Mis queridos hermanos en el Señor, hace ya cuatro meses y medio que experimenté en carne propia la vulnerabilidad de mi humanidad a través de la Covid 19. Fue un momento difícil, de incertidumbre y de miedo. Pero les confieso que también fue un tiempo en el que pude apreciar más de cerca la misericordia y compañía de Dios, además de la solidaridad de ustedes mi comunidad local y parroquial, la provincia de Francia, mi familia, mis cohermanos, mis amigos y tantas personas de la familia vicentina y de buena voluntad y también la preocupación del personal de la salud del hospital Robert Ballanger; por medio de la oración, los cuidados o quizás desde un pequeño gesto, un pensamiento, un mensaje, en fin. Les estaré eternamente agradecido.
En ocasiones es difícil expresar los sentimientos y más entre nosotros hombres consagrados por la causa del amor. Deberíamos siempre volver a la fuente inagotable de la misericordia de Dios, sobre todo sabiendo que somos un don para el otro, y que la vida se gana dándola. Sí, han pasado tres meses desde mi salida del hospital y he tenido el tiempo para hacer un alto en el camino, reorientar mi vida, mi ministerio y creo que para todos este tiempo en medio de tanto, nos ha medido nuestra capacidad de resistir y de dar esperanza, justo allí donde a muchos los sobrecoge el desánimo y flaquean las fuerzas.
Quisiera valerme del Evangelio del domingo 18 del tiempo ordinario para contarles esa experiencia a mi manera. El evangelio de ese domingo comenzaba con un hecho doloroso para Jesús: la muerte de su muy querido amigo Juan Bautista. Por eso vio prudente en medio del dolor retirarse solo a un lugar para estar con su Padre. Qué importante es un tiempo para repensar las cosas, y para no hacer como si nada hubiera ocurrido. Pero ¿cómo me pasó todo esto? ¿Y por qué a mí? De todas formas, a todos nos llega el momento y de qué manera. La experiencia comenzó 15 días antes de hacerme el examen. Asistí a un almuerzo con la comunidad en una parroquia vecina donde habitualmente almorzamos juntos los sacerdotes de la unidad pastoral cada 15 días. El párroco anfitrión había ido al este del país, donde ya había habido algunos casos, sin embargo, como era el comienzo de esta turbulencia que aún sacude el mundo, no se le prestó mucha atención al riesgo que ello pudiese significar. Pasaron tres días y debí volver a la parroquia mencionada a una reunión de preparación de catequesis para adultos, pues hago parte del equipo junto con el párroco, y nuevamente cenamos con él y su vicario en una mesa muy pequeña. Nada de distanciamiento físico en ese momento. Llegó el fin de semana y no me sentía muy bien. Empecé a tener fiebre, resfriado, mal de estómago y con esto pérdida del apetito. Como los síntomas siguieron el lunes siguiente fui al médico. Éste me hizo una consulta bastante rápida y me dijo que no era grave, que se trataba de un resfriado, me dio unos medicamentos para la fiebre y el dolor y que tomara algunos días de reposo. Como de costumbre, cuando uno va al médico y recibe buenas noticias se siente más seguro. No obstante, siguieron pasando los días y la mejoría nada que llegaba, toda esa semana la pasé así, con los mismos síntomas.
El fin de semana, como es usual, fueron unas mujeres de la parroquia. Ellas me insistieron para que me hiciera el examen. Esperé hasta el lunes para hacerlo. Había que llamar a un número. Llamé y me dijeron que fuera por urgencias al hospital Robert Ballanger. Ese 16 de marzo en las horas de la tarde un colega de la comunidad me acompañó. Había que esperar un poco. Le dije que se fuera a la casa y que cuando todo pasara lo llamaría para que me recogiera. La espera fue un poco larga: unas dos horas; pero uno como que presiente las cosas, cuando entras al hospital por algo que te pasa a ti, ves que el panorama se te oscurece. La pandemia estaba empezando la gente tenía miedo de cualquiera que fuese posible de caso de corona virus. Ahora comprendo de verdad la labor de todo el personal de la salud, todo lo que arriesgan. Bueno, me hicieron el examen, había que esperar el resultado. Yo estaba en una camilla, y a eso de la 9:30 pm, me dieron los resultados confirmando que era positivo, recuerdo que tomé la noticia normal y me dije bueno esto pasará. Uno cree que como es joven y fuerte será cuestión de tiempo. Le mandé un mensaje al colega contándole que era positivo y que debía esperar aún en el hospital que más tarde lo llamaría. Pues, les cuento que hasta ahí tengo memoria, después vino lo otro de estar sometido a ese coma artificial casi un mes.
