Si bien las celebraciones fueron sencillas, se vivió un clima de mucha oración donde el centro fue la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús y la oración por toda la Congregación, de un modo especial por los cohermanos afectados por el covid.
Compartimos con ustedes la Homilía del Domingo de Pascua.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
Reflexión sobre las lecturas del domingo de Pascua.
Hech. 10, 34a, 37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9.
Me encanta el anuncio de Pedro acerca de Jesús de Nazaret, el Hombre que pasó por la tierra “haciendo el bien” y “curando a todos los oprimidos por el diablo”. ¿Por qué? Porque Dios estaba con él. Un bellísimo resumen de lo que hoy celebramos: el Padre ha demostrado cuánto ama a su Hijo y que nunca estuvo lejos de él. Si Dios está contigo, quién estará contra ti. Por su cercanía a Dios, Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. La Vida no abandonó a Jesús en ningún momento. Y él fue consciente de ello: afirmó a la Samaritana el “agua viva”. Agua unida al Espíritu de Vida para que Nicodemo renazca. Él vive por el Padre y así lo anuncia: Yo soy la resurrección y la vida…
A los discípulos les costó trabajo creer que Jesús es la Vida en sí mismo. Quizá es por los muchos momentos de oscuridad que cruzan la vida: el sufrimiento, el dolor, la muerte, la incertidumbre, la soledad, la vaciedad, la oposición… son signos que nos abruman, que nos empujan a la “noche oscura” de la fe. Así lo hemos constatado duramente todo este año de enfermedad, aislamiento y muerte. Como la convertida discípula de Magdala y los demás discípulos nos preguntamos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Tenemos una fe muy materialista. Necesitamos como Juan, y otros discípulos, ver la tumba vacía, los lienzos mortuorios, para creer que “ha resucitado” como Él lo dijo. Hoy los hemos visto y hemos creído. Sobre todo, aquellos que como María y Juan buscan a Jesús porque le aman. El discípulo necesita creer a fondo en la vida, amar al resucitado, porque está llamado a ser “testigo”. Predicamos a los pobres lo que hemos visto y oído, y más aún, predicamos el amor que hemos experimentado y da sentido a nuestra vida. Predicamos como quien responde al amor que ha recibido. En la contemplación del resucitado también nosotros, discípulos del Señor, estamos ya en posesión de la Vida. Es discípulo fiel el que ha sido capaz de apostar por esta Vida que lo ha alcanzado mucho antes de resucitar.
Mas si aún caminamos en la noche oscura, con Cristo ha de renacer nuestro amor y nuestra esperanza. La nueva vida nos aguarda en el camino del seguimiento integral de la vida de Jesucristo. Alguna vez me hicieron la pregunta: ¿Qué sería de nuestra fe si, en vez de la tumba vacía, se encontrara el cuerpo del crucificado? Creo que nada, le dije. Parece que a Jesús le tiene sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es la VIDA con mayúscula que él alcanzó durante su vida, con minúscula. Algo de esto nos invita a vivir san Vicente, porque de esto hemos de ser testigos cuando anunciamos la buena nueva a los pobres. Nunca más oportunas que hoy sus palabras: “Acuérdense, Padres, «de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo» (I, 320). Como se parecen estas palabras a las de Pablo: “Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él”.
Si Dios está con nosotros como lo estuvo con Jesús ¡Qué alegría! Rechacemos la noche oscura de una religión que obligó a los discípulos “a posponer su búsqueda de Jesús”, bajo el pretexto de que Dios guarda el sábado y descansa. La búsqueda de la vida no debe aplazarse nunca… debemos apurar la tensión en que nos tienen las circunstancias para encontrarnos con el resucitado. Por cumplir la ley no esperemos la temprana hora del domingo para buscar al amado. Él ya nos está esperando. Algo tiene que movernos a buscarle permanentemente.
Perdónanos, Señor, cuando no sabemos qué hacer con la “noche oscura”. Escúchame bien: Te prefiero muerto que desaparecido; prefiero verte tendido con todo y tus tormentos, que ignorado; prefiero verte masacrado por la utopía del Reino, que indiferente. Esto he aprendido de tantas familias que por el COVID no tuvieron la oportunidad de ver al amado por última vez. Sus reacciones me han enseñado de lo que es capaz un corazón que se niega a la desaparición del amado.
“Etsi Deus non daretur” … en la noche oscura dame, Señor, un corazón enamorado. Aunque no hubieras resucitado, aunque te hubieran desaparecido, aunque nieguen tu compromiso con el Reino, yo te necesito vivo: Padre-Hermano-Amigo-Compañero, Redentor y Liberador… Te necesito vivo porque yo mismo quiero vivir sabiendo que Tú nunca estarás entre los muertos, porque nos conduces a tu Reino que es Vida. «Pido a nuestro Señor –reza san Vicente-, que podamos morir a nosotros mismos, a fin de resucitar con él. Que él sea la alegría de vuestro corazón, el fin y el alma de vuestras acciones y vuestra gloria en el cielo. Así lo será, si, en adelante, nos humillamos como él se humilló, si renunciamos a nuestras propias satisfacciones para seguirlo, cargando nuestras pequeñas cruces, y si entregamos de buen grado nuestra vida, como él entregó la suya, por nuestro prójimo que él tanto ama y quiere que amemos como a nosotros mismos» (SV III, 629). Amén.
P. Aarón Gutiérrez Nava, CM