Vocación y búsqueda de Dios en Luisa de Marillac
Luisa de Marillac es una infatigable buscadora de Dios. Procedía de la familia Marillac, una de las familias nobles más influyentes del siglo XVII en la capital francesa. Su padre la reconoció como hija natural desde su bautismo (12-08-1591) y la llevó al internado de las religiosas dominicas de Poissy desde su más tierna infancia. A la muerte de su padre, 1604, sale del internado y se abre camino en la vida buscando a Dios. Quiere ser religiosa, pero su familia la orienta hacia el matrimonio. En febrero de 1613 se casa con Antonio Le Gras, secretario de la reina María de Médicis. De este matrimonio nació su único hijo Miguel Antonio, huérfano de padre a los 12 años. En diciembre de 1625 Luisa se queda viuda con un hijo adolescente y pocos recursos. Sufre mucho y apenas encuentra consuelo. La prolongada enfermedad de su esposo la colocó en una situación límite: dudas de fe sobre la existencia de Dios, falta de recursos, cansancio vital, problemas con su hijo, rechazo e indiferencia por parte de la familia Marillac… Se siente inmersa en un mar de confusión y no encuentra sentido a su vida. Cree haber sido infiel a la vocación religiosa sentida en su juventud y llega a pensar que esta situación es el castigo de Dios por la infidelidad a su promesa.
Como buscadora de Dios, el 4 de junio de 1623, entró en la iglesia de San Nicolás de Chardonet a pedir luz. Y la luz del Espíritu Santo inundó su existencia. Desaparecieron las dudas pasando de la inseguridad a la certeza de la fe. Se eclipsaron las incertidumbres sobre el director espiritual, se le hizo ver que el designio divino recaía sobre Vicente de Paul. Y finalmente en la Luz de Pentecostés recibió la inspiración de fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad, a las que vio con “idas y venidas por las calles de la ciudad, en misión de servicio a los pobres, con una vida comunitaria fraterna de caridad y haciendo votos de entrega total a Dios para ser continuadoras de la misión de Jesús”. Fue tan grande el impacto de esta luz que escribió su experiencia en un cuaderno bajo el título: Luz de Pentecostés.
Por ese tiempo, la divina Providencia puso en su camino al señor Vicente de Paul como confesor y director espiritual. El encuentro se realizó en París, en el entorno de la parroquia de san Nicolás de Chardonet. El Sr. Vicente acababa de fundar la Congregación de la Misión para la evangelización de los pobres del campo. Desde 1617 era el fundador de las Cofradías parroquiales de caridad, establecidas como fruto de las misiones predicadas. En ellas el Sr. Vicente se preocupaba de evangelizar a los pobres, de la unión de las familias y de dar respuesta a las necesidades urgentes de los enfermos sin atención, a las víctimas de las epidemias y hambrunas de la época, galeotes, niños sin hogar, mendigos de la calle, ancianos…
Luisa, viuda del burgués Antonio Le Gras, tiene un hijo adolescente e inestable llamado Miguel Antonio. Se deja orientar por el Sr Vicente en todo lo relativo a la educación del hijo y ella se dedica de lleno a la caridad. Escribe su Reglamento de vida en el mundo armonizando la piedad con la catequesis y la caridad. Es una mujer que entiende bien cómo vivir las tres columnas que sostienen la Iglesia: el culto, la catequesis y la caridad. Estas tres acciones sostienen su vida a partir de 1625.
Visitadora de las cofradías de Caridad: Luisa siente la necesidad de consuelo, orientación y apoyo humano y espiritual. Los dos han experimentado dudas fuertes de fe y han palpado la fragilidad humana. Los dos buscan ser fieles al plan de Dios sobre sus vidas. Luisa siente la necesidad de orientación. Él como director espiritual se la brinda ofreciéndole comprensión y afecto, orientación y consuelo, tanto a ella como a su hijo. Y descubre en ella una sensibilidad singular para la relación con Dios y el trato con los pobres.
El 6 de mayo de 1629 le dirige una carta de envío misionero, focalizando su vida hacia la caridad: “Vaya, pues, señorita, en nombre de Nuestro Señor. Ruego a su divina bondad que ella le acompañe, que sea ella su consuelo en el camino, su sombra contra el ardor del sol, el amparo de la lluvia y del frío, lecho blando en su cansancio, fuerza en su trabajo y que, finalmente, la devuelva con perfecta salud y llena de obras buenas” (SVP: I, 135). Enseguida se pone en camino… El 9 de mayo es la primera salida misionera.
Al llegar a los pueblos contacta con el párroco, reúne a las señoras de la Asociación de Caridad para ver las familias que tienen enfermos y cómo son atendidos. Se interesa por los niños huérfanos y los que no tienen escuela. Trata de corregir y mejorar lo que no funciona bien y anima a dar respuesta a las nuevas necesidades. A partir de 1630, forma a maestras jóvenes y establece Escuelas parroquiales para enseñar a leer, escribir, habilidades y destrezas culturales básicas, consiguiendo que los niños aprendan el Catecismo y se eduquen según los valores del Evangelio. En sus idas y venidas, se encuentra con algunas jóvenes vocacionadas que quieren servir a los necesitados como respuesta a una llamada interior. La primera es Margarita Naseau. Con ellas funda las Hijas de la Caridad el 29 de noviembre de 1633, junto a San Vicente de Paul.
Ella será la fundadora, la formadora, directora, superiora y animadora espiritual. Ella redacta los primeros Reglamentos y con san Vicente da a luz las Reglas de las Hijas de las Hijas de la Caridad. A su muerte dejó la Compañía consolidada con una espiritualidad sólida y una misión segura: continuar la misión de Jesucristo y servirle en la persona de los pobres.
Sor Mª Ángeles Infante, HC
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