¿De esta experiencia qué puedo decir?
Primero que es como estar entre el sueño y vigilia, como estar desconectado de la realidad y al mismo tiempo ser consciente. La mente divaga mucho. Tuve muchos sueños; pero les digo que uno no deja de ser lo que es. Me explico: en los sueños o esa realidad artificial todo tiene ver con la tarea que realizas; en mi caso, la concerniente al sacerdocio. Cito algunos ejemplos, pero son muchísimos unos buenos, otros una pesadilla completa. En otra oportunidad les contaré con más detalles. Entre otras cosas soñé que todo esto que me pasó se dio en medio un viaje a España y que íbamos en un barco y que había naufragado, y que fuimos rescatados por la marina francesa y que nos habían llevado a Barcelona y yo juraba que estaba en España. Además, recuerdo muy bien que hasta había pensado llamar a Toño (José Antonio Gonzáles, cohermano en estudios en Salamanca) a que fuera por mí. ¿Ven? Hay mucha coincidencia, pero también fantasía. Por ejemplo, que después del rescate yo estaba en una gran sala y que me llamaban y no podía caminar, ni moverme siquiera, con mucha sed, pero que no había agua. Apenas me dieron un poquito y yo pedía más y más. Otro sueño consistía en que yo iba a Cali, Colombia que era tiempo de fiestas, pero que iba sólo por tres días de descanso y que me había enfermado y que estaba en una casa de las Hijas de la Caridad; allí mismo donde brindaban cuidados médicos y que había estado hospitalizado por un mes. Sabía que allí estaban los cohermanos, pero que habían sido las hermanas las que me habían cuidado. Hasta recuerdo que la ecónoma no quería hacer nada de rebaja por la hospitalización. Como a mí me hicieron traqueostomía que eso también había sido en Cali y que el médico que me la había hecho era un cohermano sacerdote de la provincia de Italia que había conocido en Roma y con quien íbamos a hacer una misión más adelante.
Después que pasó este tiempo y leyendo todo lo que me ocurrió, puedo decir que la mente es algo increíble, hay una cierta predisposición que te ayuda a dar el siguiente paso. Me explico: estos tres sueños que les cuento me ayudaron mucho en la recuperación, ¿por qué? Cuando me desperté o me despertaron mejor, yo tenía una sed increíble, de verdad que no me aguantaba, pedía agua y más agua, fue lo primero que pedí, pero no me daban y yo no entendía por qué. Por eso alguna enfermera muy querida me pasaba un paño húmedo por la boca, eso me refrescaba un poco. El segundo, yo no me podía mover en aquella gran sala. Me encontraba en una gran sala con muchos médicos y enfermeras entubado con sondas y de verdad estaba paralizado. Me dolía todo. No me podía mover. Y el tercero fue la cuestión de la “traqueo”, como lo había soñado para mí no fue difícil de aceptar. Es decir, todo ya estaba integrado de antemano, creo que ahí está la fe, Dios que dispone todo nuevamente. Además de esos sueños, también soné que había hecho un viaje en familia, que había ido en misión a la India, que había estado en una misa con el Papa a la una de la mañana y que me parecía muy raro. Que la provincia había comprado unos terrenos en las afueras de Bogotá y que me habían mandado como superior y trabajaría con uno de los García, (en nuestra provincia de Colombia tenemos o tuvimos cinco hermanos sacerdotes de los cuales fueron dos obispos que ya fallecieron, no sé si por eso de ser obispos) un hermano, y además era una obra en compañía con hijas de la caridad ya mayores. Y así otros tantos.
