Catalina Labouré es una mujer muy humana, una santa cercana a nosotros. Su vida es al mismo tiempo extraordinariamente sencilla y extraordinariamente importante. Tiene una verdadera pasión por Dios, la Virgen, san Vicente y los pobres. Su personalidad fue excepcionalmente rica por su sencillez y su humildad.
1806, 2 de mayo | nace en Fain-les-Moutiers |
1815 | muerte de su madre |
1830, 21 de abril | entra en el Seminario (Noviciado) de las Hijas de la Caridad en París |
18 de julio | apariciones de la Santísima Virgen |
y 27 de noviembre | |
1831 | comienzo de su servicio en el hospicio de Enghien, París |
1876, 31 de diciembre | muerte de Catalina Labouré |
1933 | traslado de su cuerpo a la capilla de la Casa Madre |
1933, 22 de mayo | beatificación |
1947, 27 de julio | canonizaación por el pape Pío XII |
28 de noviembre | fiesta litúrgica |
Catalina es hija del campo borgoñés la octava de una familia de 10 hijos. Huérfana a los 9 años, decide remplazar a su madre, que acaba de perder, por nuestra madre del Cielo: Este gesto de fe será un acontecimiento fundamental en su relación privilegiada con el “Cielo”.
El 25 de enero de 1818, Catalina hace su primera comunión en la iglesia de Moutiers-Saint-Jean y se convierte en “toda una mística” como lo percibe su hermana pequeña Tonina. Desde la edad de 12 años, Catalina es la primera colaboradora de su padre en la granja. Sobrecargada de ocupaciones, Catalina trabaja sin pausa, lo que fortifica su carácter trabajador y su resistencia a dominar el cansancio. Cada día, hace oración. Antes de empezar el día, encuentra el medio de participar en la santa misa en la iglesia de Moutiers-Saint-Jean. A los 13 años, Catalina es tan “contemplativa” como “ama de casa”.
Hacia los 15-16 años, mientras dormía, tiene un sueño extraño, uno de esos sueños que se llaman en el evangelio un sueño y que no se entiende el sentido nada más que más tarde. Catalina es visitada por san Vicente de Paúl que la invita a seguirle.
Hacia los 18 años, le expresa a su padre su deseo de entrar en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Él rehúsa el permiso y espera hacerla cambiar de idea enviándola a París como cocinera y camarera en el restaurante popular llevado por su hermano.
Cuándo Catalina tiene 22 años, su padre acaba por ceder a su deseo. En abril de 1830, Catalina entra en el Seminario en la Casa Madre de París, calle del Bac. Ella admira mucho a san Vicente de Paúl y pide en la oración, fuerza, paciencia y luz. Sonriente y alegre, Catalina está orientada hacia el servicio a los demás y la eficacia en el servicio cotidiano.
Desde su llegada al Seminario, Catalina tiene visiones personales, el corazón de san Vicente y Nuestro Señor en la Eucaristía, después las dos apariciones marianas que son un mensaje de evangelización para la iglesia y para el mundo. Estas dos apariciones del 18 de julio y el 27 de noviembre son indisociables: la primera prepara la segunda, ciertamente, es de una importancia capital: María Inmaculada confía al mundo su Medalla. Por esta señal, María revela su concepción inmaculada; el reverso de la Medalla presenta símbolos que sitúan a María íntimamente ligada a los misterios de la Encarnación y de la Redención.
Para Catalina, Dios no es una idea sino una presencia: Jesucristo, Dios hecho hombre entre los hombres, entre los pobres. A finales de enero de 1831, es enviada al servicio de los ancianos de l a residencia de Enghien, de los pobres del barrio, de los afligidos, de los marginados… Durante 46 años de incansable servicio, es para todos un oasis de paz, rodeando a sus ancianos de una cortesía y una bondad extraordinaria, particularmente a los más desagradables. También tiene una atención privilegiada hacia los enfermos, los agonizantes. Reconoce el rostro de Cristo en cada uno. No es sólo una “vidente”, sino también, y sobre todo, una creyente”, revelándose heroica en las situaciones imprevistas y difíciles, particularmente durante el periodo de la “Commune”: todo es por Dios.
Los primeros días del año 1877, Sor Catalina es enterrada en el sótano de la casa de Reuilly. 70 años después de su muerte fue canonizada. En 1933 su cuerpo fue trasladado a la Capilla de la calle del Bac y depositado bajo el altar de la Virgo Potens. Así, Catalina, aparece como primer testigo de un nuevo tipo de santidad, sin gloria ni triunfos humanos, que el Espíritu Santo empezó a suscitar para los tiempos modernos.
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