Nueva comunicación con el P. Rolando Gutiérrez Zúñiga CM
Para comenzar, hago un pequeño comentario a la respuesta que el P. Rolando hizo a mi primera comunicación. Me decía: “Querido Hermano Paco: no sé si he sido capaz de responder a tu inquietud…”. Sí lo ha hecho. Su énfasis en “que la Cultura Vocacional Vicentina no es una estructura, si no un proceso, y desde ese proceso se deben ajustar todas las estructuras que tiene una provincia” me parece muy acertado, y abre un gran espacio de reflexión, y ojalá de acción renovadora, a todos los misioneros, comunidades y provincias de la Congregación: ¿cómo generar procesos en el lugar en que me encuentro?
Esta afirmación suya, rápidamente me recordó al axioma del Papa Francisco: el tiempo es superior al espacio (EG 222). El tiempo nos habla del horizonte, de la utopía que nos abre al futuro, de generar procesos más que de dominar espacios. De hecho, el mismo P. Rolando, en el capítulo V Coordenadas para una cultura vocacional vicentina, de su obra, ya nos ofrece este principio (p. 138) como una de esas coordenadas que deben orientar nuestra vida para estar donde Dios nos quiere.
Ya nos ha dicho en su respuesta que no hay “receta mágica”. Los procesos de transformación personales e institucionales requieren paciencia; pero el autor también nos advierte que “debe tenerse cuidado que la coordenada del tiempo es superior al espacio, no sea leída como un argumento para no enfrentar nuestras tibiezas, porque entonces, con una verdad en los labios se termina justificando una vida mediocre” (p. 145). Recordémoslo siempre.
Me atrevo yo a insistir en que, en esos procesos para generar cultura vocacional vicentina, hay que tener en cuenta y potenciar las tres dimensiones que la componen: la mentalidad, la sensibilidad y la pedagogía. Quiero ver en las tres pautas que nos ha sugerido el P. Rolando en su respuesta, un énfasis en cada una de las dimensiones: Nos proponía evaluarnos sin miedo a la incomodidad, lo que supone ponernos a pensar, descubrir si lo que tenemos en nuestras ideas se corresponde con la realidad, con lo que piensan los otros y transformar nuestra mentalidad. Nos sugería hacer opciones, lo que se concreta en el hacer, se aterriza en acciones significativas, en un auténtico estilo vicentino. Y nos animaba a la formación permanente, que nos ha dicho que tiene que ver, sobre todo, con el corazón, con revitalizar la vocación, para poder tener los mismos sentimientos de Cristo, lo que transformará nuestra sensibilidad. Quiera Dios permitirnos encontrar e iniciar los procesos necesarios para todo ello.
Continúo, ahora, proponiendo una nueva cuestión al P. Rolando. Se trata de un tema menor en esta reflexión, porque se refiere a un tema de lenguaje, al uso de la expresión “vocaciones de especial consagración” en su obra, para referirse a las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Lo propongo porque la psicología enseña que, si no hablas como piensas, acabarás pensando como hablas. Con un ejemplo se endiente bien: si afirmas que eres una persona que no tienes dificultades con los inmigrantes en tu país, pero cada vez que hablas de una persona extrajera empleas expresiones negativas, despectivas, discriminatorias, malintencionadas… parece claro que tu pensamiento hacia ellas se verá influenciado por ese lenguaje, y casi seguro, tus actitudes hacia ellas también.
Quiero que quede claro desde el principio que el P. Rolando emplea esta expresión 15 veces en su libro, y en ninguna de ellas se utiliza de forma malintencionada o peyorativa ni para los que están dentro de estos colectivos, ni para los que están fuera, para las otras vocaciones.
La dificultad está en que este lenguaje puede sostener una mentalidad que piensa que, si hay unas vocaciones que son especiales por su consagración, hay otras vocaciones “no especiales”. Y claro es para todos que, esas vocaciones no especiales, son las de los laicos. Creo que es evidente como este lenguaje puede ser un subterfugio para un pensamiento que sostenga el clericalismo.
Por aquí me gustaría encaminar este diálogo y reflexión. El Papa Francisco nos ha invitado a luchar contra la tentación del clericalismo, y el P. Rolando lo hace en su obra: “Salir del autorreferencialismo, cáncer principal de la Iglesia y padre del clericalismo, es escuchar las voces de los otros, interesarnos por cómo nos interpretan, y dejarnos provocar por ellos para encontrar los caminos más auténticos de acuerdo con el espíritu misionero y la vocación vicentina a la que fuimos llamados” (p. 58).
Hablamos de vocaciones de especial consagración porque se nos ha enseñado que el nuestro es un “estado de más perfección”, que los clérigos y consagrados realizamos un seguimiento “más radical”, que nuestra vida tiene una mayor “significatividad escatológica”. Pero nuestra vida no es de suyo y a priori un estado de más perfección que garantiza automáticamente una vida en el amor y en la entrega generosa, ni una forma de seguimiento más radical, ni dotada de mayor significatividad escatológica. No buscamos directamente ni perfección, ni radicalismo ni significatividad escatológica: buscamos, como todo creyente, la entrega personal. La opción por la vida sacerdotal o consagrada se manifiesta como una iluminación que aparece tras un largo discernimiento y que alumbra el sentido de la propia existencia. A su luz, la libertad seducida concluye que ése es su camino más adecuado: esa es mi respuesta personal a mi Dios y Señor que ha pronunciado mi nombre. Es en la entrega del corazón donde se decide la vocación. Si no hay entrega, la forma queda vacía, la vocación queda en rol. Cuando hay entrega, el corazón encuentra su forma original, saliéndose siempre de lo razonable.
Para todo cristiano, para todo vicentino, para todo misionero, Dios, como realidad personal viva y hecha experiencia, unifica y totaliza toda la existencia, sin importar si se es sacerdote, consagrado, laico, casado. Por un lado, es la clave para responder a los grandes enigmas sobre el origen, sentido y destino de la existencia. Pero, sobre todo, será la razón para trabajar, para amar, para entregar confiadamente la vida y entregarse a las personas con y por las que uno vive, se desvive, sufre y goza: los pobres.
P. Rolando, ¿puede la expresión “vocaciones de especial consagración” esconder una mentalidad clericalista? ¿Es necesario hacer este tipo de distinciones en las vocaciones? ¿Podemos encontrar otras expresiones que manifiesten mejor la mentalidad que sostiene el Evangelio de la Vocación?
Quedo a la espera de su generosa respuesta.
Hno. Francisco Berbegal Vázquez, c.m.