Volviendo al texto del evangelio, ese tiempo de retiro para Jesús (tiempo de hospitalización para mí, de cuarentena para ustedes), creo que ha sido un tiempo de reconciliación (con nosotros mismos, con los hermanos, la familia) para volver a la acción; es decir, materializar la caridad. Estoy convencido como el gran misionero San Juan Gabriel Perboyre de que no se necesitan más signos (el evangelio, la eucaristía y el crucifijo) para entregarse a la causa del amor.
Sí, el mundo necesita compasión, las multitudes buscan ser consoladas y nosotros somos las manos y los pies de Jesús. ¿Cuál es mi respuesta hoy a esta propuesta de ayudar a sanar las heridas de tantos hermanos? A veces nuestra actitud es la de los discípulos: despachar a la gente, que se las arreglen como puedan, y de esta manera, queridos hermanos, podríamos quedarnos en el aspecto milagroso de la acción de Jesús, pero Él quiere enseñarnos algo más: que no es necesario tenerlo todo para hacer algo, solo es necesario dar ese poco que tenemos y con Jesús será abundante, porque es su obra, no mis cálculos. Da sin medida y te darán sin medida y cuando sientas que no puedes más descubrirás que dispones de cinco panes y dos pescados, que parecen poco, pero que con la presencia de Jesús harán la diferencia. Se trata de donar algo de tu tiempo, de tu dinero, de tu simpatía, de tu amistad y ese don que tú haces será contagioso. Si los otros te ven hacer algo harán como tú y habrá suficiente para nutrir la multitud. Nuestro santo fundador multiplicó no sólo el pan, sino también el amor, de tal modo que todos tuvieran algo.
Ahora quisiera nuevamente hacer un reconocimiento especial a todos por su solidaridad, amistad y cariño. Esos pequeños gestos de amor, de aprecio… valen oro para mí. Después de mi salida del hospital el 2 de mayo me han acompañado sentimientos de agradecimiento. La vulnerabilidad de la vida me recordó de una manera muy viva algo que ya sabía y que de tanto repetirlo parece hasta banal: “nada es para siempre”. Ni la vida ni la salud ni los amigos; en fin, pero he aprendido lo que muchas veces predicamos: la vida es un milagro y cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo cuenta y debemos atrevernos a vivir, a arriesgar por lo mejor, por lo más bueno, no importa que uno se estrelle contra un muro, te quedará la satisfacción de que hiciste algo, lo intentaste y hay que volver a intentarlo una y otro vez. Hay que darse de alguna manera la oportunidad de equivocarse porque eso nos despierta y nos lleva asumir la vida con mucha más responsabilidad, y así estaremos convencidos de que lo importante es buscar cada día ser más auténticos, aprendiendo a sentir vergüenza de las propias faltas. No veo otro camino para un verdadero cambio. Cuando estaba en Medellín siendo rector Diego Luis, él insistía siempre en esta frase que recuerdo desde entonces, no sé si era de él, pero me gustó: “no le pidas a la estructura, lo que no te da tu propia conversión”. Para que no suene tan religioso, yo diría tu propia convicción, porque también he aprendido que los cambios vienen de adentro, de lo más íntimo, lo que más se cuida.
Les quiero compartir algunos sentimientos de la lectura espiritual que hice de esa experiencia límite.
El poder de la Oración y acción de gracias
Se traduce en la presencia de Dios que no nos falta nunca, y en la perseverancia de todos ustedes en la plegaria. Confieso hoy que tengo una deuda muy grande con todos. Sí, les debo la vida, y por supuesto, también a todas las personas que estuvieron pendientes de mí en el hospital. Por eso los invito a que se sientan orgullosos de la fe que tienen. Han logrado lo que pidieron: un milagro, pues inclinaron a Dios que escuchó su oración. Mi vida es testigo. A veces nos desanimamos porque le pedimos a Dios y no logramos eso que deseamos, pero esto que hicieron por mí les puede dar la certeza de que Dios es compasivo y misericordioso y que vale la pena esperar contra toda esperanza.
