer donde los ecosistemas sean respetados en su propia integridad, ya que cada creatura es importante en el plan del Creador.

Ojalá que las aguas cristalinas de los ríos y el aire puro en las ciudades no sea solamente efectos temporales de una crisis sanitaria, sino que se conviertan en el nuevo estándar de convivencia en la danza sagrada de la creación perpetua, un momento importante de cambio de rumbo de una humanidad capaz de aprender de los pueblos indígenas que un “otro mundo es posible.”

José Fitzgerald, CM

[fuente: aelapi.org]

* Francisco. (2020). Exhortación apostólica postsinodal Querida Amazonia. Vaticano.

* Francisco. (2015). Carta encíclica Laudato Sí: Sobre el cuidado de la Casa Común. Vaticano.

José Fitzgerald, CM es sacerdote de la Congregación de San Vicente de Paul. Tiene un doctorado en teología de la Universidad Pontificia Bolivariana y es autor del libro Danzar en la casa de Ngöbö: Resiliencia de la Vida Plena Ngäbe frente al neoliberalismo (Editorial Abya Yala 2019). Ha trabajado con los indígenas ngäbe en Panamá desde 2005.