Este año, en las efemérides vicentinas encontramos al menos tres conmemoraciones centenarias que han quedado relegadas para otro tiempo, o al menos nos las pudimos hacer con la pompa que revistió el centenario de la muerte de los Fundadores o los 400 años del inicio del carisma vicentino. Son ellas: el primer centenario de la beatificación de la Señorita Legras (9 de mayo de 1920) y de las mártires de Arras (13 de junio de 1920), y anterior a ellas el bicentenario del martirio del Padre Clet (18 de febrero de 1820).
Precisamente estamos próximos a la celebración litúrgica, de nuestro hermano San Francisco Regis Clet, que a partir de su canonización hacemos el 9 de julio, junto con 120 mártires más que como él, derramaron su sangre por Cristo, la Iglesia y los pobres en la milenaria China. Ofrezco unas líneas para nuestra oración, meditación y reflexión, en esta celebración atípica de este año.
- Nuestro hermano entró en la Congregación de la Misión…sí, para la misión, formando primero misioneros Vicentinos y operarios Diocesanos en su patria; pero tuvo la audacia y el coraje de acoger lo nuevo en un remoto país, China, en otra raza, cultura, lengua y religión…dejó sus manos en los escritorios franceses para ir a “ensuciárselas” en las ardientes llanuras de la realidad china, convirtiéndose como lo ha dicho el Papa Francisco en un heraldo del Evangelio, en un “hospital de campaña” donde la voluntad de Dios lo plantó .
¿No será que el Señor nos estará preparando, cuando apenas amaine o cese esta pandemia para ir a nuevos areópagos? ¿Si la Congregación fue aguerrida en otros tiempos cuando era más pequeña, cómo no lo puede ser ahora cuando es más numerosa? ¿El 1% que el Padre General ha ofrecido al Papa para las misiones, no será la semilla de mostaza que el Señor hará crecer en aquellos campos donde los pobres nos esperan con urgencia?
- Cuando termine la pandemia y dejemos de ser “cartujos en casa” y volvamos a ser “apóstoles en el campo”, saldremos eso sí con el celo de antes o si se quiere con renovado vigor misionero, e iremos con un corazón más lleno del Señor y con nuestro “morral misionero” que como el de Clet llevará lo mismo que él portaba en el suyo: la Escritura Santa, el Breviario, las Reglas Comunes y Constituciones, el Cristo de los votos, el Rosario, …pero nosotros a diferencia de él, con instrumentos nuevos para transmitir el Evangelio, que no serán el frasco de tinta, la pluma y un cuaderno de 100 hojas, sino las medallas de la Milagrosa andariega, el celular, el computador para irradiar el mensaje de Cristo evangelizador desde cualquier colina, hasta llegar hasta los confines del mundo. Parafraseando al Fundador, el reto es con seguridad llegar a ser “inventivos hasta el infinito”, en las parcelas conocidas y en aquellas que están por arar y sembrar.
- Si pensamos hacia afuera la evangelización, tanto los misioneros de la aurora como los del medio día, que con salud y celo pueden salir a las nuevas mieses, no podemos olvidar a los misioneros mayores cansados por el peso del día y el calor (Mt.20,13), que ahora con diversas limitaciones están en nuestras casas de mayores. Con ellos hemos de tener actitudes de cercanía, cariño y gratitud, pues fueron los pilares sobre quienes se edificó la Comunidad, y gracia a ellos somos los que somos hoy.
San Francisco Regis Clet, fue un misionero con celo y salud, no obstante, sus largos años, y así con este vigor lo encontró la persecución y la muerte, “con las armas en la mano” (SVP). Este es el ideal, pero no todos los misioneros tienen la salud y la energía de él. Su ejemplo ha de llevarnos a trabajar hasta donde las fuerzas nos respondan, unos y otros, misioneros de la mañana con ilusiones esperanzadoras, los del medio día en medio de las fatigas y los del atardecer con sus añoranzas y su continua oración y sacrificio. Para ninguno hay espacio para la holgazanería. Todos somos misioneros, desde los primeros pasos en el Semanario hasta el ocaso de la existencia.
- Al final de todo, como misioneros somos hijos de la Divina Providencia, estamos en sus manos. No olvidemos que después de cada tormenta viene la calma. Y que como le escribía San Vicente al P. Bernardo Codoing el 16 de marzo de 1644 “la Gracia tiene sus momentos”. Esta pandemia es gracia y bondad de Dios.
Necesitamos ojos de fe, un corazón convertido, una escucha gozosa de la voz de Dios, una caridad solicita entre nosotros y con los pobres y, una alegre esperanza de que estamos en las manos de la Providencia, que siempre nos seguirá llevando con amor y cuidado en sus brazos. Nos mostrará horizontes nuevos, ante los cuales no podemos ser inferiores como no lo fueron nuestros mayores, como lo hizo nuestro misionero mayor Regis Clet.
Y concluyo, con este hermoso poema del padre José Luis Blanco Vega, s.j. (+2005), quien posiblemente se inspiró en Jer. 1,11-12, y que es un bálsamo en estos tiempos de oscuridad, con la serena certeza de una fulgurante luz al final del túnel:
¿Qué ves en la noche, dinos, centinela?
Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
solo hay cinco en vela.
Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.
Muerto le bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.
Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos,
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas!
Marlio Nasayó Liévano, c.m.
Provincia de Colombia
1 de julio de 2020