La presencia del otro y los signos de Dios
Un día después de haber tomado nuevamente consciencia, caí en la cuenta de que una de las enfermeras era africana. No estoy seguro si era del Congo. Tenía aproximadamente 27 años de edad. Se me acercó y con mucho respeto me dijo al oído: “padre vengo para que recemos juntos». Esa acción se me quedó marcada. Algunas de las oraciones que me compartió, sobre todo a la Virgen María, las sabía hasta en latín. Esto sucedió dos o tres veces. Una vez terminada la plegaria me decía: “padre yo siempre estoy pasando por aquí y cuando necesite orar me manda llamar con las compañeras”. Pueden ver, Dios siempre manda alguien que te susurrará al oído que siempre está ahí y por eso creemos en los ángeles y sobre todo en el ángel de la guarda. Vean una vez más la mano de Dios de manera patente. Sé que la Iglesia y el mundo atraviesan momentos difíciles, pero no hay que tener miedo. Por el contrario, creer siempre en el Señor que les prometió a los discípulos, y en ellos a nosotros, que no estaríamos jamás solos. Habrá siempre algo que nos empuja hacia adelante milagrosamente. Esa es la fuerza del Espíritu que da vigor al cuerpo y coraje al alma.
La experiencia de la resurrección y el milagro de sentirse vivo
Hablamos siempre de la resurrección y tenemos suficientes relatos de la misma en la escritura y somos muchas veces muy buenos para hablar sobre ella, pero cuando uno la experimenta, cualquier explicación se queda corta porque te das cuenta que no es un argumento sino un hecho concreto del cual eres testigo. Después que yo fui consciente de dónde estaba, tenía en la cabeza esa preocupación de dar signos de vida, de decirles a ustedes y sobre todo a mi familia: ¡yo estoy vivo, no sufran más! Pensaba sobre todo en papá y mamá, en cómo la estarían pasando de mal, porque ya perdieron un hijo y seguro que habría sido un dolor aún más fuerte, pues, ¿qué madre o padre quiere perder a su hijo? Con esto puedo decirles que para mí personalmente la resurrección significa “despertarse”, y ¿para qué?, para decir como el Señor: ánimo, soy yo, no tengan miedo. Para anunciar esta buena noticia que significa la vida. Por eso yo los invito a despertarse para ver los signos de Dios. Porque estamos vivos , mas no despiertos y esa es una diferencia muy grande. ¿Cómo reconocer el amor de Dios en nuestra vida? En este sentido, san Pablo llegó a afirmar que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe. De ahí que las dudas sobre la presencia de Dios en mi vida de alguna manera han desaparecido. ¡Cómo no ver la obra de Dios en mi vida!
Con esto les cuento la gran alegría que experimentaron todos cuando volvieron a escuchar mi voz, y lo digo sobre todo por mi familia. De verdad que esta vez las lágrimas fueron de alegría. A la vez, sentí a mi familia mucho más confiada en Dios, y qué bueno, a veces los malos momentos de la vida nos llevan a poner todo en manos de Dios que sabe manifestarse. Y sí, las cosas de Dios tardan, pero llegan y nos dan seguridad. Algunos de mis cohermanos me expresaron también que nunca habían rezado tanto por alguien. Eso toca el corazón, de verdad que lo confieso y así corroboro que ahí se reconoce de verdad a los amigos cuando nos ayudan a atravesar las tempestades del dolor. Hoy más que nunca estoy seguro de que vale la pena vivir y tener los amigos y la familia que tengo, y que no solo mis padres o mis hermanos hubieran dado su vida por mí, sino también muchos de ustedes. De verdad que ahí se cumple la Escritura: nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos. Inmensas gracias por compartir este milagro que significa mi vida y les seguiré pidiendo oración por mí y de igual manera les aseguro la mía y por sobre todo mi amistad. Los amo en el Señor y ahora más que nunca. Sigamos soñando con el Cielo del cual vemos ya los signos materializados en esta Tierra, pero sobre todo creamos que hay vida eterna. No seremos nunca defraudados.
Alexis VARGAS SANDOVAL; C.M.
Villepinte, La saine Saint Denis, Francia
Agosto de 2020
Fiesta da la asunción de la virgen María